martes, 6 de agosto de 2013

EL MISTERIO DE LA RIQUEZA PERDIDA DEL SANTO CRISTO


Saltillo.- Misterios y milagros que han cambiado la vida a los creyentes rodean a la figura del Santo Cristo de la Capilla, la imagen mayormente idolatrada por la feligresía católica en Saltillo. Decenas de piezas labradas en oro y plata recibió la efigie religiosa desde hace más de cien años, en un justo reconocimiento de los creyentes agradecidos por la sanación de algún familiar, por la larga vida de un ser querido o por los hijos dados. Pero, ¿a dónde fue a parar este valioso tesoro del Santo Cristo?

Devotos procedentes de la capital de Coahuila y su jurisdicción, lo mismo que de remotas provincias que rebasaron los límites territoriales de México hacia el norte, Centroamérica y Sudamérica, acudían cada año a rendir tributo al Cristo que desde 1725 es adorado por los católicos de estos lares.

Incluso, fieles que cruzaron grandes océanos para arribar a este país, que viajaban desde ciudades de Europa y otros continentes, fueron quienes aportaron todo tipo de piezas de valor incalculable por una sola razón: fueron testigos de su misericordia y de las maravillas que es capaz de colmar esta pieza de arte sacro.

Testimonios de ministros religiosos revelaron a Zócalo Saltillo que muchas de las joyas en oro recibidas en el Santo Cristo de la Capilla fueron a parar a oficinas de la grey católica en la capital del país, mientras que otro tanto se quedó en casas particulares de empresarios de Saltillo, Monterrey y la Ciudad de México, así como en el mismo Vaticano. Los nombres de estas personas quedaron, hasta ahora, como un secreto perdido entre la Iglesia católica de Coahuila.

Incluso un importante número de párrocos encargados del Santo Cristo de la Capilla, al igual que obispos desde aquel 20 de marzo de 1863, tuvieron acceso a estos obsequios que recibía la imagen traída por el noble caballero Santos Rojo.

Este personaje de la historia de Saltillo es considerado uno de los primeros conquistadores y principales pobladores de esta urbe, que en aquel entonces llamaban Santiago del Saltillo, y el autor de este novenario, el médico Ramón Martínez (qepd), fijó en esta obra que la conquista y fundación de esta localidad ocurrió un 25 de julio de 1575, dos años antes de la fecha que ahora conocemos.

Hasta ahora nadie ha podido averiguar cuándo, dónde, a quién y en cuánto dinero compró Santos Rojo este Cristo. Hay documentos que constan que en el mes de marzo del año 1608, Santos Rojo trajo y colocó la pieza en una capilla, que con el título de “Las Ánimas” había fabricado en el crucero de la primera iglesia parroquial, al lado del Evangelio, en la que le puso su correspondiente altar y junto a familia comenzó a dar los primeros cultos y veneración al ahora santo patrono de Saltillo.

El médico Ramón Martínez tuvo varios motivos para escribir esta novena en honor al Santo Cristo de la Capilla, en la que narra, además de la riqueza que recibió esta figura religiosa por los milagros que concedía, los problemas de inseguridad, corrupción y vicios que predominaban en aquella época y que asemejan lo que ocurre actualmente en la ciudad y en mundo.

“No pocas veces sucede que los buenos deseos consagran el fin que aspiran, al paso de que los malos, sofocados en sí mismos, suelen desfallecer desvanecidos como humo. Los míos, desde que tuve la dicha de conocer al Señor de la Capilla, siempre fueron de inventar algún devoto ejercicio, en el que manifestándole el agradecimiento por las mercedes que continuamente hace a todos los que le invocan, captamos mejor la voluntad para favores que procuramos alcanzar de su largueza”, agrega este texto, al que accedió Zócalo Saltillo en exclusiva.

“Publico esta Novena para que en los novenarios que cada año se celebran solemnemente en esta ciudad, en honor del Santo Cristo de la Capilla, por la utilidad pública, por la salud o por el remedio de cualquiera necesidad, ordene cada uno sus peticiones por esta práctica, que a más de ser del agrado divino, es a propósito para que pidan a Dios, aun los ignorantes y los niños, a quienes por su simplicidad e inocencia suele su Divina Majestad oír con mas benignidad que a los sabios y discretos”, describe Ramón Martínez.

Y es que fuera de esto, señala el escrito religioso, “sería convenientísimo que se hiciera en cualquier tiempo del año y si no pudiera hacerse en la iglesia, aunque sea en la casa, procurando que sea delante de un crucifijo, para que toquen los ojos lo mismo que profieren las palabras, y que al rezarla sea con toda devoción y ternura, para que movido el corazón se haga capaz de conseguir lo que pretende, pues es cierto que jamás Dios desprecia al corazón contrito, devoto y
humillado.

