domingo, 6 de mayo de 2012

MITOS YAQUIS NÚMERO 1


Los surem y el árbol parlante

Hace muchos siglos, en tiempos muy antiguos, los yaquis no eran como son ahora. Eran los surem, gente de muy corta estatura que vivían en el cerro surem. Eran pacíficos y no les gustaba ni el ruido ni la violencia. 

Un día, notaron que había un árbol que emitía unos ruidos que parecían ser como un extraño lenguaje. Este árbol era un gran Paloverde que crecía en la región del Omteme Cahui.  (El enojado).

La gente se reunía alrededor de él y los líderes trataban de comunicarse con el árbol que hablaba pero no tuvieron éxito. Ni siquiera los jefes más importantes pudieron interpretar el mensaje del paloverde. 

Mientras tanto, una muchacha muy joven, Yomumuli, tiraba y tiraba de la mano de su padre y le decía que ella podía interpretar lo que decía el árbol parlante. 

Al principio, el padre la ignoró y luego se enojó ante su insistencia. Finalmente le dijo : “Muy bien, lo harás en frente de todos y luego se te castigará por tu tontería”.

Entonces, Yomumuli se sentó junto al árbol y tradujo palabra por palabra lo que el árbol profetizaba para el futuro de la tribu. Les advirtió de la llegada del hombre blanco, que traería armaduras de metal y nuevas armas. 

Habría mucho sufrimiento y se derramaría mucha sangre entre los surem, pero, eventualmente, triunfarían sobre sus adversarios. Les profetizó la llegada del ferrocarril diciendo “que se haría un camino de acero con un monstruo de hierro en medio. 

Les dijo que sufrirían por varios años en los que habría mucho ruido y confusión. Tienen que decidir qué van a hacer. Los que no resistan esta situación pueden irse a otra parte para no enfrentar ese destino.

Entonces, los surem se dividieron en dos grupos. Uno de estos grupos se fue y hay quien dice que se metieron al mar y viven ahí todavía.

Otros dicen que se convirtieron en hormigas negras y viven debajo de la tierra. 

Los surem que se quedaron, con el tiempo crecieron a una mayor estatura y se convirtieron en los yaquis, tal como son ahora y fueron tan fuertes guerreros que pudieron derrotar a los españoles cuando estos llegaron.


Cristiandad
Hace mucho, mucho tiempo que una partida de conquistadores españoles llegó al territorio de los yaquis. Estos eran los “invasores blancos” que había profetizado el árbol parlante muchos años atrás, en el tiempo en que había surem. Estaban armados y vestidos exactamente como había dicho el Paloverde.

Los yaquis se reunieron para enfrentarlos. Uno de los jefes yaquis pintó una raya en el suelo, se arrodilló y la besó reverentemente y dijo : “Hasta esta línea y en otras tres direcciones hasta donde alcanza la vista, es territorio yaqui. No permitiremos la entrada de ningún invasor”. Les pidieron a los soldados españoles que se fueran por donde habían venido.

Los españoles trataron de combatir a los yaquis pero estos lucharon con tal fiereza que se tuvieron que retirar apresuradamente. Dijeron que nunca habían encontrado a unos guerreros tan valientes. Así que los yaquis expulsaron a los invasores, tal como estaba profetizado.

Cerca de 70 años después (sic) unos Mayos que se habían convertido al cristianismo vinieron con los yaquis y les hablaron de unos españoles que eran pacíficos y no portaban armas. Los yaquis aceptaron que entraran a su territorio siempre y cuando no vinieran hombres armados. 

Los misioneros los convirtieron fácilmente al cristianismo porque llamaban a su dios “Nuestro padre celestial” y apuntaban hacia arriba y los yaquis pensaron : Ellos también creen como nosotros en Itom achai taa´ a que quiere decir nuestro padre sol y además, el símbolo de la cruz que traían los misioneros se parecía mucho al símbolo yaqui para el sol, de manera que se convirtieron al cristianismo cuando antes habían adorado al sol y tenían ceremonias y danzas para ello, como la danza del venado, pascola, coyote, mapache, etc...

