Internet, es la herramienta de comunicación e
interacción social que envuelve al mundo, ha hecho que el poder monolítico del
Partido Comunista se cimbre. El gigante reacciona y trata desesperadamente de
controlar el ciberespacio, pero no hay recursos humanos, técnicos ni económicos
capaces de frenar el flujo de información con el que los jóvenes chinos dan a
conocer lo que pasa en su país.
Gracias a las redes sociales la burda propaganda
gubernamental queda expuesta y ridiculizada y varios funcionarios prepotentes y
corruptos han sido defenestrados. Parece que en China no hay muralla capaz de
detener a la red.
Adrián Foncillas
BEIJING (Proceso).-
“Soy intocable”, le gritó Lin Jiaxing, secretario del Partido Comunista de
China (PCCh) en Shenzhen, a un ciudadano después de que intentó abusar de la
hija de éste en el baño de un restaurante de esa ciudad del este de China. Como
representante del poder local se sentía impune.
En general los
cuadros del PCCh heredaron de los mandarines el autoritarismo y la corrupción,
pero Lin descuidó un detalle: La escena quedó grabada, saltó a internet,
indignó al país y días después el funcionario fue despedido.
Sin internet tampoco
hubieran sido castigados los funcionarios que forzaron un aborto sietemesino en
junio pasado, los habitantes de Beijing no hubieran compartido información
durante la inundación que azotó la capital en julio pasado ni se hubiera
frenado la apertura de una fábrica de productos químicos contaminantes en
Zhejiang el pasado octubre.
Xi Jinping presidirá
un país con 540 millones de internautas, 10 veces más de los que una década
atrás heredó su predecesor, Hu Jintao. Más de 200 millones de chinos utilizan
las redes de servicios de mensajes cortos, como Weibo, sistema creado en 2009
como réplica al censurado Twitter. Internet se desarrolla en China a un ritmo
vertiginoso y sirve para reflexiones profundas y para la frivolidad, para los
cotilleos de famosos y las críticas al gobierno, para informarse y desinformar.
La ausencia de una prensa libre empuja a los chinos hacia la red y la configura
como un flujo de información incontrolada.
China es hoy más
libre y plural gracias a internet. Un vistazo a la red descubre una sociedad
compleja, rica y dinámica, muy alejada de esa masa uniforme y teledirigida que
a menudo dibuja Occidente. La revolución de la red es una de las noticias más
saludables y globalmente ignoradas de China. Ahí desembocan la cultura y el
arte o las críticas al sistema. A veces ambas convergen, como en el caso de Ai
Weiwei, el famoso artista y disidente que utiliza las redes sociales como
altavoz de sus mensajes.
“Deberían nombrar
personaje del año a los internautas chinos; nadie ha hecho más para empujar
hacia adelante este país. Si quieres saber cómo respira China, conéctate”,
opina Zhang Bingjian, un artista que ha convertido la crítica social en el eje
de su obra.
En internet han
germinado fenómenos sociales. Es el caso del irreverente Han Han. Su biografía
sugiere velocidad: es piloto de carreras, autor de best sellers y el bloguero
más exitoso del mundo: tiene 580 millones de seguidores. Apenas rebasa los 30
años y es una celebridad entre la juventud china que espera con avidez sus
análisis sobre la sociedad.
Han Han dejó los
estudios a los 17 años para dedicarse a escribir y dos después había vendido 20
millones de ejemplares de su primera novela. Sólo fracasó en 2010 con el
lanzamiento de una revista que recogía sus comentarios más provocadores. Fue
censurada y el bloguero regresó a su refugio en internet. Habla de la
cotidianidad, de la inutilidad de muchos funcionarios, de las fallas del
sistema. Y ya hizo enojar a todos. Primero a los defensores de la esencia
comunista: Sus críticas le valieron la admiración de Ai Weiwei.
Pero en los meses
recientes, cuando se metió de lleno al análisis de temas políticos, decepcionó
hasta a los más reformistas. Han Han dejó en claro que China no está preparada
para una democracia súbita, sino que requiere un proceso más sosegado. Aunque es
la opinión mayoritaria en China, Ai lo acusó de venderse al PCCh.
