Rolando
Sarraff, Ana Belén Montes, los esposos Myers o los integrantes de la Red Avispa
bien podrían ser personajes de una complicadísima novela de espionaje. Pero no
lo son. Son exagentes encubiertos que trabajaron para Washington, uno, y para
La Habana, los restantes, y quienes fueron detectados por las
contrainteligencias de ambos gobiernos, juzgados y encarcelados. Ahora, como
parte del histórico restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados
Unidos, todos ellos quedaron en libertad y podrían colgarse la etiqueta de ser
los últimos espías de la Guerra Fría.
MÉXICO, D.F.
(Proceso).- El miércoles 17 los gobiernos de Estados Unidos y Cuba anunciaron
el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas, oficialmente rotas desde
1961. Como símbolo del acercamiento histórico, intercambiaron algunos de los
agentes y espías que habían infiltrado sus aparatos de seguridad durante los
noventa.
El presidente Barack
Obama anunció que, a cambio de “tres agentes cubanos”, el gobierno de la isla
liberó “uno de los agentes de inteligencia más importantes que Estados Unidos
haya tenido en Cuba, quién estuvo encarcelado durante casi dos décadas” y
“cuyos sacrificios fueron conocidos por pocos”.
Si bien Obama omitió
identificar al espía, oficiales de inteligencia confirmaron a medios
estadunidenses que se trataba de Rolando Sarraff Trujillo, Roly, primer
teniente de la Dirección General de Inteligencia (DGI) del Ministerio del
Interior cubano hasta su detención, el 2 de noviembre de 1995.
De acuerdo con
información que publicó en su página Cuba Confidencial, Chris Simmons, exjefe
de contrainteligencia de la Agencia de Defensa e Inteligencia estadunidense
(DIA, la encargada de producir información de inteligencia militar para el
Pentágono), Roly formaba parte del Departamento de Comunicaciones de Agentes de
la inteligencia cubana, por lo cual conocía todos los métodos y códigos de los
agentes encubiertos en el exterior.
A inicios de los
noventa un integrante del Departamento de Ciencias y Tecnologías de los
servicios de inteligencia de Cuba, el capitán José Cohen Valdés, se acercó a
Roly y le ofreció un trato: Vender a la CIA información que le permitiera
descifrar los códigos de los agentes cubanos.
Sarraff aceptó y
durante años filtró a la CIA las debilidades de los códigos secretos cubanos.
Los enviaba a través de mensajes de radio encriptados, señala Simmons.
Pero Cohen despertó
sospechas en la policía cubana cuando empezó a gastar de forma poco discreta dinero
que en mucho superaba su salario como agente. Los servicios cubanos pusieron a
Cohen y a Roly bajo vigilancia. El primero se dio cuenta y logró escapar de la
isla; el segundo no se enteró.
Según la familia de
Sarraff, la cual se exilió y alimentó una página en internet en apoyo a Roly,
el 2 de noviembre de 1995, al llegar como todos los días a su oficina, agentes
de la DGI lo detuvieron y lo llevaron a la prisión de Villa Marista.
El 9 de septiembre
de 1996 un tribunal militar lo condenó a 25 años de cárcel por el delito de
espionaje. Desde entonces su familia abogó por su liberación afirmando que Roly
es inocente.
Momentos después del
anuncio de su liberación, el vocero de la Oficina del Director de la
Inteligencia Nacional de Estados Unidos, Brian Hale, declaró que la información
que filtró Roly fue clave para identificar a agentes infiltrados y frustrar
operativos y enunció tres casos emblemáticos: el de la analista de inteligencia
Ana Belén Montes; el de los esposos Myers y el de la Red Avispa, que incluye a
los llamados Cinco de Cuba.
La liberación de
Sarraff –planteó Hale– marca el cierre del “capítulo de la Guerra Fría en la
relación Cuba-Estados Unidos”.
PAREJA ESPÍA
Walter y Gwendolyn
Myers fueron detenidos el 4 de junio de 2009, después de casi 30 años de ser
agentes encubiertos en Estados Unidos.