Los yaquis preguntaron acerca del hombre que estaba en la cruz. ¿Quién era y porqué estaba crucificado? ¿Quiénes lo habían crucificado? Tomaron estas creencias cristianas y las dramatizaron para formar las ceremonias de la cuaresma y semana santa. Probablemente los misioneros les dijeron que los hombres en tiempos de Jesús eran unos buenos y otros malos. 

De ahí surgió la idea de que los matachines, angelitos y grupos de la iglesia eran buenos. Los misioneros les permitieron que incluyeran algunas de sus antiguas creencias y las mezclaran con el cristianismo. Las danzas del venado y del pascola fueron consideradas como buenas.

Por otro lado, las fuerzas del mal se representaron para que fueran lo mas feas posible. Los malvados fueron llamados Fariseos o Chapayecas en yaqui, que quiere decir, chapa largo y afilado y yeca nariz. Estos malvados recibían el mayor castigo durante la cuaresma pues perseguían a Cristo. Pero, se les da la oportunidad de redimirse el sábado de gloria, cuando Cristo se levanta y va hacia el cielo.



Las sandías del pascola

Dice un pascola :
Yo tenía un caballo muy viejo al que dejaba salir y descansar por varios días. Una vez lo ensillé para ir a dar un paseo largo por el monte. Viajamos durante todo un día y al caer la tarde le quité la silla. Noté que tenía una herida en el lomo y lo dejé libre. Al otro día lo busqué y pronto lo encontré. Corté una sandía madura y lo monté y fuimos caminando mientras me comía la sandía. Llegamos al río y lo dejé beber y le lavé la herida. Luego seguimos camino y comí más sandía. Yo tiraba las semillas. Llegamos a mi casa y me bajé del caballo. Tomé un poco de tierra muy fina y se la puse en la herida. Lo dejé libre en el corral y me olvidé del caballo por un tiempo.

Luego de cuatro o cinco meses fui a buscarlo pero no lo encontré. Lo busqué durante una semana pero no lo vi. La semana siguiente lo busqué de nuevo y al pasar por un bosquecillo me puse a contemplar las hojas de un árbol que no era ni mezquite ni batamote. Entonces escuché un estornudo de caballo. Me abrí paso entre las ramos y encontré un sembrado de sandías. Volví a mirar y vi que las sandías habían crecido de la herida de mi caballo. La tierra que le había puesto llevaba varias semillas de sandía.

Me llevé el caballo a la casa y corté muchas sandías, maduras y de buen tamaño. Las vendí y también les regalé a mis vecinos, luego, corté el tallo de la mata y curé al caballo.  Cuando murió, le hice una fiesta y lo extrañé durante muchos meses.
Ahí tienen, señores.



El pascola encantado
Hubo una época en el yaqui en que la naturaleza daba mil encantos a la imaginación sencilla de los indios; apariciones de mujeres o brujas con patas de cabra, capitanes petrificados en forma de montañas, árboles y flores con facultades humanas, chapulines magos, serpientes monstruosas y animales que hablaban con los yaquis.

En ese tiempo hubo un pascola que al principio de su oficio fue muy malo y sin gracia. No platicaba bonito ni sabía bailar. Vivía distante de Cócorit en un punto llamado Vivagímari que quiere decir cigarro tirado. 


Pero aún cuando era inepto para todo, por compasión hacia él, las gentes de la tribu siempre lo protegían.

Una vez lo citaron para que fuera a bailar a Cócorit y le dejaron los cigarros de costumbre como enganche. El pascola despachó al Moro encargado de juntar bailadores, violinistas, arperos y tamborileros, con la respuesta de que iría y él a los dos días salió para Cócorit.

En el camino, al pasar por en medio de los cerritos llamados puerto de Bachoco en donde hay una cueva no muy profunda, escuchó la música de un violín y un arpa, pero no veía a los músicos. 


Se paró a oír aquella linda música que era tan hermosa que le dieron unas ganas incontenibles de bailar en ese mismo instante, mas con tristeza se dijo : 


“Pero si soy tan sin gracia” y se quedó parado, deseando de todo corazón tener más gracia.

En eso, salió de la cueva un chivo pinto con la cola arriscada y sin cuernos. El animal se dirigió al pascola y este lo esperó, sereno. El chivo se alzó en sus patas traseras y le puso las manos en los hombros y empezó a tallarle el rostro con sus barbas, como si lo peinara. Luego le lamió la frente, la boca, los oídos y la garganta. 


