Detenidos al intentar introducir enervantes a penales
bajacalifornianos, aseguran hacerlo tras recibir amenazas de
“desconocidos y grupos delictivos”.
Más de 19 mil personas acuden a
visitar a sus familiares en la Penitenciaría de Tijuana y, de 2012 a la
fecha, 16 han sido detenidos en posesión de marihuana, cocaína y cristal
Hasta 80 personas al día son inspeccionadas en el aparato
Inés García Ramos
René Murillo era uno de los 19 mil 635 visitantes registrados en el
Sistema Penitenciario Estatal en Tijuana, hasta el 22 de marzo de 2013.
Ese viernes acudió al Centro de Reinserción Social (CERESO) para visitar
a su hermano menor. En su bolsillo llevaba dos envoltorios de la droga
conocida como cristal. Desde entonces, purga una condena de tres años y 80 días.
Era la quinta ocasión que René visitaba a Kevin, quien
cumple una sentencia por homicidio calificado, portación de arma de
fuego, posesión de cartuchos y delitos contra la salud. Aunque son siete
hermanos, solo él -ahora detenido- y su padre acudían a visita, pues
la otra hermana, quien también estaba registrada, dejó de asistir.
Esposado frente a la reportera, René repitió lo
declarado durante su detención: “Esa droga me la dieron para que yo la
ingresara, pero fue bajo amenazas”. Se refiere a quienes lo forzaron a
ingresar con 30 gramos de cristal simplemente como “ellos”. “No
me pusieron una pistola en la cabeza para obligarme, pero yo sabía que
tenía que hacerlo, no había de otra”, añadió.
Está seguro de que lo escogieron, ya que en la sección
de Los Pinos donde vivía, era el único con un familiar preso. “Salí un
jueves de trabajar y me estaban esperando afuera de mi casa, ahí me la
dieron. No me dijeron a quién se la iba a entregar, nomás que la metiera
y que, cuando estuviera en la visita, iba a llegar alguien”, dijo
mientras sacudía nerviosamente sus piernas.
“No voy a hacerle la llorona, yo sabía a
lo que venía, prefiero estar aquí y que mis hijas estén bien”, porque de
negarse, su familia estaría en peligro. Los sujetos, rememoró René,
intentaron “clavarle” los envoltorios, pero prefirió guardarla en el
bolsillo derecho de su pantalón.
El día de la captura, René fue inspeccionado en el Área
de Aduana del penal, por lo que la sustancia fue localizada. Aseguró que
la droga no era para su hermano: “Yo aquí soy el culpable porque la
traía”. Con Kevin, de apenas 19 años, no ha tenido contacto desde su
ingreso a la cárcel, “por una parte, así está mejor”, considera.
En sus primeros dos meses de reclusión, René no ha
recibido visitas. Solamente ha hablado por teléfono con su esposa y su
madre, quien es hondureña y no puede tramitar su pase de visitante.
Desde la celda 306 del edificio 1, René esperará los próximos tres años
para salir del encarcelamiento, construir su casa y hacer su vida “tal y
como antes”.
De enero a mayo de 2013, cuatro personas fueron
detenidas por intentar ingresar droga a los penales de Tijuana, “El
Hongo” y Ensenada, siendo heroína, marihuana y cristal, las sustancias encontradas por elementos de la Policía Estatal de Seguridad y Custodia Penitenciaria.
La condena por el delito de posesión, suministro y
comercio de droga es de tres a siete años, a determinar por el tipo y
cantidad de sustancia.
En los cuatro casos, la Secretaría de Seguridad Pública
del Estado (SSPE) asegura haber recibido informes previos de los
internos sobre los intentos de ingresar droga, por eso los han
frustrado.
“Afortunadamente son pocos los casos, desde el momento
que se instaló el nuevo equipo, los comentarios al interior son de que
mejor ni te animes a eso, porque te van a detener”, afirmó César Daniel
Ramírez, director del CERESO de Tijuana.
Sin juzgar judicialmente su responsabilidad, a los
internos cuyos familiares intentaron ingresar drogas u otros objetos o
prohibidos, se les sanciona a través de la Comisión Disciplinaria de
Internos, con suspensión de visitas familiares y de actividades de patio
o recreativas.
De la misma manera, se les coloca en celdas de
observación (aislamiento), por periodos desde un día hasta 30 días por
infracción.
