Por esta libertad de canción bajo la lluvia habrá que
darlo todo
Por esta libertad de estar estrechamente atados a la firme
y dulce entraña del pueblo habrá que darlo todo…
Por esta libertad que es el imperio de la juventud
Por esta libertad bella como la vida habrá que darlo
todo si fuere necesario hasta la sombra y nunca será suficiente.
Fayad Jamis, Cuba
I Festival poético por la Paz y la Libertad
Rubén Duarte Rodríguez / Dossier Politico
En 1973, los
trabajadores universitarios jugaron un papel marginal, pero significativo, en
el movimiento. Dos de ellos portaron la bandera chilena y encabezaron la gran
manifestación en solidaridad con Chile unos cuantos días después del golpe
militar contra Salvador Allende.
Las asambleas que
ellos hicieron en ese período plantearon el apoyo moral a los estudiantes y
maestros democráticos. Teclo Moreno Leyva, quien despuntaba como dirigente de
los trabajadores de la universidad, proponía organizarse como asociación civil;
la idea de formar un sindicato comenzaba apenas a tomar cuerpo debido a la
reciente experiencia exitosa del STEUNAM en la ciudad de México.
Como todo en la
universidad, la luna de miel de Biebrich y Castellanos postergó por dos años
cualquier proyecto de sindicalización o reforma académica Francachelas privadas
de los amigos del rector y del gobernador, como la del “Día del regreso”, eran
lo más significativo que sucedía en el campus universitario.
En 1975, tras la
famosa pedrada a Luis Echeverría en la UNAM [1], en señal de desagravio,
Castellanos invitó al presidente a visitar el que creía su feudo. Craso error,
la universidad apareció de pronto pintada con lemas como “LEA no pasará”, “El
movimiento estudiantil no dialoga con sus verdugos” y otras por el estilo. Y es
que a pesar de la represión, los activistas estudiantiles trataban de
organizarse y luchar desde la clandestinidad.
Para la naciente
escuela de Economía, que pasaba por un nuevo intento de democratización, la
respuesta fue fulminante: once estudiantes y varios maestros expulsados que
vinieron a sumarse a los de dos años atrás.
El experimento
represivo sonorense se llegó a comparar con el franco estado de sitio que
impuso el gobernador Rubén Figueroa (padre) en Guerrero [2], y como en Sonora
todo el mundo daba por hecho que el secretario de gobernación, Mario Moya
Palencia, sería el sucesor de Echeverría, se tenía por cierta la extensión de
la mano dura de su delfín Biebrich a escala nacional, quien eventualmente lo
sustituiría en Bucareli. Pero las cosas no fueron así: el 23 de octubre de
1975, la matanza de San Ignacio Río Muerto dio el campanazo de salida para el
joven y reaccionario gobernante. La “esperanza universitaria hecha realidad”
–como calificaba a Biebrich uno de los lemas recurrentes de su reciente campaña
electoral- había terminado de manera efímera y los estudiantes incrédulos
festejaron con un multitudinario mitin el acontecimiento. ¡Fuera Castellanos!
comenzaron a gritar miles de gargantas que de nuevo sintieron suya la
universidad. Pero los estudiantes ya no iban a jugar el mismo papel de
vanguardia aislada de los años anteriores, ahora la escena sería dominada en el
sur del estado por los campesinos, que se aprestaban a tomar las tierras, y por
los trabajadores universitarios.
La huelga de
marzo-junio de 1976, con la que el Sindicato de Trabajadores y Empleados de la
Universidad de Sonora (STEUS) arrancó su reconocimiento y la firma de su
contrato colectivo de trabajo, fue la culminación de un proceso de arduas
discusiones en asambleas que los trabajadores realizaban semana a semana y tras
las que, uno a uno, plasmaban sus anhelos en un pliego petitorio que contenía
demandas como vetar el presupuesto universitario si no contemplaba en primer lugar
sus salarios y prestaciones, escala móvil de salarios, plaza laboral definitiva
para todos los trabajadores eventuales, construcción de una colonia
universitaria, y la creación de una guardería y un centro de educación
preescolar para sus hijos, entre muchas otras.
El 11 de marzo de
1976, la universidad se cerró por primera vez con una huelga no estudiantil.
Los primeros ocho días del movimiento fueron objeto de duros ataques
anticomunistas que pretendían hacer ver a los trabajadores como pobres víctimas
inocentes de malvados agitadores profesionales, creando un clima de escándalo
que fue la cobertura para un ataque a gran escala perpetrado el 19 de marzo por
los micos, que armados con varillas, chacos y palos rompieron la huelga,
lesionando a integrantes de las guardias de trabajadores y estudiantes.
La huelga entonces
se trasladó a la plaza Zaragoza, donde se instaló en un “plantón” permanente
hasta donde acudieron miembros de otros sindicatos y comités de apoyo de
colonias populares que ayudaron al sostén económico de la lucha.