“Siempre ha sido necesario pedir a Dios por este medio de la santísima Pasión de su preciosísimo hijo, pero mucho más en estos tiempos tan calamitosos en que naufragamos todos entre las embravecidas olas de este mundo. Nunca ha estado peor el mundo, porque nunca se ha visto más licencioso el vicio, ni más sonrojada la virtud”, menciona este libro que por décadas permaneció guardado y bajo llave de uno de los cajones de un armario en Saltillo.

“Y como a un grande daño se ha de aplicar un grande remedio, debemos valernos del más eficaz, que es rogar a la majestad divina por su santísima Pasión y Muerte. No hay cosa que por ella no se conceda”, narra el escritor de esta Novena.

El contexto de este novenario, escrito hace 150 años en honor al Santo Cristo de la Capilla, se hizo basado en la doctrina que trae el doctísimo Silveira en el tomo 5 In Evangelio del P. Vidal en su espada aguda de dolor; Manrique en su Santoral, parte 2 Libro I discurso 5.

“Las noticias especiales llevan su cita para su seguro y yo el de estar, como estoy, sujeto a la corrección de Nuestra Santa Madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana”.

UNA DIVINA JOYA

Don Gervacio Reyes (qepd), fue quien guardó este novenario escrito por el médico Ramón Martínez para sus descendientes. Luis Reyes Cuevas (qepd) lo conservó por años, hasta que su hijo José Luis Reyes Zárate lo desempolvó para que se publicara la historia de este antiguo texto, que plasma la grandeza de la imagen del Santo Cristo, tanto en lo físico como en lo divino.

“Tengo presente que mi papá (Luis Reyes) me contó un día que mi tatarabuelo Don Gervacio le dijo a su hijo tío Higinio que en su testamento le dejaba una casa en la calle Obregón, en el Centro Histórico de Saltillo, para que con su venta se cubrieran los gastos de su sepelio conforme a las normas y reglas dictadas por la iglesia San Esteban, que era la capilla del barrio de los tlaxcaltecas”, cuenta José Luis sentado en uno de los sillones de su casa al norte de esta capital.

“Te platico esto porque mi familia desde hace muchos años ha sido muy católica. Yo en lo personal soy creyente desde niño y siempre honro en estas fechas al bendito Santo Cristo”.

Agrega que desde entonces cada domingo acude a alguna parroquia que le queda más cerca a escuchar misa. José Luis es un padre de familia de 59 años, quien hace cinco enviudó al fallecer su esposa, Luz del Carmen Baruch Torres, víctima de una esclerosis lateral amiotrófica.

Al hablar de la mujer con quien procreó una familia y ahora no está junto a él, y mencionar al Santo Cristo, los ojos de José Luis Reyes se llenan de lágrimas. Confiesa que a lo largo de su vida ha leído el novenario en dos ocasiones. Ahora trata de que cada uno de sus hijos lo lea y escuche las palabras sabias que aparecen en este escrito religioso.

“El haber posado mis ojos en cada uno de los párrafos de este librito, me remonta a los años del viejo Saltillo, por su tipo de papel, por su tipo de lenguaje, que de acuerdo con su contenido sigue teniendo vigencia porque es algo que hemos tenido todos a nuestro alcance, y que por apatía u otros intereses nos hemos apartado de ella”, describe el también ingeniero agrónomo fitotecnista, egresado de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro.

Para este hombre católico, el novenario obliga a refugiarse en la misericordia del Señor de la Capilla para bien personal, que los conducirá a formar una mejor sociedad con principios. Esto es lo que contiene este libro sencillo, económico, de hechura modesta y engrapado que se mandó imprimir por decenas hace siglo y medio, con el fin de que estuviera al alcance de toda la comunidad.

En cada ocasión que Luis Reyes acude a la Catedral en estas fechas para honrar al Santo Cristo de Capilla, siente una confianza plena. Sabe que los rezos le harán el milagro de ver a su familia sana, unida y con larga vida.

MANTO DEL SANTO CRISTO

Volviendo al tema de la imagen y su comprador Santos Rojo, en septiembre de 1608, con información y certificación del abogado y experto Ubaldo Cortés, primer cura de esta ciudad, Santos Rojo se trasladó a la ciudad de Guadalajara (a donde correspondía esta ciudad, en registro religioso, antes de que se incluyera en la demarcación de este Obispado en Nuevo León) y pidió a fray Juan del Valle, obispo de aquella ciudad, merced y privilegio de asiento y lugar de entierro en la expresada Capilla para él mismo, su esposa descendiente y sucesores, petición que le fue concedida en el mes de diciembre del año 1608 por el doctor Antonio Dávila Cadena.