La gran mayoría de los 7 mil 57 internos en Tijuana,
tiene problemas de adicción, afirma el director del penal. De ellos,
solamente mil 600 -21 por ciento- participa en el programa de
rehabilitación “Reconstrucción Personal” de la Secretaría de Salud. En la tercera semana de mayo, 250 reclusos finalizaron las tres etapas del programa.
“No importa cómo ni quién la mete, sino que haya”
Francisco permaneció en el edificio 3 de la
Penitenciaría de octubre de 2008 a octubre de 2011. “Siempre hubo droga
dentro, por temporadas había mucha y luego se calmaba, pero siempre
hubo”.
Relató cómo desde su celda, la cual compartía con dos docenas de hombres, veía a los “talacheros”- encargados de repartir los alimentos por los pasillos- distribuir marihuana, heroína y cristal.
El director del CERESO explicó que para ser repartidor,
el interno hace la petición y es evaluado por las áreas técnicas,
psicológicas y criminológicas. El solicitante debe estar a menos de tres
años de cumplir su sentencia, precisamente, para evitar se familiarice
con las tareas y pueda mal utilizar la libertad para trasladarse dentro
del penal.
“Además, un custodio permanece detrás del interno
durante el recorrido por los pasillos para vigilar la entrega de
alimentos”, citó César Daniel Ramírez.
Pero Francisco alega: “Hay diez celdas por cada pasillo,
y en cada una, veinte personas, son 200 raciones de comida. Los
custodios no siempre estaban atrás del carrito, les abrían la puerta y
los dejaban repartir solos”.
— ¿Y por qué si la droga transitaba con suma facilidad entre los internos, no era localizada?, se le preguntó a Francisco.
“Siempre corríamos el riesgo en la celda, seguido
llegaban a hacer operativos y nos sacaban, nos revisaban y esculcaban
todas nuestras cosas. Pero teníamos unos escondites bien secretos, hoyos
en la pared o en las patas de los catres”.
Para el ex reo, fue una suerte que ni soldados, policías estatales ni federales, localizaran las dosis.
Los castigos por almacenar objetos o sustancias
prohibidas, van desde suspensión de tiempo de patio o de visitas, hasta
aislamiento en celdas. Sin embargo, los custodios amenazaban a los
internos con enviarlos a “El Hongo” si encontraban algún residuo de
droga.
Por ejemplo, en operativos sorpresa realizados en el
CERESO “El Hongo”, elementos de la Policía Estatal Preventiva (PEP) han
localizado balas de goma construidas a partir de plástico derretido,
tabaco y cuerdas.
Otros hallazgos menores, consisten en hasta 30
fotografías por reo (el límite permitido es cinco), y el almacenamiento
de seis máquinas de afeitar en una celda con seis ex policías
ministeriales. Los internos también son revisados minuciosamente con el
propósito de encontrar alguna sustancia u objeto escondido entre el
uniforme gris que portan.
Como los agentes policiales tienen prohibido
inspeccionar las cavidades de los cuerpos de los presos, han recurrido a
otras estrategias de búsqueda. Por ejemplo, los internos deben
colocarse en cuclillas y toser en repetidas ocasiones para comprobar que
no alojan objetos en la cavidad anal.
De acuerdo a Francisco, uno de los sitios predilectos para esconder droga y celulares, es el espacio detrás de los sockets en las paredes, las cajas que almacenan el cableado eléctrico y que permiten la conexión de aparatos.
En su narración, las manos de Francisco imitan el
movimiento: “Pero se dieron cuenta y rellenaron los huecos con cemento”.
Para comunicarse entre celdas, según el ex preso, realizaban pequeños
orificios en la pared para solicitar y entregar mercancía.
Durante sus tres años en el edificio 5, Francisco
conoció a cuatro principales distribuidores: “El July”, “El Borrego”,
“El Tiburón” y “El Ray”. Nunca supo el nombre del jefe, solo que estaba
en el edificio 6.
Recuerda a “El Tiburón” porque así lo apodaron al
introducirse por el hueco del lavadero de la celda para, a través de la
tubería, avanzar hacia otras celdas. La tía de “El Borrego”, dice
Francisco, recibía los depósitos bancarios por la droga que el criminal
vendía dentro.
En cada celda, relató, había cuatro o cinco “soldados”,
nombre que se les daba a los encargados de realizar los cobros y, a
falta de, impartir castigos entre los morosos.
