El martes 22, integrantes de una unidad del Ejército
Sirio Libre (ESL) secuestraron 12 horas a Témoris Grecko, periodista mexicano y
corresponsal viajero de Proceso.
También al documentalista húngaro Balint Szlanko y al
fotógrafo español Andoni Lubaki.
“Los vamos a matar”, les gritaron. Los esposaron y les
vendaron los ojos. Los llevaron al sótano de un edificio y los despojaron de
sus pertenencias.
Acusaron a su traductor de ser miembro de Liwa al
Tawheed, una de las brigadas del propio ESL, lo cual puso en evidencia las
luchas intestinas entre los grupos de la oposición armada al régimen de Bashar
al Assad.
ALEPO (Proceso).- El
Kalashnikov volvió a golpear mi nuca. “¡Yala, yala!” (¡Vamos, vamos!), nos
gritaban los tipos sentados detrás de nosotros, “¡zapatos, zapatos!”. Con los
ojos vendados hacíamos los posible por quitárnoslos rápido. “¡Yalaaa!”,
insistía el hombre, encajándome el cañón del rifle detrás de la oreja
izquierda.
Se detuvo la
camioneta. Nos bajaron a empujones: El frío del invierno sirio me entró por la
espalda, por el cuello, por los pies desnudos sobre el suelo irregular.
Esperaba que nos condujeran a algún lugar. Acaso seríamos interrogados por una
persona con mando y de esa forma podríamos averiguar quiénes nos habían
capturado y por qué: ¿Buscaban dinero? ¿Tenían reivindicaciones políticas?
¿Querían otra cosa?
Pero no tenían
intenciones de llevarnos a ningún lado. Ni de volver a saber de nosotros. Sólo
escuché que armaban los fusiles. Secuestrar a tres periodistas extranjeros
puede convertirse en un enorme problema del que es mejor deshacerse cuanto
antes. En la noche, en un lugar solitario y oscuro, donde nadie vea, se puede
hacer eso con discreción. Como los criminales en mi propio país. Me iba a tocar
un poco lejos de casa.
A la vista
No hay orden en una
revolución. El descontrol se extiende en las unidades militares que integran el
rebelde Ejército Sirio Libre (ESL), las cuales además se enfrentan con otras
facciones armadas de la oposición. Esto se traduce en inseguridad, abusos,
órdenes y acciones autoritarias y crímenes impunes, como los secuestros. El
documentalista húngaro Balint Szlanko, el fotógrafo español Andoni Lubaki y yo
lo constatamos. Nos convertimos en víctimas.
El barrio de Izaa es
una colina desde la que se puede vigilar y atacar buena parte de la ciudad. Su
conquista por parte del ESL fue uno de los hitos de las batallas por el control
de Alepo, que comenzaron en julio de 2012.
Por la mañana del
lunes 21 el ESL realizó una movilización general de katibas (unidades
militares) de la ciudad hacia el Aeropuerto Internacional de Alepo con el
objetivo de tomarlo. Se cree que esto puede provocar que se desmoronen las
defensas gubernamentales en la ciudad.
Para obligar a los
rebeldes a dispersar sus fuerzas, el ejército del presidente Bashar al Assad
lanzó ataques esa noche en varios puntos de la ciudad. El grueso de los ataques
se concentró en Izaa. Escondidos en casas y edificios en ruinas, los
insurgentes resistieron un intenso fuego de mortero, bombardeos aéreos y cargas
de infantería. Las balas golpeaban paredes y sacaban chispas de postes en las
zonas más bajas, como en la oficina donde dormíamos, a un kilómetro de
distancia.
En la oscuridad de
esta urbe, cuyo sistema de alumbrado dejó de funcionar medio año atrás, salir a
la calle parecía una temeridad mortal.
