Al pan, pan, y al vino, vino.
Esta es la vieja frase española para llamar las cosas por su nombre, y que
permite establecer que como punto de partida en las pláticas que sostienen
representantes de alto nivel de México con sus contrapartes en Estados Unidos
para frenar la elevación de aranceles a partir del lunes, no hay ninguna
negociación, como se han planteado, sino un trabajo de cabildeo por parte del
secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, para convencer al
presidente Donald Trump que quieren cumplir con sus exigencias y demandas en
materia migratoria. Entonces, si lo que estamos viendo es la capitulación
mexicana en materia migratoria, lo que tendría que estar buscándose son los
términos de la capitulación para que no resulte humillante para el presidente
Andrés Manuel López Obrador.
No hay duda a partir de la
lectura de las declaraciones públicas y la información que está saliendo de
Washington, que nunca hubo negociación alguna sobre aranceles, sino una
rendición mexicana de los resultados de su política migratoria. Aún así,
percibiendo la vulnerabilidad mexicana por sus propias contradicciones, le
siguen subiendo la presión a Ebrard. La vocera de la Casa Blanca, Mercedes
Schlapp, le dijo ayer a la agencia de noticias AP: “Parece que nos estamos
moviendo hacia la ruta de los aranceles, porque lo que hemos visto hasta ahora
es que lo que están proponiendo los mexicanos, simplemente no es suficiente”.
El presidente Donald Trump habló con la prensa de la Casa Blanca que lo
acompaña por Europa, y desde el aeropuerto irlandés en Shannon dijo: “Ya
veremos qué sucede, pero algo muy dramático podría suceder”. Ya sucedió.
El diario The New York Times
reveló que aunque México se había opuesto firmemente a ser un “tercer país
seguro”, que sirviera de hostal de migrantes en espera que les dieran asilo en
Estados Unidos, su justificación que esperaban que los inmigrantes no llegaran
a su frontera sur y se quedaran a vivir en México, se colapsó con la realidad,
el incremento acelerado de migración indocumentado hacia aquella nación. En la
reunión del miércoles en la Casa Blanca, Ebrard, primer opositor a ese
concepto, reculó. Dijo que su gobierno estaba dispuesto a reforzar la frontera
con Guatemala y le prometió al vicepresidente Mike Pence y al secretario de
Estado, Mike Pompeo, que combatirían al crimen trasnacional que trafica humanos
y que ofrecería asilo a miles de centroamericanos a cambio de que no fueran a
Estados Unidos. Patético.
El periódico The Washington
Post, añadió elementos sobre la capitulación mexicana. Ebrard comprometió el
envío de seis mil soldados dentro de la Guardia Nacional a la región fronteriza
con Guatemala, y que dentro de la aceptación de “tercer país seguro”, recibiría
a los guatemaltecos deportados, sin cuota máxima, que llegaran a pedir asilo en
Estados Unidos. A su vez, los hondureños y salvadoreños detenidos en ese
territorio, serían enviados a Guatemala, de acuerdo con una negociación separada
con ese gobierno. Guatemala y Honduras se han venido quejando que la política
migratoria de López Obrador también los afectó, al desestabilizar sus países
por ofrecer visas humanitarias y paso exprés y custodiados por la Policía
Federal hasta cruzar la frontera norte. Patético, por partida doble. La
política lópezobradorista provocó problemas y disgustos con todos. El gobierno
mexicano despachó a un equipo de abogados a Washington, y se reunieron con Pat
Cipollone, el consejero jurídico de la Casa Blanca, para analizar los términos
jurídicos para que México sea un “tercer país seguro”. La discusión entonces
sobre ese concepto, a decir de los estadounidenses, está rebasada, porque hay
una aceptación. En términos conceptuales, esa es una derrota para el gobierno
de México. En cuanto a la estrategia, es el fracaso de la postura de la
Secretaría de Gobernación y un revés directo para quien estaba detrás de la
política de brazos abiertos, el presidente López Obrador.
La ingenuidad del nuevo
gobierno es el cimiento de la humillación que están viviendo desde Washington.
En otoño pasado, durante la transición, Olga Sánchez Cordero, quien estaba
designada como la secretaria de Gobernación, fue a una plática con el consejo
de uno de los bancos más importantes del país, y le preguntaron cuál era su
mapa de riesgos. Sánchez Cordero no sabía qué decir y casi susurró, “¿los
migrantes?”. Podría ser, dijo antes de descalificarlo. “No, no creo”, agregó.
La futura secretaria no tenía idea de lo que estaba sucediendo pese a todas las
amenazas y advertencias de Trump. En enero, el subsecretario de Gobernación
para Derechos Humanos, Alejandro Encinas, dijo que “la política migratoria ya
cambió”, anticipando que quienes quisieran emigrar, serían recibidos con los
brazos abiertos. Un alto funcionario de Gobernación, admitió que la intención
era muy noble -cierto-, pero no calcularon las consecuencias -doblemente
cierto-.
Las presiones de Washington
hicieron que modularan su postura, pero fueron insuficientes. El consejero
presidencial y yerno de Trump, Jared Kushner, se lo dijo a López Obrador
durante su estancia en la Ciudad de México. Migración y seguridad es la
prioridad. Kushner dejó ver que los recursos de Trump para la represalia eran
enormes. China era un ejemplo. Turquía, meses antes, otro. A China le impone
aranceles crecientes y en Turquía descarriló la lira y minó al presidente Recep
Tayyip Erdoğan. López Obrador se comprometió a tomar acciones concretas y lo
hizo, pero no convenció. Enviar a Ebrard
sin Sánchez Cordero era una señal de lo que estaba dispuesto a hacer México. El
único problema, como afirman en Washington, es que la cancelación de aranceles
no es un hecho pese a todo lo ofrecido. Trump aún no acepta los términos de la
rendición mexicana.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
Twitter: @rivapa
(EJE CENTRAL/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 7 DE JUNIO DE 2019)
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