lunes, 25 de noviembre de 2013

UN CAUDILLO PARA OTRO CAUDILLO

 Raymundo Riva Palacio
Casi dos de cada tres integrantes de la Mesa de Estatutos votó el sábado pasado por la derogación de un artículo que impedía a un ex presidente del PRD volver a ocupar el cargo. De esa forma, los delegados perredistas dejaron lista la carpeta para que el tres veces candidato presidencial Cuauhtémoc Cárdenas tome las riendas del partido y evite una diáspora que le cancele cualquier posibilidad de acceso al poder en los próximos años.

Pero para que esto se concrete hay varias condiciones que exige Cárdenas. No quiere competir por la presidencia, sino que su llegada sea por consenso, que significa que los aspirantes tienen que declinar a su favor, que le den manos libres para armar una estructura en el partido fuera de cuotas para las tribus, y que pueda elegir candidatos a diputados plurinominales. El ingeniero quiere todo. Romper los candados que le imponen los grupos al partido e impide un nuevo acuerdo político interno, pero mediante una conducción vertical donde todos se le sometan. Es decir, por la vía del autoritarismo, llegar a la democracia,

Es cierto que no se necesita ser demócrata para alcanzar la democracia, pero se necesita, en definitiva, estar convencido de que es el único camino para avanzar. Sin duda Cárdenas ha aspirado a un sistema democrático en México mediante un proyecto de nación de izquierda, que no ha podido cuajar en buena parte, porque aunque el electorado reconoce como necesarias los planteamientos de la izquierda de justicia social y equidad que proponen, no ha visto en los candidatos presidenciales del PRD las personas que puedan llevar a cabo esta misión.

La disyuntiva hoy en día para el PRD es más grave. Con Morena, de Andrés Manuel López Obrador, como un partido a punto de nacer, el PRD enfrenta un escenario de ruptura. El PRD carece de una figura con el arrastre social de López Obrador que lo neutralice y evite que sus cuadros y votos se vayan a Morena. Marcelo Ebrard, cuando jefe de gobierno del Distrito Federal, tuvo en sus manos la oportunidad de derrotarlo, pero su diagnóstico fue fallido. El no confrontarlo no evitó finalmente la fractura en la izquierda, y al mismo tiempo dilapidó el capital político que tenía. Hoy tiene imagen y popularidad alta, pero no fuerza dentro del partido.

Ebrard, uno de los políticos de izquierda más sofisticados, busca hoy la presidencia del PRD pero tiene como principales adversarios a sus viejos aliados Los Chuchos, la tribu que controla al partido, que se ha consolidado como una burocracia política cuyos dirigentes carecen de luz pero al volverse funcionales al gobierno de Enrique Peña Nieto dentro del Pacto por México, han adquirido nuevo relieve nacional—insuficiente, empero, para construir una opción electoral exitosa.

Los Chuchos también ven con recelo a Cárdenas, a quien su jefe político, Jesús Ortega, definió alguna vez como “caudillo”, la misma descripción que utilizó años después en López Obrador. El caudillismo es un fenómeno político que nació en América Latina durante el siglo 19. Aunque se refiere a líderes carismáticos con amplias bases de apoyo –los más sobresalientes son el venezolano Simón Bolívar y el argentino Juan Domingo Perón-, tiene una connotación negativa al estar asociado con liderazgos autoritarios –Perón mismo, o Hugo Chávez en años más recientes-.

El más popular dentro de la izquierda, Miguel Ángel Mancera, no es de izquierda, y hasta ahora tampoco ha mostrado las alas para alcanzar el vuelo hasta la candidatura presidencial de 2018. Fuera de ellos el panorama de la izquierda es terriblemente árido, y con ellos, tampoco parece haber vida en el horizonte.

Cárdenas, un hombre de izquierda moderado, nunca concitó el ánimo en la población para representar una posibilidad de victoria en una elección presidencial, aún en 1988, donde su notable fuera en el centro y sur del país careció del impulso final en los votos en zonas electoralmente estratégicas pero conservadoras. López Obrador, carismático y beligerante, despertó miedo en un puñado de electores que al final votaron en su contra y lo dejaron, por unos cuantos puntos porcentuales, en el asiento de atrás de la carrera presidencial. Pero para alcanzarlo requiere un poder autocrático que le permita construir el andamiaje para que la izquierda, terriblemente sectaria, pueda ser encajonada en parámetros democráticos para avanzar. Cárdenas, que fue un caudillo durante su reinado en el PRD en los 80 y 90
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(ZOCALO/  Columna de Raymundo Riva Palacio/ 25 de Noviembre 2013)

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