Decidimos esperar a
la mañana siguiente, la del martes 22, para visitar Izaa y constatar el
resultado de los combates. Dos de nosotros habíamos estado varias veces allí y
conocíamos al comandante de la katiba y a varios de sus miembros. A pesar de
que para llegar a ese lugar era necesario cruzar varias calles asoladas por
francotiradores, lo considerábamos un lugar seguro por el empeño del ESL en
mantener su control.
Además nos sentíamos
confiados porque íbamos en grupo, en una camioneta, con un guardia armado y un
traductor sirios.
Eso no fue
suficiente. Cuando nos estacionamos nos asaltó una docena de encapuchados con
fusiles AK-47. Lo que tantas veces se había visto y leído como algo que le
ocurre a alguien más, o como ficción, nos estaba pasando: Esta vez venían por
nosotros. “¡Yala, yala!”, aullaron para hacernos bajar. “¡Los vamos a matar!”,
le gritaron a Andoni, el fotógrafo español.
A Balint, el
documentalista húngaro, a Aref, el traductor, y a mí nos subieron al mismo
vehículo. Al joven sirio le daban manotazos en la nuca al tiempo en que lo
acusaban de pertenecer a Liwa al Tawheed, una de las brigadas más importantes
del ESL.
Eso nos hizo creer
que no se trataba de miembros del ESL, pese a que actuaban dentro de su área de
control. Pensamos que sería muy mala noticia que fueran islamistas ligados a Al
Qaeda o miembros de las shabihas, grupos de matones al servicio del régimen. De
lo poco que se sabe de otros reporteros que han caído en sus manos, ello es
espantoso o es nada.
También podrían ser
integrantes de una simple banda criminal que querían ganar dinero. Eso tampoco
podía ser bueno, ya que su forma de hacer negocio es vender secuestrados a los
islamistas radicales.
Sitio peligroso
Siria es el país
donde han muerto más periodistas: 55 en 23 meses, de los cuales 10 han sido
extranjeros. El jueves 17 murió el belga Yves Debay y un día después el sirio
Mohamed al-Hourani.
Hay un número
indeterminado de reporteros desaparecidos: Muchos probablemente detenidos o
asesinados por el gobierno y sus shabihas, otros secuestrados por grupos
criminales y –se sospecha– islamistas.
Entre ellos hay
varios extranjeros de los que se puede mencionar sólo a uno, el periodista
independiente James Foley, estadunidense, desaparecido el 22 de noviembre en la
región de Idlib. En los demás casos los familiares han pedido mantener silencio
para no perjudicar las negociaciones que, esperan, en algún momento puedan
fructificar, aunque hasta donde se sabe, entre colegas, no hay noticias.
Por otra parte Al
Qaeda ha sido particularmente enfática en que le va a cobrar a Occidente,
especialmente a Francia, la intervención militar contra su facción en el Magreb
y otras milicias extremistas en Malí.
“Aiwa”
Aunque el operativo
se realizó velozmente los atacantes no mostraron intenciones de ser discretos:
Utilizaron avenidas muy concurridas, hicieron sonar las bocinas para despejar
el tráfico, llegaron hasta un edificio público en el que había bastante gente y
frente a ella nos hicieron marchar en fila, esposados y vendados de los ojos.
De inmediato se daban cuenta de que no éramos sirios… Actuaron a la vista de
todos.
Una vez adentro del
edificio, en el pasillo del sótano, nos ordenaron recargar la frente en la
pared, de pie, para revisar minuciosamente todas nuestras pertenencias e
incautarlas: Equipo fotográfico, celulares, grabadoras digitales, dinero,
chamarras, cinturones, cuadernos e incluso mis lentes de aumento.
“¿Dónde está la
cuarta persona?”, nos preguntaban. “¿Eres francés?”, le insistían al fotógrafo
español. “¿Eres francés?”.
El día anterior el
húngaro y yo habíamos recorrido el barrio destruido de Salaheddine acompañados
de una periodista francesa. ¿Habrían escuchado de ella? ¿Tendrían alguna fuente
de información cercana?
