lunes, 19 de diciembre de 2011

2011, UN AÑO REVELADOR PERO SIN ESPERANZA



Ismael Bojórquez   
2011 fue un año movido, sin duda. Para los mexicanos y para los sinaloenses. A nivel nacional nos atrapó la expectativa que ha generado la sucesión presidencial, las elecciones en estados que prefiguraron escenarios posibles para el 2012. El Estado de México y Enrique Peña Nieto como figura central. Michoacán y la incidencia del narcotráfico —que no es nueva— en los procesos electorales. La muerte de otro secretario de Gobernación en “otro” accidente aéreo.


Las precandidaturas ocuparon un lugar de primer orden en la atención pública, las definiciones y los descartes, las encuestas, las imposiciones, caballos que son devorados, alfiles ignorantes que tropiezan con un grano de sal, reinas que avanzan, reyes que se encolerizan como si no conocieran las reglas del juego.

Al finalizar el año, la contienda empieza a definirse con un aspirante que resultó que siempre no es imbatible, que es de carne y hueso, vulnerable y mucho más pequeño que el estadista que aparentaba encerrado en su burbuja, bajo guiones preconcebidos y auxiliado con apuntador. 



Con un hombre que perdió dos elecciones al mismo tiempo, la del 2 de julio de 2006 y la de 2012, con el bloqueo de la avenida Reforma de la Ciudad de México, sus declaraciones de guerra contra varios medios de comunicación y su investidura penosa como “presidente legítimo”. 


Y con una aspirante que, in crescendo, se perfila como una competidora real en un país donde las mujeres siguen siendo marginadas de las grandes decisiones del poder público, a pesar de que representan, por lo menos, el 50 por ciento de los votantes.

***

A nivel local fuimos testigos del desencanto temprano, la desesperanza, la frustración de un sueño de miles que creyeron en un hombre que los cautivó con la misma rapidez con que se fue desdibujando ante la mirada atónita de quienes habían depositado su voto por un cambio verdadero.

No se acomodaba todavía el nuevo gobernador en su puesto cuando la mugre del “cambio” empezaba a escurrir por encima de los escritorios, empezando por el ofensivo perfil de quienes había nombrado en el Gabinete, en el que tuvieron cabida lenones y narcos, burros de capirote y depredadores, todos bajo el denominador común de que se habían sumado a una campaña que se construyó con un discurso que pregonaba acabar con una camarilla mafiosa, pero que desde entonces llevaba en el vientre la criatura de una mafia igual o peor.

Desde el primer día del nuevo Gobierno afloraron las compras amañadas a favor de los “cuates”, cuotas políticas que todavía no terminan de pagarse, la avaricia desmedida, torpe voracidad expuesta sin pudor bajo la miserable concepción de que “ahora vamos nosotros”.

En seguridad —el problema más sentido por los sinaloenses desde hace varios lustros—, el año que termina fue para ratificar que el crimen no se combate con verborrea. 



Quedan para el bronce muchas frases, como esa de que “ahora las bandas delincuenciales ya no se pasean libremente por las calles, ahora se les combate y se les enfrenta”, dicha una y otra vez por el gobernador, a pesar de que todos ven y oyen y sufren a lo largo y ancho de la entidad, las caravanas de la muerte en que se han convertido comandos de uno y otro bando.


Y aquella de que terminaremos el año “con 500 homicidios menos”, dicha con la misma frialdad con que se habla de carreras en un juego de beis.

Mucho menos se combate la criminalidad desde el crimen, como dijo el ahora jefe del Ejecutivo en campaña, aunque desde entonces anduviera haciendo compromisos con las organizaciones criminales que predominan en el centro de la entidad, exponiendo a la sociedad y a las corporaciones policiacas a reacciones virulentas que ya han cobrado decenas de víctimas.

Las altas y bajas en la estadística delincuencial, sobre todo aquellas relacionadas con homicidios dolosos, tienen que ver, no con las acciones del Gobierno, sino con los ajustes internos y las guerras de los grupos de narcotraficantes. 



Y con las acciones de algunos grupos delincuenciales contra la Policía, originadas en las estrategias del Gobierno, que ha clasificado a los cárteles entre buenos y malos, combatibles y tolerables.

Las primeras semanas de este año bastaron para que los sinaloenses nos diéramos cuenta —y algunos confirmáramos lo que ya habíamos previsto— que el cambio prometido no era tal y que el nuevo gobierno reproduciría, con otros hombres y mujeres, las mismas prácticas perniciosas del poder, entre ellas el saqueo de los dineros públicos.

Y no hay elementos para pensar que el futuro será mejor. La soberbia es uno de los componentes más evidentes del nuevo gobierno y se manifiesta en la sordera ante las opiniones del otro, la ceguera ante los hechos que golpean la cara y el desdén por los reclamos de una sociedad hambrienta de cambios reales.

Ni aquí, ni a nivel nacional, hay razones para la esperanza. El país, como Sinaloa, luce extraviado, rehén de una clase política que se resiste a negarse a sí misma para dar paso a nuevas formas de enfrentar los grandes retos que tiene enfrente.

Pero con estos bueyes hay que arar. Y hacer como que la tierra es fértil, aunque no haya esperanza.

Bola y cadena
A NIVEL MUNDIAL QUEDA la crisis de Europa, las revoluciones de África, el fin de las tiranías árabes. Un poco más cerca, la crisis del discurso gringo contra el narcotráfico, el sucio expediente de Rápido y furioso, el lavado de dólares del narco por la mismísima DEA, el juicio contra Vicente Zambada, el Vicentillo, que ha puesto en jaque a la justicia norteamericana, y evidenciado lo que desde hace años hemos estado diciendo y machacando desde Ríodoce, en el sentido de que, durante décadas, Estados Unidos ha sido y es el gran administrador del negocio de las drogas en el hemisferio.

Sentido contrario
PARA RÍODOCE ESTE HA SIDO un año de frutos dulces y amargos, propios de un oficio donde el cielo y el infierno se besan todos los días.

Humo negro
FELICIDADES PARA EL CINEASTA Óscar Blancarte, Premio Sinaloa de las Artes, según ha trascendido.

 

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