El 16 de julio de
2010 fueron condenados: Walter a cadena perpetua y su esposa a 81 meses de
cárcel, por los delitos de conspiración y traición. Su caso quedó registrado en
la causa penal 1:09-cr-00150-RBW, cuya copia consiguió este semanario.
En 1972, a los 35
años, Walter Myers obtuvo un doctorado en la Escuela de Estudios
Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, donde permaneció
hasta 1977 como asistente de profesor en el área de estudios de Europa
Occidental.
Ese año se integró
al área de Europa Occidental del Instituto de Servicio Extranjero (FSI),
dependencia del Departamento de Estado, donde tuvo acceso a archivos secretos.
En 1978 asistió a la conferencia de un funcionario cubano. Si bien el orador
fungía oficialmente como integrante de la misión de Cuba en las Naciones
Unidas, en realidad era un espía.
Al terminar la
presentación, el funcionario lo invitó a hacer una visita académica a Cuba, la
cual Myers realizó en diciembre de 1978 junto con su entonces novia, Gwendolyn.
Durante dos semanas,
miembros de los servicios secretos recorrieron la isla con la pareja, actuando
como guías. En su libreta Walter describió su fascinación por la Revolución
Cubana y por Fidel Castro, “uno de los grandes dirigentes políticos de nuestra
época”.
Apenas seis meses
después Walter y Gwendolyn se enrolaron como agentes al servicio de Cuba. Su
primera misión: Que Myers escalara puestos en la administración estadunidense.
Y así lo hizo. En
1985 ganó en el FSI el certamen que le permitió consultar los archivos
clasificados como ultrasecretos. Tres años después empezó a colaborar con el
Buró de Inteligencia e Investigación (INR), dependencia del Departamento de
Estado encargada de recolectar información de inteligencia para orientar las
políticas internacionales de Estados Unidos.
En el INR su área de
especialización también se enfocaba en Europa Occidental. No obstante
consultaba regularmente archivos relacionados con Cuba. Al revisar su historial
de búsquedas, las autoridades notaron que Myers consultó más de 200 reportes de
inteligencia dedicados a la isla entre agosto de 2006 y su jubilación, en
octubre de 2007.
Hasta el momento de
su detención, la pareja Myers enviaba regularmente información secreta o
ultrasecreta a sus enlaces cubanos con quienes, por ejemplo, intercambiaban
carritos de compra en los supermercados. Recibía sus instrucciones a través de
mensajes cifrados en radio de onda corta.
Como agradecimiento
por su valiosa ayuda, el gobierno cubano organizó un encuentro de varias horas
con el propio Fidel Castro durante una visita clandestina que realizaron a Cuba
en 1995.
Al arrancar el siglo
XXI multiplicaron sus viajes por América Latina –incluido México– a fin de
platicar con agentes cubanos. Si bien notaron que un supervisor del INR
sospechaba de ellos en 2006, ignoraban que el FBI los investigaba.
En abril de 2009 una
fuente encubierta del FBI se les acercó, presentándose como oficial de
inteligencia cubano. Crédulos, los Myers se reunieron cuatro veces con él en un
hotel de la periferia de Washington; le detallaron su trabajo y confirmaron que
seguirían su labor como agentes secretos para “la casa”, como llamaban a Cuba.
Pero al llegar a la
quinta cita, la pareja se percató de que un equipo del FBI la esperaba.
La fuente encubierta
del FBI descubrió que los Myers no se movían con fines de lucro, sino por
motivos ideológicos. Ejemplo de ello fue la admiración que expresaron respecto
a Ana Belén Montes, la analista en jefe de la DIA sobre Cuba, quién entregó
información de primera mano a La Habana desde 1985 hasta su detención en 2001.
Durante el
encuentro, Gwendolyn habría dicho: “Montes es una heroína, pero corrió
demasiados riesgos; en mi opinión no era suficientemente paranoica”.
