Sólo
un crimen es más castigado en el interior de las cárceles mexicanas que
asesinar a un hijo: quitar la vida de la madre. Se pueden vender drogas por
puños a niños o secuestrar y coleccionar mutilados y vivir con deshonra en
libertad, pero aun con decoro en el encierro.
Arrancar
la vida a quien la da es imperdonable.
Es
parte de la ley viva en el interior de las prisiones. La misma que obliga a no
delatar el peor de los abusos, a pagar a las autoridades formales e informales
por recibir visita, pasar lista, dormir, declarar, vestir, fornicar, comer,
beber, matar o vivir.
Por
eso se entiende la suerte de Pamela en la penitenciaría de Barrientos, una de
los más duras en el Estado de México a donde la muchacha fue presa acusada de
asesinar a Angélica, su madre.
Pamela, presa en Barrientos acusada de
asesinar a su madre. Foto: Eduardo Loza
Tlalnepantla,
Estado de México, 17 de junio (SinEmbargo).– Intentó mentir adentro con que
llegaba a prisión por robar algunos cosméticos en el Palacio de Hierro. Intentó
pagar protección, pero en la cárcel el dinero es agua entre las manos. Y ahí la
verdad o lo que por eso entienda el consenso de la cárcel siempre se impone.
Cuando
las demás presas supieron que había llegado ahí por el asesinato de su madre,
no dudaron. La arrastraron al baño y, como la madrugada en que llegó, le
arrancaron la ropa para desnudarla.
Luego
la violaron.
***
Angélica
Patricia Domínguez Escamilla nació y creció en el centro de Tlalnepantla, hasta
hace algunos años uno de los municipios más industrializados del país. A los 12
años sus padres se mudaron hacia el norte, a Barrientos, el mismo barrio que
acoge la cárcel a donde llegaría su hija acusada de asesinarla.
Su
padre fue un albañil alcohólico y golpeador de su mujer, la madre de los seis
muchachos que debieron trabajar desde su primera infancia. A partir de los seis
años, Angélica, una de las hermanas mayores, mendigaba casa por casa clamando
por tortillas duras, se ganaba algunos centavos lavando trastes o lavando ropa
ajena para ayudar a su mamá en los gastos de ella y sus hermanos.
A
sus 14 años consiguió un trabajo en una empresa de revistas. El empleador
dudaba de tener frente de sí a una niña, pero Angélica era empecinada, rasgo
que la empujó a matricularse en un Colegio de Ciencias y Humanidades de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Angélica
era chiquita de estatura, de tez apiñonada y dueña de una melena rizada oscura
que teñía de rubio, más a tono con sus ojos café claro y sus pestañas largas
que estiraba todavía más con el rímel. Delineaba el borde de sus párpados
inferiores de verde y colocaba color sobres sus labios.
En
su juventud halló en la cultura azteca una pasión metafísica. Se integró a
grupos de danza prehispánica. Bailaba cada fin de semana con las semillas de
codo de fraile en los tobillos a manera de cascabeles y botas de peluche blanco
que simulaban partes de la piel de un venado. El resto del atuendo eran falda y
blusa rojas con perforaciones y bordados. Rodeaba la cintura con una cinta y se
tocaba la cabeza con un penacho que, al final de su vida, alcanzaba una
jerarquía de tres plumas, una verde, una roja y una blanca que representaban
los elementos de tierra, fuego y aire.
“Ella decía que era fuego por el
temperamento que tenía. Ella se incendiaba muy rápido y le gustaba el agua
porque el agua siempre fluye y nunca se estanca y a mi mamá nunca le gustó
detenerse en nada”, recuerda Pamela.
La
danza la mantuvo en excelente forma física y, aseguraba ella, también mental y
espiritual, hasta su edad mediana, cuando murió asesinada.
Angélica
leía con ansiedad las leyendas del Mictlán, el mundo de los muertos de la
mitología mexica. Admiraba la cosmovisión nahua y su entendimiento de la
muerte, desprovisto de la tragedia y el dolor propios del cristianismo. Cada
año, en el Día de Muertos, viajaba al Lago de Pátzcuaro, en Michoacán, o al
pueblo de Mixquic, en la zona rural del Distrito Federal, para presenciar y
participar en las ofrendas para el regreso momentáneo del inframundo.
En
su último año en el bachillerato atendió a sus intereses en las ciencias
naturales. Indecisa por qué carrera elegir, lanzó una moneda al aire en que se
jugó un camino por la agronomía o la medicina.
Sus
buenas calificaciones le abrieron las puertas de la Facultad de Medicina en
Ciudad Universitaria, pero no podía dejar de lado su trabajo en el norte de la
Ciudad de México, así que hizo su cambio a la Facultad de Iztacala, en
Tlalnepantla.
En
alguno de los viajes a Tepoztlán del grupo de danza azteca conoció a un
danzante que de inmediato la cortejó. El muchacho se ausentó de alguna de las
presentaciones y un hermano suyo, un músico y fabricante de instrumentos
prehispánicos, tomó su lugar en el flirteo con tanto éxito que se casó con
Angélica cuando ambos pasaban los 18 años de edad.