El fin de la verticalidad
Internet puede
esparcir información falsa y rumores, lo que a veces es inocuo pero que en
ocasiones llega a ser peligroso. En julio de 2009 una colección de medias
verdades sobre una pelea en una fábrica de Cantón entre uigures –la etnia
musulmana– y han –la etnia mayoritaria china– desató en Xinjiang, en la otra
punta del país, una revuelta que dejó 200 muertos. Y en abril varios
internautas retransmitieron en directo un supuesto golpe de Estado en Beijing,
con imágenes de tanques en las calles y disparos de ametralladoras.
China sabe que
cualquier potencia económica debe confiar en internet y ha destinado más de 50
mil millones de dólares en telecomunicaciones y hardware de procesamiento de
datos. La banda ancha aumenta rápidamente mientras el gobierno confía en el
comercio electrónico para estimular una demanda interna que compense la caída
de las exportaciones.
Incluso existe una
red de información interna entre los miembros del PCCh, que se han sumergido en
las nuevas tecnologías después de que el gobierno subrayara su importancia.
Docenas de delegados tuitearon el reciente discurso de despedida de Hu Jintao
en el Congreso del PCCh. “El pensamiento de Mao Zedong siempre será la guía”,
colgó en la red su nieto y delegado Mao Xinyu, confirmando la compatibilidad
entre tecnologías nuevas e ideologías en desuso.
Beijing alienta el
uso de internet como forma de control democrático ante los excesos del poder,
pero también teme el fin de su milenario monopolio informativo. El PCCh tiene
un sistema vertical de canales y ha evitado el flujo horizontal que ahora
permite la red.
La Academia Nacional
de Ciencias Sociales concluyó en 2009 que internet y los mensajes de celular
eran ya los más poderosos formadores de opinión pública. La red es demasiado
importante para que Beijing permita su libre gestión. Es sabido que paga a
personas para que escriban comentarios favorables en los foros de discusión en
la red. Entre la población ha surgido la expresión el “partido de los 50
céntimos”, en referencia a lo que paga el gobierno por cada comentario.
Al mismo tiempo,
miles de incansables policías rastrean la red las 24 horas con la tecnología
más avanzada para imponer la censura. Pero un comentario en Weibo puede ser
reenviado miles de veces en segundos a otros usuarios, así que a la censura le
faltan tiempo y manos para tapar agujeros. Ante un nombre censurado, los chinos
utilizan caracteres de fonética parecida para encontrarlo. Y cualquier joven
conoce media docena de programas para entrar en las páginas prohibidas, la
mayoría de las cuales son de pornografía y menos de temas políticos.
El escándalo que en
2008 involucró al actor y cantante Edison Chen certificó la ineficacia censora.
Un internauta filtró centenares de fotos que mostraban a Chen en la cama con
varias celebridades femeninas de Hong Kong. El gobierno destinó un refuerzo
ciberpolicial para cortar el tránsito de ese material pornográfico, pero los
vendedores ambulantes ofrecían los DVD con la colección completa al día
siguiente en las principales avenidas de Beijing. Cuesta encontrar a un chino
que no las haya visto.
Contra la corrupción
La explosión de
internet impide gobernar como hace una década. Los escándalos sobre los líderes
han perturbado la transición tranquila de poder porque no se han podido
esconder bajo la alfombra como antaño. Ling Yihua, mano derecha del entonces
presidente Hu en los asuntos internos del PCCh, se cayó de las quinielas para
entrar en el Comité Permanente del Partido –máxima instancia de poder en China–
cuando por internet circularon las fotos del accidente mortal de su hijo con un
Ferrari, ocurrido en marzo pasado.
“Al gobierno le es
cada vez más difícil controlar la información”, afirma Anthony Saich,
catedrático de la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard y experto en la
comunicación social en China, entrevistado vía correo electrónico.