Dentro del
movimiento se pensaba que Castellanos no tendría más remedio que renunciar y
dejar el puesto vacante a un rector dispuesto a conciliar. El nuevo gobernador,
Alejandro Carrillo Marcor –que había sustituido a Biebrich tras su fulminante
destitución– no ocultaba sus antipatías por el rector y su camarilla. Pero los
ricos terratenientes y comerciantes sonorenses pensaban diferente y le
impusieron al gobierno a toda costa la estancia de su rector consentido, pues
no se podía correr ningún riesgo de sustitución en momentos tan críticos.
Pensaban que si se concedía la cabeza del rector el movimiento tendría la
suficiente fuerza para avanzar con la democracia universitaria más allá de los
sueños de 1973.
Carrillo Marcor
cedió a las presiones de la clase dominante sonorense, demostrando que el
movimiento no podía fiarse de él a pesar de su reputación de “hombre de
izquierda”, ganada luego de haber sido uno de los más conspicuos colaboradores
de Vicente Lombardo Toledano en la CTM de los años 30 y 40, y en el Partido
Popular Socialista, antes de ingresar al PRI, donde se quedaría
definitivamente. Sólo así pudo llegar a desempeñar los que él consideró “el
papel estelar de mi existencia”, la gubernatura de su estado natal.
Después de varias
manifestaciones masivas, los estudiantes recuperaron la universidad en el mes
de abril expulsando a los micos, acción con la que el STEUS pudo proseguir la
huelga dentro de las instalaciones universitarias, en donde celebró el lº de
mayo, para después enfilar al triunfo en el recuento contra el Sindicato
Independiente de Empleados y Trabajadores al Servicio de la Universidad de
Sonora (SIETSUS), creado al vapor por Castellanos, principalmente con empleados
de confianza.
Los conserjes,
jardineros, secretarias, bibliotecarios, trabajadores del campo experimental de
la escuela de agricultura y de todo ese sector llamado por el rector
peyorativamente “servidores universitarios” y tratados, efectivamente, como lo
hace el señor con la servidumbre, sentaron a Castellanos y a sus asesores
jurídicos a la mesa de negociaciones. No había de otra: o firmaban el contrato
o dejaban la rectoría, y optaron por la primera salida, pues era su deber
continuar “sacrificándose” por la universidad para salvarla de las acechanzas
del “lobo comunista”.
El triunfo del
STEUS, obtenido a pulso en tres meses de huelga, paradójicamente determinó el
reflujo del movimiento estudiantil. Los estudiantes querían seguir adelante con
las movilizaciones hasta “tumbar” a Castellanos, pero –una vez más- carecían de
un candidato propio a la rectoría y de un programa de reivindicaciones más allá
del apoyo al STEUS y al movimiento campesino del sur del estado que tuviera la
atracción suficiente para agrupar a la mayoría de los universitarios sobre
objetivos comunes.
La huelga de
marzo-junio de 1976 desencadenó una fuerza que tenía la capacidad para arrancar
el triunfo del sindicato y de los universitarios en su conjunto, ya que a
diferencia de septiembre-octubre de 1973, existía un ascenso generalizado de
las luchas campesinas y populares en el estado, pero faltaron decisión y
convicciones en la dirección del movimiento: la mayoría del comité ejecutivo
del STEUS fue convencida de que había que separar las demandas “laborales” del
sindicato de las demandas “políticas” de los estudiantes y de que los
trabajadores no tenían por qué intervenir en la designación de su patrón (el
rector) según expusieron los “asesores” enviados por la Federación de
Sindicatos de Trabajadores Universitarios, quienes por lo demás, se entendieron
a la perfección con el gobernador Carrillo Marcor y sus comisionados.
“Ustedes firmen el
contrato, yo me encargo de Castellanos”, les aseguró el gobernador y el
movimiento cometió el grave error de creer en esta promesa, concediéndole a
Castellanos dos años más; antes de su reelección.
[1] El presidente
recibió en plena frente el impacto de un proyectil que se dijo que era una
piedra, cuando centenares de estudiantes indignados acudieron a la facultad de
medicina de la UNAM a demostrarle el repudio a su visita, gritándole en su cara
¡asesino!, a lo que Echeverría todavía alcanzó a responderles: “¡jóvenes del
coro fácil!”, rodeado de guardias presidenciales que protegieron sus retirada.
Jamás volvería a intentarlo.
[2] Sobre todo en
represalia después de su secuestro por el Partido de los Pobres y su liberación
por el ejército el 2 de diciembre de 1974, acción en la que perdieron la vida
Lucio Cabañas y un número no claramente determinado de integrantes de su grupo
armado y algunos soldados.
(DOSSIER POLITICO/ Rubén Duarte Rodríguez /
2013-05-23)
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