Luis Donaldo iba en la fila
18, pegado a la ventanilla-salida de emergencia de aquel Mexicana de Aviación.
Vuelo México-Oaxaca. Martes 15 de febrero de 1994. El jet despegó a las 8:30 de
la mañana. A su lado, asiento de en medio, Alfredo Harp Helú; en el del
pasillo, Jesús Blancornelas. Ni el banquero ni el periodista sabían, antes de
trepar al jet, que los acomodarían junto al candidato para viajar como sus
invitados especiales en aquella gira de un día.
Harp le presentó un documento
engargolado, muy pocas hojas, sobre un proyecto para el mantenimiento de las
zonas arqueológicas oaxaqueñas; naturalmente, con billete de su Banamex.
También hablaron de beisbol. Y como en aquel febrero todavía no seleccionaban
candidatos a diputados y senadores, Colosio habló con Blancornelas de los
posibles.
En eso, el candidato, con un
caballeroso “perdón señores”, llamó a Domiro: “Dile a Federico Arriola que
venga”. Rápido llegó. Le ordenó que acompañara al arqueólogo Eduardo Matos
Moctezuma, que estaba dos o tres filas adelante, solo.
El general regresó; entregó
una tarjeta a su jefe, y éste lueguito comentó a sus invitados: “Prepárense,
vamos a tener baile en el aeropuerto”. El “baile”, explicó Luis Donaldo, sería
una protesta de maestros. Luego pidió al periodista “no se me separe al bajar”;
y advirtió al banquero: “Tú baja hasta que hayan salido todos”. Y sin más
detalles siguió la plática, que interrumpieron las aeromozas que le pidieron
salvar a Mexicana de Aviación cuando fuera presidente.
Chamarra de caqui, regresó
Domiro llevándole otra tarjeta, y con un “siempre no habrá baile” Colosio se
dirigió a sus invitados rematando que “ya está todo arreglado”, y lo justificó
como “tironeo de la campaña”.
Blancornelas le preguntó:
–¿Acaso de Camacho? –No, Manuel no anda con esas cosas. Ya hablamos. Él tiene
su misión y yo la mía. Además, Camacho es mi amigo –respondió Colosio.
De todas formas, la recepción
en el aeropuerto fue un desenfreno; la organización se desbocó, luego de un
cansado ir y venir a Guelatao y otro desordenado mitin frente a la espléndida
iglesia de Nuestra Señora de la Soledad. Con dificultad, entre el gentío,
Colosio abandonó el lugar bajando los grandes escalones de piedra y se trepó a
su blazer para conducir.
A media cuadra de su
arrancada se encontró caminando al senador oaxaqueño José Murat y a
Blancornelas, que iban rumbo al autobús de los invitados. Colosio les pidió que
se subieran. –No, gracias licenciado, gracias, ya vamos llegando. Y a pesar de
eso, Luis Donaldo ordenó “bájese” al general Domiro y a Ramiro Pineda. Los
invitados se treparon y el candidato –¡increíble!– se quedó sin vigilancia; sin
escolta.
El sonorense arrancó la blazer.
En el asiento delantero le acompañaba Ildefonso Zorrilla Cuevas, presidente del
PRI oaxaqueño; atrás, el delegado del partido, Luis Domiro, para alcanzar a un
pequeño carro gris bajo el mando del mayor Castillo, ya de por sí atiborrado.
Domiro, desde ese momento, perdió de vista al candidato. Sabía que Colosio iba
atrás; pero no tenía control para protegerlo.
Luis Donaldo, manejando,
inició una alegre plática con sus invitados, comentando el exitoso y concurrido
mitin. Pero en el primer semáforo que se topó, el rojo obligó a Colosio a
parar. Tenía el brazo izquierdo recargado en el marco de la portezuela. Así el
candidato platicaba con sus acompañantes, cuando sin más un hombre en bicicleta
se paró junto al sonorense; iba medio tomado.
Tomó el brazo de Luis Donaldo
sin que nadie lo impidiera, y le empezó a decir que no le fuera a fallar, que
iba a votar por él, que creía en él. Y le insistió tuteándolo: “No me vayas a
fallar”. El candidato sonriendo simplemente le dijo que sí. El borrachín
insistió: “Pero de veras, no me vayas a fallar –le palmeó el brazo y se lo
apretó–, ai te encargo a la democracia”. El candidato le correspondió con una
sonrisa. Y todavía le tendió inocentemente la mano.
El verde del semáforo
prendió. Colosio arrancó. Si el de la bicicleta hubiera sido un Aburto….
Luego, una escala en la casa
de gobierno. Domiro se acercó a Murat. Hablaron entre susurros. El político
oaxaqueño le dijo al periodista que el general quería que se fueran en otro
vehículo para él volver a subirse con el candidato; y como Domiro no conocía al
periodista, no se atrevía a decirle nada. Pero Murat, con más horas de vuelo
que toda la flota de Aeroméxico, le replicó al militar: Colosio los invitó y
sólo Colosio los podía bajar.
Terminada su plática con el
gobernador Diódoro Carrasco, el candidato salió, subió a la blazer y Domiro no
le dijo nada. El general dejó otra vez sin escolta a su protegido.
Ya había oscurecido y Colosio
manejó rumbo al aeropuerto. A mitad del camino, le salió al paso una camioneta
que estuvo a punto de chocarlo. Blancornelas le comentó que no debía manejar;
que era peligroso. –El que no debe
manejar es el de esa pick-up –dijo Colosio, y todos soltaron la risa.
–Bueno, licenciado, pues de
recuerdo déjeme tomarle una foto manejando –y desde el asiento de atrás salió
el flashazo.
Ya en el aeropuerto, como
todos, hizo fila para documentar y subir. Una mujer se acercó a Murat y le
comentó que ojalá y cuando fuera presidente así se portara Colosio de sencillo.
–Dígaselo usted, señora, dígaselo –respondió el oaxaqueño, y la mujer advirtió
que no; que no la dejarían acercarse.
El político le insistió. Y no nada más le
insistió, sino que la llevó: “Señor candidato –dijo Murat–, esta señora quiere
hablar con usted”. Colosio la tomó de la mano; la vio de frente con una sonrisa
acompañada del clásico “a sus órdenes”.
Así, la mujer aquella, sin
que nadie se lo impidiera –quién sabe dónde andaría Domiro–, se plantó frente a
Colosio. Y platicó entusiasmada con él.
Si hubiera sido un Aburto…
Tomado de la colección “Dobleplana” de
Jesús Blancornelas, publicado el 25 de marzo de 2011.
(SEMANARIO ZETA/ Archivo Dobleplana
/Jesús Blancornelas /Lunes, 4 julio, 2016 12:00 PM)
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