Por
esta época, la pareja sufrió el atropellamiento de un automóvil en la Avenida
Mario Colín de Tlalnepantla. Él se levantó con algunos raspones y ella
sobrevivió con la cadera destrozada, pero no los gemelos de que esperaba. Los
especialistas advirtieron que difícilmente volvería a caminar y que de ninguna
manera se lograría embarazar.
Pero,
voluntariosa, ella volvió a danzar y el matrimonio procreó dos niñas. Primero
nació Ivonne y, siete años después, el 5 de agosto de 1991, llegó Pamela.
Tras
cursar la carrera de medicina con una niña en brazos, Angélica analizó su
aflicción e interés por el duelo de quienes han perdido alguien y cursó varios
diplomados en tanatología.
“Ella
pensaba que la persona que lloraba por alguien que moría era muy egoísta, porque
sólo quería la permanencia de su compañía. Creía que a los muertos los debemos
dejar que se marchen en paz”, recuerda Pamela.
Angélica
practicó la medicina en el Seguro Social, pero no abandonó sus intereses
académicos y logró especializarse en medicina del trabajo, influenciada por su
marido quien se ocupó como obrero en la industria metalúrgica. Algunos años
después, la mujer debió agregar a sus títulos el de madre soltera luego de
divorciarse del padre de sus hijas.
También
vivió el agobiante deterioro al que se sometió la institución. Se jubiló, pero,
con la pasión viva por la medicina, se mantuvo activa. Era insistente y fuerte
en todos los sentidos que ese adjetivo ofrezca, a pesar de su tamaño pequeño.
A
los ocho meses de checar su último tarjetón, Angélica buscó empleo y lo
encontró en un consultorio municipal del Sistema para el Desarrollo Integral de
la Familia (DIF) estatal entonces presidido por la primera dama Angélica Rivera
Hurtado, un sitio con recursos menos que suficientes completados por la
voluntad de Angélica. Colocaba dispositivos intrauterinos a madres que vivían
embarazadas, regalaba algún medicamento a sus hijos para que las lombrices los
dejaran un rato en paz.
“Esa
era mi mamá. Era buena persona”, recuerda Pamela Ruíz Domínguez, su hija que
fue a prisión acusada de asesinarla.
Foto:
Eduardo Loza
Los
días en prisión son largos para Pamela. Foto: Eduardo Loza
***
La
madrugada del 4 de abril de 2011, Angélica despertó con gritos de auxilio. De
su recámara salían ruidos de su cabecera de madera golpeando contra la pared.
–¡Pamela!
–pidió ayuda Angélica.
En
ese tiempo, Pamela estudiaba diseño gráfico por la mañana en la UNAM y
arquitectura por la tarde en la Universidad Tecnológica, carrera que cursaba
con el financiamiento de Angélica. Si algunos minutos sobraban al día los
compartía con su novio, Luis Carlos Jiménez Aguilar.
La
joven dormía entre dos y tres horas y la carga de trabajo la había colocado en
la posibilidad de reprobar una materia por no despertar a tiempo en la mañana.
Su madre decidió que el calentador de agua se quedaría apagado y así Pamela se
vería obligada a programar más temprano el despertador.
Ese
día, entre las cinco y las cinco y media de la mañana, Pamela descendió a la
planta baja de la casa para iniciar la flama.
–¡Pamela!
–urgió Angélica.
Pero
la muchacha se quedó paralizada. Reaccionó algunos segundos después y corrió a
la salida. Antes de alcanzar la puerta chocó con un hombre que llevaba la
cabeza cubierta con un pasamontañas negro. Sólo quedaban descubiertos sus ojos
y parte del tabique nasal. Sus manos iban dentro de guantes cafés. Cuando se
encontraron, el tipo le asestó un puñetazo en el rostro. Ambos alcanzaron la
calle y corrieron en direcciones distintas.
Pamela
sacudió una puerta cuatro casas delante de la suya. Abrieron casi de inmediato.
Una pareja de vecinos acompañó a Pamela y alcanzaron a ver la carrera de un
hombre de espaldas.
Entraron
y un vecino frenó a las mujeres. Afuera escucharon la sirena de una patrulla de
la policía; la luz alrededor cambiaba de azul a rojo. El hombre subió por las
escaleras. Cuando volvió abrazó con fuerza a Pamela para impedir que fuera a la
habitación de su madre.
“Estuvimos
a tres minutos de agarrarlo, pero ya no lo correteamos, porque pensamos que
nada más fue un robo”, se justificaron los patrulleros.
Una
ambulancia terminó de despertar al vecindario.
Alguna
de las vecinas llamó a una hermana de Angélica y, pronto, el resto de la
familia llegó a la casa de Tlalnepantla.
–¿Cómo
estás tú? –preguntó una hermana de Angélica a Pamela cuando la encontró
temblando dentro de una camioneta, dos horas después del asalto. Se descubriría
luego que el sujeto hurtó un pañal de tela que Angélica utilizaba como alhajero
de unos pocos aretes y anillos de oro.
–Yo
estoy bien, sólo tengo un golpe en la cara. ¿Y mi mamá? –averiguó Pamela.
–Tu
mamá ya falleció.
La
muchacha no logró contener el vómito.
