—“¿Quieres ganarte una feria fácil?”, preguntó Brandon
Sánchez.
“¿Haciendo qué?”, replicó el de nombre Cristian
Santos.
La oferta era ser su cómplice en el secuestro de un
joven de 16 años. Se lo propuso a principios de enero, un día en que ambos
atendían un puesto de venta de zapatos tenis en un swap meet de Tijuana.
Brandon aseguró conocer a la víctima, era su amigo y
vivía cerca de su casa. Dijo que su familia tenía mucho dinero, ya que siempre
lo veía “manguereando” a bordo de un pick-up muy bonito, de modelo reciente.
No era la primera vez que Brandon, de 18 años de edad,
le había ofrecido participar en el secuestro a su amigo, ya se lo había
propuesto semanas antes. Cristian le aconsejó que “mejor se dejara de cosas y
se pusiera a trabajar honestamente”. Pero la tentación fue muy grande y
accedió.
“Me encontraba muy necesitado de dinero, tenía la
intención de apoyar económicamente a mi familia y para continuar con mis
estudios de nivel profesional”, justificó el joven de 19 años.
Ambos se reunieron el martes 15 de enero en casa de Brandon
para planear el secuestro. Fue entonces cuando le reveló el nombre de la
víctima, un muchacho de 16 años de edad que vive cerca de su casa.
Para
raptarlo con mayor facilidad, lo engañaría ofreciéndole salir a “fumar unos
pipazos” de marihuana, lo citarían en el estacionamiento de un bar en la
delegación La Mesa y lo amenazarían con una pistola de municiones que
comprarían por 900 pesos en un mercado sobre ruedas cercano a su vivienda.
La idea era mantenerlo cautivo en una casa de la
colonia Maclovio Rojas, propiedad de una tía de Cristian, que la había
abandonado desde que decidieron regresarse a su lugar de origen. Como estaba
casi vacía y vandalizada, antes del secuestro acudieron a tapar las ventanas
con pedazos de madera.
A cambio de su libertad y de no hacerle daño, pedirían
150 mil dólares de rescate. “¿Tanto dinero?”, cuestionó Cristian. “Su familia
tiene para pagar eso y más”, respondió Brandon.
Llegó el día esperado, jueves 17 de enero. Eran las
20:00 horas cuando la víctima llegó al punto de reunión a bordo del pick-up que
tanto le envidiaban. Bajó del vehículo y, confiado, se acercó a los jóvenes, en
ese momento Brandon sacó de su cintura el arma y con la mano derecha le apuntó
a la cara, ordenándole que se hincara.
“No mames, Brandon ¿podemos hablar?”, le imploró la
víctima, pero a cambio recibió un puñetazo en la cara. En esos momentos
Cristian tomó un rollo de cinta adhesiva y ató sus muñecas.
Entre ambos lo
subieron a su auto y se dirigieron a la improvisada casa de seguridad. En el
trayecto lo amordazaron, cubrieron sus ojos y oídos para que no viera a donde
lo llevaban, ni escuchara sus conversaciones.
Una vez en su escondite, Cristian condujo el auto de
la víctima a un sitio lejano para evitar ser descubiertos. Brandon cuidó del
secuestrado toda la noche, su cómplice fue a casa de sus padres para que no
sospecharan lo que estaban haciendo. Cuando regresó al otro día con agua y
comida, se dio cuenta que estaba golpeado y tenía quemaduras de cigarro en el
rostro. Le dieron de comer, pero no tenía hambre.
A casi un día de la privación de la libertad del
menor, los inexpertos secuestradores aún no habían contactado a la familia para
pedir el rescate.
Pasaron las horas sin contratiempos hasta que la madrugada
del sábado 19 de enero, Brandon sugirió amputarle un dedo al menor para
mandarlo a su familia como muestra de que estaban decididos en hacerle daño si
no pagaban 150 mil dólares.
Aproximadamente a las 3:00 horas, sujetaron a la
víctima, le ataron las manos y colocaron una muñeca de trapo en su boca para
que no se escucharan sus gritos.
El sangrado fue tan abundante que intentaron
detenerlo con un torniquete hechizo y “cauterizar” la herida con fuego. Pero no sanó, así que
Brandon lo llevó con un doctor cercano y no pudo hacer mucho por él; llamaron a
una ambulancia, la cual llegó acompañada de una patrulla de la Policía
Municipal.
Brandon fue detenido y confesó la participación de
Cristian. Al poco tiempo la Policía llegó a su casa, cuando éste se preparaba
el desayuno. Su corta e infructífera carrera delictiva había llegado a su fin.
(SEMANARIO
ZETA/ enero 28, 2013 by ZETA Investigaciones)
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