Y al final…
los traidores y los leales fueron felices
Alejandro
Sicairos
Un partido viejo, con cicatrices y puñaladas resanadas
con el maquillaje de la unidad. El de los desleales y leales juntos. El que
traicionó Juan Millán en 2010. El que le abre las puertas a Mario López Valdez
para que regrese. Un Revolucionario Institucional que sigue pareciendo una
momia resucitada.
El instituto del perdón por ósmosis. El que César
Camacho Quiroz, dirigente nacional, define como “un partido abierto, sin
rencores y positivo con aquellos que han buscado otras opciones y que siempre
tendrán la puerta abierta en el PRI”. El que considera la ingratitud de Malova
“como cosa de pasado” y le ofrece al mandatario “no a un adversario” sino una
“relación de respeto”.
Bienvenidos al partido de la simulación perfecta. El
que es capaz de volver a mostrar a Joaquín Vega Acuña y a Juan Millán juntos,
abrazados, como alacranes reconciliados. El que hace que César Camacho se pare
en una silla, como león amaestrado.
El PRI que pone la otra mejilla para el beso de Judas.
El que simula perdonar pero en realidad irradia rencor. El de los millanistas
arrepentidos y los aguilaristas reivindicados. Todos juntos: los que se
ahogaron junto al navío y los que como ratas desembarcaron a la primera. Los
que perdieron el “hueso” y los que olfatean la nueva carroña.
Es el PRI del realismo mágico. El que un día libera a
la francesa Florence Cassez y al otro viene a decirse fresco, renovado. Las
siglas del fingimiento exacto. Las del lenguaje cifrado que viene a decirle al
gobernador: “O regresas o te jodes”.
Es la organización electorera de los cachorros y de
los cacharros políticos. El de los retoños de Juan Millán y Francisco Labastida
que tienen medio corazón en el PRI y el trasero completo en el PAN. El partido
ruco, tan senil que el alzheimer lo hace olvidar las ofensas apenas recientes.
Un PRI anticuado que todavía le apuesta a las viejas
rolas de la banda. El que aquí se mueve como caballo espoleado al ritmo de la
tambora, mientras los jóvenes le piden que baile el Gangnam style como cholo
convulsionado.
Y la plebada le exige que no tengan cabida los
desleales. Y Millán pasa junto a la leyenda como si no la viera. Aquellos
agitan la manta; el ex va sonriente, en su paraíso de impunidad.
Un viejo joven, un joven viejo. Eso es el PRI que vino
a muestrearse en Sinaloa trayendo consigo el tanque de oxígeno que le significó
el triunfo de Enrique Peña Nieto. Es el muerto que andaba de parranda, el
náufrago que aparece doce años después, el pariente lejano que ya nadie
recordaba.
El PRI que la mejor antítesis del cicatricure, la
pomada milagrosa que borra las suturas. El que bebió de oquis todo el bálsamo
de la eterna juventud. El partido dinosaurio que se confundió con las iguanas
de vaqueta que paseaban por los jardines del Country Club de Culiacán, donde
fue el reencuentro que alguna vez fue encontronazo.
El PRI de siempre camuflado como el PRI de hoy.
(RIODOCE.COM.MX/Alejandro Sicairos /Martes 29 de enero de 2013)
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