En el ajedrez, los jugadores
tienen que combinar jugadas. En la partida más famosa de la historia, el ruso
Gary Kasparov derrotó al búlgaro Vaselin Topalov en 1999, con una estrategia
donde visualizó 15 movimientos consecutivos, de un total de 44, para ganar. En
esa partida, calificada como “inmortal”, Kasparov ejecutó una de las
combinaciones más espectaculares que se habían jugado hasta entonces, para ir
acotando y encerrando a Topalov. El ajedrez es un juego de estrategias, donde
la inteligencia y la paciencia trabajan coordinadamente, y este jueves, el
presidente Andrés Manuel López Obrador mostró sus dotes intuitivas de
ajedrecista.
En la víspera, la
Coordinadora, la beligerante e insaciable disidencia magisterial, bloqueó los
accesos a la Cámara de Diputados, donde se iba a discutir y eventualmente a
aprobar en comisiones el dictamen de la Reforma Educativa, para sabotear la
sesión. Los diputados se movieron al Senado para realizar su trabajo, pero los
maestros volvieron a tomar sus instalaciones para impedirlo. Los diputados
tuvieron que aplazar la discusión mientras los maestros, instalados con sus
tiendas de campaña afuera de los recintos, se preparaban para su larga
protesta. Desde el miércoles por la noche los diputados temían que no se
pudiera sesionar ante todo lo que se preparaba. López Obrador también se
preparó.
Al iniciar su comparecencia
pública en Palacio Nacional, rechazó la acusación de la Coordinadora que su
Reforma Educativa fuera una simulación y mantuviera la esencia de la reforma
promulgada por el presidente Enrique Peña Nieto. “No hay razón para sostener
que estamos incumpliendo con nuestra palabra y compromiso”, dijo López Obrador
al urgir que se debatiera de manera abierta, al interior del movimiento
disidente y de todos los trabajadores de la educación, para definir su postura con
claridad, y provocar a los líderes magisteriales. “Suele pasar que grupos que
en apariencia son radicales, demuestran más (con sus actitudes) su adhesión al
conservadurismo”, los desafió. “Este es otro de los casos”.
López Obrador estaba en
movimiento. Primero confrontó su liderazgo, pero no tratando de persuadirlos o
cooptarlos, sino llevándolos a debatir la iniciativa entre los jefes de la
disidencia y de todos los interesados, con lo cual les arrebató el papel de
interlocutores únicos y los empujó a que lo discutieran con sus pares en el
sector educativo. El resultado no sería una respuesta común a su iniciativa,
sino propuestas para incorporarlas.
Es decir, en lugar de chocar
con ellos, desvió su embestida y los obligó a ser constructivos, algo que no
hacen. Acusarlos de conservadores no fue un señalamiento a partir de un cliché
-si se analiza cuidadosamente-, sino para estigmatizarlos y forzarlos a
dialogar para evitar que les quedara la mancha de intransigencia, y de paso,
que escucharan su iniciativa. Encaró y acotó, como en el ajedrez.
El segundo movimiento fue
político y moral. En primera instancia, dudó de la autenticidad de su protesta
–“no sé qué motiva este movimiento”, dijo-, pero sin condicionar nada, aseguró
que no utilizaría la fuerza para romper el bloqueo. Su gobierno no era
autoritario ni los reprimiría, señaló López Obrador para dejar abierta la
posibilidad de que si se mantenían los maestros en las calles, violentando las
libertades constitucionales de movimiento de la gente, serían ellos los únicos
responsables, sin darles motivos o justificación para alimentar su protesta.
Como demostración de su interés para que la protesta no escalara, López Obrador
sugirió al Congreso suspender la sesión reprogramada para el jueves. En
minutos, el presidente de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, anunció
que se pospondría la sesión. López Obrador se mostró como conciliador y
presidente pacífico. De esta forma establecía un contraste con Peña Nieto.
¿Después de estas frases, podrían seguir los maestros bloqueando las calles del
centro de la ciudad? El costo de hacerlo subió de manera significativa tras el
posicionamiento presidencial.
Pero López Obrador no se
quedó en ello. El tercer movimiento fue astuto. En la comparecencia apareció
acompañado de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, y del titular
de Educación, Esteban Moctezuma, quien mostró las comparaciones entre las
reformas de Peña Nieto y la de López Obrador. Tras ello, el presidente se dijo
abierto al diálogo y que instalaría hoy mismo una mesa para el diálogo con los
maestros disidentes. Minutos después, ya tenía la respuesta. La dirigencia
disidente se sentaría con Sánchez Cordero y Moctezuma. No les dejó espacio.
Al reconocerlos como
interlocutores, los comprometió públicamente. Al mismo tiempo, desactivó su
demanda de verlo personalmente para discutir la Reforma, y los dirigió con su
gabinete. Peña Nieto nunca los reconoció como interlocutores y su gabinete
estaba dividido: la Secretaría de Gobernación hablaba con la Coordinadora, y la
de Educación con el Sindicato Nacional der Trabajadores de la Educación. Entre
las dos siempre hubo conflicto y mala articulación estratégica.
En 24 horas, López Obrador
había desactivado un conflicto. Sus reflejos políticos fueron claros para no
perder tiempo ignorando al movimiento disidente, ni regalarles espacios o
reflectores para moverse públicamente. Le llevó menos de 120 minutos
desarrollar su combinación de jugadas para llevar a la Coordinadora a la mesa
de diálogo, no para que negociaran dinero, plazas y cotos de poder, como
exigieron y obtuvieron del gobierno de Peña Nieto, sino para discutir los
puntos controvertidos de la Reforma Educativa.
En esta primera partida de
ajedrez, los doblegó. ¿Cómo explicarlo? Una primera aproximación es que la
disidencia magisterial, como muchos actores políticos, agentes económicos y
periodistas, lidian con López Obrador con categorías de análisis obsoletas. Así
no podrán ser interlocutores o adversarios eficaces y útiles. Tampoco quitarle
una sola pluma al ganso. Urge cambiarlas.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(EJE CENTRAL / ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/22 DE MARZO DE 2019)
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