lunes, 19 de noviembre de 2012

EXPEDIENTE: EL HOTELAZO...

Rosendo Zavala

Saltillo, Coah.- Mientras suplicaba con vehemencia que no la matara, Samantha metía los brazos para defenderse pero nada podía hacer, porque su esposo le asestó 18 puñaladas, mismos con que destrozó la familia que irónicamente pretendía unir bajo el yugo de la violencia.

Tras dejar moribunda a su mujer en el lobby del hotel donde trabajaba, “La Loba” corrió por las calles de la Zona Centro como queriendo mantener su libertad intacta, aunque para entonces ya era seguido por los uniformados municipales, que con dificultad le hicieron ver su suerte.

Y es que luego de protagonizar una espectacular cacería humana, las autoridades lograron la captura del pandillero, que estuvo a punto de convertirse en asesino atacando a la mujer que le había regalado varios años de su vida….y todo por su hija.

TRISTE AMANECER

Contagiado por el triste amanecer que se postraba sobre el cielo saltillense, Julio César salió de la casa de su madre y cabizbajo caminó por los rincones del primer cuadro para llegar a la plaza donde se ganaba la vida boleando ajeno.

Abrazando su cajón de grasas y tintas como el más divino tesoro, el desilusionado social llegó al punto donde comenzaría otra jornada del trabajo que realizaba por inercia, pues el amor por el oficio se había quedado guardado en lo más profundo de sus recuerdos.

Fortalecido por la charla ficticia de sus amigos ocasionales, Julio César contaba el vuelo de las palomas que revoloteaban cerca de su humanidad, mientras su mente albergaba la ilusión de cargar nuevamente a la pequeña Yareth, que desde tiempo atrás no había podido ver “gracias” a los desplantes de su madre.

Pero la oquedad del octubre negro que estaba sufriendo le hacía suspirar sin esperanzas, por lo que sentado en la fría banca del parque donde reposaba sus añoranzas, le hacían creer que su realidad cambiaría como por arte de magia.

Convencido de eso, intentó darle un soplo de ánimo a sus aspiraciones familiares, y confortado por la idea, sacó de entre sus ropas las pastillas psicotrópicas con que se dedicó a volar en el mundo de las fantasías, creando su propio universo de espejismos que nunca se cristalizarían.

Pero mientras la realidad lo rebasaba trágicamente sin que se diera cuenta, “La Loba” repartía su tristeza entre la turba de vagos que lo rodeaban para escuchar sus decoloradas historias, que por entonces habían inundado cada adoquín de la plaza Manuel Acuña.

Cuando los rayos del sol enmarcaban el mediodía en el corazón de la Zona Centro, el novel jefe de familia recordó que su teléfono celular tenía saldo y emocionado le envió un mensaje a Samantha, que desde la distancia lo rechazó al saber que el violento marido pretendía ver a su hija de 7 meses.

Al no recibir respuesta, Julio cayó en una depresión que “lo mató” emocionalmente y le hizo perder toda intención de seguir boleando, optando por caminar entre los rincones del sector para distraer su mente de los malos pensamientos que comenzaban a invadirlo.

BESTIAL ENCUENTRO

Nublado por los efectos del veneno sintético, “La Loba” encargó los clientes a sus compañeros de infortunio y presuroso se encaminó hasta la calle de Allende, buscando llegar al hotel Metrópoli para encontrarse con su esposa, que desde hacía dos semanas se había ocupado como recepcionista.

Matizando su cabeza con sentimientos encontrados, el consorte aceleró el paso hasta llegar al edificio e irrumpió en el lobby donde se encontró con una tensa calma, volteando para todos lados como si estuviera perdido.

Pero tras un instante de zozobra, sus ojos vieron la imagen que pretendía encontrar y violentamente dejó escapar las palabras que taladraron el silencio imperante, ese que hasta entonces había reinado en el sitio.

De manera tajante, el hombre de vestimenta populosa y modales corrientes levantó a su mujer del sillón donde doblaba las sábanas que repartiría entre los cuartos, comenzando la escena que se pintaría de rojo.

Tras forcejear durante algunos instantes, Julio César sacó el cuchillo que días antes había comprado en el mercado Nuevo Saltillo, y sin pensar en las consecuencias golpeó brutalmente a Samantha para azotarla contra el suelo.

Con la víctima sometida a sus pies, el pandillero comenzó su mala obra, mientras los gritos de terror se ahogaban en la garganta de la fémina, que contrariada suplicaba el perdón y el indulto que nunca llegaron, porque la sangre corrió a mares sin que pudiera evitarlo.

“Lo hice por coraje, porque no iba a permitir que no me dejara ver a la niña, así que por eso comencé a hacerle daño, la neta no la quería matar solamente pensaba asustarla, pero el coraje me cegó y por eso pido perdón. Porque también me dijo que me largara y yo solamente quería arreglar las cosas.

“Ese día andaba drogado y la neta ella se puso sus moños, porque también me agredió y pos la verdad me dio mucho coraje, por eso hice lo que hice, pero nunca pensé en matarla y eso es verdad” (Exp. 72/2010). Declaró el criminal ante las autoridades.

Instantes después de haberle perforado el cuerpo con los 18 piquetes que parecían mortales, el bolero se asustó, y creyendo que nadie lo había visto corrió hasta la puerta de cristal que azotó con fuerza, tirando el cuchillo para darse a la fuga inmediatamente.

ESPECTACULAR HUIDA

Con las manos salpicadas de odio y la adrenalina por delante, el hombre de 25 años se abrió paso entre los ríos de gente que saturaba la de Allende, desatando la sospecha de quienes lo vieron salir corriendo del hotel e informaron a la policía para validar sus presagios de tragedia.

