Dibujo: Archivo
Personalmente y en fotos conozco matones. Unos
no se dejan ver. Otros están hechos cenizas en alguna cripta. Y más sepultados.
Los hubo sin ataúd. Tablones, clavos y ya. Nadie les lloró a la hora de
enterrarlos. Ni siquiera un rezo. Terminaron en la fosa común.
La mayoría treintañeros. Casi
todos se estrenaron disparando antes de cumplir los 20. Primero con pistola.
Luego agarraron ametralladora. Preferentemente AK-47. La popularmente motejada
“cuerno de chivo”. Pero como en todo, cuando empezaron a manejar tales armas
les fallaba. Muy poco tino. Hubo matanzas con abundancia de disparos al aire y
pocos pero mortales a las víctimas. A veces acababan con el cargador de
ametralladora y sólo hirieron. Por eso hubo un caso dramático. El matón apretó
mucho el gatillo y solamente lesionó. Regresó a su auto. Dejó el arma larga.
Sacó dos pistolas. Con una en cada mano se acercó al agonizante tirado boca
abajo. Y entonces sí, le apuntó a la cabeza soltándole toda la carga.
Matar desde lejos con rifle y
mira telescópica es más ventajoso. Empezando por distancia y escondrijo. Luego
la precisión y nada de presión. Pero cuando el matón se acerca a su finalmente
sacrificado se arriesga. Con todo y las precauciones. Si tiene experiencia
basta un tiro a la cabeza. Solamente los desconfiados apuntan aparte a tórax y
abdomen.
Supe de cumplido ex-fiscal:
Lo despedazaron a balazos. A un amigo le atinaron 38 ocasiones. Vi las fotos de
una ejecución en Sinaloa: Más de treinta orificios en otros tantos centímetros
alrededor de una portezuela, lado del chofer. Me pasmó otro día cuando mataron
a un abogado. Iba en su camioneta. Le tiroteó cierto joven. Cuando mucho a diez
metros. Controló muy bien la ametralladora. Casi una veintena de balazos al
pecho. Todos.
Pero no solamente se trata de
precisión. También de audacia. Colocarse en el sitio justo. Disparar sin
empavorecimiento. Concentrarse. Matar a quien le ordenaron y nadie más. Escapar
con prontitud lejos del atropello o equivocación. Cambiar de auto y seguir con
tranquilidad. Tanta o más como la de un resignado automovilista atrapado por
embotellamiento o “plantón”. Estoy seguro: Muchos de tales matarifes andan
calmosos y a veces cerca de Usted. En
algún cine. Irán a la discoteca. Caminarán en centros comerciales. Viajarán en
avión. Y nadie al verlos nos imaginamos de su maldad.
Nada más fácil para un
acaba-vidas como matar a un policía. Por naturaleza, agentes o patrulleros desparraman
siempre su mira. Más allá de donde acostumbra cualquiera. Buscan malosos y
protegiéndose a la vez. Por eso me asombran las ejecuciones en el Distrito
Federal, Sinaloa, Guadalajara, Tijuana, Mexicali, Juárez o Nuevo Laredo. Aunque
la verdad, los ejecutores son conocidos de la víctima por aquello de compartir
el negocio. Así es como tienen la facilidad para acercarse.
Pero me estremeció el
ajusticiamiento de Guillermo González Calderoni en McAllen, Texas. Apareció de
la nada el matarife. Al ex-policía le bloqueó su auto. Con tanta exactitud que
ni por su afamada experiencia se dio cuenta. Bajó el ejecutor del auto con
rapidez, silencio y justo llegó a la portezuela. Bastó un tiro. Preciso. A la
cabeza y atravesando el cristal del Mercedes Benz. Sin herir al acompañante
quien por la posición ni pudo ver la cara del atacante. No intentó perseguirlo.
La experiencia le dijo. Lo matarían también. Pero como en todas las ejecuciones
hay una realidad escondida: Los cercanos a González Calderoni y la policía saben
quién ordenó ejecutarlo y por qué.
