lunes, 13 de mayo de 2013

PERCEPCIONES SINALOENSES

En curso el tercer año del “gobierno del cambio”, crece la percepción de que las cosas realmente no están cambiando en Sinaloa. 

Por lo menos eso muestra la encuesta de Mitofsky publicada la semana pasada, sobre la evaluación que los sinaloenses hacen del gobernador Mario López Valdez, al que dan una aprobación del 64 por ciento.

Uno de los elementos que mide la encuesta, realizada en abril pasado, con una muestra de 430 entrevistas realizadas en vivienda, es la percepción que hay sobre el tema del narcotráfico, comparado con la que se registra a nivel nacional, donde aquí es del 8 por ciento, mientras que a nivel nacional registra un 4 por ciento.

El otro tema es la corrupción, donde el 9 por ciento que se registra en la entidad contrasta con el 4 por ciento nacional.

En cuanto al narcotráfico no debiera extrañarnos. Sinaloa, lo hemos dicho desde hace muchos años, es la cuna del narcotráfico, el estado donde el negocio de las drogas adquirió dimensiones industriales. 

Por ello no será fácil combatir los productos colaterales de esta actividad, no solo relacionados con la violencia, sino también con formas de ser, de comportarse y de vivir de los sinaloenses, la drogadicción, la contaminación de la economía, de la política, del propio Gobierno.

Así que en este rubro, si acaso, hay que exigirle al Gobierno que contribuya a crear condiciones más o menos habitables para la gente, reduciendo la violencia, asegurando cierta paz y tranquilidad en las calles, disminuyendo la zozobra en la que se vive en buena parte de la geografía sinaloense, garantizando que las inversiones que se hacen no tengan que estar enfrentando problemas de extorsión y de acoso de los grupos delictivos.

Pero en el tema de la corrupción no debiera existir ninguna flexibilidad, ni tregua, ni pacto. Sobre todo el Gobierno de López Valdez estaría obligado a medidas extraordinarias para combatirla, pues llegó a la gubernatura hilvanando un discurso contra la corrupción. 

Y sí, después de dos gobiernos rapaces, como los de Juan Millán y Jesús Aguilar Padilla, que generaron decenas, cientos de nuevos ricos en Sinaloa producto del manoseo del erario, la gente estaba harta.

Y por ello ese discurso de Malova, emitido una y otra vez con la mano en el corazón, prendió en los electores.

Pero, ¿qué pasó? Que no se acomodaban todavía en sus asientos los nuevos funcionarios, los paladines del cambio, de la democracia, de la honradez y de la transparencia, cuando ya estaban echándose dinero que no era suyo a los bolsillos. Ellos y sus cuates.

Algo está pasando si en Sinaloa se percibe más la corrupción que a nivel nacional, y no con poco. La falta de acciones para combatirla y castigarla sigue dejando manos libres no solo a los que administran los recursos, sino a los que debieran estar vigilando su uso correcto.

No debiera ser así por muchas razones. Una de ellas es que desde hace al menos diez años se han estado impulsando en México y en las entidades políticas encaminadas a transparentar la administración pública. 

Se crearon las leyes de transparencia, las comisiones de acceso a la información y se constituyeron las auditorías superiores, tanto a nivel federal como en los estados.

Y debe entenderse que a partir de estas medidas se esperaría más control en el manejo de los recursos públicos. Pero no ha sido así porque los instrumentos que debieran servir de contrapeso, pues con ese fin existen, como los congresos, terminan amafiados con los gobiernos, en una cloaca donde hay ganancias para todos.
 
Lo que está ocurriendo en algunas dependencias —por no decir todas, no nos consta— en materia de corrupción, es realmente abominable. Se han documentado, se han publicado, se han denunciado casos concretos, con nombre y apellido, y no pasa nada. 

Y esto es por dos razones: una, porque a la corrupción este Gobierno ha agregado el cinismo. La otra es porque el problema viene del más alto nivel.

¿Cómo se explica que Malova haya tenido en sus manos la carta de Nadro donde esta empresa reconoce que se equivocó hacia arriba con cien millones de pesos en una cotización, al poner costos de cajas de medicinas cuando se trataba de cotizar unidades? ¿Y que a pesar de ese conocimiento el contrato se haya mantenido y, aún más, que esos precios se estén facturando —las facturas las hace Nadro con su propio personal— y pagando las medicinas?

Pues esto solo puede explicarse por el hecho de que, en alguna medida y forma, el gobernador sea parte de estas trapacerías. Y eso lo sabe el ciudadano… o lo percibe, como se registra en la encuesta de Mitofsky.

Bola y cadena

EL PROBLEMA ES QUE las elecciones que vienen no servirán para medir, avalar o castigar el trabajo del gobernador y su equipo, pues este tiene candidatos por la nueva coalición PAN-PRD-PT que se ha armado, y por el mismísimo PRI, donde logró colocar candidatos a alcaldes y al Congreso. Y falta ver la lista de pluris para tener el cuadro completo.

Sentido contrario

DE VERDAD ES UNA VERGÜENZA lo que ocurre en los partidos, todos, que en la designación (vestida de democracia) de sus candidatos refrendan su pútrida vocación para servirse a sí mismos. 

El solo hecho de que Óscar Félix Ochoa pretenda regresar al Congreso local es una burla para la sociedad. Y debiera ser una vergüenza para cualquier partido que tenga un ápice de decencia. 

Y lo mismo debe decirse de Gómer Monárrez Lara, un porro del priismo que llegó a una subsecretaría, dicho por el propio gobernador, no por sus méritos profesionales, sino “porque es bueno para el bat”.

 ¿No es una vergüenza para la política la salida de Felipe Manzanárez del Movimiento Ciudadano y su llegada por alfombra roja al PAN?

Humo negro

PERO LO PEOR ES QUE un hombre como Manuel Tarriba, con sus méritos indiscutibles en el sector agrícola, haya quedado fuera porque el “dedo” favoreció al hijo del ex rector.

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