El
agente Agustín López Nieto inició la investigación cambiando el nombre de
Angélica y “ofensiva pedantería”. En ese momento intentó interrogar a la
huérfana, pero la familia reclamó respeto.
La
subieron a un auto Neón blanco sin logotipos ni distintivos de la Procuraduría
de Justicia del Estado de México (PJEM). La introdujeron a una oficina dedicada
a feminicidios. Con fastidio, un funcionario resolvió que deberían esperar a
que la jovencita terminara de llorar para tomar su declaración.
A
la vez, el médico forense resolvía que Angélica murió desangrada a consecuencia
de una profunda cuchillada en el cuello.
Ivonne,
la hermana de Pamela, logró que una psicóloga amiga de Angélica la asistiera
mientras hablaba con las autoridades. El agente permitió que la muchacha
saliera del lugar hacia las siete de la noche, unas 14 horas después de que
perdiera a su mamá a quien velaban en la agencia funeraria Gayosso de
Tlalnepantla. La sepultaron en el cementerio Los Cipreses, en Naucalpan.
“Mi mamá era muy friolenta y siempre dijo
que quería morir calientita, en su cama. Cuando hablaba del tema decía que la
enterraran con pijama y calcetas de lana y una frazada. Quería que cuando la
enterráramos le lleváramos mariachis y que le cantaran A mi manera”.
Tal
vez lloré, o tal vez reí, tal vez gané, o tal vez perdí, ahora sé que fui
feliz, que si lloré, también amé, puedo vivir, hasta el final, a mi manera.
***
Los
tíos maternos de Pamela pidieron permiso a la policía de limpiar la casa tres
días después del asesinato. La muchacha ya no volvió a ese lugar y se instaló
en casa de sus abuelos maternos.
De
vez en cuando recibía la visita de los investigadores, entre ellos del policía
ministerial Agustín López Nieto. La familia de Angélica percibía que el caso
tenía interés para las autoridades y lo atribuían al ambiente político
mexiquense: el Gobernador Enrique Peña Nieto, interesado en la Presidencia de
la República, enfrentaba continuos cuestionamientos por los feminicidios
ocurridos durante su administración.
Cada
vez con más insistencia, los ministeriales preguntaban sobre el estado de las
relaciones de Angélica con cada miembro de la familia. Su actitud siempre
resultó incómoda. Estaban lejos de la cortesía y se inmiscuían en algunos temas
revelando el doble sentido de las preguntas. Un tema que molestó especialmente
a Ivonne, por ejemplo, fue el de los recursos económicos de su madre en tal
tono que sugerían el origen ilícito de bienes conseguidos con una vida de
esfuerzo.
El
sistema fiscal mexicano depende del Ministerio Público y la investigación se
construye a partir de los datos obtenidos por los policías judiciales y los
peritos, más ineficientes y corruptos los primeros que los segundos. Aunque la
averiguación debiera ser y se presume científica es común que prive el sistema
de prejuicios y salidas fáciles de los investigadores. Uno de los postulados
fundamentales en su método es la supuesta probanza de la ubicación: si ocurre
un crimen y en su tiempo y espacio coincide la presencia de una persona, ésta
es la culpable y no importa más.
Aunque
en el asesinato de Angélica los técnicos obtuvieron huellas digitales, estos
rastros no se preservaron de manera adecuada por lo que quedaron inútiles.
La
evolución del comportamiento de la Procuraduría mexiquense preocupaba a la
familia de Pamela, a quien la autoridad acechaba y decidieron que lo mejor
sería contar con asistencia legal. Solicitaron los servicios de una mujer
llamada Ivonne Li Sánchez, de quien hoy Pamela sospecha que no es una abogada
sino, como se dice en el argot de la administración pública en México, una
“coyota”, una facilitadora de medios para corromper funcionarios. En este caso
particular, Li Sánchez presumía amistad con Agustín López Nieto, el policía
encargado de la investigación. Según Pamela, de inmediato solicitó dinero para
aceitar el trabajo y hacer el esfuerzo real por detener al culpable.
El
25 de julio de 2011, tres meses y 11 días después del asesinato, los policías
buscaron por teléfono a Pamela. Le explicaron que necesitaban practicar algunas
diligencias en torno al crimen y la citaron a las cinco y media de la tarde en
la casa en que ocurrió el asesinato de Angélica para reconstruir los hechos.
Llegaron tres camionetas y dos autos repletos de policías y funcionarios
Los
agentes impidieron el paso de los familiares de Pamela que querían acompañarla.
En lugar de ello dieron paso a Li Sánchez.
Dentro
de la casa, la Fiscal Liliana Guadalupe Rosillo tomó la palabra.
–Yo
soy la Fiscal del área de feminicidios, yo mando a esta bola de gatos, yo estoy
llevando personalmente el caso de tu mamá porque estoy muy interesada y a ver,
dime cómo pasaron las cosas –ordenó la funcionaria.
Apenas
comenzó Pamela con el asunto del calentador de agua y la hora a la que bajó a
prenderlo, Rosillo la interrumpió.
–Es que tus tiempos no coinciden –alzó la
voz la Fiscal.
–Es que yo no sé –respondió la muchacha
sorprendida.
–Dime exactamente minuto y segundo.
