París.- Se llama Amélie Néry,
pero firma sus reportajes con el seudónimo por demás exótico de Marylie
Markovich.
La Revolución Rusa vista por
una francesa, publicada en enero de 1918, es su obra maestra.
El libro, elogiado por la
crítica de la época, es la compilación de extensas crónicas de la reportera que
la publicación mensual La Revue des Deux Mondes, biblia de los intelectuales
conservadores franceses, publica en cinco entregas entre mayo y septiembre de
1917 con el título de “Escenas de la Revolución Rusa”.
La nueva versión de estos
textos que Markovich redacta en París después de su regreso de Rusia, es aún
más interesante que la de los reportajes de La Revue des Deux Mondes porque
incluye detalles inéditos y párrafos que fueron censurados tanto por las
autoridades rusas y francesas como por la propia autora y su jefe de redacción.
En esos tiempos de guerra la prensa estaba bajo estricto control político y
militar. En cambio, los libros periodísticos gozaban de mayor libertad.
Es en realidad sobre la
Revolución de Febrero de 1917 y los eventos y enfrentamientos que desembocaron
en la de Octubre, que Markovich cuenta de manera muy viva y a veces casi
cinematográfica, alternando escenas callejeras, momentos de tensión bajo
tiroteos, experiencias personales, testimonios de protagonistas anónimos,
entrevistas con ministros, análisis políticos, reflexiones sobre la psicología
rusa…
No se sabe por qué la
periodista dejó Rusia a finales de agosto de 1917, dos meses antes de que los
bolcheviques tomen el poder. Se sospechan problemas de salud. De hecho, en
algunas de sus crónicas alude a su agotamiento físico después de dos años
dedicados a recorrer en condiciones sumamente precarias ese inmenso país flagelado
por la guerra y escaseces de todo tipo.
Markovich llega a Petrogrado
el 26 de junio de 1915 como corresponsal de Le Petit Journal, diario popular de
amplio tiraje (800 mil ejemplares) y de corte conservador. Está a punto de
cumplir 50 años y tiene una larga experiencia reporteril.
Nacida en la ciudad de Lyon
en 1866, dos veces viuda, poeta, dramaturga y activista feminista, Markovich,
que maneja con igual facilidad el árabe, el farsi y el ruso, es una auténtica
trotamundos.
A los 20 años vive en Argelia,
luego pasa temporadas en Túnez, Marruecos, Turquía, los Balcanes y Persia. En
cada país presta una atención particular a la situación de la mujer musulmana,
tema sobre el que publica artículos, ensayos, libros y dicta conferencias.
La Revolución Rusa vista por una
francesa, de Marylie Markovich.
En 1906 se apasiona por la
“revolución constitucional” persa, a la vez nacionalista y liberal –primer
acontecimiento de ese tipo en Medio Oriente– que desemboca en la destitución de
Mohammad Alí Shah Qayar en 1909.
Sus análisis rigurosos del
proceso se convierten en textos de referencia en Francia, despiertan la
admiración de los intelectuales persas y la llevan a desempeñarse en 1910 como
secretaria general de la Revista de la Sociedad Francesa de Estudios Islámicos.
Cinco años más tarde, en mayo
de 1915, Markovich dista de sospechar que le va a tocar cubrir otra revolución
cuando emprende su viaje largo y riesgoso a Rusia. La misión que le confían La
Revue des Deux Mondes y Le Petit Journal es reseñar la situación en los
distintos frentes de guerra rusos.
El zar Nicolás II es aliado
de Francia e Inglaterra contra Alemania, pero su poder se tambalea desde la
fracasada Revolución de 1905.
¿Qué tan sólido es el frente
ruso asediado por las tropas del káiser? ¿Con qué armamento cuentan los
soldados del zar? ¿Cuál es el estado de ánimo de los millones de mujiks
(campesinos) bruscamente convertidos en carne de cañón?
