París.- Sólo siete años dura
la meteórica carrera periodística de John Reed.
Empieza con la Revolución
Mexicana, la cual el reportero-escritor plasma en México insurgente y acaba con
la rusa, a la que dedica un libro magistral: Diez días que estremecieron al
mundo. Un siglo después de su publicación, ambas obras siguen siendo
referencias imprescindibles.
A priori nada predestina a
este joven burgués egresado de Harvard a sumergirse en el caos del mundo ni a
convertirse en “periodista comprometido”, anticipando la figura del
“intelectual comprometido” que encarnarán 30 años más tarde Jean Paul Sartre y
Albert Camus.
Reed nace en Portland el 22
de octubre de 1887. Una enfermedad de los riñones lo obliga a pasar en cama
largas temporadas de su niñez y adolescencia, con la sola compañía de libros de
poesía y novelas. En ese confinamiento nacen su pasión por la literatura y su
ambición por convertirse en “escritor rico y famoso”.
En 1900 su padre, acomodado
hombre de negocios, indignado por la corrupción que impera en el estado de
Oregón, se involucra de lleno en la campaña de moralización de la vida pública
lanzada por Theodore Roosevelt y asume altas responsabilidades en el Servicio
de Alguaciles de Estados Unidos.
Cambia de inmediato el
estatus de la familia que la élite social y económica de Portland condena al
ostracismo por considerar a Charles Jerome Reed como un traidor. La fuerza de
carácter de su padre, fiel a sus principios y valores, impresiona a John Reed,
quien nunca olvidará esa lección de vida.
Según cuenta el historiador
Theodore Draper en Las raíces del comunismo americano (1957) y contrario a lo
que se suele afirmar, a lo largo de sus cuatro años de estudios en Harvard,
Reed no se interesa particularmente por la política y sólo se asoma de vez en
cuando al club socialista del campus.
En cambio, destaca como
estrella del equipo universitario de futbol y no se pierde ninguna cátedra de
Charles Townsend Copeland, brillante profesor de literatura, escritor, poeta,
crítico literario a quien Reed dedica México insurgente.
Otro personaje capital en la
vida de Reed, el periodista Lincoln Steffens, amigo íntimo de su padre y de
Copeland, guía sus primeros pasos en Nueva York. Lo introduce en el
efervescente medio intelectual y artístico anticonformista de Greenwich
Village, le consigue trabajo en la American Magazine, revista bimensual de
investigación de amplio tiraje y lo presenta con el dinámico grupo de
escritores y activistas que animan The Masses, revista mensual cultural y
política de izquierda radical.
Francisco Villa. “Estrella del
periodismo estadunidense”. Foto: Especial
A CONTRACORRIENTE
Reed hace sus pininos como
reportero el 27 de enero de 1913 en Paterson, New Jersey, cubriendo la huelga
de los obreros de la fábrica de seda de esa ciudad. Es un auténtico bautizo de
fuego, pues el reportero acaba golpeado, detenido y encarcelado. Apenas liberado,
organiza una fiesta de solidaridad con los huelguistas en el Madison Square
Garden para ayudarlos económicamente.
Con ese gesto inaugura su
carrera reporteril dando deliberadamente la espalda al periodismo distanciado y
objetivo. Sin dejar nunca de ser analítico, Reed es empático y apasionado.
Escribe con la razón y el corazón.
En diciembre de ese año, la
Metropolitan Magazine, revista política y literaria mensual de Nueva York, le
pide seguir “la hazaña” de Pancho Villa y sus tropas. Carl Hovey, director de
la publicación, confiesa que la serie de crónicas de su enviado especial a
México rebasa todas sus expectativas. El éxito es inmediato.
México insurgente,
recopilación de esas crónicas, ampliada con materiales inéditos, se publica en
1914 y convierte a su autor en estrella del periodismo estadunidense. Lo
solicitan numerosos medios de prensa. Reed trabaja como loco y no tarda en ser
uno de los reporteros mejor pagados del país.
Llega la Primera Guerra
Mundial. Reed, al igual que sus compañeros de izquierda, la denuncia como “un
vil conflicto de intereses capitalistas que sangra a los pueblos europeos”. Los
reportajes que realiza para las revistas The Masses y Metropolitan Magazine en
los frentes de guerra de Francia y Alemania en 1914 y luego en los de Rusia,
Serbia, Rumania y Bulgaria en 1915, lo trastornan y consolidan sus convicciones
antibelicistas.