–Yo no traía un cronometro ni un reloj para
que estar viendo exactamente el minuto y el segundo.
–¿Por qué me contestas así?
–Porque es la verdad, yo no traía nada para
marcar el tiempo.
–Pues yo no le creo, jefa, ¿usted cómo ve?
–intervino un hombre.
–No, pues no.
Sin
orden de aprehensión, la subieron a un auto y la acomodaron en el asiento
trasero en medio de un agente del Ministerio Público y la supuesta abogada Li
Sánchez. Conducía un tipo alto, moreno, de ceja poblada, nariz aguileña, labios
gruesos, la cara cubierta de cicatrices de acné y apodado “El Chacal”. En el
asiento del acompañante viajaba la fiscal Rosillo con la atención puesta en un
teléfono Black Berry morado y blanco.
Por
su posición, Pamela leyó un mensaje escrito por la funcionaria:
“Ya garramos a la hija de la chingada que
mató a la mamá, ya nada más nos falta el novio. Ya vamos para allá”.
***
Con
el mundo al revés, Pamela escuchó las frases como quien ve a través de un velo.
–¿Cómo
la mataron? ¿Qué hicieron? Fuiste tú con tu novio –Luis Carlos Jiménez
Aguilar–, y si no fuiste tú fue alguno de tus amigos, así que dime.
–No,
no –repetía Pamela.
Intervino
Li Sánchez.
–Cálmate
y, pues, diles.
Llegaron
a un edificio de aspecto moderno, con fachada de cristal junto a la vieja
cárcel de Barrientos. La condujeron a la Fiscalía de Feminicidios y la sentaron
dentro de una oficina. Un hombre la encaró.
–Ya
sabemos las cosas: tú mataste a tu mamá. Lo sabemos porque por una llamada que
hiciste a tu novio, el día 4 de abril a las 5 45 de la mañana. La llamada se
registra a dos o tres cuadras de tu casa.
Pamela
guardó silencio. El tipo salió y a los 10 minutos entró otro. Hojeó unos
papeles.
–Tenemos
la llamada registrada de tu novio de tu celular en el Metro Rosario.
–Decídanse:
a tres cuadras de mi casa o en el Metro Rosario.
Tras
el desconcierto, pareció que el agente estallaría. Se contuvo y dejó la
habitación a la que luego entró la Fiscal Liliana Rosillo con la carpeta de
investigación del homicidio de Angélica que arrojó contra la cara de Pamela.
–Deja de estarte haciendo pendeja, hija de
tu chingada madre, porque ya sé que tú fuiste la culera que mató a tu mamá y
dime cómo, cómo la mataste. Y mira, ve las fotos – Liliana Rosillo recogió
algunas imágenes forenses de Angélica las colocó frente a Pamela. –Mira, mira
cómo la dejaron, ¿crees que es justo? Yo sé que tú fuiste. Eres una culera, ve
cómo la dejaste.
Pamela
no contuvo el llanto, pero apretó los ojos.
“Ella traía uñas postizas y me agarraba la
cara y me abría los ojos con las uñas. Me jalaba los cabellos y me abofeteaba”,
recuerda Pamela.
–¡Vela,
te estoy diciendo que la veas! –exigía la Fiscal. –¿Dónde está tu novio?
–Yo
no voy a decir nada hasta que esté mi abogada.
–Esa
está igual de pendeja que tú –espetó la Fiscal, según el relato de Pamela.
–Tráiganle a la pinche abogada –ordenó.
“Pero,
ya con la abogada, Rosillo se transformó en un pan de dulce”.
–A
ver, creo que empezamos mal, ¿te puedo traer agua porque estás muy tensa y muy
nerviosa? –reinició Rosillo.
–Cuéntame cómo te llevabas con tu mamá. Yo
estoy interesada en al caso de tu mamá porque también mataron a mi mamá.
La
joven declaró nuevamente y repitió, casi palabra por palabra, lo que dijo el 4
de abril. A las dos o tres de la mañana del 26 de julio de 2011, el interrogatorio
fue retomado por dos agentes del Ministerio Público, Norma Angélica Rosas
Roldán y Rubén Ortega Cisneros.
–Te
vamos a ayudar. Una de tus tías nos dijo que probablemente estés embarazada.
Velo por tu hijo, porque los hombres son bien culeros. Si fue tu novio, dinos
–argumentó Norma Angélica Rosas Roldán.
Foto:
Eduardo Loza
Pamela
se mantiene firme y asegura que ni ella ni su novio cometieron el asesinato.
Foto: Eduardo Loza
Pero
Pamela se mantenía firme en que ni ella ni su novio habían cometido el
asesinato.
“Empezaron
a hacer la declaración. Hasta se reían y se preguntaban ‘¿qué más le agrego?,
¿aquí qué modifico?’”, relata Pamela. “La declaración que me fabricaron
básicamente decía que mi mamá nos había encontrado a mi novio y a mí teniendo
relaciones sexuales y que, al calor de las emociones, la matamos. Se reían
cuando cambiaban los detalles sexuales.
“Me mostraron un certificado médico de que
estaba embarazada y me obligaron a hablar con Luis y decirle que era un cabrón
si no se entregaba y se culpaba estando yo en esa condición. ‘El Chacal’ me
apuntó con una pistola en la espalda para que lo hiciera”.