Éstas son algunas de las
interrogantes que debe responder la intrépida periodista.
Acceder a las posiciones
militares más avanzadas del ejército ruso es sumamente difícil y más aún para
una mujer. Markovich, que cuenta con numerosos contactos en Rusia, país de su
segundo marido, mueve cielo y tierra hasta llegar al Palacio de Tsarkoye-Selo,
residencia de verano de los zares.
Entrevista a la emperatriz
Alejandra Fiodorovna Romanova, quien la autoriza a subir, como
enfermera-reportera, a uno de los “trenes de emergencia médica”, que financian
miembros de la familia imperial.
Estos trenes son verdaderas
clínicas sobre rieles que recogen a los soldados heridos en los distintos
frentes de guerra y los llevan a centros hospitalarios de grandes ciudades del
país.
A principios de diciembre de
1915 Markovich, vestida con el hábito de enfermera de las Hermanas de la
Caridad, viaja en el tren que patrocina Olga Alexandrovna, hermana de Nicolás
II, y recorre todo el frente de Galitzia, región que se disputan los ejércitos
ruso y austro-alemán.
Descubre las trincheras y las
líneas de fuego, entrevista a soldados rusos y presos austriacos. De día
atiende a los heridos y de noche escribe sus reportajes.
Durante 1916 recorre así
distintos frentes de guerra cumpliendo cabalmente con su doble misión de
enfermera y periodista. Sus reportajes, publicados a veces en primera plana en
Le Petit Journal y en La Revue des Deux Mondes, causan impacto.
Lenin en Petrogrado. “Un revolucionario
elegante”. Foto: Keystone
Pero Markovich abusa de sus
fuerzas y en diciembre de 1916 acaba internada. Es operada de emergencia en el
Gran Palacio de Ekaterina, el hospital de la familia imperial en Tsarkoye-Selo.
A principios de 1917 se instala en casa de amigos rusos en Petrogrado. Su
convalecencia no le impide estar sumamente atenta a los primeros sobresaltos de
la insurrección de febrero.
Le apasiona la efervescencia
política y social de la capital rusa. Y pronto empieza a recorrer las calles
con los manifestantes. Su trato frecuente con la aristocracia rusa no la ciega.
Republicana convencida, está consciente de los inmensos problemas sociales del
país. Cubre y aplaude la abdicación de Nicolás II.
Entrevista a líderes liberales
y socialistas de la corriente menchevique. En sus textos no esconde su simpatía
hacia estos últimos, ni tampoco la aversión que le inspiran los bolcheviques, a
quienes considera peligrosos extremistas y cuya eventual llegada al poder le
parece lo peor que le puede pasar a Rusia.
Está instalada de nuevo en
París, en plena reescritura de sus reportajes, cuando se entera del triunfo de
Lenin, a quien había descrito el 8 de abril de 1917 de la siguiente manera:
“El señor Lenin es un hombre
de baja estatura y sin clase. Aun cuando aparece en el balcón del Palacio de la
Kschessinska, no logra verse imponente. Su rostro es pálido, lleva una barba
negra puntiaguda. Gemelos brillantes adornan los puños de su camisa. Es un
revolucionario elegante”.
Markovich no vuelve a
publicar una sola línea sobre Rusia ni sobre tema alguno después de la salida
de su libro y de su efímero éxito. De hecho, desaparece por completo de la vida
literaria y periodística parisina.
La valiente reportera pasa
los últimos ocho años de su vida en el sur de Francia, enferma y sin recursos.
Muere en Niza el 9 de enero de 1926, sola y olvidada por todos.
Extrañas vueltas de la vida:
es gracias a la conmemoración del centenario de la Revolución Rusa y de la toma
del poder por el “revolucionario elegante y sin clase” que tanto aborrece, que
ella resucita.
(PROCESO/ ANNE MARIE MERGIER/ 24 OCTUBRE, 2017)
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