Hecho esto se bajó y fijó un rato su mirada en el pascola y éste se puso a reír por la figura que tenía el chivo, el cual, pegando una carrera se detuvo como a diez metros y se volvió a toda prisa como si fuera a golpearlo, pero el pascola se quedó quieto.


Llegó el animal y levantando una pata lo orinó desde la cintura hasta los pies y hecho esto se fue al galope hasta perderse entre las piedras y la música cesó.

Entonces, el bailador, lleno de asombro, se puso en marcha otra vez, pensando qué sería aquello que había presenciado. 


Empezaron a revelársele muchas ocurrencias y chistes para entretener al público y en su imaginación proyectaba un sin número de movimientos con los pies (mudanzas) y así llegó a Cócorit donde iba a hacerse la fiesta.

Le dieron de comer guacavaqui y luego fue a vestirse y después a bailar y –cosa extraordinaria- el pascola torpe y sin gracia, esa noche se lució frente a todos y por ello, desde entonces fue un pascola muy querido por los ocho pueblos, a un grado tal que hasta hoy no ha habido otro que iguale su maestría.


 Dicen que aquel chivo era un pascola encantado. Otros cuentas que fue una de las maravillas que aún se aparecen a los indios.

El pascola afamado murió y le hicieron regios honores los fiesteros hasta dejarlo en su tumba.

La gente serpiente

Hace mucho tiempo vivía un yaqui llamado Habiel Mo´ el. Era huérfano pero tenía muchos parientes en todo el territorio yaqui, A él no le gustaba la cacería como a la mayoría de los jóvenes yaquis. 


Le gustaba ir de casa en casa y de pueblo en pueblo para asistir a fiestas y comer y platicar con sus amigos y sus parientes.

La única arma que usaba era un garrote grande bastante grueso. Vivía al pie del cerro Mete´ etomakame.  


Un día salió para ir a una fiesta pero se encontró con una parte del monte que era muy tupida, por lo que dio la vuelta y se dirigió a Jori. 


De Jori se fue hacia Bataconsica, en donde un arroyo se une al río yaqui. 


La maleza era tan tupida que tuvo que arrastrarse, debajo de las ramas para poder pasar.

Al llegar a un claro, le salió al paso una gran serpiente. El la golpeó en la mitad de su largo cuerpo, pero la serpiente se perdió entre el monte antes de que pudiera golpearla otra vez. 


Habiel Mo´el continuó su camino hacia la ranchería llamada Hekatakari.

De repente, se encontró en un pueblo grande que no conocía, habitado por yaquis. Sintió que había algo extraño en el pueblo y al ir caminando por entre las casas se le acercó un cabo de la guardia y lo saludó. 


Le dijo que el jefe de la guardia deseaba hablar con él, así que allá fueron. Dentro de una ramada, se encontraba sentado un kobanao que le dijo que también se sentara. 


Había otros kobanaom, todos sentados cerca de él y una jovencita que traía alrededor de su cintura un vendaje de hojas.

El jefe de los kobanaom le dijo: “Te hemos traído aquí porque esta jovencita dice que tu la golpeaste en el monte”. 


Habiel Mo´el se mostró muy sorprendido y dijo que desde Jori hasta ese lugar no había encontrado a nadie. Yo no golpeé a esta muchacha, dijo.

“Si la golpeaste esta tarde y eres acreedor a un castigo. ¿Porqué lo hiciste?” Insistió el kobanao.

Habiel Mo´el no recordaba haberla golpeado así que repitió que no era culpable. 


Les contó con detalle cual había sido el camino que había seguido pero dijo que no había visto a ninguna muchacha. 


Respetuosamente pidió que se le perdonara pero insistió que no había hecho nada malo.

El kobanao se dirigió a la jovencita y le preguntó si este era el hombre que la había golpeado y ella dijo que sí y que todavía llevaba el garrote con el que la golpeó y que casi la mataba.

El dijo que nunca en su vida había visto a esa muchacha. 


Nuevamente solicitó que se le perdonara pero diciendo que no era culpable. Los kobanaom se reunieron para discutir el asunto.

