miércoles, 28 de diciembre de 2011

¿VIDA NUEVA?


Champaña, reloj, cena

Balada de Año nuevo 


José Luis Franco    
Dicen que las buenas intenciones son las encargadas de armar el empedrado que conduce a ese lugar que reina un tipo con el que muchas veces —y de una manera no muy cordial que se diga— me han mandado por diversas razones, pero sobre todo por mi necedad de proseguir haciendo cosas.



Si eso fuera cierto (lo del empedrado) el famoso camino sería una maxipista de dieciséis carriles (por mencionar un número), sin casetas de cobro, iluminada por un fuego incandescente, pero eso sí, nomás de ida. Qué empedrado ni que nada, eso es para pueblo rascuache, de pocos habitantes.

Como muchos de los dichos, y eso me recuerda aquél de “la fe mueve montañas” que provocó un celebrado cuento breve de Augusto (Tito) Monterroso en el que había un movedero de montañas que pa’qué les cuento. Ese que dice que las buenas intenciones son material para la construcción de vías de comunicación, conduzcan a donde conduzcan, incluido el más allá, me parece un invento de quienes jamás han tenido la menor intención de tener una buena intención.

En días como estos, en los que despedimos un año con posadas, Navidad, alegría y recibimos el otro con varias copas de más, las buenas intenciones cambian su status a buenos propósitos, aunque para el caso sea la misma gata y ni siquiera revolcada. Desde los días previos empezamos a realizar nuestro listado. Si tenemos unos kilitos de más, anotamos que debemos madrugar para echarnos una caminadita antes de ir a la chamba, eso también nos ayudará a bajar el colesterol y los triglicéridos. Si fumamos, una tacha inmediata al cigarrillo y aprovechamos para calcular cuánto nos vamos a ahorrar al año. El trago, suponemos, con la caminata diaria y sin el cigarrillo, ni siquiera se nos va a antojar y eso equivale a menos lana mal gastada. Los teibols en el olvido, eso es para voyeristas enajenados que pistean, fuman y no hacen ejercicio. ¡Ah! Algo muy importante para cuidar la figura: leer por lo menos tres libros que marquen nuestra vida.

Rescatar la fidelidad empeñada con la doña es otro de los retos, pero si ya vamos a estar haciendo ejercicio, no fumaremos, ni tomaremos, ni iremos a teibols, y además nos hacemos lectores, eso es fácil. Y la lista prosigue con una serie de propósitos que habrán de convertirnos en la versión moderna de San Francisco de Asís, en el caso de los hombres, o de la Madre Teresa de Calcuta, en el de las mujeres.

Como el primero del año nuevo es prolongación del último del viejo, nos despedimos hasta el hartazgo de todo lo que vamos a dejar. Que no nos quede gana alguna de caer en las mismas tentaciones. Comemos como desesperados, nos envolvemos en una nube de humo, tragamos océanos de alcohol, palpamos en los abrazos derrieres exquisitos, y todo lo que se pueda porque al cabo que a partir de mañana seremos otros.

El primer paso para atizar nuestra credibilidad lo significa el tirar, en ceremonia solemne, la cajetilla de cigarrillos a la basura. Cierto, solo le quedaba uno, pero el gesto es lo que vale. Luego es cuestión de aprovechar una escapada en la chamba para hacerse del ajuar para salir a caminar al malecón. Pants, sudadera, cachucha de los Pumas, calcetas Wilson, muñequeras de toalla, por aquello del sudor. Todo bueno y a crédito, porque la cuesta de enero se ve empinada. De la librería salimos desilusionados: a güevo nos querían dar La silla del águila, de Enrique Krause, por otro que se llama igual, pero de Carlos Fuentes. La Isla de la Pasión, de Isabel Restrepo, por otro de Laura, que debe ser su hermana, pues se apellidan igual. Y el dependiente de la librería acabó llorando porque no pudo convencernos de que Cien años de soledad lo escribió Gabriel García Márquez y no Mario Vargas Llosa, como si supiera más que el director de la SEP del Defe. Por eso la gente no lee.

A la hora de la comida le bajamos a solo ocho tortillas y en la cena le lanzamos coqueteos a la pareja, que se estrellan como pájaros ciegos en esa barrera gélida que construimos en la velada de Año Nuevo. Antes de acostarnos colocamos a la vista los tenis, calcetas, pants, sudadera, cachucha de los Pumas, muñequeras de toalla y ponemos el despertador a las cinco de la mañana.

Y que va sonando el desgraciado y afuera todavía oscuro. Lo apagamos para acurrucarnos quince minutitos más, están ricas las cobijas y estábamos soñando de poca. No lo creemos en ese momento, pero esa escena se repetirá una y otra vez hasta que por allá por agosto, con los calores insoportables entrando de lleno, desistamos de nuestro interés de salir a caminar —cosa que nunca logramos— porque quién va a aguantar esos trapos en su sano juicio.

Con el cigarrillo nos va un poco mejor. Siempre habrá un alma caritativa que nos obsequie uno. Lo malo es que tenemos que encontrar por lo menos otras nueve para contener las ansias y eso nos convierte en el gorrón número uno de la oficina. Acabamos fumando cualquier marca con tal de seguir en nuestro objetivo.

A la semana estamos brindando porque aguantamos siete días sin fumar (sin comprar, sería más exacto) y nos ponemos una guarapeta que nos lleva por inercia al teibol de nuestras preferencias, donde nos animamos a comprar la primera cajetilla del año. El acto ha hecho ganar una apuesta a uno de los cuates que en agradecimiento nos invita un trago.

Obvio es que con la pareja las cosas no resultan bien. Mejor dicho, no resultan. Y esperamos a que pasen los meses para que en la menor oportunidad se de cuenta de que son reales nuestras intenciones de cambio. Pero no. Para evitarnos investigaciones engorrosas le echamos la culpa a la química.

Más o menos por agosto, con el año en pleno declive, nos damos cuenta que hemos sido engañados y engañadas. Nos hablaron tanto de que el Año Nuevo era cambio, esperanza, renovación, prosperidad y tantas cosas más que nos la creímos. Si el año no tuvo nada de diferente, ¿porqué nosotros sí? A ver, ¿por qué nosotros sí? Visto con plena objetividad y sin sacarle al bulto, si alguien tiene su vela en ese asunto del empedrado o de la maxipista de dieciséis carriles son los promotores de esa falacia llamada Año Nuevo, porque por uno, voluntad no falta. Y eso que quede muy claro, pos qué.

Pero estas solo son conjeturas plagadas de malaleche, de modo que no les haga caso y póngase de inmediato a elaborar su propia lista de propósitos y chanza y con una ayuda de la Virgen…
 




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