Javier Valdez/ Columna Malayerba
En la cantina, un
grupo de maestros departían en mesa para cuatro: unos estiraban la mano para
alcanzar la botana de camarones secos con sal, chile y limón, o para apurar el
trago, y unos más gozaban la insoportable verdad que escupía la boca del decano
de la escuela secundaria.
Uno de ellos levantó
la mano y dirigió su mirada hacia la mesera de generosas piernas. Otra cubeta,
por favor. Gritó. La joven tomó el balde y lo vació. Acomodó diez medias de
Pacífico, tomó rocas de hielo y las echó encima.
Manuel les hablaba
de la plebada, de la necesidad de formar jóvenes que tuvieran otra mirada
respecto a la realidad: una mirada que lo abarque todo, que piense y critique y
proponga, para que esta chingadera cambie. Lo dijo en voz alta porque se
apasionaba. Los otros, también de secundaria, le decían que tenían razón, pero
también los morros no tenían remedio. Son unos desmadrosos, compadre.
Pidieron más
cacahuates salados y la joven aquella les trajo dos bolsas y espació las
leguminosas en dos platos de plástico rojos, algo hondos, que puso en los dos
extremos de la mesa. Aquellos seguían ejercitando el codo y los bíceps de tanto
levantar y levantar botellas de media.
Un hombre que estaba
al fondo, junto con otros dos, saludó a Manuel de lejos: levantó la mano y la
sacudió apenas. Manuel respondió moviendo ligeramente la cabeza. Quién es,
preguntó uno. No quieres saber, güey. Apenas llevaban medio balde, cuando llegó
la mesera con otra ronda. Y esto qué, preguntó uno de los profes. Nosotros no
hemos pedido. La joven sonrió y explicó que aquel se las había enviado. Y miró
hacia el mismo rincón.
Don Manuel volteó y
agradeció: la palma de su mano derecha con la parte interior viendo hacia su
cara y la parte exterior dirigida hacia el hombre aquel que le sonreía en un
rincón de la cantina. Muchas gracias, amigo. Pronunció. Aquel no lo oyó pero
entendió los gestos. Hizo una seña de abrazo. Puso su mano en el pecho. Y
desbordó su cara en una sonrisa que nació en ese momento.
Quién es,
preguntaron dos de ellos. Es un narcotraficante. Gomero, mafioso, mariguanero.
Puro cabrón o como quieran llamarle. Pero eso es. Y también es mi amigo. En eso
un muchacho que no conocía se acercó y le dijo: Me mandó el jefe, que lo que se
le ofrezca. Que está a sus órdenes. Dígale que muchas gracias por las cervezas,
pero que si me quiere ayudar mande butacas, pupitres, pizarrones a la
secundaria. Porque no tenemos.
El muchacho sonrió y
se apartó. La semana siguiente, cuatro días después, dos camiones se pararon
afuera del plantel. Traían pizarrones y pupitres. Los choferes buscaron a
Manuel, porque necesitaban quién les ayudara a bajar los muebles.
26 de marzo de 2013.
(RIODOCE.COM.MX/ Columna Malayerba de Javier
Valdez/ marzo 31, 2013)
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