INFILTRADA DE PRIMERA
Según la Oficina del
Director de la Inteligencia Nacional, las informaciones que proporcionó Roly
Sarraff a la CIA también contribuyeron a desvelar la doble vida de Montes.
Nació en febrero de
1957 en una base militar operada por Estados Unidos en la ciudad alemana de
Núremberg. En 1977, mientras estudiaba en la Universidad de Virginia, fue
aceptada en un programa de intercambio en España durante el cual, según The
Washington Post, se involucró en protestas contra el “imperialismo
estadunidense”.
Pese a su odio creciente
contra la política de Estados Unidos, poco tiempo después de salir de la
universidad, en 1979, trabajó como secretaria en el Departamento de Justicia,
donde sus cualidades impresionaron a sus superiores, quienes le dieron acceso a
los archivos secretos.
En paralelo con su
trabajo de oficinista, cursó una maestría en la Escuela de Estudios
Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, la misma que había
abandonado unos años antes Walter Myers.
Durante sus estudios
en la universidad tuvo varios encuentros con agentes cubanos, quienes
percibieron su alto potencial para ascender en la burocracia estadunidense. Se
convirtió en informante de La Habana en 1984.
La apuesta de los
cubanos fue exitosa: en 1985 Montes consiguió un trabajo como analista en la
DIA.
Subió uno tras otro
los escalones jerárquicos y siete años después de ingresar, accedió al cargo de
analista política y militar de Cuba, lo cual le dio acceso a miles de
documentos clasificados como “secreto-defensa”.
Según The Washington
Post, que dedicó un amplio reportaje al caso en abril de 2013, Montes se ganó
en la DIA el apodo de Reina de Cuba y en 1997 recibió del director de la CIA,
George Tenet, una condecoración por sus méritos.
Tenet ignoraba que
casi todos los días durante sus 16 años de servicio en la DIA, la analista
memorizaba meticulosamente los documentos secretos y de noche, en su
departamento, los transcribía en su computadora portátil. Encriptaba los
archivos y los guardaba en disquetes que luego entregaba a sus contactos
cubanos en Washington.
En caso de
emergencia, Montes tenía anotada en su libreta la dirección de un museo en
Puerto Vallarta, México, donde agentes cubanos la ayudarían.
Mediante un pequeño
receptor Sony se conectaba a una frecuencia de radio de baja intensidad en la
que escuchaba series de números, los cuales, una vez descifrados en su
computadora, revelaban sus instrucciones.
Gracias a su
entrenamiento como espía, superó sin problemas un examen de confianza realizado
en 1994 con un polígrafo. Tampoco llamó la atención de sus allegados, pese a
que sus hermanos, Lucy y Tito, trabajaban en el FBI, la primera como lingüista
y el segundo como agente especial.
Según The Washington
Post, en septiembre de 2000 Montes asesoraba al Consejo Nacional de Seguridad y
al Departamento de Defensa sobre asuntos militares cubanos, cuando el FBI
empezó a investigar la posible presencia de un espía en la DIA.
El agente especial
Stephen McCoy, experto en los métodos de los servicios de inteligencia cubanos,
explicó a la Corte de Distrito de Columbia que la falta de precaución delató a
Montes. En su declaración –uno de los pocos documentos no clasificados del
juicio y cuya copia obtuvo Proceso–, McCoy reveló que al revisar el
departamento de la asesora militar, los peritos del FBI lograron recuperar en
la memoria interna de la computadora algunos de los mensajes que había
redactado.
En uno de ellos
informaba a La Habana que el ejército estadunidense había determinado la
ubicación, el número y el tipo de ciertas armas cubanas en la isla. Además,
durante su investigación, el FBI descubrió, entre otras cosas, la existencia de
los disquetes, copió el contenido de la libreta en la que aparecían frecuencias
de radio, direcciones y códigos y observó a Montes hacer llamadas desde
teléfonos públicos.
Montes fue detenida
el 21 de septiembre de 2001. Un tribunal la sentenció a 25 años de cárcel.