En
adelante, la joven mujer ya no pudo hablar más a solas con su familia. Al día
siguiente de la fabricación de la declaración, la supuesta abogada se acercó
para hablar con ella, también frente a los funcionarios de la Procuraduría
mexiquense.
–Es
que sí fuiste tú, pero no te preocupes yo te voy a ayudar, te voy a sacar, nada
más que necesito saber cuánto vale tu casa y la camioneta de tu mamá.
–La
verdad ni idea.
–Es
que ahorita me están pidiendo dinero, pero tú no te preocupes. Ahorita te saco.
No te espantes ni nada, nada más espérame aquí.
Al
siguiente día, Li Sánchez acompañó a Ivonne, la hermana de Pamela, y algunos de
sus tíos a retirar dinero del banco para el soborno.
***
Pamela
tiene presente cada detalle de esos días. En ningún momento de la entrevista
que concedió para la inclusión de su caso en este libro dudó del nombre de
algún funcionario. La charla ocurre en casa de Pamela, una vivienda de interés
social en Cuautitlán Izcalli, también en el Estado de México. Es acompañada por
su abogado defensor definitivo, Eduardo García Zarazúa.
–¿Cuánto
les pidieron, quién se los pidió? –pregunto a Pamela.
–En
primera instancia pidieron 750 mil pesos. Ese dinero los pidieron Araceli Toro
Reyna, agente del Ministerio Público, y la Fiscal Rosillo –responde la
muchacha. –El trato fue entre el Ministerio Público y la abogada, y la abogada
fue la encargada de pedirles el dinero a mis tíos.
–¿A
quién la pidieron el dinero?
–A
mi hermana y a mi tío Armando.
–¿Y
fueron por el dinero al banco?
–Sí,
al siguiente día. De hecho, la abogada lo quería en ese mismo momento, en la
madrugada. Eso ya lo sé porque lo he platicado con todos mis tíos. Fueron por
el dinero a un banco en Mundo E, pero no tuvieron todo el dinero. Entonces
recorrieron varios bancos buscando que les cambiaran un cheque por 400 mil
pesos.
–¿Cuánto
logran conseguir ese día?
–200
mil.
–¿Qué
pasó después?
–No me sacaron. Vi a mi hermana, porque le
pidieron que me convenciera de decirles dónde estaba mi novio. Yo siempre le
dije que estaba en su casa. Mi hermana se puso pesada y me gritó que le dijera
donde estaba Luis. Llegó la Fiscal Rosillo y le dijo que ella no tenía por qué
gritar ni nada y decidió que me bajarían a las galeras. Era algo armado para
que a mí me diera más miedo. No me pasaban comidas si ellos no autorizaban que
me pasaran comida. Para ir al baño tenía que ir custodiada por dos personas, un
hombre y una mujer, ni podía cerrar la puertita del baño. Al día siguiente me
hicieron firmar un documento enviado por la abogada ‘coyota’ a través de una
amiga suya que sí contaba con cédula profesional –de donde se desprende que Li
Sánchez carecía de título, lo que debía ser del conocimiento de la autoridad y
que impidió a Pamela su oportuna y debida defensa. –Dijo que con esa firma yo
quedaría libre y yo firmé sin saber que era la declaración en que me inculpaba,
porque no me permitieron leer el papel de cuatro hojas utilizado para acusarme.
–¿Cuánto
tiempo estuviste detenida en el Ministerio Público?
–Cinco
días, hasta el viernes en la noche. El jueves en la tarde una de mis tías me
dijo que habíamos cambiado de abogado. Desde entonces me defendió Eduardo
García Zarazúa. Todos los agentes del Ministerio Público empezaron a decir que
me había equivocado por el cambio. “A ver si no te traen a cualquier pendejo”,
me advertían. Yo tenía mucho miedo y sentía mucha desesperación. Pero fue hasta
ese momento en que alguien me dijo que no dijera ni firmara absolutamente nada.
Hasta
ese momento las marcas de los golpes y rasguños infringidos por Rosillo eran
visibles en el rostro de Pamela.
Su
abogado promovía un amparo y, cuando la situación parecía enderezarse, en la
madrugada del viernes, la muchacha salió al baño y encontró que en el interior
de la Procuraduría ya estaba detenido su novio, Luis Carlos Jiménez Aguilar. Lo
encontró sentado en un sillón, esposado de pies y manos.
Pamela
inició el llanto más largo de su vida cuando la llevaron a empellones a recibir
la notificación de que el amparo tardaría un día más en estar listo, y que,
finalmente, un juez había ordenado al Ministerio Público que la aprehendieran.
***
Horas
después, un policía cerró un grillete alrededor de un tobillo de Pamela y el
otro alrededor del tobillo de Luis. Así bajaron a la calle, donde los esperaba
la camioneta blanca que los introdujo a la cárcel, a pocos metros de distancia.
–¿A
poco si te chingaste a tu suegra? –preguntó un oficial a Luis con sorna.
–Era
tu mamá, ¡qué poca madre tienes! –dijo otro a Pamela con humor negro.
