Desde que Trump llegó a la presidencia,
los agentes de ICE han detenido a más de 65.000 inmigrantes, un incremento de
casi el 40 por ciento respecto de 2016. Acompañamos a los agentes durante un
día por California, donde las autoridades locales se resisten a colaborar con
ellos.
RIVERSIDE, California —
Apenas después del amanecer, una fila de agentes se dirigía hacia la entrada de
la casa de Fidel Delgado con las pistolas desenfundadas. Uno de ellos llevaba
un rifle. Delgado salió de su casa con el torso desnudo y la mirada confusa.
“¿Qué necesitan?”, preguntó.
Unos 20 minutos después, a
unos 16 kilómetros de distancia, Anselmo Morán Lucero supo exactamente por qué
habían llegado los policías a buscarlo. Los divisó cuando volvía a su casa
después de una larga velada e intentó dar la vuelta con su camioneta. Pero una
todoterreno sin insignias se detuvo frente a él y otra encendió sus luces desde
atrás, bloqueándole la fuga.
Le preguntaron su nombre y si
sabía por qué lo estaban deteniendo. Morán asintió con la cabeza.
Todos los días, desde antes
del amanecer hasta ya entrada la noche, en todo Estados Unidos, agentes del
Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por su sigla en inglés) –los
soldados en la línea de fuego de la guerra que ha declarado el presidente
Donald Trump contra la inmigración ilegal–, están capturando a gente como
Delgado y Morán.
Desde que Trump asumió el
cargo, ICE ha apresado a más de 65.000 personas, un incremento de casi el 40
por ciento respecto del mismo periodo del año pasado y una señal clara de que
Estados Unidos es hoy un sitio más difícil para ser un inmigrante indocumentado.
Sin embargo, en cierto modo,
en California el ICE está operando en territorio enemigo: es un lugar hostil a
la idea de las deportaciones masivas y donde viven más de dos millones de
inmigrantes. Como es habitual que los agentes de las fuerzas del orden local no
entreguen a los inmigrantes indocumentados bajo su custodia, el ICE debe hacer
la mayoría de sus detenciones en las casas, en los lugares de trabajo y en las
calles, lo que es más complicado que simplemente recoger gente en las cárceles
y, potencialmente, más peligroso.
Un oficial armado de ICE hace guardia
fuera de una incursión a la casa de Fidel Delgado, bien temprano en la mañana,
en Riverside, California, el 22 de junio de 2017. Credit Melissa Lyttle para
The New York Times
Por eso es que, cuando un
equipo de agentes migratorios se reunió a las 4:30 una mañana de junio, su jefe
David Marin les advirtió que se mantuvieran lejos de cualquier señal de
peligro.
Tras repasar las notas sobre
cada uno de los hombres a los que andaban buscando, los integrantes del equipo
salieron en sus camionetas todoterreno sin insignias. Ocho horas después,
tenían a cinco hombres bajo custodia esperando comenzar el trámite de
deportación.
The New York Times siguió al
equipo durante un día mientras circulaba por las calles del sur de California y
habló con algunos de los hombres detenidos y con las familias que es posible
que pronto dejen atrás.
UNA DETENCIÓN IMPREVISTA
Mientras el sol ascendía en
el horizonte, los agentes se reunieron en una colina justo a unos metros de la
casa de Fidel Delgado. Sin embargo, no habían llegado allí para buscarlo a él,
sino a su hijo, Mariano.
Mariano Delgado, de 24 años,
había regresado a México en 2011 después de que lo condenaran por manejar en
estado de ebriedad. Lo han detenido cuatro veces por asalto con arma desde que
volvió a entrar ilegalmente a Estados Unidos.
A los inmigrantes como él los
llaman “extranjeros criminales” y son tantos en el sur de California que Marin
dice que es imposible perseguir a nadie más. Sin embargo, con Trump, se alienta
a los agentes a detener a los inmigrantes indocumentados sin antecedentes
penales graves; una ruptura con la política del gobierno de Obama de, en la
mayoría de los casos, dejar en paz a esos inmigrantes.
Por eso es que aquí y en todo
el país los agentes hacen ahora más detenciones “colaterales” de personas sin
papeles con las que se topan cuando buscan a otras. Eso es lo que estaba a
punto de suceder esa mañana.
Cuando los agentes, con las
armas desenfundadas, se acercaron a la cerca enrejada que rodeaba la casa, los
perros empezaron a ladrar fuerte y se les unieron los pollos con sus graznidos.
Fidel Delgado salió de su casa.
Delgado, de 46 años, y su
esposa, María Rocha, les dijeron a los agentes que su hijo se había mudado a
Texas hacía meses. De inmediato admitieron estar ilegalmente en el país, pero
agregaron que eran trabajadores. Su hijo más pequeño, de 16 años, es ciudadano
porque nació en Estados Unidos. Empezó a sollozar cuando los agentes lo sacaron
a jalones de la cama.