Ya fallecido Santos Rojo, en marzo de 1614, el cura Ubaldo Cortés, en virtud de la expresada merced y privilegio, dio a Beatriz de las Ruelas, viuda del referido Santos, posesión en forma de la mencionada Capilla para asiento y lugar de entierro privilegiado para ella y sus hijos: María, que se casó con Martín Ochoa de Lejalde; Juana, que contrajo nupcias con Juan Uscanga Guarnizo; Estéfana, que casó con Domingo Gil Leyva, y Beatriz, con Bernardo de los Santoscoy, y para todos sus legítimos descendientes, los que desde entonces con esmero han procurado no sólo los mayores cultos de la Sagrada Imagen, sino también del cuidado y ornato de su capilla y el altar.

En el año 1690, fecha en que se reedificó la iglesia parroquial de esta ciudad, hicieron de nuevo y de piedra la expresada capilla, adornando mejor el altar de la sagrada imagen.

En 1762 la colocaron en la última nueva capilla de bóvedas, en donde le edificaron un colateral, nicho y vidriera en un espacio contiguo a la nueva parroquia que después se hizo; se proveyó dicha capilla de todo lo necesario, por lo cual han gozado del referido privilegio como descendientes herederos de Santos Rojo y se les ha dado nombre de “herederos del Señor de la Capilla”.


Sudor milagroso

Todas las personas aún no nacidas en Saltillo, que han tenido la dicha de conocer la milagrosa figura del Señor de la Capilla, especialmente quienes llegan de esta región, han conseguido remedio de sus necesidades, como lo asegura el doctor Lucas de las Casas (qepd).

De las Casas expone en el texto que esta representación del Cristo, considerada por los fieles de particular hermosura y peregrino color, media entre lo claro y obscuro, que la efigie mide dos varas de largo. Una figura tan amable que sólo con verle el rostro atentamente, atrae los corazones más pervertidos.

Es de materia muy ligera, aunque no conocida, la que se ha conservado por virtud de su dueño intacta y sin corrupción alguna más de dos siglos, a pesar de haber permanecido sin vidriera hasta el año de 1762.

“Fundados en la tradición constante y en la creencia de que Jesucristo es la vida misma, ha sido siempre maravilloso en sus imágenes; creemos piadosamente en los innumerables prodigios hechos por esta su admirable imagen del Señor de la Capilla. Referimos algunos para mayor gloria de Dios, culto y veneración de esta santa imagen.

“El sábado 13 de marzo de 1708, como a la una de la tarde, al trasladar el sacristán esta imagen del altar mayor de la parroquia un día antes a su capilla, donde había sido puesta para celebrar los Dolores de María Santísima, observó que sudaba copiosamente. Dio aviso al cura, quien acudió a ver al Santo Cristo con todos los eclesiásticos. Le limpiaron el sudor con algodones y lienzos, mandaron repicar las campanas y dieron fe del prodigio.

“El 5 de marzo de 1772, siendo cura Lucas de las Casas, volvió a sudar esta bendecida imagen con mayor asombro de los que le vieron. Advirtió a los demás sacerdotes que la limpiaban que tenía la carne blanca como si estuviera vivo y que el sudor era muy oloroso.

“Lo mismo sucedió el año de 1732, con la maravillosa circunstancia de que oyendo el ruido de las gentes y el repique de las campanas, un religioso de San Francisco, que estaba tullido (sic) invocando al Señor de la Capilla, se levantó sano y corrió con los demás a la iglesia en donde sudaba el Señor”.

Uno de los milagros de los que se habla en el texto de este novenario escrito en honor del Santo Cristo de la Capilla, es lo que ocurrió el martes 25 de marzo de 1767, cuando traveseando en una cornisa de la Nueva Capilla del Señor, José Joaquín Arizpe, niño que según los registros tenía entre 12 y 14 años, cayó, e invocando al Señor de la Capilla, resultó sin lesión alguna.

Otro caso es Petra del Barro, quien después de muchos años de tullida no le hallaban humano remedio a los males que le aquejaban. La mujer se hizo llevar a la Capilla del Señor en 1768, y estando delante de esta milagrosa imagen, invocó al Señor con fe, pidiéndole su salud, la que consiguió inmediatamente y salió por su propio pie, publicando el beneficio que había recibido del Señor por medio de su sagrada figura en la Catedral.



AROMA

El 30 de julio de 1861 concedieron el perpetuo al altar mayor del Santuario del Santísimo Cristo, aplicando del tesoro de la Iglesia una indulgencia al alma del purgatorio.

El 6 de agosto de ese mismo 1861 se concede perpetuamente indulgencia plenaria y total remisión de sus pecados a todos los fieles que, cada año, en esta fecha y desde las vísperas hasta que se meta el sol del mencionado día, confesados y comulgados, visiten la iglesia y hagan piadosas oraciones de Dios por la concordia de los principios cristianos, por la extirpación de las herejías y la exaltación de Santa Madre Iglesia.

(ZOCALO/ Lourdes de Koster /06/08/2013 - 04:00 AM)

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