Solo
al Chapo se le ocurre fugarse en sábado por la noche. Si lo hubiera hecho en la
mañana todavía hubiéramos tenido tiempo de cambiar la edición, como lo hicimos
el sábado aquél cuando lo agarraron en Mazatlán, en una operación sobre la que
sobraron versiones, oficiales y no.
Supongo
que los “topos” que llegaron hasta la coladera del baño de la celda 20 del
penal del Altiplano, no pudieron hacerlo antes ni tenían por qué tener
consideración de noticieros, horarios, ni periódicos que no cuentan con su
propia imprenta. Aunque fueran sinaloenses. Los “topos” y los periódicos. Si
fueran, es mera especulación.
La
fuga, más allá de la vergüenza mundial que implica para nuestro país —al final
de cuentas, en términos morales el gobierno que encabeza Enrique Peña Nieto es
lo que menos importa— debe redimensionar la perspectiva que tenemos del
narcotráfico y de sus actores, incluidos aquellos que lo combaten y también los
que dicen combatirlo pero que desde hace décadas se han estado beneficiando con
el negocio.
Desde
hace muchos años se ha señalado del fracaso de la guerra contra el narcotráfico
iniciada por Felipe Calderón y seguida casi en sus mismos términos por el
presidente Peña Nieto, pero hasta ahora no se han tomado medidas para cambiar
la estrategia. Ni siquiera, vaya, se ha puesto a discusión el asunto. Los
gringos, uno de los actores centrales —no solo como consumidores, sino también
como “estrategas” en esta guerra—, siguen sacando provecho de todo, incluso de
eventos como esta fuga.
Ahora
reclaman que habían estado solicitando la extradición de Joaquín Guzmán y digan
¿qué hicieron con Vicente Zambada Niebla? ¿Qué con Serafín Zambada? ¿Dónde está
la sentencia de Rodrigo Aréchiga Gamboa, el Chino Ántrax? ¿No pusieron los
narcos sinaloenses de rodillas al sistema judicial norteamericano con aquella
defensa llamada “autoridad pública” que obligó a los fiscales a negociar con el
Vicentillo? ¿Para qué quieren los gringos al Chapo? ¿Para sacarle la sopa sobre
cómo ha corrompido gobernadores, generales, funcionarios de altísimo nivel y
después utilizar esa información para seguir imponiendo sus políticas de
seguridad en nuestro país sobre la base del chantaje?
Nada
hubiera cambiado en México si Guzmán Loera hubiera sido extraditado a los
Estados Unidos. Ni una fibra de su estructura criminal se hubiera modificado.
Hubieran engordado, eso sí, los bolsillos de los que en las cortes
norteamericanas arman acusaciones y dictan sentencias, porque, así se ha visto
en decenas de casos en las últimas décadas, lo que han hecho con los narcos es
exprimirles sus fortunas a cambio de aminorar sus penas.
Y
nada o poco cambiará con el hecho de que el capo haya recobrado su libertad.
Como nada cambió con su ausencia física estos 15 meses que estuvo en el
Altiplano. Cambia su vida personal y la de su familia, se recompone su
organización, habrá cambios leves en ciudades como Culiacán, pero no se
modificará en forma notable el espectro del narco en México y en el mundo.
El
mundo del narcotráfico es tan complejo ahora que trasciende, incluso, figuras
como el Chapo Guzmán, convertido en una leyenda a partir no solo de su audacia
y su osadía, sino también de la corrupción y las torpezas de un sistema de
seguridad y de gobierno al cual hay que abrirle un pozo más profundo que aquél
por el que se escapó el sinaloense.
De
todas maneras no sobra preguntarse por qué, en el caso concreto de los que
gobiernan ahora este país, no quisieron extraditar al capo, cuál era el temor
de que cayera en manos de cortes norteamericanas, si en otros casos actuaron
hasta con sobrada prisa. Por qué, en el caso concreto del presidente Peña
Nieto, ordenó que no fuera extraditado. Cuál su temor. De dónde su orgullo.
BOLA Y CADENA
PATÉTICA
LA CALIFICACIÓN que hace de la fuga el comisionado Nacional de Seguridad, Monte
Alejandro Rubido, a la periodista Adela Micha, dentro del penal del Altiplano.
“De fantasía”… “nunca nos imaginamos que podía ocurrir”. Conmovedora la
“explicación”, dibuja con claridad el gobierno que tenemos. ¿Y entonces?
¿Reímos, lloramos o inventamos otro país.
SENTIDO CONTRARIO
MUCHO
SE ESPECULÓ SOBRE los impactos que la detención de Joaquín Guzmán había
provocado al interior del Cártel de Sinaloa. No se registraron grandes cambios,
sus hijos y su hermano Aureliano siguieron manejando el negocio, tal vez no con
el mismo rigor, pero sin grandes sobresaltos. No hay, hasta donde se sabe,
fisuras que viejos tiburones del oficio no puedan resanar. Su relación con los
otros capos está intacta hasta donde se sabe. Habrá ajustes, sin duda, pero
nada que atente contra la integridad de la organización del narcotráfico más
poderosa del mundo. Saben los costos de una guerra interna, acaban de pasar por
una y nadie puede decir que no perdió. Y mucho.
HUMO NEGRO
EL
CONGRESO DEL ESTADO acaba de conformar la comisión de seguimiento para la
transparencia y acceso a la información pública, que se encargaría de darle
seguimiento a la elaboración de la nueva Ley en la materia, de acuerdo a los
lineamientos de la recién aprobada Ley General. Pero parece que las prisas son
no para sacar adelante la nueva ley, sino por nombrar a los nuevos consejeros.
Como si eso fuera lo más importante.
(RIODOCE/ COLUMNA “ALTARES Y SÓTANOS” DE
ISMAEL BOJÓRQUEZ/ 19 julio, 2015)
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