La
lista negra
Durante
dos décadas he investigado la corrupción y abuso de poder en México; cuando
hablo de esto en conferencias en el extranjero la gente sonríe con cierta
malicia, al gesto le sigue un comentario que por lo regular va en este sentido:
“pues has de tener mucho trabajo”. Sí hay mucho trabajo por aquí. He
investigado desde la existencia de bandas de narcomenudeo en Tepito solapado
por autoridades del DF a inicios de la década de los noventa, el listado
nominal de electores del DF que incluían
cientos de votantes que vivían en los camellones de Paseo de la Reforma en 1994,
hasta el Toallagate en 2001, el escandaloso uso de recursos públicos en el
vestuario de Martha Sahagún en 2003, la corrupción de sus hijos, el rancho
secreto de Vicente Fox en 2005, la corrupción y colusión con el narcotráfico de
Genaro García Luna, ex secretario de seguridad Pública y los miembros de su
equipo más cercano; las propiedades y fortuna amasadas que no corresponden ni a
todos los años en el servicio público, y otros tantos funcionarios que han
tenido papeles protagónicos o secundarios en mis investigaciones.
Uno
de los personajes más notables es Joaquín Guzmán Loera alias el ‘Chapo’ Guzmán
y el Cártel de Sinaloa y sus vínculos con el gobierno al más alto nivel. Mis investigaciones han sido publicadas por
Reforma, Milenio, El Universal, Reporte Índigo y actualmente Proceso.
Ante
la opacidad, redes de complicidad e impunidad que propician crimen, corrupción
y abuso de poder dentro y fuera del gobierno que afectan nuestra vida
cotidiana, mi propósito al establecer una nueva forma de contacto con la
sociedad a través de “La Lista Negra”;
es contribuir a la rendición de cuentas y transparencia proporcionando al
lector información y elementos para formarse su propia opinión acerca de
quienes ejercen el poder y cómo lo ejercen. Espero sea de utilidad.
“Todo
el mundo lo esperaba” fue el escueto comentario de un viejo conocido de la DEA
ante la salida de Joaquín Guzmán Loera de una cárcel de máxima seguridad por
segunda ocasión. El ciudadano común y corriente en su cotidianidad seguramente
se sintió sorprendido pero no el gobierno de Enrique Peña Nieto. Eso es
imposible.
Desde
que el Chapo fue recapturado en febrero de 2014, en un operativo lleno de
dudas, el narcotraficante comenzó rápidamente a echar a andar su inagotable
maquinaria de dinero para vulnerar el penal de seguridad e irlo meciendo a su
antojo. Las señales de alerta fueron
inconfundibles y el gobierno de Peña Nieto las vio. Era responsabilidad
primaria de la Secretaría de
Gobernación, a cargo de Miguel Ángel Osorio Chong y del subsecretario Luis
Enrique Miranda, hacerse cargo de acabar
de raíz con la creciente corrupción dentro del penal y el control del capo.
A
Guzmán Loera no solo le importaba tener privilegios mundanos como que no le
raparan el cabello cada mes como al resto de los internos, más horas de visita
familiar y mayor tiempo en locutorios con sus abogados, sino ir dando pasos
concretos hacia su libertad.
En
julio de 2014 desde su celda de tres por cuatro en el área de Tratamientos
Especiales, supuestamente neutralizado por el gobierno, aislado y sin contacto
con ningún preso, junto con Edgar Valdés Villarreal alias La Barbie, organizó a
cerca de 900 internos ubicados en cinco módulos del penal en una huelga de
hambre masiva en protesta por supuestas violaciones a derechos humanos. Logró
hacerlo gracias a la coordinación de sus abogados y de custodios. Así, el Chapo
daba el primer paso concreto hacia su libertad siguiendo el mismo modelo que
antecedió su salida de Puente Grande: cooptar a internos y custodios.
Mi
investigación fue publicada por la revista Proceso en julio de 2014 y hablé
directamente con Juan Ignacio Hernández, titular del Órgano Desconcentrado de
Prevención y Readaptación Social, responsable de los penales federales y
dependiente de la SEGOB. Se negó a hablar de las repercusiones de la huelga
y las violaciones al confinamiento de
Guzmán Loera. Nervioso, solo dijo que en unas horas Monte Alejandro Rubido,
Comisionado Nacional de Seguridad daría un posicionamiento formal, lo cual
nunca pasó.
