lunes, 29 de abril de 2013

EXPEDIENTE: EL TATA…



Rosendo Zavala/ Zócalo
Saltillo.- Traicionado por el destino que lo había enredado en la más frenética de sus batallas, Javier Iván sacó el cuchillo que cargaba en la cintura para romper el viento con furia, evocando a la muerte cuyo manto se extendió alcanzando al rijoso que pagó con sangre su sed de venganza.

Extasiado por el dolor que infringía a su víctima, “El Tata” presionó las cachas de madera removiéndolas con el sello del fanatismo que lo hizo repetir su osada acción, asestando tres puñaladas en el cuerpo de Francisco que expiró lenta e irremediablemente.

Sin darse cuenta, el regordete de ansia exasperada vendió la libertad que hasta entonces mantenía intacta y todo por defender el orgullo, en la aventura de pandillas que hoy recuerda tras las rejas de un Penal como el más amargo de sus arrebatos.

NOCHE DE PARRANDA

Animado por la tarde que parecía tan inédita como inspiradora, Javier se dio a la tarea de juntar a sus amigos presupuestando que el fin de semana sería como todos, el sábado caía lentamente y la idea de perderse en el alcohol atacaba su mente con más fuerza que nunca.

Decidido a pasarla bien, “El Tata” gastó su día recorriendo las calles de la Centenario para recordar a “Los Destroyers” que la fecha pactada con antelación había llegado, pues aunque la cotidianidad era una de las constantes en su vida, el intento de disfrazarla con el color de la euforia siempre resultaba imprescindible.

Cobijado por el otoño de octubre, el pandillero de futuro incierto vio llegar el ocaso de la jornada que para él apenas comenzaba, y contando las monedas que portaba en sus bolsillos avistó la imagen prometedora de una noche que suponía llena de la euforia que se transformó en desgracia.

Pero ajeno a la realidad que le aguardaba sigilosa, el potencial homicida se apoderó del momento, deambulando por los rincones de la colonia escoltado de su gente, mientras los efectos del vino nublaban su conciencia delirantemente.

A paso lento, pero seguro, la turba de rijosos caminaba con la complicidad de la oscuridad sabiendo que nada les podía pasar, porque el tiempo les había otorgado la razón convirtiéndolos en una de las pandillas más temibles de la zona.

Sin embargo, las constantes vueltas que crearon el camino imaginario hacia la fuente de la cebada se vieron empañadas con el trajinar de peregrinos que fabricaban su felicidad de la misma manera, surgiendo el imprevisto que tiñó de sangre el amanecer del domingo.

LLUVIA DE PIEDRAS

Aquella jornada de asueto, los albañiles de instintos bárbaros se embriagaron por gusto ignorando que la historia de parranda ya estaba escrita con letras de sangre, porque a la vuelta de la esquina se toparon de frente con sus acérrimos rivales.

Justo sobre la calle Magnolia, un murmullo de voces conocidas alertó a los destructores, que sin tanto rebuscar vieron emerger de entre la penumbra al remolino de trasnochadores que estoicos se postraron frente a ellos.

Se trataba de “Los Vagos”, la pandilla antagónica que desde siempre había atentado contra la supremacía de “Los Destroyers”, por lo que tras lanzarse miradas de odio intercambiaron los insultos que comenzaron la inesperada guerra civil.

A la orden de ataque, ambos bandos se liaron a golpes buscando imponer su jerarquía local sin conseguirlo, porque la paridad de fuerzas se impuso sin que hubiera algún vencedor en lo que sería la primera etapa de las ofensivas callejeras.

Y es que decididos a todo, los rijosos lanzaron una lluvia de piedras que acabaron con los vehículos varados en el sector, generando la molestia de los vecinos que resueltos a perder el sueño informaron a la policía que llegó para calmar la tensión entre los peleoneros.

Con el ulular de sirenas que rompían la tranquilidad de la noche, los valientes de ocasión se perdieron entre las sombras del amanecer que presagiaba la peor de las batallas, porque con el orgullo herido corrieron maquinando la idea de saldar cuentas lo antes posible.

Repentinamente, los caminos de asfalto se vaciaron dando paso a la tensa calma que precedió a la contraofensiva delictiva de los guerreros de cuadra, que divididamente siguieron con su parranda sabatina, ignorando cualquier proporción de la realidad.

Sumidos en sus bacanales “sociales”, los rijosos se sacaron distancia distrayéndose como en cualquier sábado de octubre, mientras el ambiente se enrarecía con el elíxir de la muerte que para entonces ya tenía la mesa dispuesta.