Nuestros captores
nos hicieron entrar en un salón casi subterráneo, con una ventana estrecha y
larga pegada al techo, al nivel del suelo en el exterior. No fue construida
como celda, aunque después le dieron ese uso. Carecía de mobiliario, salvo un
radiador de pared, y sólo tenía unas mantas sobre el suelo, una botella de
plástico maloliente con agua y un ejemplar del Corán.
No obstante los
captores no eran islamistas: Sólo uno de ellos usaba prendas tradicionales; los
demás vestían a la usanza occidental. No se escuchaban las canciones religiosas
ni los rezos que acostumbran hacer los militantes devotos.
Tampoco eran
shabihas ni criminales. Entre el sitio donde nos secuestraron y nuestra cárcel
no habíamos hecho más de 10 minutos en auto ni habíamos escuchado el ruido de
los combates del frente: Seguíamos en zona “liberada”. El hecho de que tuvieran
el control de un edificio público cuyo sótano era utilizado como centro de
detención donde había más prisioneros, sugería que no se trataba de un grupo al
margen de quienes se han declarado autoridad legítima del territorio
insurgente: Los jefes del ESL.
En varios momentos
los encargados de llevar alimentos soltaron pistas. Aseguraron: “Los vamos a
proteger de Bashar al Assad” y “esto es Siria libre”. Ante una pregunta de
tirabuzón, uno admitió con un aiwa (sí) que eran parte de la Seguridad de la
Revolución, un cuerpo de policía militar del ESL.
Todo, pues, parecía
indicar que nuestros secuestradores pertenecían a alguna de las milicias del
ESL. Pero ¿cuál? Hay una miríada y muchas de ellas están enfrentadas entre sí.
Más que un ejército, el ESL es un paraguas que cobija a grupos con objetivos e
intereses que no son necesariamente compatibles. Esto, además de generar
malestar entre los ciudadanos –expuestos a sus excesos y sin una autoridad
clara a la cual acudir en busca de justicia–, anticipa futuros enfrentamientos
para definir quién manda dentro de las fuerzas armadas revolucionarias.
Después de
permanecer cautivos 12 horas, un grupo de hombres armados –distinto al que nos
secuestró– nos sacó del edificio y nos subió a un vehículo. Era de noche. Ya
nos habíamos resignado a permanecer en ese lugar y habíamos pedido en varias
ocasiones que nos permitieran hablar con algún jefe para saber qué estaba
pasando. Acaso nos iban a permitir hacerlo. O por lo menos, si nos iban a
someter a un interrogatorio, podríamos hacer algunas deducciones.
No sería así. No nos
entregaron a nadie al sacarnos del vehículo. Nos quedamos de pie, con los ojos
cubiertos, en el frío, descalzos. Fue entonces cuando me llegó la sospecha de
que se trataba de una ejecución. Ya nos habían quitado todo, éramos un problema
para ellos y tenían que eliminarlo.
Escuché que se
marchaban. Sin poder creerlo nos atrevimos a mirar. Despojados pero libres
conseguimos llegar a un cuartel del ESL. Era de Liwa al Tawheed, la milicia por
la que golpeaban al traductor sirio. Nos informaron que tanto a éste como al
guardia armado que nos acompañaba los habían dejado ir. No se sabe por qué.
Los mandos de Liwa
al Tawheed, sin embargo, se tomaban muy en serio el asunto y querían todos los
detalles para realizar una investigación con el propósito de evitar que se
manche el nombre del ESL, aseguraron.
También porque es
posible que hayamos quedado atrapados en un asunto ajeno a nosotros: La lucha
por el poder entre facciones del ESL. Un enfrentamiento que está en marcha
mientras el régimen de Al Assad se mantiene fuerte y sus aviones siguen
bombardeando ciudades y pueblos. Como ha ocurrido tantas veces en la historia,
la revolución se come a sus hijos. Nada nuevo.
PROCESO/ 28 de enero de 2013
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