Alertado por el barullo que generaba el potencial asesino, el oficial de la unidad municipal 7871 comenzó a perseguirlo sin perderlo de vista, evadiendo los conos humanos que le salían al paso y sacando lo mejor de su destreza al volante para concretar el arresto.

Sin embargo, la “hora pico” se impuso cobrando factura a la patrulla perseguidora, que se impactó contra un camión urbano mientras el pandillero se perdía entre la maraña de transeúntes, que ignorando lo ocurrido se sumían en la cotidianidad de sus actos diarios.

Corriendo sin parar, el victimario de Samantha tomó el taxi en que llegó hasta la Plaza México para esconderse durante varias horas, aguardando el arribo de la noche, mientras recobraba la fuerza perdida durante la escapada que resultó exitosa.

Mientras tanto, la vapuleada mujer yacía tendida en la recepción donde trabajaba, ante la mirada asombrada de los mirones que atiborraron el sitio para alimentar su morbo que se diluyó de golpe, cuando las autoridades llegaron para tomar conocimiento y obligarlos a retirarse de manera callada.

Sobresaltada por lo ocurrido, la hermana de la agredida movilizó a la familia, que junto al dueño del hotel donde se desarrolló la desgracia, participaron en las actividades de la Policía, buscando saber el estado de salud de la empleada y aportando datos sobre los generales del atacante.

Instantes después, el sonar de una ambulancia alertó a los guardianes del orden, que tras dar paso a los paramédicos autorizaron las maniobras, siendo entonces cuando los héroes anónimos canalizaron a la ama de casa hasta el hospital que convertiría en su casa durante las siguientes semanas.

Con heridas profundas de arma blanca en el pecho, cuello, hombros, tórax, abdomen, manos y brazos, la joven luchó por aferrarse a la vida con el único afán de no abandonar a sus tres pequeños hijos, que al enterarse de lo ocurrido exigían su presencia más que nunca.

Pero mientras el drama familiar de los Paisano Gómez se acrecentaba a cada instante, los sabuesos ministeriales, que habían tomado las riendas de la investigación, ataban los cabos que les permitirían resolver inmediatamente.

UN ENCIERRO ANUNCIADO

Sumido en el más profundo pesar, Julio César sintió que el frío le calaba hasta los huesos, aunque el otoño apenas tocaba con su manto al entumecido cuerpo, vagando entre la oscuridad de la noche que convertiría en confidente del sangriento ataque que lo condenaría ante la sociedad.

Con el amanecer del nuevo día, el bolero decidió salir de su escondite imaginario y buscando explicaciones llegó a la casa de su hermano Jesús Alberto, en la colonia San Miguel, sin pensar que se encontraría con una desagradable sorpresa.

Esto porque al tratar de tocar a la puerta de Chuy, un grupo de desconocidos que se identificaron como elementos de la Procuraduría lo sometieron para de inmediato llevarlo a sus instalaciones policiales, donde comenzó el principio del fin para sus correrías delictivas.

Durante su declaración preparatoria, Julio aseguró haber actuado de manera irracional al verse traicionado por la furia que sentía, arremetiendo contra su esposa, que según sus propias palabras, le impedía ver al fruto que ambos habían concebido meses antes.

Ante eso, optó por saciar su coraje de la peor manera y sin trastabillar narró lo ocurrido aquella tarde que estuvo a punto de convertirse en asesino, atendiendo al llamado de la naturaleza que le pedía ver a su pequeña a costa de cualquier cosa.

“Momentos antes de que pasara todo eso me había tomado dos pastillas psicotrópicas de Rivotril con una cerveza y andaba bien loco, entonces me ganó el coraje, y como traía una navaja pos la saqué de mi bolsa y se la encajé a Samantha varias veces.

“Ella me gritaba que no la siguiera picando, pero como estaba muy enojado no le hacía caso, por eso la seguí atacando hasta que se desvaneció y cayó al piso de la recepción; como pensé que la había matado me asusté y salí corriendo”, comentó durante una de las diligencias penales.

Semanas después, la afectada rindió su declaración ministerial y manifestó ante la justicia que acababa de separarse de Julio César por ser un hombre sumamente violento, situación que lo alteró en demasía y comenzó a exigirle ver a la niña que ese mismo año habían procreado en matrimonio.

Debido a su escasez económica y pocas posibilidades de ganar dinero, el drogadicto se vio imposibilitado para otorgarle una pensión alimenticia a la mujer, que tomando ese detalle a su favor le negó la convivencia semanal con la menor, en un acuerdo que se habría firmado de manera legal.

Pero el odio que “La Loba” engendró contra su mujer fue tanto, que buscando saldar deudas actuó de la manera más salvaje, ganándose el repudio de la familia y la sociedad, así como el de la justicia que ahora lo tiene pagando su error con cárcel.

Esto porque el juez tercero del ramo penal lo sentenció a 7 años 9 meses de prisión y mil 634 pesos de multa administrativa, bajo el delito de Lesiones gravísimas que ponen en peligro de muerte por haberse cometido con ventaja con relación al parentesco.


El detalle:

Julios César Paisano Martínez fue sentenciado por el juez tercero del ramo penal a 7 años 9 meses de prisión y mil 634 pesos de multa administrativa, bajo el delito de lesiones gravísimas que ponen en peligro de muerte, por haberse cometido con ventaja con relación al parentesco, en contra de su esposa Samantha Guadalupe Gómez Villanueva.

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