
Jorge Carrasco Araizaga
“Héroe” para el Ejército, asesino y torturador para sus víctimas, el general
brigadier retirado Mario Arturo Acosta Chaparro Escápite, de 70 años, fue
ejecutado el viernes 20 en la populosa colonia Anáhuac de la Ciudad de México
mientras servía al gobierno de Felipe Calderón bajo la cobertura de consultor de
seguridad.
“Estaba trabajando”, investigando varios asuntos por encargo de su amigo el
secretario de la Defensa Nacional, general Guillermo Galván Galván, quien lo
mantenía como operador para asuntos de narcotráfico, grupos subversivos y “casos
especiales de seguridad”, dijeron a Proceso fuentes cercanas al
militar asesinado.
Se había reincorporado a ese trabajo a finales de 2010 después de que fue
objeto de un atentado el 18 de mayo de ese año cuando empezaba a investigar la
desaparición de Diego Fernández de Cevallos, secuestrado poco antes.
Luego de medio año de convalecencia y depresión por lo que consideró un
abandono del gobierno de Calderón, el militar se reincorporó a su empresa de
seguridad y a sus actividades de “asesoría” al secretario de la Defensa.
Asociado con uno de los hijos del general Jesús Gutiérrez Rebollo –quien fue
procesado por su presunta protección al Cártel de Juárez, cargo por el cual el
propio Acosta Chaparro también fue encausado judicialmente–, el corpulento
general en retiro, originario de Chihuahua, murió la tarde del viernes 20 cuando
era trasladado al hospital de la Cruz Roja de Polanco.
Fue emblema de la Guerra Sucia en México, como uno de los jefes de la temida
Brigada Blanca, la organización paramilitar que operó en los años setenta y
ochenta del siglo pasado a fin de erradicar a los grupos guerrilleros. Su
compañero en ese cuerpo integrado por miembros de instituciones militares y
policiales, Miguel Nazar Haro, falleció en enero pasado, a los 84 años.
(Extracto del reportaje principal que aparece esta semana en la revista
Proceso 1851, ya en circulación)
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