Los
muchachos temblaban antes de iniciar el recorrido. Atravesaron una enorme
puerta metálica pintada de verde que los llevó a la aduana de la penitenciaría.
Los bajaron del vehículo y los introdujeron a un cuartito con rejas verdes
lleno de tomates podridos, tortillas enlamadas, agua en el suelo y un baño con
varios días de uso sin aseo.
Los
custodios ordenaron a Pamela y Luis que cambiaran su ropa. Los condujeron por
un pasillo largo y angosto hasta un cuarto donde les tomaron sus datos, los
pesaron y midieron, fotografiaron y tomaron huellas de todos los dedos de ambas
manos.
A
partir de ese momento siguieron separados.
Pamela
subió por unas escaleras con los peldaños despostillados, las paredes manchadas
de humedad y el piso de cemento alisado. La pasaron por una puerta pequeña de
barrotes gruesos, también verdes.
Era
de madrugada y la cárcel casi estaba en silencio, excepto por grupos de hombres
vestidos de azul marino que, al verla, chiflaron y le dirigieron cualquier
cantidad de insultos sexuales. La muchacha sentía su corazón como tambor
fúnebre.
Una
guardia le apretó el brazo y, sin mirarla, habló.
–Ya sé por qué vienes: vienes por matar a
tu mamá, pero no digas nada porque allá arriba te van a matar a golpes.
Entraron
a una pequeña habitación anunciado como el servicio médico de la cárcel. Pamela distinguió una camilla vieja con
sábanas revueltas y sucias. Una doctora sin bata abandonó la torta que comía y
la auscultó sobre la mesa de exploración.
–Ya
es hora –avisó la custodia.
Siguieron
unas escaleras por las que Pamela debió caminar junto a las rejas, a su lado
derecho. La guardia la llevaba tomada de la mano hasta que encontraron una
puerta grande y metálica verde con dos pequeñas ventanas. La vigilante tocó la
puerta y otra se asomó por una de las rendijas.
–¿De
dónde eres –interrogó a Pamela la segunda policía con tono marcial? –¿Qué
hiciste? ¿Es justo o injusto lo que te está pasando? –indagó no por sus
atribuciones formales, sino con la otra parte de su autoridad, la propia de la
ley no escrita de las prisiones.
Pamela
sólo lloraba y hacía por contener los mocos sorbiéndolos con fuerza por la
nariz. La mujer policía sacudió la cabeza con reprobación y risa fingida para
dejar claro lo muy difícil que le sería la vida en adelante.
La
cárcel de mujeres quedó a la vista de la muchacha, una sala del tamaño de una
calle corta llamada “La Aldea” con unas 250 convictas.
La
introdujeron a una barraca con literas de tres camas. A su lado derecho
encontró una señora medio desnuda jugando baraja con otras mujeres más jóvenes.
Fumaban y veían televisión a la vez.
–¿Por
qué viene? –averiguó la de mayor edad con la guardia, pero ésta no respondió.
Continuaron
al final del pasillo hecho por las camas y entraron a un baño de dos metros de
ancho por tres de lado. En una de las paredes, cerca del techo, Pamela
descubrió cuatro agujeros que funcionaban como regaderas. Abajo, tres excusados
y unos botes para pintura con agua calentándose con unos alambres enchufados a
la toma eléctrica.
–¡Báñate!
–le ordenaron y las mismas presas le quitaron la ropa a jalones.
Antes
de tocar el agua le arrojaron algunas prendas alguna vez color azul marino. Las
mismas internas la llevaron al inicio de la bodega y la pusieron frente a la
vieja que jugaba naipes.
–¿Por
qué vienes? –indagó la vieja, sólo tapada con un calzón.
Pamela
no cesaba el llanto.
–Te
ves muy chica. Te van a bañar –resolvió la líder de las reas o “mamá”, como se
le llama en el argot carcelario tanto en los reclusorios varoniles como
femeniles.
–Bueno
–tembló la muchacha.
Una
de las reas se acercó y le entregó un pequeño jabón Rosa Venus.
–Toma,
yo tengo mi agua calentando porque me iba a bañar, pero báñate tú. No te
preocupes, no te va a pasar nada –la consoló.
La
carcelera la guio un nivel más hacia arriba, un espacio con celdas más pequeñas
y unas 70 mujeres vestidas de beige.
–¿Por
qué vienes?
–Me
robé unos cosméticos en el Palacio de Hierro –mintió Pamela.
–¿Cómo
a Palacio de Hierro? Estás bien pendeja. Métete a robar a la Comercial Mexicana
–recomendó una de las internas.
–Te
vas a ir bien rápido, una semana por mucho te echas aquí –la confortó otra. –Ya
cálmate, no llores.
Pero
no dejaba de hacerlo. Las reclusas mayores la tomaron por los brazos, la
desnudaron nuevamente y la sumergieron en un tambo lleno de agua helada. Le
tallaron el cuerpo con escobas y luego la llevaron a su celda. Desde el módulo
varonil, Luis logró pasar algún dinero al área de mujeres para que Pamela
durmiera sola en una cama, un armazón de varillas y esponja.
