jueves, 19 de abril de 2012

NOMÁS POR GUSTO






Javier Valdez   
Por qué se casó con él. Por la lana, esa pistola color plata, la camioneta. No, nada de eso. Se casó con él por amor. Y lo demás vino después, incluso esa adicción a la adrenalina. Ahora comparten todo, hasta la muerte: esa mujer que se espera siempre sea ajena.


Vamos a tirar perico, dice ella. Pero no es cierto. Él nomás consume, no vende. Ella igual. Ah, pero cómo se divierten persiguiendo cabrones. De carro a carro. Cazándolos en algún estacionamiento, en rutas a las que siempre, inexplicable e invariablemente, les son fieles.

Llegar hasta el objetivo. Ese hombre ya está muerto. Nomás falta que le avisen. Y ahí van los proyectiles. Pum pum pum. Cuatro plomazos. Ya de cerca, perforado, humeante y emanante. Uno más, por si las moscas, la resurrección después de Semana Santa, los milagros, la ciencia médica o la buena o mala suerte. Y en la cabeza.

Ya no se mueve. Vámonos. Si el tiempo tiene dueño, ellos, esa pareja de esposos, lo son. Salen de ahí en otro auto robado. Uno más. Una muesca invisible será anotada por el destino en esa cacha plateada porque a él, con todo y que es medio presumido, no le gustan contar sus calacas.

Y salen de ahí disparados. Acto inaugural de las escenas del crimen. Fundación y refundación de los matones a sueldo. Pero también de esos que jalan el gatillo, después de subir el tiro, cortar cartucho, como dicen, por mero placer. Porque el bato me cayó mal. Porque me dijeron, Se lo merece: por culero.

Como ese poli. Cuál. Ese de la semana pasada. Era agente de la Ministerial y pues, me llamó la mujer y me dijo que lo matara. Por cuánto. Pueden ser cinco mil pesos. La muerte se ha abaratado. Qué tiempos aquellos en que le pagaban a uno 20 y hasta 50 mil por un buen jale de estos. Nomás el recuerdo queda.

Casi todos los trabajitos de estos no pasan de cinco mil. A veces son tres, dos mil pesos. Otras nada. Ese bato, por ejemplo. Fue muy gacho con su morra. Cada rato la golpeaba. Llegaba borracho o bien perico. Tanto que se ponía tartamudo. Y le daba sus chingazos a la mujer.

Lo que pasó ahí estos días fue lo que hizo que yo subiera el tiro del cargador a la recámara del detonador. Y así anduve. Como que me saboreaba esa muerte. Como que se me antojaba darle pa’bajo a ese bato. Porque esa vez sí estuvo bien cabrona. El bato se pasó y ahí están las consecuencias.

Pues resulta que el bato después de ponerle su chinguita a la morra, le quitó la ropa. Toda. Y así, bichi, la aventó pa’la calle. Y eso que todavía hacía frío, aunque ya empezaba a cambiar el clima. Fue humillante. Ya’staba harta.

Y pues, yo invité a mi mujer. Vieja, le dije, vamos a tirar perico. Y subimos a la troca y fuimos por el pinche policía este. Ya lo traía bien estudiado. No había pierde. Ya en el semáforo. A esa hora no había tanta gente en la calle. Ahí se le arrimó. El poli lo miró de cerca. Lo supo. Llevó su mano a la cintura. Él ya traía la plateada en la mano y el tiro arriba. Primera dosis de tres. Cuatro por si la resurrección. Cuánto te pagaron. Nada. Lo hice gratis. El bato era muy culero.
13 de abril de 2012.

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