miércoles, 19 de octubre de 2011

MAR CALIENTE


 Pescadores de La Reforma: “Nomás de ver a los marinos se nos revuelve el estómago”

Alejandro Sicairos
Miércoles 19 de octubre de 2011
La última vez que Gremedén Sánchez Rosas vio venir directo contra él a la lancha interceptora de la Marina, fue la madrugada del 11 de septiembre. Sintió el impacto a medio cuerpo y voló junto con el motor de la panga que él tripulaba mientras que sus tres compañeros caían al mar. A estos les dijo que nadaran buscando la orilla al tiempo que suplicaba a los soldados lo ayudaran.

“Estoy herido, ¡ayúdenme por favor!”, imploraba a los elementos de la Marina que en actitud de burla hacían que su embarcación diera vueltas en torno al pescador lesionado. Los gritos de dolor se hicieron más dramáticos. Mario Antonio y Roberto padre e hijo quisieron apoyar al compañero, pero una ráfaga disparada contra ellos los hizo desistir.

El rugido del mar y la noche hicieron el resto. La nada, de donde surgió la patrulla de la Armada, se fue tragando los gritos de sufrimiento de Gremedén y las risas desalmadas de sus atacantes.

A la una de la madrugada de aquel domingo la muerte llegó a La Reforma, municipio de Angostura, en forma de presentimiento.

Algunos pescadores informaron a la familia que la Marina había detenido a Gremedén en mar alto y que este y sus tres compañeros estaban arrestados.

Al rato se supo que los marinos les habían chocado la panga. Pero no. Jorge Luis Sánchez Sánchez, padre de Gremedén, sintió que algo andaba mal. Armó brigadas para que por agua y tierra, en lanchas y cuatrimotos, buscaran a su hijo hasta que a las siete de la mañana hallaron el cadáver flotando cerca de la playa.

Con el alba, una gigantesca ola de rabia bañó las costas de Sinaloa, desde Angostura hasta los límites con Sonora.

“Nada, ni aunque cometiera el peor de los delitos, justifica que maten a un pescador”, protestó Armando Castro Real, dirigente de la Federación de Cooperativas Pesqueras.

Atónitos los habitantes de La Reforma veían el cuerpo sin vida del pescador de 36 años. El que creció junto al mar y que desde los 12 años se enseñó a vivir de los esteros.

El que no pudo ahogarse en las mismas aguas que lidió desde niño. El dictamen del médico que expidió el acta de defunción confirmó el crimen: “choque hipovolémico por entallamiento del hígado.

Contusión toráxico-abdominal. Las lesiones se produjeron al ser interceptada su embarcación por otra embarcación, la cual por alcance lo golpeó”.

Embiste la impunidad
La investigación de la Agencia del Ministerio Público con sede en Angostura no registra avances. Va lenta, temerosa, marcando con sangre los pasos de lo que ya se advierte será una injusticia.

 La familia ha buscado el apoyo de la Comisión Estatal de Derechos Humanos y este organismo a su vez ha turnado el caso a su homóloga a nivel nacional, en tanto que en el embarcadero se advierte, entre dientes, que “si ellos no quieren aplicar su ley, nosotros haremos valer la nuestra”.

Los pescadores han pasado del duelo al rencor. Denuncian que el MP se negó en principio a recibir el testimonio de los cooperativistas que presenciaron la agresión de la Marina contra Gremedén Sánchez.

El fiscal les dijo que si no daban la matrícula de la lancha interceptora y datos que identificaran a los marinos, no los atendería.

“¿Cómo cree que en la oscuridad vamos a ver el número de identificación de la lancha y los rostros de los marinos. Ellos sabían que era de noche, que era difícil verlos y por eso actuaron con prepotencia chocando el motor de la panga de Gremedén, lesionándolo a él y dejándolo morir”, reclaman en un ambiente de ánimos sobrecalentados.

 Fue hasta el 12 de octubre, en el velorio del pescador muerto, cuando el MP acudió a decirle a la familia que ya podían presentarse a declarar los testigos. Para entonces no se encontraron ni rastros de la panga y las artes de pesca que los marinos recogieron, mientras que el motor de la embarcación de los pescadores fue localizado destruido por el impacto cerca del sitio en que murió Gremedén.

Hasta el viernes de la semana pasada, un mes después del hecho violento, el MP no había llamado a declarar a ninguna autoridad a cargo de los operativos de la Marina que se realizaron el sábado y domingo en las costas de La Reforma.

 La posibilidad de que el crimen no sea castigado es lo que encrespa a los cooperativistas de La Reforma y de los campos pesqueros del centro y norte de Sinaloa.

 “Era una vida, era un joven al que nunca el mar lo hubiera traicionado; si no lo hubieran atropellado estaría vivo. Por eso al ver a los de la Marina se nos revuelve el estómago”, advierte.

 El Gobierno encubre Jorge Luis Sánchez no solamente es el dirigente de la cooperativa Pescadores de Angostura. Es, principalmente, el padre de Gremedén Sánchez Rosas, el pescador que presuntamente los elementos de la Marina mataron al embestirlo con una lancha interceptora. Se queja del poco interés que las autoridades están poniendo en esclarecer la muerte de su hijo.