“Tratar a los chinos
como niños que necesitan escuchar sólo lo bueno ya no es viable cuando las
élites urbanas integran la comunidad internauta. No puedes tener un sistema
doméstico diciendo que no pasa nada cuando el ciberespacio te dice lo
contrario. Ya no es una cuestión de quién dice la verdad, sino de
disfuncionalidad. Es peligroso para la estabilidad que busca Beijing. Negar la
realidad y encubrir lo que pasa sólo puede ser negativo a largo plazo para el
gobierno”, dice.
Las inundaciones en
Beijing el pasado julio pusieron en evidencia una especie de esquizofrenia: las
cadenas de televisión y los diarios subrayaban los heroicos salvamentos, la
ayuda desinteresada entre vecinos y otras historias positivas, mientras la red
recogía la ira de los ciudadanos por la infraestructura tercermundista del
sistema de drenaje y la falta de previsión gubernamental ante la contingencia.
El protocolo censor
no evitó una nueva victoria de los cibernautas: El gobierno admitió que hubo 77
muertos, el doble de los 37 que había reportado originalmente, y destituyó al
alcalde de la capital, Guo Jinlong.
La red también
fiscaliza la corrupción. Cai Bin, un funcionario del área de obras públicas de
Guangdong –con un sueldo mensual de 10 mil yuanes (unos 20 mil pesos)–, fue
destituido en octubre después de que los internautas subieron a la red fotos de
22 inmuebles de su propiedad.
En septiembre fue
cesado Yang Dacai, funcionario de Seguridad Laboral de la provincia de Shaanxi,
luego de que circularon fotos de sus relojes de lujo. Se le encontraron 11 de
las marcas Omega y Rolex. El costo de uno de ellos se calculó en 400 mil yuanes
(más de 800 mil pesos).
La censura ha
provocado que los medios tradicionales pierdan la batalla de la credibilidad
ante la red. Quizá por ello en los últimos años ya asoman críticas al gobierno
en diarios oficiales.
Manel Ollé, profesor
de historia y cultura china en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, no
cree que se avance mucho más: “El control de los medios tradicionales seguirá
siendo necesario al ser los más influyentes y más políticamente sensibles sobre
los sectores clave en la estabilidad, entre estos los propios miembros y
cuadros del PCCh (…)
“Mientras en estas
capas se mantenga el consenso y se propague y acepte el discurso oficial, será
digerible y aceptable que en los márgenes circulen mensajes alternativos o disidencias
relativas. La carta de la credibilidad la tienen perdida y recuperarla puede
ser la única estrategia para la incidencia de los medios corporativos más o
menos cercanos al partido”, dice Ollé a Proceso vía correo electrónico.
La composición del nuevo
Comité Permanente, el órgano de siete miembros que gobierna por consenso el
país, anticipa unas reformas lentas. Se quedó fuera de esa instancia Wang Yang,
el jefe del PCCh en Guangdong, defensor de más libertades civiles, entre ellas
la de expresión. Y entró Liu Yunshan, el férreo ministro de Propaganda, quien
ha mantenido una constante presión sobre los administradores de sitios web para
que borren los contenidos sensibles, con amenazas de revocarles la licencia.
También ha lamentado la costumbre de millones de chinos de volcar sus opiniones
en internet.
La habitual paranoia
ante cualquier cónclave político explica que el número de palabras censuradas y
los filtros aumentaran durante el último Congreso del PCCh, en noviembre
pasado. El único efecto tangible fueron los lamentos de miles de cibernautas
por la brutal desaceleración de la red.
“Debemos reforzar la
gestión social de internet y promover un uso ordenado”, dijo en la inauguración
el presidente saliente Hu. Los buscadores han dejado de censurar los nombres de
los principales líderes del país después de meses, lo que indica una aparente
relajación.
“Es demasiado pronto
para saber si el nuevo gobierno cambiará algo en la política de la información,
pero en mi opinión no es razonable esperar nada fundamental. El PCCh sigue
considerando esencial el control informativo para mantener la estabilidad
social y política”, opina vía correo electrónico desde Hong Kong David
Bandurski, director de China Media Project y estudioso de la red en China.
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