El móvil de la desaparición
de los normalistas de Ayotzinapa la noche del 26 de septiembre de 2014 sigue
siendo un misterio. “No hay móvil porque todo sucedió sin planearlo”, sugiere
el ex procurador Jesús Murillo Karam. Lo que plantea tiene sentido. Cuando se
revisa la mecánica de los enfrentamientos de los policías de Iguala con los
estudiantes y los lugares donde sucedieron, se puede apreciar que los jóvenes
iban de regreso a Chilpancingo cuando fueron interceptados y, por razones
desconocidas, se profundizó la violencia y fueron secuestrados. ¿Qué sucedió?
La variable del narcotráfico siempre ha estado presente, desde las primeras
declaraciones de los criminales que presuntamente los mataron, que han dicho
que estaban infiltrados por una banda criminal enemiga, hasta el Grupo
Interdisciplinario de Expertos Independientes, que ha reiterado que la línea de
investigación del narcotráfico debe ser agotada.
No se sabe hacia dónde irá a
parar esa hipótesis de trabajo de la PGR, pero el contexto permite asomarse al
caldero del diablo en el que se metieron los normalistas aquel día. Cocula,
donde de acuerdo con las autoridades fue la última vez que se les vio con vida,
es el centro neurálgico del crimen organizado en la región. Quien domina
Cocula, controla el trasiego del 50% de la heroína mexicana que se vende en el
mercado estadunidense –el principal exportador de la droga en ese país es
México– y que genera, por cada hectárea cultivada de amapola, una ganancia
estimada de 4.5 millones de pesos. Si se cultivaron 17 mil hectáreas de amapola
en 2015, según la DEA, y la mitad de ellas se encuentran en la sierra y Tierra
Caliente de Guerrero, la ganancia anual neta ascendería a más de 38 mil
millones de pesos.
Con esos retornos, comprar
toda una red de protección institucional, como lo hacen los criminales en la
región, es un gasto marginal. Cocula es el centro nervioso de varios municipios
de donde salen los cargamentos de heroína, y que abarca a Iguala, Huitzuco y
Eduardo Neri, las zonas de operaciones contra los normalistas aquella noche de
barbarie, y Cuetzala del Progreso, Teloloapan y Chilapa. Esa región de
orografía agreste es disputada por Guerreros Unidos, La Familia Michoacana y
Los Rojos, tres organizaciones criminales que nacieron emparentadas y que el tiempo,
las muertes y las capturas las partieron y volvieron enemigas.
En las investigaciones han
surgido líneas que apuntan al narcotráfico como el contexto del crimen contra
los normalistas, de quienes hasta ahora, no hay prueba de nexos con el
narcotráfico. Una de las declaraciones que revelan lo que sucedía en la región
la aportó Felipe Rodríguez Salgado, “El Cepillo”, acusado de matar a los
normalistas en el basurero de Cocula. Rodríguez Salgado contó que en 2012 La
Familia Michoacana le arrebató Cocula a Guerreros Unidos, que se apertrechó
durante año y medio en Iguala. Dos meses y medio antes de la desaparición de
los normalistas, regresó a Cocula como jefe de sicarios y un salario de 15 mil
pesos mensuales, al frente de una célula que, todos ellos, están imputados por
el crimen de los estudiantes.
Rodríguez Salgado aportó el
dato de que varios normalistas acusaron a “El Cochiloco”, Bernardo Flores
Alcaraz, de haberlos llevado a Iguala, que es el único de los normalistas
desaparecidos con el pelo largo, porque no era de primer ingreso. Cuatro
estudiantes más lo ayudaban en el control del resto de los normalistas, pero él
era el único que recibía las instrucciones desde el comité de alumnos de la
Normal de Ayotzinapa en Tixtla. De acuerdo con las investigaciones, quien se
las daba era Omar Vázquez Arellano, que utiliza el apellido García.
Su nombre aparece
circunstancialmente vinculado al narcotráfico o mediante grabaciones no
judicializadas entregadas a la prensa. En su declaración, Rodríguez Salgado narró
enfrentamientos con las bandas criminales, y en uno de sus dichos mencionó a
“El Narciso” como uno de los miembros de Los Rojos con quienes peleaban en la
región. “El Narciso” era Narciso Vázquez Arellano, hermano de Omar, quien pocas
semanas antes de la desaparición de los normalistas había muerto en un
enfrentamiento con Guerreros Unidos en Carrizalillo, una de las comunidades del
municipio de Eduardo Neri, al cual pertenece La Mezcala, donde se dio otro de
los ataques en 2014.
Rodríguez Salgado señaló que
uno de los normalistas le dijo que los había enviado “El Carrete” y que el
director de la Normal de Ayotzinapa les había ordenado ir a Iguala a hacer
desmanes. “El Carrete” es Santiago Miranda Mazari, líder de Los Rojos en
Morelos, vinculado a políticos en la región. El director de la Normal era José
Luis Hernández Rivera, quien dejó el cargo en diciembre pasado, y cuya
declaración ministerial se encuentra en el expediente del caso Ayotzinapa. La
PGR nunca le pudo probar ninguna vinculación con el crimen organizado, como
tampoco lo ha podido hacer con Vázquez Arellano, quien fue relevado
discretamente como líder de los alumnos de la Normal.
Rodríguez Salgado afirmó que
a quienes detuvieron eran Rojos, aunque según investigadores de la PGR, en el basurero
de Cocula descubrieron que muchos eran realmente normalistas. No impidió que
los desaparecieran. En esa zona de lucha por el control del trasiego de la
heroína, algunas decenas de muertos más o menos, era algo que, por lo que se
lee en las declaraciones, sucedía con dantesca normalidad.
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL”
DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 16 DE MAYO 2016)
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