“Como que están echando el caso en saco roto. Lo están dejando en el olvido como para darle carpetazo”.

—¿Han tenido algún careo con los elementos de la Marina que interceptaron la panga de su hijo?

—No. Ni lo vamos a tener porque el Gobierno no nos lo va a presentar. Jamás va a presentar al chofer de la interceptora, ni a los marinos ni al inspector de la Conapesca que andaba con ellos. Se están deslindando de la responsabilidad y malinformando al difunto diciendo que traía esto, que traía lo otro. Es una vil mentira, están inventando cosas para justificarse ellos.

 —¿Dicen que andaban armados los pescadores?

—Si hubieran traído armas se hubiera dado una pelea más o menos pareja. Pero les echaron la panga a pique con la lancha interceptora que la dirigieron hacia Gremedén y le causaron lesiones fuertes que le impidieron nadar. Vilmente lo atropellaron. Si él hubiera estado herido habría salido a la orilla como los demás. Uno que anda en el mar se da mañas. Ellos iban al mar a pescar, no a pelear.

 —Como dirigente de la cooperativa a la que pertenecía Gremedén y como padre de él, ¿cree que se hará justicia?

 —La familia directa de él sí vamos a pelear para que se castigue a los asesinos. Aquí la gente se dedica al mar, a lo suyo, a tratar de sobrevivir y a luchar por su propia familia. Casos como estos los van dejando en el olvido. Pronto va a quedar en ellos el puro recuerdo de este atropello de la Marina. Eso es año con año y si no se deroga la norma 002 vamos a seguir saliendo a pescar a altamar y vamos a seguir con los mismos problemas.

Hace diez años mataron a un muchacho, ya no habían matado a nadie hasta ahora que le tocó a mi chamaco, pero todos los años atropellan pangas, quiebran motores, golpean gente… Esto es todos los años.

—¿Ustedes saben quiénes fueron?

—El Gobierno, si quisiera castigarlos, sabe quiénes fueron, pero le echa tierrita a ello. Lo sabe el capitán del puerto de Altata, de Topolobampo, de Mazatlán, de Guaymas. Todos lo saben.

Está encolerizado. “Ya nos estamos cansando de esto. ¿Quién sigue? ¿Hasta dónde van a llegar? Si pudieron ayudar a mi muchacho, ¿por qué no lo hicieron? En vez de ayudarlo a lo mejor hasta lo remataron pasándole la lancha por encima”.

El mar se lo regresó muerto
 “Fue un abuso de la Marina. No tenían porqué llegar a tanto. A ellos les correspondía ayudarlo, o al menos dejar que sus compañeros le dieran ayuda.

 Están para cuidar no para matar a la gente. Hay otras formas de castigarlos si no tenían permiso para pescar. Aquí la gente no espera a que se llegue la temporada de pesca para ser asesinada; aquí la gente está desesperada por trabajar, no para que la maten”.

Las palabras de Carmen Felícitas Camacho retumban en la casa que habita ella, la viuda, y los tres huérfanos: Jeny de 14 años; Luis Ignacio de nueve y Lorena de tres. La más pequeña pregunta cuándo regresará su padre de la playa y la madre le dice que ya no volverá que “se fue al cielo y está con Diosito”.

La niña se rehúsa a entenderlo y lo sigue esperando en la puerta. “No, él no se fue, él anda trabajando”, insiste.

 Ese domingo Gremedén no estuvo vivo en casa como en los anteriores que se juntaba con sus hijos a ver la tele y para llevar a Luis Ignacio a la playa.

Esta vez llegó en un ataúd que pintó el hogar de negro, de tragedia. Carmen y sus hijos se quedaron sin nada. Sin el jefe de la familia, seguro social, sin trabajo y sin dinero. Ahorita lo que le ayuda es que los compañeros de su marido cuando llegan de pescar juntan algunos kilos de camarón que se los dan para que ella los venda y saque algo para el sustento.

Pero no se dobla.“Le voy a echar todas las ganas para sacar adelante a mis hijos”, advierte, mientras que sus gestiones se pierden en el mar de burocratismo y desidia del Gobierno.

Ninguna autoridad ha acudido a ella para apoyarla. Lo único que necesita es que le den becas para los niños y una pensión a ella.

 “Yo sé que a él no me lo van a devolver. Yo necesito empezar sola con mis hijos y lo que sea de mi parte lo voy hacer”, expresa valiente al tiempo que de sus ojos emana la impotencia en forma de lágrimas. En la bahía el camarón está en crisis, los pescadores se quedan sin nada, a veces ni para la gasolina sacan y con eso no pueden mantener a la familia. Se arriesgan a ir a ver si acaso los dejan trabajar un rato, sabiendo que los pueden detener. Pero a Gremedén Sánchez lo mataron.

“No me explico qué es lo que quiere el Gobierno, si la gente quiere trabajar y no la dejan. ¿Por qué los matan? Aquí la vida es el mar y la bahía no alcanza para todos. ¿Los van a matar a todos?”, expresa.

La lucha de Carmen Camacho es doble. Por la justicia y por la ayuda para ella y sus hijos. “Que no le apuesten a que esto se olvide y que ahí quede todo”, concluye.

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