A PUÑALADAS

Bañado en sudor por la agitación que estaba viviendo, Javier brindaba junto a sus amigos el fallido encontronazo que acababan de tener con sus eternos enemigos, devorando la cerveza que aminoraba su repentina ambición de comerse el mundo a puños.

Sin dejar de marcar su territorio con los recorridos que hacían a pincel, los destructores llegaron hasta una vivienda de Nigromante, donde el retumbar de la música los hizo detenerse, ahí comenzaría el principio del fin para el “reinado” de los clanes enemigos que nunca supieron definir su supremacía.

Fortalecidos por la estridente voz de los colombianos de radio que amenizaban el baile, “Los Destroyers” se perdieron entre la fusión del vallenato y alcohol que los traicionó lentamente, cuando la llegada del nuevo día los sorprendió vencidos por los estragos de la juerga.

Esto porque de entre la humareda que escondía a los presentes, “Los Vagos” emergieron reviviendo la rencilla que la policía había disuelto minutos antes, ocasionando la nube de insultos que dio paso a la tragedia.

Convencidos de que el honor se debía enaltecer al máximo, los pandilleros salieron a la calle para dirimir sus diferencias, dejando de lado los efectos de las consecuencias, porque sacado lo peor de sus repertorios delictivos se dieron con todo, buscando erigirse como los reyes del barrio.

Alucinado porque podría demostrar su valía como peleador callejero, “El Tata” comenzó a repartir golpes mientras a su alrededor la escena parecía ser la misma, con una mancha humana de rijosos que conectaba sus emociones traduciéndolas en violencia extrema.

Repentinamente, uno de los implicados se dejó ir contra Javier que decidido a todo sacó su cuchillo, y tomándolo con fuerza marcó una línea imaginaria dibujando en el aire los tajazos que lo harían mantenerse lejos de un ataque directo.

Pero en una rápida ofensiva alcanzó con su arma a Francisco, el vago que pagó con su vida los descargos de furia que el hábil pandillero le había dejado caer para imponer respeto, cayendo al suelo con la existencia tramitada sin darse cuenta.

Mientras el navajeado yacía tendido en el charco de su propia sangre con dos heridas en el abdomen y una más en el tórax, el agresor se daba a la fuga dejando atrás la reyerta donde sus compañeros de mañas seguían defendiendo la honra perdida en las cercanías de la fiesta.

Tras ver a uno de sus rivales tirados en el pavimento, los destructores huyeron mientras testigos de la escena solicitaban a las autoridades para que pusieran orden y atendieran al rijoso que sin saberlo tenía los minutos contados.

Aunque los paramédicos de Cruz Roja se abrieron paso ente las calles de la zona centro para llegar con urgencia al Hospital Universitario, los esfuerzos de nada sirvieron porque el paciente murió minutos después de ser ingresado en el sanatorio.

Otro de los parranderos caídos que también llegó en la misma ambulancia logró evadir a la desgracia, luego de que los especialistas reavivaron sus signos vitales venidos a menos tras la brutal golpiza que le había desfigurado el rostro.

ESCAPE FALLIDO

Sugestionado por la noticia de que se había convertido en asesino, “El Tata” intentó esconderse de la justicia, pero sus deseos de libertad se frustraron rápidamente, porque los sabuesos ministeriales actuaron con celeridad buscando resolver el crimen de inmediato.

Apoyados en la declaración de varios testigos, los titulares de la diligencia primaria agotaron los elementos a su favor para avanzar en las pesquisas, ubicando a Javier cerca de su domicilio y sometiéndolo para ponerlo a disposición de la justicia ministerial.

Tras varios días de intensas actividades, la Procuraduría canalizó al asesino ante el Juez primero del ramo penal, que medio año después dictó sentencia condenatoria contra el inculpado, dándole 9 años 3 meses de prisión sin ningún tipo de beneficio bajo el delito de homicidio simple doloso.

El fiscal asignado al caso tomó la determinación con base en los elementos recabados durante el proceso de investigación que se hizo dentro del expediente 80/2012, llegando a la conclusión de que el vándalo debía pagar su delito con cárcel y sin ningún tipo de beneficio.

Ahora, Javier Iván descansa en una celda del reclusorio para varones de Saltillo, donde acomoda sus pensamientos viendo correr del tiempo con más lentitud que nunca, por lo que detiene sus andanzas mentales en el instante que desenfundó su daga para cometer el error que hoy lo tiene bajo encierro.

(ZOCALO/Rosendo Zavala/ 29/04/2013 - 04:08 AM)

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