Acentos/ José Luis Reyna
La mañana del 3 de diciembre pasado, Peña Nieto no tenía idea de que ese día
empezaría a lidiar con una pesadilla.
Es probable que ese día, desde que aspira
a la primera magistratura de este país y “encabeza” las preferencias
electorales, pudo haber pensado que sería uno más de aplausos, abrazos, sonrisas
y sentirse arropado por esa sensación inigualable que obsequia ser el puntero,
por ahora, de la competencia electoral que se avecina.
Es probable que ese día
haya tenido un desayuno con mengano, una reunión con senadores y diputados, una
comida con sus colaboradores y, después de todo esto, se encaminó ufano a la
Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara. Llevaba bajo el brazo su
libro México, la gran esperanza.
Ese importante foro estuvo engalanado por la presencia de dos premios Nobel
de literatura, por distinguidos escritores de diversas partes del mundo y
enmarcado por la presencia de diversas casas editoriales, nacionales e
internacionales, de inmenso prestigio.
Un público, además, ávido de conocer,
comprar libros y leer. En este escenario, Peña Nieto se dispuso a presentar su
libro, bajo un formato preconcebido y haciendo las tantas gesticulaciones
previamente ensayadas por tanto tiempo.
Todo rodaba sobre ruedas hasta que
alguien hizo una pregunta que, hoy en día, todos nos hacemos; se puso de moda:
¿cuáles son los libros que más han influido en la vida de uno? En menos de cinco
minutos su imagen y gesto triunfadores iniciaron un proceso de brutal
desvanecimiento.
La vida toda del candidato del PRI, en ese momento, sufrió una inflexión.
La
explicación: lo sacaron del libreto que llevaba y la pregunta lo condujo a
terrenos resbaladizos e inhóspitos que no pudo enfrentar ni resolver por la vía
de la improvisación.
La dirigencia nacional de ese partido no ha hecho todavía
el control de daños del resbalón de su candidato.
Y, pese a que han pasado tres
semanas del “resbaloncito”, la inhabilidad e ignorancia supina del candidato
(Fuentes dixit) sigue siendo tema de conversación en las redes
sociales, objeto de sátiras en las mismas y tema de infinidad de artículos.
De la mucha tinta derramada en torno del “caso Peña”, llama la atención un
artículo que no tiene desperdicio. Fue escrito por Heriberto Yépez (Suplemento
Laberinto. MILENIO Diario, 17/XII/11, p.12) bajo el título “Lo que Peña
Nieto quiso decir (y nadie se dio cuenta)”.
Es un análisis psicoanalítico en el
que el inconsciente del candidato priista se dejó ver. De acuerdo con Heriberto
Yépez (HY), Peña confundió a Carlos Fuentes (CF), autor de La silla del
águila, con Enrique Krauze, para lo que encuentra una explicación: en su
novela, CF hace algunas modificaciones de tiempos y personajes. Así, el año de
1994 es trasladado a 2020.
Ahí se narra cómo Carlos Salinas mandó matar a
Colosio. Hay, por supuesto, cambio de nombres, matices distintos, pero el meollo
del hecho está narrado ahí.
De acuerdo con HY, se trató de un lapsus freudiano en que “al
improvisar asociaciones se filtraron contenidos de su inconsciente y pensamiento
privado”.
A continuación, de acuerdo con su análisis, señala que Peña no pudo
recordar el título de uno de los libros de Krauze, La presidencia
imperial, ni tampoco lo que HY llama la “antítesis” de ese libro: Las
grandes mentiras de Krauze, de Manuel López Gallo.
Ya en su propia debacle,
Peña caía a un precipicio sin fin pronunciando frases como las siguientes: “El
nombre del título de ese libro” y “las mentiras sobre el libro de este libro”.
De acuerdo con el artículo de HY, lo dicho por Peña no son “mera estupidez, sino
señales de que ocurrían desplazamientos inconscientes de su discurso”.
Dando un salto en “el argumento”, Peña mencionó otro libro: La inoportuna
muerte del presidente, cuyo autor no pudo ser recordado por el candidato
tricolor: Arturo Acle Tomasini.
Un libro cuya temática es la muerte de un
presidente y, como dice HY, la “maquiavélica sucesión” que se desata por el
deceso. HY concluye que casi todos los libros que Peña menciono en la FIL de
Guadalajara tienen una relación, “velada o no, con la muerte de presidentes o
candidatos, escaladas de poder o intrigas siniestras”.
Ya que HY nos ha instado a sacar conclusiones propias, podrían añadirse otras
que complementan su texto: en efecto, Peña es un hombre que está pensando, si se
permite esta licencia semántica, casi exclusivamente en el poder.
Sin embargo,
el centro de su atención son las aristas más fatales y adversas de su ejercicio:
hay una asociación muy estrecha entre el poder y la perversidad.
En otras
palabras, Peña sí dijo y mucho, y pese a las pifias cometidas en su
presentación.
De hecho hubo una conferencia tras bambalinas que supo disfrazar
muy bien y cuyo título pudo haber sido “la perversión del poder: usos y
costumbres mexicanas”.
Ese 3 de diciembre no será fácil de olvidar. Bastaron unos cuantos minutos
para retratarlo de cuerpo entero y, lo peor, el propio Peña fue el autor de su
autoretrato.
A ese resbalón han seguido otros que conforman el perfil del
candidato: ignorar el monto del salario mínimo, desconocer el precio de un kilo
de tortillas, pues él, misóginamente hablando, no es la “señora de la casa”.
Muchos han dicho que no es exigible que un político profesional sea un
erudito en una o varias materias, en esta o en aquella disciplina.
Pero sí es
exigible que un político, que aspira a gobernar un país de casi 115 millones de
habitantes, con la infinidad de complejos problemas y con las deficiencias que
lo rodean, tiene que tener un poco de sentido común para ver un poco más allá de
lo que tiene enfrente: tener una visión y que ésta sea, cuando menos, de
Estado.
Será interesante analizar si los resbalones de Peña se reflejarán en las
encuestas que, a partir de ahora, se hagan: si los resbalones le han quitado
puntos a su liderato en las preferencias electorales.
Mientras tanto, los
estrategas de su campaña tendrán que trabajar lo doble y sudar lo triple en aras
de que el candidato del PRI no vaya a dar otro resbalón que lo lleve, de plano,
al desbarrancadero.