A
partir del día siguiente conoció la rutina del penal de Barrientos:
Los
pases de lista, todos obligatorios, son a las 5.30 y 8.30 de la mañana y 12.30,
5.30 y 7.30 de la tarde. El derecho de formarse se compra, en cada ocasión, en
10 pesos. Faltar a uno de los llamados se cobra con 35 pesos. Ahí todo mundo
sabe que ese dinero y parte de cada una de las cosas que ahí se cobra, y ahí
todo se cobra, va a los bolsillas de los guardias de seguridad que, a su vez,
entregan una parte a sus jefes.
Las
cárceles mexicanas son un increíble negocio: en Barrientos se exigen 25 pesos a
la semana por usar el baño, de cuyo aseo se encargaban las otras presas. Cinco
pesos diarios por calentar el agua en los botes. Diez pesos por utilizar los
lavaderos de ropa, pero como los tendederos son territorio que sólo se
conquista con guerra, lo mejor es pagar a alguna compañera para que ella se
encargue de la ropa sucia. Se puede comer la comida frecuentemente podrida del
lugar o pagar por consumir alimentos en mejor estado.
Muchos
de los pagos se hacen los domingos de visita, luego de que las familias dejan
dinero a sus internos para que sobrevivan una semana más.
Pamela,
en su calidad de nueva, debía hacer cualquier cosa hasta que las otras hubiesen
terminado.
“El
rancho”, como ahí se llama a la comida, se servía en los envases desechables de
la crema o yogurt.
La
peor de sus comidas fueron unas verdolagas en chile verde a medio podrir. Era
eso o la inanición. Desde su llegada, Pamela intentó mantener un ayuno que
rompió casi al mes de su encierro. Mide 1.56 y pesaba, al inicio de la
reclusión, poco más de 50 kilos. En algún momento de la cárcel pesó 38 kilos.
Pamela
compartía celda con 13 internas en espera de sentencia, entre ellas Érika,
acusada de asesinar y destazar a su cuñada, pero ahí dentro nadie creía en su
culpabilidad. Otra, Elizabeth, purgaba condena por trata de mujeres con fines
sexuales y vivía con ahí con su hija de brazos. Otra presumía que había llegado
por un fraude y que, con otra estafa, dejaría la cárcel.
Conoció
a una mujer que agradecía a Dios por estar presa por el robo de unos tenis y no
por los 13 asesinatos que, juraba y describía, había cometido. Otras detallaban
la amputación de los dedos de sus secuestrados.
Todo
el tiempo estaba encendida la televisión en los canales que transmiten las
telenovelas.
“Había
una que era un hitazo: ‘Una familia de con suerte’.
La
realidad se pone medio irónica a veces. En la tele también vimos lo del
‘Coqueto’ –un feminicida serial– que hasta fans tenía allá adentro. ‘Te amo,
Coqueto’, decían, y le mandaban cartas. Le escribían: ‘Yo también quiero que
vengas y me violes’. Puras jaladas”.
Y
había dos más, ambas secuestradoras, dos golpeadoras encargadas de cobrar.
Ellas
eran las nuevas “mamás” de Pamela.
***
Quien
sufría el decomiso de un cigarro de marihuana debía pagar entre 150 pesos y 350
pesos a las custodias. Una falta grave era castigada con encierro en el apando,
un cuartito que en la cárcel de mujeres de Barrientos tiene apenas seis metros
cuadrados. Todo lo que hay es una colchoneta y un pequeño excusado. No hay luz
y, como al lado de la habitación están las parrillas para cocinar, es un sitio
en verdad caliente.
El
soborno por evitar la celda de castigo es de 500 pesos, una pequeña fortuna
para la mayoría de los internos.
Pero
una falta grave ahí es un acto distinto a lo que se podría entender fuera.
Porque ninguna mujer fue al apando por participar en la violación tumultuaria a
la que sometieron a Pamela cuando conocieron el verdadero motivo de su
encarcelamiento.
–¿Qué
pasaba con Luis? –pregunto a Pamela.
–Lo
veía una vez a la semana, porque el abogado nos iba ver. Jamás dejó de ir, ni
un solo lunes dejó de ir. Y era cuando yo lo veía. Frente a mí, él nunca lloró.
Yo era la que siempre chillaba, chillaba y chillaba –lo dice llorando.
–Él
siempre me decía: cálmate, todo va a estar bien. Y yo sólo le decía que ya me
quería ir de ahí. Nada más una vez que sí me dijo: “Sí tengo miedo de que nos
vayamos a quedar aquí”.
Hasta
que, siete meses después de atravesar el portón verde metálico de la aduana,
llegó la sentencia.
El
7 de marzo de 2012, el entonces candidato presidencial Enrique Peña Nieto se
reunió en Culiacán con empresarios sinaloenses, se dejó acompañar de
integrantes de la banda “El Recodo” y grabó spots de campaña en la zona de playa
conocida como Olas Altas.
Ese
mismo día Pamela caminó al área de juzgados de Barrientos para escuchar su
sentencia luego de siete meses y siete días después de que el Ministerio
Público la acusara formalmente del feminicidio de su madre.
Luego
de siete meses y siete días en el infierno, Pamela y Luis podrían enfrentar una
condena para seguir en ese lugar siete décadas más.