Tras
la huelga hubo personal que advirtió a Hernández y a la directora General de Políticas y
Desarrollo Penitenciario Celina Oseguera, de los riesgos y del poder que estaba
adquiriendo el Chapo, pero no quisieron hacer caso. Todo indica que las
tarjetas informativas que debieron llegar a Osorio Chong y a Miranda también
fueron ignoradas.
La
segunda señal de alerta se dio en febrero de 2015. Guzmán Loera se organizó con
otros capos presos dentro del penal, incluyendo sus otrora enemigos como Héctor
Beltrán Leyva alias el H, y miembros del Cártel del Golfo y Los Zetas, para
escribir una carta de protesta dirigida a la CNDH reclamando supuestos malos
tratos dentro del penal y corrupción por parte de Librado Carmona, director
técnico del penal. El día que fue entregada a la CNDH tuve acceso a la misiva
escrita en una hoja a rayas que correspondía a los blocks que venden en la
tiendita dentro del Altiplano. Investigué y supe que fueron pasadas de mano en
mano recorriendo silenciosamente los distintos módulos del penal, incluyendo
Tratamientos Especiales, con la ayuda de los custodios. La CNDH guardó silencio
respecto a los trámites girados en torno
a dicha misiva durante meses. Dos días después de la nueva ‘fuga’ del Chapo ha
dicho que fue al penal y verificó las demandas de los firmantes, que se
preguntó a Guzmán Loera y él dijo que no había firmado.
La
información obtenida es que sí lo hizo y que más daba lo que dijera a la CNDH
si su objetivo estaba cumplido: había hecho una alianza con sus otrora enemigos y con los más
poderosos del penal, paso indispensable para mantener la discreción sobre
cualquier información que entre los presos se filtrara sobre sus planes de
salida.
Esta
misma estrategia la siguió en Puente Grande en donde no solo se alió con su
amigo Héctor el Güero Palma, sino también con Arturo Martínez Herrera, el Texas
del Cartel del Golfo, por naturaleza rival del Cartel de Sinaloa. Después de la
salida del Chapo de Puente Grande, el Texas fue trasladado al penal del
Altiplano. En las crónicas escritas esta semana por periodistas que tuvieron acceso
al tour dado por la Comisión Nacional de Seguridad, refieren que uno de los
vecinos de Guzmán Loera era el Texas.
La
tercera señal de alerta, inconfundible, se dio el 14 de abril pasado. En el
escueto comunicado de prensa No. 140
donde la Comisión Nacional de Seguridad presumió los supuestos
“estrictos controles para el ingreso y la identificación de las visitas a los
centros penitenciarios federales” y “rigurosos protocolos de vigilancia que se
mantienen sobre las actividades de los internos”, informó que en el área de prácticas judiciales que se encuentra dentro
del penal entró a ver a Guzmán Loera una mujer con papeles falsos y, en
consecuencia, el organismo responsable de los penales federales iba a presentar
una denuncia ante la PGR sobre el hecho.
Hace
un mes se supo que la visitante fue la legisladora panista Lucero Guadalupe
Sánchez López, actual diputada en el Congreso de Sinaloa a quien se le atribuye
presuntamente tener un hijo de siete meses con Guzmán Loera, lo cual
significaría que habría quedado embarazada aproximadamente en abril de 2014,
cuando Guzmán Loera ya estaba en prisión.
En
un afán por tratar de deslindarse de esto la diputada negó en junio cualquier
nexo con el Chapo; su esposo fue asesinado en enero de 2014 antes de que ella
quedara embarazada. La información sobre las visitas íntimas al Chapo de quien
no era su esposa, la tenía desde tiempo
antes las áreas de inteligencia militar.
Una
vez más el gobierno de Peña Nieto no hizo nada para frenar el poder de Guzmán
Loera en la prisión. En vez de cambiarlo de penal, en vez de mandar señales a
EU de que el gobierno de México sí aceptaría la extradición, en vez de reforzar
su seguridad, en vez de hacer cualquier cosa elemental para asegurarse de que
el preso número 3578 se mantuviera así, preso, lo dejaron salir.