Escribe el reportero en una
crónica publicada en The Masses en marzo de 1915: “Podría llenar páginas y
páginas con los horrores que esa Europa civilizada se está infligiendo a sí
misma. Podría describirles la calles lúgubres, oscuras y silenciosas de París
en las que cada diez metros uno se tropieza con ruinas humanas y hombres
enloquecidos por lo que vivieron en las trincheras.
“Podría describirles ese gran
hospital de Berlín lleno de soldados alemanes que se volvieron locos sólo con
escuchar los alaridos de dolor de miles de rusos heridos ahogándose en los
pantanos de Prusia Oriental después de la batalla de Tannenberg”.
Según Draper, es esa
inmersión física en la carnicería de la Primera Guerra Mundial la que forja en
forma definitiva la conciencia política socialista de John Reed.
Mientras más pasan los meses,
más antibelicistas se tornan sus crónicas. Se molestan los jefes de redacción
de los medios de prensa para los que escribe y las autoridades políticas del
país empiezan a tenerlo en la mira.
A partir de 1916 Reed navega
a contracorriente: Estados Unidos está a punto de involucrarse en el conflicto
mundial y un viento de patriotismo exacerbado sacude a todo el país. El
periodista ya no tiene casi dónde escribir y opta por apartarse de Nueva York.
Se casa con Louise Bryant,
periodista tan comprometida como él, y la pareja se instala en Princetown, un
pequeño puerto de Massachusetts, en el que vive una comunidad de artistas y
escritores, entre quienes destaca Eugene O’Neill.
El ambiente intelectual es
estimulante. Reed y Bryant escriben poesía y obras de teatro, pero no los
suelta el virus del periodismo. Lincoln Steffens percibe su frustración y les
aconseja viajar a Rusia, donde “están ocurriendo cosas fuera de lo común”.
El periodista John Reed y su esposa
Louise Bryant. Periodismo militante. Foto: Especial
“REVOLUCIONARIO APASIONADO”
Amigos, colegas y “mecenas”
juntan dinero para ayudarlos a costear su viaje. La pareja sale de Nueva York
el 17 de agosto de 1917 y llega un mes más tarde a Petrogrado. La entonces
capital rusa está en plena ebullición.
Muy pronto los dos reporteros
se meten en todas partes. No hablan ruso, chapurrean francés, cuentan con pocos
contactos, pero tienen una curiosidad insaciable y una mezcla de audacia e
ingenuidad que acaba abriéndoles muchas puertas.
Enfatiza Bertram D. Wolfe,
biógrafo estadunidense de Lenin, Stalin, Trotsky y Diego Rivera, en Extraños
comunistas que conocí (1966):
“Reed se abrió paso en el
Instituto Smolny donde los bolcheviques tenían su cuartel general, en la Duma
–bastión de la democracia liberal–, en los soviets de obreros y en los de los
soldados, en los soviets de los campesinos, en los cuarteles del ejército, en
los mítines que se llevaban a cabo en las fábricas, en las marchas callejeras,
en las cortes y las salas de conferencias, en la Asamblea Constituyente que los
bolcheviques acabaron disolviendo, en el Palacio de Invierno que sólo defendían
cadetes y un batallón femenino la noche del 24 al 25 de octubre cuando fue
tomado por asalto por los mismos bolcheviques”.
Después de siete intensos
meses en Rusia, Reed y Bryant regresan a Estados Unidos. Apenas llegado a Nueva
York, el 28 de abril de 1918, Reed es detenido junto con la plana mayor de The
Masses. Las autoridades judiciales consideran que las caricaturas y los
artículos hostilmente antibelicistas publicados en la revista “socavan el
esfuerzo nacional a favor de la guerra” y son “atentatorios a la ley de
espionaje”. The Masses queda prohibida, pero no tarda en resucitar con el
nombre de The Liberator.
Reed gana los dos juicios
abiertos en su contra y batalla seis meses para recuperar el baúl que contiene
todo su archivo sobre la Revolución Rusa confiscado por oficiales de aduanas el
día de su regreso a Estados Unidos.
El periodista por fin puede
sentarse a escribir Diez días que estremecieron al mundo, que publica en marzo
de 1919 y presenta como el primer tomo de una trilogía sobre Rusia.
El libro causa conmoción,
admiración y mucha polémica en Estados Unidos. Cuenta con dos prefacios
elogiosos: uno breve de Lenin, que recomienda “su lectura a todos los obreros
del mundo”; y otro, más largo y sutil, firmado por Nadezhda Krúpskaya, esposa y
compañera de lucha del líder bolchevique.
Paralelamente a sus actividades
periodísticas, Reed se lanza de lleno a la política. Junto con un grupo de
camaradas intenta crear una corriente de izquierda radical inspirada por el
bolchevismo en el seno del Partido Socialista de América. Es un fracaso. Los
disidentes son expulsados y en septiembre de 1919 acaban creando el Partido
Comunista de América.