El
juez ordenó el inicio de la audiencia a la una y media del día. Pamela y Luis
se acomodaron detrás de una mampara de acrílico.
El
juez Felipe Landeros Herrera, un hombre alto, blanco, de ojos café oscuros y
lentes se sentó en medio del tribunal con rostro grave. No sólo parecía
solemne. Se le veía molesto.
Leyó
hojas y hojas de irregularidades cometidas por la Procuraduría de Justicia del
Estado de México mientras pasaba su pluma por el documento impreso.
La
llamada con pretendían probar la complicidad de Pamela y Luis había sido hecha
por Ivonne, horas después, para pedir al muchacho que interviniera para calmar
a Pamela.
Uno
de los peritajes practicados, llamado mecánica de hecho, fue realizado por un
solo perito en el mes de octubre, medio año después del feminicidio. Peor: el
supuesto especialista de la Procuraduría nunca estuvo en la casa en que ocurrió
el crimen.
Los
policías que la trasladaron de la casa a la Fiscalía Especializada en
Feminicidios, la ocasión en que la detuvieron, declararon que ella había
confesado en un momento de remordimiento y plasmaron exactamente las mismas
palabras, una tras otra y coma tras coma, en el documento acusatorio. Es decir,
simplemente copiaron y pegaron un relato.
En
pocas palabras, no existía un solo elemento de prueba que los inculpara. Ni
siquiera estaba embarazada. Eso también fue una simulación.
Landeros
Herrera se dirigió a los representantes del Ministerio Público. Pamela recuerda
las palabras:
“Lo que ustedes están haciendo es un
atentado contra la humanidad, es un atentado contra la inteligencia”.
El
abogado García Zarazúa opina sobre las actuaciones de los agentes del
Ministerio Público en el Estado de México:
“No saben ni siquiera leer y no lo digo con
un propósito despectivo. Pueden reconocer las letras, no comprenden ni pueden
interpretar lo que la ley dice. Recientemente absolvieron a otra persona imputada,
también por el delito de feminicidio, y cometieron los mismos errores y
arbitrariedades que en el caso de Pamela.
“El
ministerio actúa con la seguridad que le da su ignorancia y únicamente con base
en el Código de Procedimientos Penales. Pareciera que ignoran la existencia de
la Constitución y francamente no saben que existen tratados internacionales.
Desconocen los protocolos de investigación, no saben de la existencia de leyes
orgánicas. No aplican manuales para la investigación criminalística en materia
de homicidios y feminicidios. Y se los he dicho de frente, que son ignorantes,
porque tengo razón”.
Cuando
el abogado ofreció la entrevista para este libro estaba en vísperas de obtener
su doctorado en derecho penal con una tesis en que analizó la prueba ilícita
parcial.
“Su obligación sería continuar la
investigación abrirla nuevamente. Estamos ante una múltiple victimización
cometida por el Estado en contra de una familia. El asesinato de Angélica
continúa impune”.
El
7 de marzo de 2012, Pamela y Luis debieron firmar algunos documentos. Ella se
echó a llorar suplicando que no la hicieran entrar de nuevo a “La Aldea”,
porque las liberadas, antes de dejar su celda, eran golpeadas por las demás. Él
pagó 200 pesos al carcelero que los llevaba para que su novia se quedara en el
área de locutorios.
La
salida estaba programada a la media noche y alguna otra cantidad entregaron
para salir cuanto antes, pero, aunque los funcionarios recibieron los billetes,
una serie de movimientos impidieron el pronto egreso y Pamela debió regresar.
“A quien primero vi fue a mi hermana
Ivonne. Me encontré afuera con Luis. El aire afuera huele diferente. Ahora
estamos esperando un bebé”.
–¿Estuviste
en el mismo edificio de donde brincó “El Coqueto”, el feminicida serial, en su
supuesta huida? –pregunto a Pamela.
–Sí. Pero yo digo: ¿cómo brincó si no se
puede? No se puede, de verdad no se puede. Hay tres que abren este pedazo
–separa las manos cinco centímetros. Yo estuve cinco días ahí y lo puedo
dibujar. La caída es de unos 15 metros, mínimo, porque son tres pisos de muy
buena altura. Dijeron que se había descolgado con el cable de una computadora,
cuando sólo había dos computadoras de escritorio y las demás eran portátiles:
¿cuál cable?
“A
mí me tocó estar con un muchacho que asesinó a su novia en un hotel y siempre
lo tuvieron esposado. No le quitaban el ojo pero para nada, siempre te están
cuidando. Está bien tonto que “El Coqueto” se haya escapado como dicen que se
escapó.
–¿Convencieron
a tus familiares en algún momento de tu culpabilidad?
–¿Convencido
en el sentido de que ellos también lo hayan creído? Sí. Hasta ahora ninguno de
los dos hermanos de mi mamá me habla por eso.
–¿Retomaste
tus estudios?
–Sí,
regresé a la escuela, nada más diseño gráfico, porque a la UNAM tendría que
esperarme un poco más.
–¿Te
ofrecieron disculpas?
–No,
al contrario: sólo se rieron.
(SIN
EMBARGO.MX/ Humberto Padgett / junio 17, 2015 - 00:00h)
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