“Si no pagaban a tiempo, le daban una calentada, entre
dos o tres por unos 30 segundos, los dejaban muy mal”. Como pago por sus
servicios, recibían una dosis semanal.
Las porciones consumidas por casi la mitad de sus 20 ex
compañeros de celda, eran mínimas. Por ejemplo, de una onza de heroína,
obtenían casi 200 dosis, unos 140 miligramos por dosis -cantidad similar
a una pastilla de aspirina- y la ganancia de alrededor de mil dólares.
Por último, Francisco dijo desconocer de qué forma
ingresaba suficiente droga para repartir entre los cientos de reos, “ahí
no importa cómo ni quién la mete, sino que haya”.
Hallazgos gracias a tecnología e informes internos
Ramón Rivas habla poco, muy poco. Fue sorprendido el
domingo 28 de abril de 2013, cuando acudió a visitar a su hermano
Heriberto, con un paquete de 55 gramos de marihuana escondido en su
interior.
Ése fue el debut del escáner “Arco Detector de
Cavidades”, de 5 millones de pesos, instalado en enero de 2013 en la
Penitenciaría de Tijuana, la misma tecnología que opera en el CERESO “El
Hongo”. Mexicali y Ensenada serán equipados con el mismo modelo en los
próximos meses.
En día de visita, entre 60 y 80 familiares son
inspeccionados en el aparato, el 8 y 5 por ciento del total que
ingresan. En viernes, se reciben de 750 a 800 visitantes para 400
internos; el sábado, hasta 900 personas visitan a 700 reclusos; y el
domingo, acuden hasta mil 300 personas para convivir con 700 reos.
Las revisiones son aleatorias, a excepción de las
personas señaladas por los informes al interior del CERESO por parte de
la Unidad de Investigación Penitenciaria. Cada procedimiento toma de 15 a
20 minutos y, para ello, el visitante debe despojarse de su ropa y
cubrirse con una bata, colocarse en una plataforma y esperar el escaneo
completo.
Órganos, huesos y la totalidad del cuerpo, son distinguidos en una imagen registrada en la base de datos.
El paquete dentro de Ramón Rivas fue localizado en su
cavidad anal. Al igual que René Murillo, afirma que fue obligado a
introducir la droga y el destinatario no era su hermano, acusado de
homicidio en grado de tentativa y portación de arma prohibida.
Su versión indica que tres sujetos lo siguieron en el
Bulevar Fundadores, lo ingresaron a un vehículo y ahí le introdujeron el
paquete por el recto. “Yo no sabía qué era exactamente”, dice casi en
secreto, “me dieron el paquete y querían que lo pasara”.
Los hombres, a quienes no había visto antes y no le
permitían levantar la cabeza, lo trasladaron a una cuadra del CERESO y,
desde el vehículo, lo vigilaron. Fue el último visitante en entrar ese
día. En espera de la condena, Ramón se reserva detalles. Su ocupación
era hacer piñatas en Loma Bonita.
Una vez que el recluso sale por la puerta, “no dicen
nada en sus declaraciones, a quién se la iban a entregar, ni quién se
las dio, no hemos sabido que formen parte de algún grupo organizado que
se dedique a eso”, afirma el director del Centro de Reinserción Social.
En contraste, las mujeres detenidas -por ejemplo Blanca
Cárdenas, quien escondía un envoltorio con heroína en uno de sus
zapatos-, suelen admitir en sus confesiones que los enervantes tenían
como destino a sus familiares.
La única mujer detenida este año en Baja California,
acudió a “El Hongo” para visitar a su esposo, detenido por portación de
arma de fuego y posesión de cartuchos. “Los internos manipulan y
convencen a sus familiares para que ingresen droga, hemos detectado que
quienes purgan condenas más largas, son los más insistentes”, comenta el
funcionario.
En Tijuana, asegura César Daniel Ramírez, los últimos
hallazgos de objetos prohibidos para su ingreso, han sido agujas,
medicamentos, plumas o teléfonos celulares. Para este tipo de aparatos,
la duración de las suspensiones de visita es determinada por el Consejo
Técnico.