Diez días que estremecieron al mundo, en
la edición de Akal.
REGRESO A MOSCÚ
Un mes más tarde Reed
emprende un nuevo viaje a Moscú con la intención de recolectar más datos y
documentos para los dos tomos que le faltan sobre la Revolución Rusa, pero
sobre todo para lograr el reconocimiento oficial de su partido. Por increíble
que eso parezca, se ve obligado a salir clandestinamente de Estados Unidos y
viajar con identificación falsa, pues su pasaporte sigue confiscado por las
autoridades.
En marzo de 1920 intenta
volver a Estados Unidos, ilegalmente también, pero es detenido en Finlandia,
donde pasa tres meses encarcelado en condiciones muy duras. Sale en junio con
la salud quebrantada. Las autoridades finlandesas, ferozmente anticomunistas,
no lo autorizan a seguir su viaje a Estados Unidos y lo devuelven a Rusia.
El Segundo Congreso de la
Internacional Socialista –que se lleva a cabo en Moscú del 19 de julio al 2 de
agosto de ese año– es otra experiencia dolorosa para Reed, que intenta resistir
el poder vertical que impone Lenin y la intransigencia de Gregori Zinoviev,
presidente de la Internacional Comunista.
Ambos líderes abogan por una
nueva estrategia para promover la revolución mundial: pactar en todos los
países con los sindicatos establecidos para infiltrarlos y transformarlos desde
adentro. Esa decisión indigna a Reed, que exige una discusión sobre el tema.
Zinoviev prohíbe cualquier debate.
“Cuando Reed me vino a
visitar después del Congreso, estaba hundido en la depresión. Se veía viejo y
exhausto”, recuerda en su libro Mi vida de rebelde la famosa revolucionaria
Angélica Balabanova, quien acaba tomando distancia de Lenin y deja Rusia en
1922.
A solicitud de Zinoviev y a
regañadientes, Reed participa en el Primer Congreso de los Pueblos de Oriente,
que se lleva a cabo en Bakú del 1 al 8 de septiembre. El viaje de regreso de
Azerbaiyán es agotador y Reed es la sombra de sí mismo cuando llega a Moscú el
15 de septiembre.
Louise Bryant lo alcanza en
la capital rusa y se queda impresionada por su estado físico.
Cuenta en una larga carta
escrita a Max Eastman, director de la revista The Liberator: “Solamente pudimos
pasar una semana juntos antes de su hospitalización. Me pareció envejecido y
entristecido. Lo encontré extrañamente apagado y escéptico. Vestía harapos.
Estaba tan impresionado por todos los sufrimientos que veía a su alrededor que
no aceptaba nada para él. Eso me impactó y me sentí absolutamente incapaz de
compartir el fervor al que había llegado”.
Presionado por su esposa,
Reed acepta descansar un poco. Caminan en los parques, platican y recobran su
infinita complicidad. Visitan a Lenin, Trotsky, Kamenev. Van inclusive a la
ópera y descubren nuevas galerías de arte. De repente Reed se derrumba. Tiene
que ser hospitalizado de emergencia. El diagnóstico es implacable: padece
tifus.
“Es imposible describir los
estragos del tifus: el paciente se va convirtiendo en nada ante los ojos de
uno”, apunta Bryant.
El 17 de octubre de 1920
fallece John Reed, sólo cinco días antes de cumplir 33 años.
Bryant se desmaya durante sus
funerales oficiales, celebrados en la Plaza Roja, a los que asisten Nicolás
Bujarin y Alejandra Kolontai, ambos miembros del gobierno, en representación de
Lenin, y sólo recobra el conocimiento cuando el ataúd baja a la tierra, al pie
del Muro del Kremlin.
Otros dos ciudadanos estadunidenses
comparten con Reed el honor de ser enterrados en esa necrópolis: Charles Emil
Ruthenberg, líder de la corriente de izquierda del Partido Socialista de
América, y William Dudley Haywood, Big Bill, líder del sindicato Trabajadores
Industriales del Mundo.
Antes de dejar Moscú, Bryant
acude sola, por última vez, a la tumba de Reed. Dos jóvenes soldados paran a su
lado.
–¡Ese Reed era realmente un
buen amigo! –comenta uno de ellos.
–Atravesó el mundo para estar
con nosotros y, pues, fue uno de nosotros –agrega el otro.
Y luego se van.
(PROCESO/ ANNE MARIE MERGIER/ 24 OCTUBRE, 2017)
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