Javier Valdez/ Columna Malayerba
¿Amor? La joven
plasmó el sobresalto de su pecho en su voz. Parecía salir a borbotones, entre
palabras empleitadas pero bien sentidas: Amor, qué gusto, estás aquí. El hombre
no pudo responder. Solo dijo, Estoy bien, mamacita. Te voy a volver a llamar
pero no se te ocurra marcarme. Y colgó.
El hombre había
permanecido ausente durante poco más de año y medio. Salió huyendo,
atropellando sus propios pasos y queriendo perderse incluso de su sombra: en un
jale por el que cobró buen dinero, se llevó a dos jóvenes. Uno era hijo de un
bato pesado y muy cabrón. Cuando lo supo no se llevó nada. Nomás sus pies.
¿Ya estás aquí?
¿Volviste?, contestó ella cuando él le volvió a llamar. No puedo decirte nada
mi amor. Solo tengo un minuto para llamarte. Dime cómo estás. Dime si me
extrañas, si todavía me quieres, perrita mía. Ay amor, qué quieres que te diga
si tú ya sabes que te quiero un chingo, que te extraño, que no dejo de pensar
en ti y en todo este tiempo me tenías preocupada.
Tengo que colgar.
Clic. Le insistió que no se le ocurriera buscarlo. Por ningún motivo y por nada
del mundo me llames. Yo te vuelvo a marcar. Y no le digas nada. Nada, nada. A
nadie. Eran las instrucciones.
Quería volver,
recuperar su vida y tener de nuevo las noches de fuego con esa güera de cadera
amontonada y culebra en lugar de lengua. Amorosa con ropa. Toda una enredadera
venenosa e intrépida si estaba bichi y en la cama. Mi perrita, le decía él.
Eran sus caricias verbales. Los otros cariños tenían qué ver son su billetera
mequetrefe y tan abultada como esos pechos.
Prepárate. Le dijo a
la tercer llamada. Consigue a una amiga para que vayan al antro, al de siempre.
Luego te vuelvo a llamar. Le dijo el día, la hora. Llamó de nuevo: entra,
siéntate, tómate unas. Ya todo está pagado. Otro ring: Deja a tu amiga ahí y
sal, camina hacia el estacionamiento. Otra más: cruza la calle. Y otra. Camina
por la orilla de los carros estacionados, no te subas a la banqueta.
Séptimo. Avanza
cincuenta pasos. Octavo: métete al otro lado de los vehículos, pero sigue por
la orilla y no te subas a la banqueta. Aquí estoy, adelantito. El hombre en un
carro que cree que nadie ubica como suyo. Cuando la mujer está a tres metros de
distancia él abre la puerta para salir y recibirla, gustoso y desbordante.
Apenas pone uno de
sus pies en el pavimento cuando desde el otro lado del automóvil se para un
joven y le dispara. Dos detonaciones. Y ella cerca, apenas detenida, autómata.
El sicario rodea el vehículo, la hace a un lado a empujones. La tumba. Apunta y
pum pum pum. Guarda el arma, pasa un carro y se detiene frente a él. Se va.
Tenían un año y ocho
meses esperándolo: el teléfono celular de ella duró todo ese tiempo cableado.
22 de marzo de 2013.
(RIODOCE.COM.MX/ Columna Malayerba de Javier Valdez/ Marzo
24, 2013)
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