Venezolanos hacen fila para recibir
comida gratuita en una cocina en Los Teques, al sur de Caracas. La convulsión
del país ha causado que muchos residentes con mucho tiempo en Venezuela migren
al extranjero. Credit Meridith Kohut para The New York Times
CARACAS – María Abad Cruz, de
90 años, está a punto de migrar por cuarta vez en su vida. Puede que esta sea
la más difícil.
En unos meses, si todo sale
según el plan de sus hijos, se habrá mudado a España, país en el que nació,
para dejar atrás Venezuela, el país en el que ha vivido la mayor parte de su
vida y que ama como a ningún otro, incluso cuando ese amor no ha sido muy
correspondido en los últimos años.
En Venezuela conoció a su
esposo, crió a sus tres hijos y sufrió un pesar tan profundo que huyó
temporalmente a España, aunque regresó después porque en ningún otro lugar se
ha sentido como en casa tanto como lo ha hecho en tierra venezolana.
Sin embargo, ante la
profundización de las crisis económicas y políticas, la vida se ha vuelto
demasiado difícil para Abad Cruz y ahora, aunque aún se resiste, comienza a
caer en cuenta de que lo mejor es irse.
“Venezuela, para mí, es lo
más grande que hay”, dijo Abad Cruz. “Pero en este momento es imposible”.
Durante las últimas dos
décadas cientos de miles de venezolanos —algunos estiman que la cifra alcanza
los dos millones— han emigrado; la tendencia se ha acelerado en los últimos
años durante la gestión de Nicolás Maduro, quien ha sido calificado por varios
como autocrático.
Un anciano toma una siesta bajo un
grafiti en Caracas de los ojos penetrantes del presidente Hugo Chávez; el líder
fue amado y odiado por igual. Credit Meridith Kohut para The New York Times
La mayoría de los emigrados
son jóvenes venezolanos en la cima de su vida laboral. Sin embargo, también hay
un número de venezolanos de edad avanzada que han salido por prácticamente las
mismas razones, como la escasez de alimentos y medicinas y las tasas en aumento
de pobreza y crimen.
Muchos han terminado por
seguir los pasos de sus hijos, nietos, sobrinos y bisnietos, que les han urgido
a dejar el país.
Sin embargo, la decisión de
irse representa ansiedades e incertidumbres únicas para las personas de mayor
edad: no saben si tendrán acceso a servicios médicos en los países de destino y
dudan sobre la pérdida de redes de amistades y de comodidades acumuladas
durante su vida, así como si tendrán que empezar de nuevo en un lugar justo
cuando esperaban ya estar disfrutando de la jubilación.
Ligia Reyes Castro, de 71
años, y su esposo, Mario Reyes Trujillo, de 76 años, comenzaron a pensar en
mudarse hace dos años.
Reyes Trujillo, quien ha
pasado su vida a cargo de pequeños negocios, sufre de glaucoma. Con la
creciente escasez de medicina, se ha convertido en un sufrimiento casi diario
para él visitar hasta siete farmacias en una búsqueda usualmente inútil de las
gotas que necesita para los ojos.
A Reyes Castro, una empleada
jubilada del Ministerio de Educación de Venezuela, su doctor le dijo que la
lesión cancerosa que tiene en la frente era probablemente el resultado de todas
las horas que había tenido que estar formada en las filas bajo el sol esperando
para comprar comida o retirar dinero del banco.
A medida que la inflación se
ha disparado, el valor de la pensión de la pareja ha disminuido. El último
frasco de tres mililitros de gotas que Reyes Trujillo compró le costó más de la
mitad de su pensión mensual.
La hora del almuerzo en la cocina en Los
Teques, donde las personas comienzan a formarse a las seis de la mañana para
recibir su ración de comida. Credit Meridith Kohut para The New York Times
“Queremos vivir en
tranquilidad”, dijo Reyes Castro en su casa de cuatro habitaciones en las
colinas de Los Teques, un área suburbana al sur de la capital donde han vivido
desde que se casaron hace cincuenta años. “Es una angustia demasiado fuerte
para nosotros”.
Con el estímulo de un hijo
que recientemente migró a Chile y de una sobrina que vive en Ecuador, ellos
planean salir de Venezuela a principios del próximo año con destino a Quito.
Tienen suficientes ahorros como para pagar por su vuelo y planean vender una de
las dos casas de su propiedad para abrir un pequeño negocio en el lugar donde
se establezcan. Reyes Castro tiene la idea de abrir un restaurante o un negocio
de fotocopiado.
