Son jóvenes, son estudiantes de preparatoria, son narcojuniors…
Judith Ortiz
En el Sinaloa de los
años veinte, Rosalía fue raptada, violada y golpeada hasta dejarla por muerta,
desnuda en el monte. El autor fue un joven influyente encaprichado con ella por
sus rechazos. Se supo porque la víctima se atrevió a denunciar. Pero la
impunidad pudo más que la justicia, al grado que el delincuente presumió: “El
comandante le debe el hueso a mi papá (…) y (…) el presidente municipal es su
compadre. Fue (Rosalía) al Ministerio Público y la mandaron a la chingada
porque cuando va el gobernador a comer a mi casa se le paga al licenciadillo
ése”.
Esta es una historia
contada por el investigador universitario Arturo Zavala, en su libro Cultura y
Violencia en Sinaloa.
Hace una semana, fue
asesinada en Culiacán una joven de 17 años, estudiante de uno de los colegios
de Bachilleres de Sinaloa (Cobaes). Fue estrangulada y abandonada en una zona
enmontada, cerca del río. A su alrededor se encontraron 11 casquillos de
pistola calibre .9 milímetros. En este mes que aún no termina, han sido
asesinadas cuatro mujeres en el estado.
A 90 años de
distancia, la diferencia es el incremento en el homicidio de mujeres, muchas de
ellas menores de edad. Por lo demás, la impunidad sigue latente. Más aún porque
asesinatos como el de la bachiller se atribuyen a una violencia de género por
narcotráfico. Y los muertos se suman a la lista de los saldos de la lucha entre
cárteles rivales de narcotráfico, que en la mayoría de los casos ni se
investigan, mucho menos se resuelven.
“El ambiente en los
Cobaes (colegios de bachilleres) es de no creerse —relata un maestro del
Cobaes, quien pide no dar a conocer su identidad por temor a represalias de la
institución— los muchachos se valen de muchas cosas para aprobar sus materias
sin el menor esfuerzo y actúan sin una pizca de respeto; por el otro lado, hay
maestros que les piden dinero para no reprobarlos, incluso una secretaria de
una de las preparatorias tenía una lista de maestros con las tallas de camisas
y sus gustos para que los estudiantes supieran qué regalarles”.
El catedrático ha
impartido clases por más de 40 años y ha visto de todo: “Los buchones que pasan
rechinando llanta frente a la escuela para impresionar a las muchachas y muchas
se van con ellos y luego las botan; amenazas de muerte a maestros por reprobar
a las novias; balaceras que destrozan autos de profesores o van directo al
edificio, con el fin de intimidar”.
“Hoy en día es una
simulación lo que estamos haciendo las autoridades educativas de este nivel,
porque al final, los muchachos siempre pasan de grado, algunos porque se
mocharon con un regalito con el maestro y otros porque los convencieron con
otros métodos, incluso con amenazas”. Muestra una lista escolar con 35 nombres
de estudiantes, de los cuales 15 están reprobados, a pesar de tomar un curso
extraordinario: “La orden que me dieron fue: ‘pásalos a todos, que no repruebe
ninguno’”.
El desplante de
osadía, amparado por la influencia del dinero y del compadrazgo llega a todas
las preparatorias, incluso a las facultades de la Universidad Autónoma de
Sinaloa (UAS). Ejemplos hay muchos, como el que ocurrió hace años, cuando al
filo de las diez de la mañana, cinco camionetas último modelo entraron quemando
llanta al estacionamiento de Ciudad Universitaria.
Un joven de aproximadamente
20 años bajó de una Hummer, con pistola al cinto, dos vasos con hielo en una
mano y una botella de whisky en la otra. De otra camioneta bajó una banda de
música tocando los ritmos alegres de la tambora. Ante la seña del muchacho, un
guardaespaldas bajó del vehículo un arreglo natural de rosas rojas de dos
metros de alto que puso a los pies de una joven estudiante de la Universidad,
quien fue el motivo de tal alboroto. La serenata mañanera atrajo a los
estudiantes de la Facultad de Derecho, quienes se arremolinaron en torno a la
improvisada fiesta.
Mientras los jóvenes
charlaban y bebían, ocho guaruras armados observaban la escena a escasos quince
metros de distancia. Los maestros, temerosos, solo atinaron a solicitar, de la
manera más atenta, que por favor guardaran sus armas en los vehículos.
Escenas como estas
son cada vez más comunes. Los narcojuniors, llamados también buchones, se
pasean a gran velocidad en autos de lujo por la capital del estado haciendo
alarde de derroche. Otra estampa es la de adolescentes jugando arrancones en
autos del año, al filo de la media noche, por las avenidas largas, delineadas y
poco transitadas de la ciudad.
Otro profesor, pero
de la UAS, quien también pidió el anonimato, señala que “muchas jovencitas, más
que aspirar a un mejor nivel cultural, viven esperanzadas de encontrar algún
hombre que les pueda dar dinero y estatus. Y se sienten orgullosas de tener una
relación sentimental con hombres narcotraficantes. Ellos las asedian afuera de
las escuelas, al final de clases, las suben a sus carros y de ahí, las pasean,
les compran ropa y les dan celulares”.
