miércoles, 15 de febrero de 2012

MILITARISMO Y MILITARIZACIÓN


Dagoberto Gutiérrez.


Esta institución tiene una naturaleza conservadora, toda vez que está al servicio de un poder establecido que se lucra, precisamente, de un orden establecido que es defendido por la fuerza de las armas.

 Esta institución tiene una naturaleza conservadora, toda vez que está al servicio de un poder establecido que se lucra, precisamente, de un orden establecido que es defendido por la fuerza de las armas. En función de esta realidad, la tropa y la oficialidad es apartada de la sociedad, y la barrera entre un civil y un militar se convierte en la esencia filosófica de la formación militar.
El militarismo aparece como una ideología, es decir, como una visión del mundo, propia de militares y de civiles, y expresa la posición según la cual, las Fuerzas Armadas son la única fuente de seguridad, orden, legalidad, paz y todo lo imaginable.

Este militarismo es el que se expresaba en el Articulo 211 de la Constitución de 1983, en donde la Fuerza Armada aparecía con una larga e impresionante lista de funciones, incluyendo la de ser garante de la Constitución. Esto era militarismo puro, espeso y franco.
Luego de la guerra y como consecuencia de ella, cuando el ejército, al no ganar la guerra, la pierde, y la guerrilla, al no perder la guerra, la gana, la Fuerza Armada pierde su calidad de clase gobernante, y el Articulo 212 de la Constitución, le establece la función de defensa de la soberanía y de integridad del territorio. Al mismo tiempo se separa la función de la defensa y de la seguridad pública.
Estas decisiones políticas no eliminan, sin embargo, la ideología militarista, y sobre todo cuando la guerra civil se convierte en guerra social, cuando el mercado sustituye al Estado, cuando las personas dejan de ser ciudadanos y se convierten en consumidores, y cuando democracia y política se convierten en mercancía, y cuando toda la sociedad pierde la cohesión minina para funcionar, cuando todo esto ocurre, la ideología militarista sustituye parcialmente a la cordura política, y no pocas personas llegan a pensar que el antídoto y cura para esta enfermedad es la mano dura, la disciplina y el orden de las Fuerzas Armadas. Este es el militarismo más puro correspondiente a la crisis histórica que vive el régimen político.
La militarización funciona como un proyecto político que busca recuperar para la Fuerza Armada, el antiguo papel que desempeñaba. Aquí estamos ya en un proceso de toma de decisiones en una determinada dirección, y es inevitable el choque con los acuerdos de paz y con la misma Constitución. Por eso mismo, las decisiones requieren de un importante cinismo y de un desprecio a la inteligencia política de la sociedad. 
Para hacer avanzar la militarización hay que sepultar los acuerdos de paz, que establecen la separación de defensa y seguridad pública, y determinan que la dirección de la PNC ha de estar en manos civiles. Pues bien, el actual gobierno y el actual presidente, al nombrar a un militar en la dirección de la PNC, lo presentan como civil, aun cuando se trata de un general que un día anterior, apenas un día anterior, era un alto jefe militar.
Dentro de esta militarización aparece un nuevo lenguaje y las palabras correspondientes a este nuevo lenguaje,  porque la Fuerza Armada entiende el abordaje de la actual guerra social  como un problema estrictamente militar. 
Y entiende a la policía como un instrumento de la Fuerza Armada, y a los policías como soldados, y a las bandas y a los delincuentes, como el enemigo. 
Todo este tinglado es la militarización, que abarca el desempeño de la institución armada en toda la sociedad e interesa a todas las personas, sean o no delincuentes, sean o no miembros de las bandas perseguidas. Semejante política afecta las relaciones entre la sociedad y la Fuerza Armada.
Cuando hablamos de militarización, entonces, no nos estamos refiriendo únicamente a la relación con las bandas delincuenciales; por el contrario, hablamos de una concentración de poder que supera el papel instrumental propio de la Fuerza Armada, y su conversión en un poder dentro de otro poder, con nuevas relaciones con todas las personas, y esto no conviene a nadie en el país, porque se estarían sembrando nuevas tempestades, sobre todo de aquella, que ya se creían superadas.
Las dos figuras se refieren a la Fuerza. La primera, en tanto ideología, y la segunda, como proyecto político. Ambas corresponden a momentos o periodos de crisis que amenazan el orden establecido.
En estos momentos, cuando los resortes y recursos tradicionales de defensa del poder constituidos han fracasado, se acude a la violencia legalizada del Estado. Aquí entra en escena, de manera franca, descubierta y abierta, la Fuerza Armada.
Este fenómeno es observable a nivel planetario. Cuando el capitalismo es atrapado por sus mismas lógicas y es derrotado en sus propios reductos filosóficos, acude presuroso al recurso de la guerra,  y sacrifica, para eso, a cualquier democracia que se le oponga en su camino y hunde cualquier soberanía de cualquier Estado que se oponga al poder de los mercados planetarios.
Esto es lo que hace Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania, en estos precisos momentos. Es lo que siempre han hecho, y por eso la amenaza de una guerra atómica se cierne sobre la vida del planeta.
En El Salvador funciona la misma lógica en sus niveles correspondientes, porque habiendo sido derrotada la filosofía, la economía y la política neoliberal, lo que se impone resulta ser el establecimiento de un nuevo rumbo para el país, y esto significa un nuevo proyecto en donde se levante un nuevo Estado, diferente al viejo Estado oligárquico derrotado por la vida y la lucha del pueblo. 
Esto sería lo normal y adecuado si la democracia fuera en realidad una vigente manera de vivir, pero tratándose de una democracia formal, solamente formal y apenas formal, al poder establecido ni se le ocurre la figura de la corrección; y por el contrario, acude a lo que siempre acuden los poderes tradicionales en estos momentos: a la fuerza. Es aquí cuando surge la Fuerza Armada como el recurso permanente.

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