Durante una de las audiencias de su juicio, el 16 de octubre de 2002, no mostró
remordimiento: “Me comprometí en la actividad que me llevó a comparecer frente
a ustedes porque obedecí a mi conciencia antes que a la ley. Creo que la
política de nuestro gobierno hacia Cuba es cruel e injusta y me sentí obligada
a ayudar a la isla a defenderse de nuestros esfuerzos para imponer ahí nuestros
valores y nuestro sistema político”, declaró.
La captura y
posterior juicio de Montes provocaron una gran conmoción entre sus familiares.
Sobre todo porque Lucy, su hermana, había colaborado de manera muy activa en el
desmantelamiento de la llamada Red Avispa, una operación encubierta manejada
desde La Habana.
AVISPAS
La historia del caso
Red Avispa se remonta a la primera semana de mayo de 1998, cuando el Nobel de
Literatura Gabriel García Márquez viajó a Washington con una encomienda:
Entregar al entonces presidente Bill Clinton una carta de Fidel Castro.
Clinton no recibió
en esa ocasión al escritor colombiano, pero dio su anuencia para que éste se
reuniera en la Casa Blanca con varios de sus colaboradores cercanos, entre
ellos Thomas McLarty, su amigo y exconsejero para asuntos de América Latina; y
Richard Clarke, director de Asuntos Multilaterales del Consejo de Seguridad
Nacional. Gabo les entregó la carta, cuyo primer punto advertía sobre los
planes de agentes del exilio anticastrista “para hacer estallar bombas en
aviones de líneas aéreas cubanas o de otro país”.
–¿No será posible
que el FBI haga contacto con sus homólogos cubanos para una lucha común contra
el terrorismo? Estoy seguro de que encontrarían una respuesta positiva y pronta
por parte de las autoridades cubanas –sugirió el escritor ante los funcionarios
estadunidenses que habían quedado “impresionados” con las revelaciones de la
carta.
–La idea es muy
buena –contestó Clarke–. Pero el FBI no se ocupa de asuntos que sean publicados
en los periódicos mientras se encuentran en investigación. ¿Estarán los cubanos
dispuestos a mantener el caso en secreto?
–Nada les gusta más
a los cubanos que guardar un secreto –respondió Gabo.
El episodio –narrado
por García Márquez en un escrito que entregó a Castro, quien a su vez lo hizo
público en un largo discurso que pronunció el 20 de mayo de 2005– fue el inicio
de un intento fallido de cooperación en materia de lucha contra el terrorismo
entre Estados Unidos y Cuba (Proceso 1492).
Y es que, tras la
gestión de García Márquez, los gobiernos de ambos países intercambiaron
información e incluso un grupo de expertos del FBI se trasladó a La Habana el
15 de junio de 1998 para analizar las “evidencias” del gobierno cubano sobre
atentados en su contra.
Castró contó que los
expertos del FBI regresaron a Washington cargados con “abundante información
documental y testimonial”, entre ella, grabaciones de 14 conversaciones
telefónicas de Luis Posada Carriles –autor intelectual de la voladura de un
avión de Cubana de Aviación en Barbados, en 1976– en las cuales “se brindaba
información acerca de acciones terroristas contra Cuba”.
Castro dijo que “la
parte estadunidense reconoció el valor de la información recibida” y se
comprometió a informar “en el más breve plazo” sobre el resultado del análisis
de dichos materiales. Sin embargo “transcurrieron extrañamente casi tres meses
sin la respuesta prometida. Se recibieron sólo algunas noticias
intrascendentes”.
El 12 de septiembre
de 1998 el FBI arrestó en Florida a 10 agentes cubanos. Los acusó de espionaje.
Según Castro, éstos habían sido “la principal fuente de información sobre las actividades
terroristas” contra Cuba. Y justamente eran los integrantes de la Red Avispa,
en cuya identificación habría participado Sarraff Trujillo desde 1995, antes
de ser detenido por los servicios de contrainteligencia cubana, según señalan
ahora las autoridades estadunidenses.