Menciona que “la
oportunidad de ganar dinero fácil hace que algunos jóvenes se involucren en el
negocio de las drogas, porque la narcocultura ha calado fuerte en la mentalidad
de muchos adolescentes al grado de que hay una aspiración por pertenecer a los
cárteles de las drogas porque pueden manejar un auto de lujo, traer una pistola
o metralleta, un puñado de dólares y droga”.
Explica que “cuando
los muchachos son reclutados los ponen a cuidar residencias, o se convierten en
burreros al llevar pequeños cargamentos hacia Estados Unidos, y en el peor de
los casos, como sicarios, realizan levantamientos y ejecuciones de los enemigos
de sus patrones”.
Cientos de jóvenes
también son reclutados como puchadores o halcones. En cada colonia operan
grupos de 15 a 20 adolescentes que venden droga al menudeo, o a bordo de
cuatrimotos recorren las calles donde crecen, para cuidar que nadie extraño o
sospechoso entre a su “territorio gobernado por el narco”.
Por otra parte, de
los pueblos serranos llegan muchas niñas, casi adolescentes, a casa de
familiares en las principales ciudades del estado. Son enviadas por sus padres
para ponerlas a salvo de los jefes mafiosos o sus gatilleros “porque si les
gustan se las llevan a la sierra y sepa Dios si las volvemos a ver”.
Estatus y poder
En un estudio sobre
la respuesta de los jóvenes a la oferta de las organizaciones delictivas en
Sinaloa, el catedrático de la Facultad de Psicología de la UAS, Tomás Guevara
Martínez, plantea que ha aumentado el número de estudiantes de bachillerato
que no considera la formación profesional como parte de su proyecto de vida.
El equipo del
investigador Tomás Guevara ha entrevistado a estudiantes de bachilleres. Más
de uno les ha contestado que desean ser narcotraficantes “para tener dinero y
esas morras que andan con los narcos” y mostrar con orgullo toda la
parafernalia que se ha relacionado con el narco: medallas de oro, camionetas,
botas, atractivos celulares.
En Sinaloa, recuerda
Guevara Martínez, hay un dicho popular: “Más vale vivir cinco años como rey,
que 50 como buey”. Y en un Estado donde la violencia se ha banalizado, “los
jóvenes ahora están expuestos continuamente a la violencia y a la muerte. La
miran por todas partes, la viven a diario. Así que, morir ya no los detiene,
para muchos es como si se tratara de una película de aventuras”.
En el estudio
Jóvenes y Narcocultura, elaborado por la Secretaría de Seguridad Pública Federal,
se hace referencia a los hijos de los contrabandistas quienes “reconstruyen su
identidad a través de un descarado y cínico orgullo del ser narco, mismos que
se dedican al antiguo oficio heredado por sus padres; sin embargo, el código
de honor, el respeto a la familia y a la comunidad, la mesura y la seriedad en
el negocio del contrabando toman un papel menos importante, a diferencia de
cuestiones como el despilfarre de dinero, la parranda y la agresión a los que
otrora fueran parte de sus bases de apoyo social, los marginados son ahora
algunas de sus víctimas”.
Un informe elaborado
por 96 organizaciones civiles y entregado a la Organización de Naciones Unidas
en 2010, refiere que los jóvenes reclutados por los cárteles del narcotráfico
están involucrados, además de la producción y venta de drogas, en homicidios,
secuestros y robos.
“Pero hay estados
como Sinaloa, agrega el documento, donde la presencia delictiva de los jóvenes
es alarmante. Un 72 por ciento de la comisión de delitos que van del robo, asalto
bancario, secuestro, homicidios, porte de armas y tráfico de drogas, están
protagonizados por jóvenes de entre 18 y 29 años de edad, según la Secretaría
de Seguridad Pública”.
Hechos y cifras
— Unos 35 mil niños de entre 12 y 15 años fueron
reclutados por bandas del narcotráfico mexicano en los últimos cuatro años. Los
utilizan porque los menores de 14 años tienen inmunidad constitucional para no
responder penalmente por sus actos, aunque hayan asesinado, secuestrado o
torturado, sostienen expertos mexicanos.
— El 15 de noviembre del año pasado, un alumno del
Cobaes 26 ubicado en el centro de una ciudad, disparó con un arma de fuego en
contra de uno de sus compañeros, con quien supuestamente cuenta con rencillas
personales por una joven. El hecho provocó pánico de alumnos y maestros y una
intensa movilización de las autoridades policiacas y de los cuerpos de auxilio.
— También a mediados de noviembre, sujetos
desconocidos reventaron las cuatro llantas y rompieron con un bate los
cristales de una camioneta propiedad de la directora de la Escuela Primaria
José Vasconcelos, ubicada en el fraccionamiento Villa Satélite. Colocaron un
mensaje en el cofre: “Esto es x no dejar entrar a los niños a la hora que
llegan, si no los dejas entrar después de las 08:00 los que siguen van hacer
(sic) para ti, atentamente LaCoste”.
— De acuerdo con estadísticas de la Procuraduría
General de Justicia del Estado de Sinaloa, en los primeros siete meses de 2011
fueron asesinadas mil 400 personas en la entidad, de las cuales aproximadamente
el 60 por ciento eran jóvenes de entre 15 y 25 años de edad.
(RIODOCE.COM.MX/ Judith Ortiz /Martes 29 de enero de 2013)
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