En la sección de Aduana, si el visitante no es remitido
al escáner, entonces es sujeto a una revisión física. En pequeños
cuartos, la persona se desviste y es inspeccionada por un agente. Así,
se han encontrado droga, celulares y chips de teléfono entre ropa
interior, zapatos o pegados al cuerpo. Incluso, hay mujeres que utilizan
a los menores para esconder los objetos en ellos.
Por manipulación, familiares ingresan droga
Juan Enrique Briceño ha dedicado 23 años de su vida a
servir en los Ministerios Carcelarios de México. Entre visitas a la
Penitenciaría de Tijuana y las Islas Marías, ha sido testigo de cómo los
internos convencen a sus familiares de delinquir e ingresar droga.
“A
pesar que la adicción ha disminuido mucho en comparación a los tiempos
de ‘El Pueblito’, sí hay quienes consumen, y por el amor que sienten sus
familiares por ellos, los utilizan y manipulan hasta que ingresan la
droga”, relata.
“Como allá los Marinos revisan a los custodios y
viceversa, se han dado casos que localizan droga entre ellos,
definitivamente allá hay más vigilancia y control, así han logrado
disminuir la entrada de droga y el consumo entre los internos”.
En 2012, doce personas fueron detenidas en Baja California por ingresar marihuana, heroína y cristal
a los penales. Cinco casos en Tijuana, tres en Mexicali, dos en
Ensenada, uno en “El Hongo” y otro en el Centro de Diagnóstico de
Adicciones. De 2012 a la fecha, Tijuana continúa con el mayor número de
intentos.
César Daniel Ramírez espera que desde la instalación del
mismo equipo de revisión que hay en “El Hongo” -del cual anteriormente
fue director-, disminuyan los intentos por ingresar ese tipo de
sustancias al CERESO de Tijuana.
Expone cómo en años anteriores, se ha descubierto a
cocineros y encargados de oficina con droga y otros objetos prohibidos
cuando ingresan a las instalaciones. De ahí que tanto empleados,
custodios como abogados, se sometan a la revisión de objetos metálicos,
escaneo de pertenencias y revisión manual.
En el Departamento de Seguridad Exterior, trabajan 22
elementos de por turno. Alrededor de 12 se encuentran exclusivamente en
el área de Aduana y reciben hasta mil 200 personas en días de visita.
Un elemento para controlar el tema de drogas entre los
internos, fue la transición de vales en papel a depósitos electrónicos,
implementando este 2013. El Sistema Penitenciario Estatal abrió miles de
cuentas bancarias en Baja California para los internos.
En ellas, se puede almacenar un máximo de 3 mil pesos,
con el objetivo de evitar las transacciones al interior del penal entre
los internos.
Solamente los familiares autorizados para visitas pueden
realizar los depósitos. En el caso de los reos sin familiares, deben
avalar a un particular para que lleve a cabo la actividad, cuya
información personal también es registrada.
Al momento de realizar compras en las tiendas dentro del
penal, cada interno debe proporcionar su huella digital para el
registro de la transacción y autorización de la venta. El límite de
gasto semanal por interno es de mil 200 pesos, lo cual dificulta el pago
de dosis de droga al interior del penal y proporciona mayor control a
las autoridades penitenciarias.
Pero el problema principal, manifiesta César Daniel
Ramírez, sigue siendo la sobrepoblación. Desde su arribo, en enero de
2012, la población penitenciaria ha aumentado de 6 mil 300 internos a 7
mil 057, considerando los 345 traslados a otros penales de enero a mayo
de 2013.
A pesar de que los visitantes son separados de acuerdo
al edificio donde se encuentran sus familiares, la sobrepoblación obliga
a las personas a encontrarse con otros reos. Si bien, se prohíbe el
contacto entre no familiares, pueden ser identificados e incluso
señalados por sus consanguíneos en búsqueda de droga.
En el interior de las celdas de menos de 16 metros
cuadrados, viven hasta a 23 reos, bajo esas condiciones de hacinamiento,
es difícil controlar el consumo de sustancias prohibidas.
Aunado al ingreso de más internos por delitos contra la
salud, el director calcula 700 más desde junio de 2012 a la fecha. Los
problemas de adicción cobran mayor importancia dentro de los penales,
así, mientras aumenta la exposición de sus familiares a las nuevas
prácticas de los delincuentes, los esfuerzos de las autoridades para
amedrentar el ingreso de droga continúan cortos.
(SEMANARIO ZETA/ Ines Garcia Ramos /
julio 1, 2013)