De los 10
arrestados, cinco se declararon culpables y cinco fueron a juicio. El gobierno
cubano reivindicó la actuación de estos últimos y los declaró “héroes”.
Argumentó que su propósito no era atentar contra ciudadanos o instalaciones del
gobierno de Estados Unidos, sino infiltrarse en las organizaciones
anticastristas del exilio para prevenir ataques contra la isla.
Sin embargo, durante
el juicio la fiscalía presentó evidencias de que sus agentes –que utilizaban
falsos documentos de identidad– no sólo infiltraron a las organizaciones
anticastristas, sino que tenían como misión penetrar y espiar la base aérea
naval de Boca Chica, las instalaciones en Miami del Comando Sur y la base aérea
de MacDill, en Tampa. “En la casa del jefe de la red (Gerardo Hernández) se
encontraron documentos codificados que indican posibilidades de sabotaje a
edificios y hangares en el Distrito Sur de La Florida”, señaló el fiscal
federal Thomas E. Scouth.
Según las pruebas
presentadas por la fiscalía, los agentes enviaban reportes encriptados a La
Habana en los cuales informaban detalladamente movimientos de aviones y
personal militar, así como descripciones de instalaciones. Pero dichas pruebas
fueron clasificadas como secretas y los abogados defensores no pudieron acceder
a la mayoría de ellas, lo que “podría haber menoscabado el derecho a la
defensa”, señaló Amnistía Internacional en un comunicado fechado el 13 de
octubre de 2010.
Más aún, la fiscalía
presentó cargos por “conspirar para cometer asesinatos” dentro de Estados
Unidos contra el jefe de la red, Gerardo Hernández. Tal acusación planteó el
derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate, el 24 de febrero de 1996,
producto de un plan orquestado por la DGI de Cuba.
Dicho plan tendría
el nombre clave de Operación Escorpión y en él habrían participado Hernández y
Juan Pablo Roque, quien infiltró a aquélla organización pero huyó a Cuba antes
de ser arrestado.
El juicio duró siete
meses. Comparecieron más de 70 testigos e implicó que oficiales del Ministerio
del Interior de Cuba viajaran a Miami. El 9 de junio de 2001 el jurado concluyó
que los cinco cubanos eran culpables. El 11 de diciembre de ese año fueron
sentenciados.
El principal
acusado, Gerardo Hernández, fue condenado a dos cadenas perpetuas. Otros dos,
Antonio Guerrero y Ramón Labadiño, recibieron cada uno una cadena perpetua.
Fernando González y René González fueron condenados a 19 y 15 años de prisión,
respectivamente. La defensa apeló el fallo y promovió que el juicio se realizara
fuera de Miami.
El 9 de agosto de
2005 el XI Circuito de Apelaciones de Atlanta revocó sus condenas y ordenó un
nuevo juicio, aunque los cinco continuaron en prisión. Un año después, el pleno
de la misma Corte rechazó por mayoría esa decisión y ratificó las condenas.
René González fue
liberado el 7 de octubre de 2011 tras cumplir su condena de 13 años, junto con
otros tres años de libertad condicional en Estados Unidos. En 2012 recibió un
permiso para ver en Cuba a su hermano Roberto, quien había sido uno de los
abogados de su defensa y agonizaba de cáncer. El 2 de abril de 2013 la juez
Lenard le permitió regresar a la isla para el funeral de su padre y quedarse en
ese país definitivamente.
Fernando González
fue liberado el 27 de febrero de 2014. Los tres restantes fueron excarcelados
el pasado miércoles 17 a cambio de la liberación de Sarraff Trujillo.
El pasado 23 de
abril, mientras seguía en la cárcel en Cuba, Roly redactó una carta abierta en
la que denunció su suerte y la de los demás espías encarcelados, tanto en Cuba
como en Estados Unidos. “Todos estamos sancionados por el mismo delito a favor
de una parte o de otra”, escribió.
(PROCESO/
REPORTAJE ESPECIAL/ MATHIEU TOURLIERE Y HOMERO CAMPA/ 24 DE DICIEMBRE DE 2014)
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