Aún no saben cuándo o qué tan
rápido podrán obtener el permiso para trabajar legalmente. Pero el reto más
grande, afirman, es dejar atrás una familia muy unida. Muchos de sus familiares
viven a una distancia lo suficientemente cercana para ir caminando o a unos
minutos en auto, incluida la madre de 100 años de Reyes Castro.
“Toda nuestra vida está aquí,
tenemos nuestras raíces, nuestra casa, hemos vivido bien aquí, tenemos a
nuestra familia”, dijo Reyes Castro, e hizo una pausa, “pero un mal gobierno”.
Los venezolanos de mayor edad
que han migrado recientemente afirman que, posiblemente, las dificultades de
abandonar el país son casi tan arduas como el reto de comenzar de nuevo en el
ocaso de la vida.
“Es muy duro, muy fuerte….” ,
dijo Fernando Galíndez, de 75 años, quien abandonó Venezuela con su esposa y su
hijo hace varios años y se estableció en el sur de Florida.
En Venezuela, Galíndez estaba
a cargo de una exitosa compañía de diseño de exteriores; su esposa era
directora de Mercadotecnia en la filial venezolana de una multinacional. Pero
la inseguridad se volvió tan intensa que decidieron irse. Su familia vendió todo
lo que pudo y se mudaron a Doral, en Florida.
Más de cien personas esperan en la fila
desde antes del amanecer con la esperanza de comprar alimentos con precios
controlados en La Trinidad, Venezuela. Credit Meridith Kohut para The New York
Times
Durante el tiempo que
necesitaron para obtener sus permisos de trabajo, se acabaron sus ahorros. Sin
embargo, Galíndez finalmente encontró trabajo como profesor adjunto de Ciencias
en la Universidad de Miami Dade y su esposa fue contratada como administradora
en una compañía.
Para quienes piensen en
migrar, Galíndez tiene un consejo: “Tienes que entender que ser un migrante
significa empezar de cero”.
La urgencia actual de los
venezolanos por cruzar las fronteras es un cambio de patrón en una tendencia
migratoria de varias generaciones. Durante décadas, Venezuela fue un destino
para migrantes económicos y refugiados políticos que buscaban la seguridad y
una nueva vida en un país que alguna vez fue uno de los más ricos de América
Latina. Ahora, muchos venezolanos de avanzada edad, al decidir adónde escapar,
se reconectan con esas raíces extranjeras, algunas prácticamente olvidadas.
María Mata, una trabajadora
social jubilada de 67 años, planea migrar a Alemania, el lugar de nacimiento de
sus abuelos.
Dos de tres de sus hijos ya
se han mudado al extranjero: uno a Irlanda y el otro a España. Ahora, Mata y su
tercer hijo, Eduardo Delgado, de 39 años, planean mudarse juntos a Múnich.
Ambos han obtenido la ciudadanía alemana con base en el linaje de su familia.
“Ahora me siento como una
extranjera en Venezuela, no es la Venezuela que yo conozco”, dijo Mata durante
una entrevista en una panadería en Caracas, cerca de su casa. “Es difícil
quedarse en un país cuando la identidad se ha perdido. Es muy muy triste”.
Mata dijo que ella espera
encontrar empleo en Alemania, cualquier trabajo que genere un ingreso y le
permita ahorrar un poco. Ella ha escuchado que hay trabajo como cuidadora de
ancianos y enfermos.
No es lo que tenía en mente
cuando era joven y miraba hacia un futuro como jubilada en Venezuela.
“Trabajas con miras a tus
años dorados, ahorras”, dijo ella. “Y entonces todo se va en tratar de
sobrevivir”.
No tenía alternativa, dijo:
“Quedarse es morirse”.
Mariana Marrugo, de 73 años, al centro,
llegó a las cuatro de la mañana con la esperanza de comprar alimentos. Después
de varias horas, un representante del supermercado les dijo que no habían
recibido el cargamento y que lo intentaran al día siguiente. Credit Meridith
Kohut for The New York Times
En octubre, Carmen María
González de Álvarez, de 58 años, hizo en sentido contrario el viaje de sus
padres desde Europa. Ellos habían nacido en Las Palmas, en las islas Canarias
de España y en 1953 migraron a Venezuela, donde nació González de Álvarez.