El jefe de ellos le dijo : “Te perdonamos por esta ocasión ya que es tu primera ofensa, pero de aquí en adelante cuando viajes, no le hagas daño a nadie que cruce tu camino y que no te represente un peligro. Puedes irte”.

Habiel Mo´el le dio las gracias y se alejó de la ramada de la guardia. 


De pronto se encontró en medio del monte, sin ningún signo de un pueblo.

Llegó a su destino cuando ya estaba oscuro, a la casa de uno de sus parientes, un hombre viejo llamado Wete´ epoi, al cual saludó. 


Se pusieron a comer pitahayas y le platicó acerca de la extraña experiencia que había tenido y como había aparecido y luego desaparecido el pueblo y de la acusación que le habían hecho.

El viejo lo escuchó y le dijo : 


“Has cometido un grave error. Todos los animales, al igual que las personas, tiene sus autoridades y sus leyes. Tu golpeaste a una serpiente que se cruzó frente a ti pero que no te hacía ningún daño. 


Las autoridades de ese grupo actuaron contra ti porque la muchacha se quejó y se volvieron personas para castigarte. 


Te daré un consejo : Nunca dañes a las serpientes, coyotes o cualquier animal que se cruce en tu camino pero sin representar peligro para ti.

Si una serpiente se encuentra enroscada para atacarte, mátala, pues estarás defendiéndote, pero mátala por completo, no la dejes ir porque entonces se va a ir a quejar con sus jefes y ellos te castigarán”



El pájaro Ku
Hace muchos años vivía entre los yaquis un pájaro que era muy pobre. Era tan pobre que sus plumas eran muy deslucidas, pero como era vanidoso, le daba pena mostrarse ante los demás y se mantenía alejado y solitario. No conocía a nadie y solía ver  a los otros pájaros que tenían hermosas plumas y estaba celoso de ellos.


Un día se le ocurrió una cosa. Comenzó a arrancarse las plumas, una por una, aunque le doliera un poco. Finalmente quedó totalmente “pelón”, sufriendo con el frío que hacía. Iba pasando una lechuza y el pájaro Ku la llamó : “Hermana, hazme un favor y yo te ayudaré durante el resto de mi vida. Préstame unas pocas de tus plumas pues tengo mucho frío”

La lechuza le contestó que no se preocupara, que le iba a prestar algunas plumas y que les iba a decir a otros pájaros para que también lo hicieran. Así vas a poder cubrir todo tu cuerpo, le dijo.

“Gracias, tu eres muy buena, le dijo Ku a la lechuza. Cuando me hayan crecido las plumas, se las regresaré a quienes me ayudaron”.

La lechuza envió un mensajero a todos los pájaros citándolos para una reunión que se iba a realizar muy temprano, la mañana siguiente. 


Todos asistieron y hablaron largamente, pero querían ver al pájaro Ku. Este se presentó ante ellos, muy avergonzado de su desnudez. Al verlo, todos sintieron lástima y dieron sus plumas hasta que quedó totalmente cubierto por ellas.

Luego de darles las gracias, el pájaro Ku fue a verse en un estanque de agua muy clara y pudo ver que ahora tenía un hermoso y raro plumaje. 


Había plumas de varios colores, amarillas, azules, rojas, verdes. Parecían los colores del arco iris. 


Ya nadie lo veía como el pájaro desnudo de antes y ahora le decían el ave de mil colores.

El pájaro Ku fue a verse nuevamente en el estanque y vio que tenían razón, ahora era el ave mas hermosa de todas, pero como era vanidoso se volvió muy presumido y hablaba constantemente de su nueva belleza, al grado de que ya nadie lo soportaba y evitaban estar cerca de él.

Hasta nuestros días, el pájaro Ku, o sea el perico, habla sin parar y la gente quiere que se calle, mientras él sigue admirando su plumaje de varios colores.


El curandero yaqui
Había un yaqui muy pobre que tenía doce hijos. Cuando nació el número 13 nadie quiso ser su padrino. 


Los yaquis creen que los padrinos están obligados a apadrinar a tres niños consecutivamente de cada familia, pero ya 13 eran demasiados.

El padre se enojó y dijo :


 “Voy a salir y a la primera persona que encuentre la haré mi compadre”. Fue hacia las montañas y vio que hacia él venía un hombre alto y distinguido, que además resultó ser muy simpático.