Después de tomar las huellas
digitales de Fidel, las buscaron en la base de datos. En cuestión de minutos
averiguaron que alguna vez había cruzado la frontera ilegalmente, dos veces el
mismo día, y que lo habían mandado de regreso a México.
Un par de agentes debatieron
qué hacer: ¿deberían llevarse a ambos padres y llamar a los Servicios de
Protección Infantil para el chico? ¿Debían creer que Mariano Delgado ya no
vivía allí, aun cuando pensaban que hasta hace muy poco, apenas la semana
anterior, había estado en la casa?
“Si no delata al hijo, nos lo
vamos a llevar”, dijo un agente.
Dejaron a su esposa y
condujeron a Delgado a la camioneta, donde le pusieron esposas. Sus muñecas
quedaron marcadas.
Las marcas en las muñecas de Fidel
Delgado después de su detención Credit Melissa Lyttle para The New York Times
Un poco más tarde, esa misma
mañana, Rocha, de 50 años, se recostaría contra la valla, aún adormecida y
anonadada.
“Mi esposo… no tenían ninguna
razón para llevárselo”, dijo. “No lo buscaban a él”.
La familia ha vivido tres
años en la misma casa blanca de tres recámaras, en una zona semirrural de clase
trabajadora en Riverside, por la que pagan 1300 dólares mensuales de renta.
Rocha, quien limpia oficinas en Corona, una comunidad más exclusiva cerca de
allí, dijo que ella aporta más o menos 1200 dólares mensuales a la casa. Su
esposo, que ordeña vacas en una granja, gana alrededor de 12 dólares la hora.
La pareja se casó en México
hace 24 años, justo antes de irse hacia el norte. “Vinimos aquí para tener una
vida mejor”, dijo Rocha. En todos los años que llevaban en Estados Unidos,
contó, nunca había tenido problemas con “la migra”.
Por la tarde, los agentes de
inmigración habían liberado a Delgado porque decidieron que no era una amenaza
para la seguridad pública. Se le extendió la notificación de que debía obedecer
cualquier orden que le dieran los agentes migratorios y regresó a trabajar al
día siguiente.
UNA DEPENDENCIA BAJO EL MICROSCOPIO
Antes de salir en busca de
sus objetivos del día, el equipo del ICE se reunió en un estacionamiento de una
pequeña tlapalería, en medio de la oscuridad.
Marin, el supervisor de las
fuerzas de seguridad, preguntó a sus agentes: “¿A qué hora sale este hombre de
su casa? ¿Hacia dónde dará la vuelta aquel cuando salga de la cochera? ¿Llegará
este otro después del turno nocturno?”.
Los agentes habían estado
observando durante días a los hombres a los que perseguían, estudiando sus
hábitos para poder capturarlos con mayor facilidad.
Marin, de 48 años, ha
trabajado en las fuerzas de seguridad migratorias por más de dos décadas;
empezó cuando la dependencia se llamaba Servicios de Inmigración y
Naturalización.
En los años noventa, contó,
los agentes pasaban gran parte de su tiempo agarrando a los inmigrantes
enfrente de talleres de reparaciones domésticas, deteniendo a las personas
tantas veces que ya las conocían de vista. Algunas horas después de haberlos devuelto
a México en un autobús, recordó Marin, ya estaban de regreso camino a Estados
Unidos.
En una incursión antes del amanecer, los
agentes de ICE no encontraron al objetivo que iban a buscar, pero terminaron
haciendo una detención "colateral". Credit Melissa Lyttle for The New
York Times
Como casi la mitad de otros
agentes, Marin empezó su carrera en el ejército, como un marine. Acumuló
tatuajes igual que otros coleccionan copas pequeñas: en el antebrazo izquierdo
tiene la primera letra en árabe de la palabra cristiano, para conmemorar el
trabajo de inteligencia sobre los talibanes que hizo en Pakistán.
Aun cuando Marín tuvo que
aprobar un curso básico de español al inicio de su carrera, hoy apenas lo puede
hablar. Sin embargo, muchos agentes sí lo hablan. Casi el 40 por ciento de los
que están bajo su mando son latinos, explicó, y muchos de ellos oyen una y otra
vez frases como esta: “¿Cómo puedes hacerle esto a tu gente?”. Ellos no se
disculpan.
Sin embargo, la dependencia
se encuentra bajo el microscopio en este estado. Las detenciones en la región
de Los Ángeles solo aumentaron un 17 por ciento desde que Trump asumió el
cargo, muchísimo menos que en el resto de Estados Unidos, según las
estadísticas del ICE.
“Sabemos
que una detención es una situación traumática para la familia. Conocemos el
impacto que tiene y lo tomamos con mucha seriedad”.
DAVID
MARIN, AGENTE DEL ICE
Es común que los legisladores
californianos en el congreso y los funcionarios locales llamen a Marin a su
celular cuando oyen que hubo detenciones en la zona.