En la vuelta al lugar de
origen de su familia, ella viajó acompañada de su esposo, Nelson, de 64 años, y
de su hijo, Nelson Luis, de 30.
La familia se vio obligada a
dejar todo lo que habían construido en Venezuela porque cuidar a Nelson Luis,
quien sufre de epilepsia convulsiva, se había convertido en algo demasiado
difícil en el colapsado sistema de salud de Venezuela. Sus ahorros se fueron en
las costosas medicinas de su hijo.
Para empeorar las cosas, el
trabajo de Nelson Álvarez como agente inmobiliario se había extinguido: pasó un
año sin vender una propiedad. “Nos estábamos desangrando”, dijo. “Si
esperábamos seis meses, nos íbamos a quedar sin nada”.
González de Álvarez y su hijo
llegaron con la ciudadanía española, que ofrecía ventajas clave como el acceso
a servicios sociales. Aun así, ha sido una dura transición para la familia.
“Una decisión extremadamente
dolorosa y difícil para cualquier ser humano”, dijo Álvarez. “Imagínese para
mí, que tengo 64 años. ¿Quién me dará trabajo?”.
Carlos Adán Ribas, de 71 años, vende
ropa usada y otros objetos que encontró en la basura en Caracas. Credit
Meridith Kohut para The New York Times
La familia también tuvo que
separarse de la protección de una familia unida y de su comunidad en el
municipio de El Hatillo, donde Álvarez era un líder ciudadano.
“Imagínese: tan pronto como
salía de la casa, la gente me saludaba en la calle”, dijo. “Aquí no conozco a
nadie”.
Abad Cruz, que tiene 90 años,
dice que lo que va a extrañar de Venezuela son cosas que ya no existen; ella
tiene experiencia en la pérdida.
“No hay alimentos, no hay
medicina, no hay nada”, dijo en una entrevista en su apartamento, sentada en
una silla de ruedas.
Nacida en España, Abad Cruz
migró a Venezuela en 1952 cuando tenía 25 años, se enamoró del país y de un
ingeniero civil que pronto se convirtió en su esposo y con quien tuvo tres
hijos. Después de la muerte de su marido en 1963, regresó a España con sus
hijos y vivió allá durante dos décadas, aunque extrañaba Venezuela.
“Siempre he sido venezolana”,
dijo.
Regresó en 1985 y desde ese
entonces ha vivido en Caracas.
Maria Abad Cruz, de 90 años, afuera de
su casa en Caracas. Ella planea mudarse a España, el país donde nació, aunque
se resiste a dejar atrás la Venezuela que ama. Credit Meridith Kohut for The
New York Times
Abad Cruz se limpió las
lágrimas de las esquinas de sus ojos mientras recordaba cómo era Venezuela en
la época en que las personas se vestían elegantemente antes de visitar la plaza
Bolívar, la simbólica plaza en el centro de Caracas, un área hoy asediada por
el crimen.
“Hoy ahí matan”, dijo. “Todo
ha cambiado”.
Su última visita al lugar no
fue agradable: encontró un sitio muy diferente al que ella recordaba y no le
gustó. “Le dije a mi hija: ‘Sácame de aquí’”, recordó la mujer.
Aun así, aunque calificó el
actual estado del país como “lamentable”, todavía no se ha hecho por completo a
la idea de dejar Venezuela. Sus hijos la han presionado pero ella aún tiene
dudas.
“No sé si vamos a ir a España
pero estamos pensando hacerlo porque no podemos vivir aquí”, dijo. Abad Cruz
toma veintiún medicamentos y cuenta con una enfermera de tiempo completo: todo
es pagado por sus hijos, uno de los cuales vive en el extranjero. Pero su
situación es insostenible, explicaron los familiares, lo que convierte a España
y su sistema de salud en una mejor alternativa.
Abad Cruz dice que entiende
lo sabia de esa decisión. Aun así, pensar en otra migración le resulta
doloroso. Pero también sufre cuando piensa que tendrá que seguir viviendo la
espiral descendente de la situación en Venezuela.
Al preguntarle si dejaría
Venezuela con la esperanza de que algún día podría regresar, pensó la pregunta
con mayor detenimiento. “No lo creo”, dijo. “Pero la mantendré en mi corazón
por el resto de mi vida”.
(THE NEW YORK TIME EN ESPAÑOL/ KIRK SEMPLE 11 DE
DICIEMBRE DE 2017)
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