Un guardaespaldas profesional
nunca permite a su protegido manejar. Y tampoco estaciona el auto entre dos.
Siempre cercano a la puerta y en posición de salida rápida. Los custodios de
mafiosos sin falta le acompañan pistola o ametralladora en mano. Así los verán
con tanto temor como dificultad para atacarlos. Un guardaespaldas siempre baja
primero que su jefe y sube al último. Tiene la orden para protegerlo, pero
cuando lo hace deben obedecerlo. A donde y cómo moverse. No es un abre-puertas
ni chalán.
Pero también hay mata-sietes
torpes. Recuerdo cuando los Arellano ordenaron eliminar a una jovencita. Nada
más porque su mamá los ridiculizaba públicamente. Cuando le dispararon no se
fijaron o les valió: Mataron a la damita pero llevaba a su bebé en brazos. Lo
hirieron. Terminó insalvable en el quirófano. Otro matón espió a la víctima por
la noche. Llegó con esposa e hijo pequeño. Los llevó a su casa. Regresó al auto
para estacionarlo y allí fue “cazado”.
Hay pistoleros de plano
torpes. Más cuando actúan varios a la vez. La emboscada al famoso Rigoberto
Campos Salcido. Cientos de tiros en la muchedumbre de un crucero tijuanense.
Desesperación, euforia o sadismo pero se les fueron muchos balazos. María de
Jesús León Romero estaba cerca en su Rabbit rojo. Esperaba vía libre del
semáforo. Era estudiante de Psicología y rumbo a su universidad. Murió sin
sentir. Una bala perforó su humanidad. Diciembre del 91 para más señas. Los
zopencos huyeron. 12 años han pasado y no los hallan. A lo mejor hasta muertos
están algunos. Y los que no, desvergonzados y perversos ni se acuerdan.
Los guardaespaldas de Paco
Stanley se hundieron en la tontería. Y el cómico en la vanidad. Unos abriéndole
la portezuela para correr al auto escolta harto separado y atrás. Quedó
desprotegido. Stanley sentándose enfrente de Lincoln negro para presumir. Abrió
el camino y le dispararon. En el acercamiento el matón derrapó. Zoquete.
Tiroteó al agente de seguros Jesús Núñez cuando caminaba cerca y a su esposa Lourdes
Hernández, de 27 años. De paso a Pablo Hernández. Entonces acomodador en el
estacionamiento. Todo sucedió el 7 de junio 1999. Naturalmente siguen libres
los matones quintopatieros. Fue más el escándalo novelesco y poca la
persecución.
Tania Robles González estaba
en el Burger King del Distrito Federal. 6 de febrero reciente. Casi un mes. De
pronto un balazo le perforó su cuerpo. Todo porque un pistolero bobo no apuntó
a donde debía. Hirió a la dama y como rezan las viejas consejas: No tenía vela
en el entierro. Y justa, pagó por otros pecadores.
Como estos episodios sobran.
Los perversos matones casi ya no se agazapan en la noche. Actúan durante el día
y en zonas atiborradas. Ya no se duda de su habilidad para esfumarse. Pero
duele cuando no actúa la policía. Saben bien de estas tretas y conocen al o
autores pero no la disimulan y los dejan ir. Varias veces me enteré en Tijuana:
A la hora de algunas ejecución “se murió” la radio policíaca. Misteriosamente
funcionó 20 minutos después.
Nunca hubo explicación. Las
ejecuciones son más por capricho y menos venganza. Líos entre mafiosos. Pero
duele tanta torpeza, bravuconería y hasta impunidad.
Hieren y matan a personas
ajenas a su asqueroso negocio.
Tomado de la colección Dobleplana de
Jesús Blancornelas y publicado el 4 de abril de 2007.
(SEMANARIO ZETA/ Dobleplana/ Jesús Blancornelas/ Lunes, 25 julio, 2016 12:00 PM)
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