“La gente quiere saber si nos
hemos metido a las escuelas, si nos paramos en el mercado, pero eso no es lo
que hacemos”, señaló Marin mientras conducía antes del amanecer. “Sabemos que
una detención es una situación traumática para la familia. Conocemos el impacto
que tiene y lo tomamos con mucha seriedad”.
SE ACABA LA BUENA SUERTE
Mientras interrogaban a
Delgado, otros agentes del equipo estaban esperando a Morán, quien ya había
sido deportado una vez.
Morán, de 51 años, y su
esposa, Jamie, de 47, habían emigrado desde un pequeño pueblo en el estado
mexicano de Puebla hace más de tres décadas. Él había construido un próspero
negocio de paisajismo cuidando los jardines de casas de lujo en el condado de
Orange.
En 2006, a Morán lo
condenaron por un caso de violencia doméstica, pasó varios meses en la cárcel y
después lo deportaron. Sin embargo, se había reconciliado con su esposa y
estaba ansioso por volver con ella y sus seis hijos, dos de los cuales nacieron
en Estados Unidos. Entonces volvió a cruzar la frontera ilegalmente.
Los funcionarios de
inmigración habían intentado que la Oficina del Alguacil del condado de Orange
retuviera a Morán cuando estuvo en la cárcel durante un día por un cargo nuevo
de violencia doméstica en 2014. Sin embargo, el alguacil no quiso hacerlo,
según ICE. Muchas de las oficinas de los alguaciles y departamentos de policía
en California no cooperan con los agentes de inmigración porque dicen que
erosiona la confianza en las fuerzas del orden en las poblaciones de
inmigrantes. Trump ha amenazado con castigar a estos condados y ciudades,
denominados santuario, porque dice que se trata de infractores de la ley.
Después de un tiempo estudiando el área
y los movimientos de sus objetivos, ICE detuvo a un inmigrante indocumentado
durante una parada en el tráfico, para hacer más fácil su arresto. Credit
Melissa Lyttle para The New York Times
Durante varias noches antes
de que apareciera el equipo del ICE, dijo Morán, él soñó que los agentes de
inmigración llegaban a buscarlo. La noche anterior, su esposa y él habían
probado suerte en un casino cercano y jugaron en las máquinas tragamonedas
hasta el amanecer. Habían ganado un par de cientos de dólares y salieron de
allí justo antes de las seis de la mañana.
Cuando volvían a su casa, el
hermano de Morán, quien vive con la familia, les advirtió que los agentes de
inmigración estaban cerca. Sin embargo, Morán no pudo evadirlos.
Horas después de la detención
de su marido, Jamie Morán, con los ojos enrojecidos por el llanto, sacó una
carpeta azul con documentos muy bien ordenados, entre ellos los que
certificaban que su esposo había cumplido con el programa de manejo de la ira
al que fue enviado y había sido responsable con las normas de la libertad
provisional por su causa de violencia doméstica. Ella planeaba llevar consigo
la carpeta cuando fuera a visitarlo al centro de detención, aunque lo más
probable es que los documentos no afectaran en nada el caso de deportación.
Su hijo de 19 años, Urie,
dijo que la semana anterior habían tocado la puerta cuatro agentes que traían
una fotografía de un hombre calvo al que andaban buscando, según le dijeron.
Nunca mencionaron el nombre y Urie Morán dijo que no lo reconoció.
Sin embargo, los agentes
entraron a la casa y estuvieron mirando alrededor. La familia está convencida
de que la foto del calvo era una treta para averiguar el paradero de Anselmo
Morán. “Así es como están atrapando a la gente”, dijo Urie.
Jamie dijo que los agentes le
habían dicho que ni se molestara en pagarle a un abogado porque su marido
enfrenta la deportación.
Un hombre arrestado por ICE en la mañana
temprano espera para ser procesado y para que le tomen las huellas digitales en
una oficina local, el 22 de junio de 2017. Credit Melissa Lyttle para The New
York Times
Para la hora de la comida,
los agentes tenían a cinco inmigrantes bajo custodia: tres de sus seis
objetivos del día, así como a Delgado y a otro hombre al que encontraron en la
casa de un objetivo. Es habitual que los agentes detengan a cerca de la mitad
de las personas a las que están buscando, explicó Marin, así que consideraba
que había sido un buen día.
“Sacar de las calles a los
criminales, ese es nuestro objetivo”, dijo, parado dentro del centro de
procesamiento en San Bernardino, adonde llevan cada día a los inmigrantes de la
región.
Los hombres a los que habían
detenido estaban dentro de una pequeña celda y tenían su bolsa de almuerzo de
papel estraza con un sándwich de pavo y una manzana adentro. Marin y uno de sus
subalternos fueron a comer a una pequeña taquería mexicana.
(THE NEW YORK TIME EN ESPAÑOL/ JENNIFER MEDINA y
MIRIAM JORDAN /26 de julio de 2017)
No hay comentarios:
Publicar un comentario