¿a dónde vas? Le preguntó el extraño

“A donde sea”, contestó el padre de 13

¿No irás a buscar a alguien que sea tu compadre?

Sí, pero ¿cómo lo sabes?

“Porque soy el diablo y si quieres puedo ser tu compadre”

Yo soy un hombre pobre, dijo el hombre, y tu eres para hacer tratos con los ricos. Vete.

El diablo se fue en forma de un remolino, que es como viaja.

El padre de 13 hijos continuó su viaje y encontró a un segundo hombre. Este era alto, delgado y vestía de negro.


 En la mano llevaba una espada y al encontrarse le dijo : ¿A dónde vas, buen hombre?

A buscar a alguien que quiera ser mi compadre.

Yo puedo serlo si me das a tu hijo cuando yo te lo pida. Yo haré que llegue  a ser el mejor curandero de todos.

Y ¿Tú quién eres?

Soy la muerte....

Bueno, como tú le quitas tanto al rico como al pobre y todos son iguales ante ti, serás mi compadre. Ve a la iglesia el domingo que entra para el bautismo. Así fue como la muerte fue padrino del hijo número 13.

Cuando el muchacho cumplió 13 años, el padrino apareció y le dijo al padre :”Te dije que haría de él un gran curandero. Dámelo para instruirlo, como prometiste”

Como ese era el acuerdo, el padre tuvo que dejar ir a su hijo. El padrino y el ahijado fueron hacia una colina que estaba en un bosque y entraron a un cuarto muy grande. 


Había muchísimos otros cuartos y en cada uno había una gran cantidad de velas encendidas.

Las velas eran las vidas de toda la gente, le dijo el padrino al muchacho. Si la vela es alta y apenas empieza a quemarse, esa persona va a vivir todavía muchos años. 


Si se ha quemado hasta la mitad, le queda a esa persona la mitad de su vida y si ya queda muy poco de la vela quiere decir que esa persona va a morir pronto.

La muerte le enseñó a su ahijado una hierba y le dijo que con ella podía curar.


 “Cada vez que visites a un enfermo, yo voy a estar ahí. Cuando me veas en la cabecera de la cama, usa la hierba y se va a curar, pero si me ves al pie de la cama del enfermo, este va a morir, no le des medicina”.

De esta manera, el muchacho se volvió en poco tiempo un gran curandero, el mejor de todos. Se corrió la voz y todos lo solicitaban y como cobraba bastante caro, para cuando llegó a los treinta años de edad era un hombre muy rico.

Un día, un hombre que era también muy rico, enfermó y mandó llamar al curandero. Le dijo que si lo curaba, podía casarse con su hija.

Cuando el curandero vio que la muerte estaba a los pies de la cama del hombre rico, supo que este iba a morir, pero al ver a la hija de ese hombre se enamoró de tal manera de su belleza que deseó de todo corazón llegar a ser su esposo. 


Rápidamente volteó el cuerpo del enfermo, de manera que la muerte quedo hacia su cabeza. Le administró la medicina mientras el padrino, la muerte, observaba muy enojado.


 El hombre rico se alivió completamente y la muchacha quedó muy satisfecha. Vamos a la iglesia a casarnos, le dijo al curandero.

La boda se realizó, con todo y pascolas, pero antes de que empezara la fiesta, la muerte se apareció a las puertas de la iglesia y le dijo a su ahijado :


 “Veo que te casaste”

Si, dijo éste, y pensó para sí:  ¿Qué me puede hacer? Después de todo soy su ahijado.

Ven conmigo, dijo la muerte y agarró fuertemente al curandero de modo que no se pudo resistir. 


Lo llevó hasta la cueva de las velas. Algunas estaban altas y apenas empezaban a arder, otras a medio camino y otras más a punto de extinguirse.

Estas son las vidas de los yaquis, dijo el padrino.

El ahijado le pidió que le mostrara su propia vela.

Esta es tu vela, dijo la muerte, apuntando hacia una que se había quemado a menos de la mitad.

Y la muerte la apagó de un soplido.



Horacio Vázquez del Mercado
Cronista Municipal de H. Guaymas de Zaragoza, Sonora.

Correo electrónico  :      horavame2003@yahoo.com.mx

No hay comentarios:

Publicar un comentario