Durante
los últimos ocho días los medios de comunicación nacionales e internacionales y
la sociedad seguimos postrados ante el agujero por el que dice el gobierno de
Peña Nieto escapó el capo por segunda vez de un penal de máxima seguridad. Las
miradas están ocupadas en escudriñar cada centímetro del hoyo negro como si nos
fuera a decir algo. Es un distractor al que el gobierno de Peña Nieto ha sabido
sacarle provecho para ganar tiempo. Insólitamente organiza tours no solo a
miembros del Congreso sino a medios de comunicación como parte del escandaloso
espectáculo. La estrategia es “miren el agujero para que no miren lo demás”, lo
más importante.
No
miremos más el oscuro boquete del túnel, levantemos la vista y miremos
alrededor, ahí están las respuestas. Las respuestas están en la Secretaría de
Gobernación, en las instituciones de seguridad nacional de este país. No solo
los ingenieros que diseñaron y construyeron el túnel “de alta tecnología”, como
dijo Osorio Chong; ni custodios, ni abogados mensajeros son los responsables de
su “hazaña”. Para ello requería de la complicidad al más alto nivel en las
instituciones responsables de vigilar
que no se escapara: CNS, CISEN, Policía Federal y Ejército Mexicano.
Un
dato concreto: El área responsable de la cámara de seguridad que monitoreaba a
Guzmán Loera las 24 horas del día y de
actuar en cuanto se vio en el monitor la actitud claramente sospechosa del
capo, quien en horas prohibidas para bañarse daba rondines con uniforme en la
regadera, es la División de Inteligencia de la PF cuyo titular era Ramón
Pequeño. Pequeño es integrante del equipo más cercano al ex Secretario de
Seguridad Pública, Genaro García Luna quien ha sido señalado en México y EU de
servir al Cártel de Sinaloa.
En
noviembre de 2012 Valdés Villarreal, la Barbie, me hizo llegar una carta en
donde denunció que le constaba directamente que él mismo, y otros grupos
criminales, habían pagado cuantiosos sobornos a García Luna y a otros
integrantes de su equipo, entre ellos Ramón Pequeño. Nunca se abrió una sola
investigación para saber si la acusación era verdadera, como otros
señalamientos a García Luna y su equipo quedó automáticamente impune. Hoy
pagamos las consecuencias. Uno de los
grupos a los que se refería la Barbie era el Cártel de Sinaloa, o sea, el
gobierno de Peña Nieto puso como celador del Chapo a un funcionario con
acusaciones de estar a su servicio como ocurrió en Puente Grande, cuando el
subdirector de seguridad del penal era Dámaso López, quien ahora es
públicamente el brazo derecho del capo en la organización criminal.
Al
interior de la familia de Guzmán Loera se comenta que la negociación de la fuga
fue pactada con un importante integrante del grupo Atlacomulco dentro del
gobierno. Mientras Osorio Chong fue enviado a París como avanzada del
Presidente Peña Nieto, quien quedó como encargado de despacho y responsable del
buen funcionamiento y quien por el cargo debió ser quien tomara las primeras
medidas tras la alerta de fuga para cercar al capo antes de que lograra salir
de la zona, es Luis Enrique Miranda, el siempre bien bronceado Subsecretario de
Gobernación amigo personal de Peña Nieto y compañero de muchas jornadas de
golf. Quienes conocen el funcionamiento de la SEGOB, saben que es Miranda quien
controla las principales áreas de inteligencia del CISEN.
Un
importante funcionario de la PGR, responsable ahora de las investigaciones para
recapturar al Chapo ha comentado a propios y extraños “nos equivocamos,
menospreciamos su poder”. Eso es falso, una excusa de tontos. El gobierno de
Enrique Peña Nieto sabía perfectamente de su poder; cuando fue gobernador del
Estado de México, en sus narices y las de su Secretario General de Gobierno, el
mismo Miranda, creció tanto la organización de los Beltrán Leyva como del
Cártel de Sinaloa. Ahí asentaron sus casas de seguridad en las zonas más
exclusivas del territorio mexiquense, donde vivían con comodidad.
(RIODOCE/
PROCESO/ Anabel Hernández en 19 julio, 2015)
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