A seis meses de la desaparición de 43 de sus
compañeros de la Normal Rural de Ayotzinapa, Francisco Chalma, sobreviviente
del ataque y originario de Tijuana, reconstruye los hechos de la noche del 26
de septiembre de 2014: “Después de que se calme esto, va a empezar la cacería.
A varios de nosotros nos van a desaparecer, matar”
Ayotzinapa, Guerrero.- Francisco Chalma abrió la
puerta de la Clínica Cristina en Iguala cuando el Ejército llegó la noche del
26 de septiembre de 2014. “¿Son los ‘Ayotzinapos’?”, preguntaron los militares.
Los estudiantes les pidieron una ambulancia para
Édgar, su compañero con la boca destruida por una de las balas disparadas en su
contra, horas antes, por la Policía Municipal de Iguala. La hemorragia
producida por la herida, escurría hasta el piso de la clínica.
“Así como hicieron su desmadre, tengan los huevos para
irse a enfrentar con esas personas”, les respondieron, recuerda Francisco.
Mientras un grupo de soldados recorría la clínica, otro ordenaba a los
estudiantes colocar sus pertenencias sobre una mesa y levantar sus camisetas
para revisar si estaban armados.
Formados en una fila, fueron contabilizados hasta el
número 25. Los normalistas les explicaron que la Policía Municipal les había
disparado sobre la carretera Iguala-Chilpancingo y se había llevado a un grupo
de sus compañeros.
Antes de retirarse, los soldados les advirtieron: “Nos
vamos a ir y no queremos encontrarlos aquí, porque si no, nos los vamos a
llevar”. Uno de los normalistas permaneció al lado de Édgar, en espera de
recibir atención médica.
La mañana siguiente, Francisco Chalma rindió su
testimonio ante la Procuraduría Estatal de Guerrero. Su declaración ministerial
dejó constancia de la intervención del Ejército y es una de las más detalladas
en cuanto a los sucesos de Iguala.
ESCUDOS, CARICATURAS
Y NAVES ESPACIALES
Meses después, en su dormitorio en la Normal Rural
“Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Francisco narra aquella noche lluviosa,
cuando murieron tres de sus compañeros y desaparecieron 43 más.
De fondo, se escucha un episodio de la serie “Los
Cuentos de la Calle Broca”. Ver las historias animadas del francés Pierre
Gripari, así como conquistar planetas y galaxias a través de un videojuego en
internet, es a lo que “El Güero” dedica su tiempo libre.
Uno encima de otro, dos escudos de granaderos
descansan sobre la pared. Debajo de la insignia de “policía”, la palabra
“corrupta” escrita con aerosol negro. Son trofeos de sus enfrentamientos
recientes con la Policía Municipal de Acapulco, en específico durante el
bloqueo al aeropuerto.
Aunque en 1994, cuando Francisco Chalma tenía dos años
de edad, fue registrado como nacido en Atoyac de Álvarez, Guerrero, años
después descubrió que es originario de Tijuana, Baja California.
Sus tíos le mostraron un registro de nacimiento con su
nombre y el de un hospital en la ciudad fronteriza. “Yo allá nací, pero no supe
qué tiempo estuve”. De sus padres biológicos, prefiere no hablar.
Criado por sus abuelos y lejos del Norte, “El Güero”
se siente de la Costa Grande, Guerrero. La región se encuentra a dos horas de
Acapulco y está formada por ocho municipios, entre ellos su hogar, Atoyac de
Álvarez.
En este pequeño municipio, hoy de poco más de 61 mil
habitantes, inició la “Guerra Sucia” en mayo de 1967 y fue el refugio del
guerrillero Lucio Cabañas, a quien una estatua le rinde homenaje.
“El Güero” estudiaba la carrera técnica de Informática
en Chilpancingo, Guerrero, cuando decidió cambiar de profesión. Conoció la
Normal de Ayotzinapa y en julio de 2012, ingresó a la semana de inducción.
Desde su primer año de estudios, Francisco sufrió la
represión policial en actividades de boteo que realizaba junto a sus compañeros
para obtener recursos para viajar a eventos culturales o deportivos.
“Nos detenían y ya, pero no sabíamos que nos iban a desaparecer”,
reflexiona sobre lo ocurrido la noche del 26 de septiembre de 2014.
“PUDE HABER
SIDO EL 44”
Como miembros del Comité Estudiantil, el órgano de
control de la base estudiantil en Ayotzinapa, Francisco y seis estudiantes más
de segundo y tercer año, eran los responsables de supervisar las tareas de
boteo de los 100 alumnos de primer año.
Hubo dos ataques esa noche. En el primero, iniciado a
las 8:00 pm, Francisco viajaba en el tercer autobús de la caravana que había
salido de Iguala, pero descendió para repeler con piedras a los policías que
les cerraron el paso y les dispararon.
A los minutos, policías municipales ingresaron al
autobús del que Francisco había descendido, encañonaron a los 43 estudiantes y
se los llevaron. Él se encontraba en el segundo camión.
El joven de 22 años sabe que cambiar de camión -sin
intención- fue la diferencia entre convertirse en el desaparecido número 44 y
que este sábado, fume un cigarro mientras cuenta su historia.
Francisco guarda bien los recuerdos de esa noche. Desde
el momento en que la Policía disparó a los rines, cristales y llantas, hasta
los trozos de cráneo que encontró en los pasillos del camión.
“Yo reconocí a varios compañeros de ese autobús que se
llevaron. Ese día íbamos echando desmadre, hasta les invité cigarros a los
chavos para pasar el rato”, recuerda con la mirada abajo y los brazos
inquietos.
Entre el final del primer ataque y el inicio del
segundo, los normalistas hicieron un rápido conteo de los estudiantes para
identificar a los desaparecidos. Aunque algunos policías recogieron sus propios
casquillos, los restos que ahí continuaban fueron señalados con piedras y ramas
por los normalistas, en un afán por dejar evidencia de lo ocurrido.
“En eso, pasan patrullas y de repente se corta la
circulación. Al poco rato, escuchamos las detonaciones”, era el inicio del
segundo ataque.
En ese momento, Aldo Gutiérrez cayó tras recibir una
bala en la cabeza. “Hice tres intentos para acercarme a Aldo, pero las balas no
me dejaban. En el tercero, le puse mi playera en su cabeza para la herida. Nos
gritaron que nos tiráramos al piso. Salimos corriendo de ahí”, recuerda.
Llegó un segundo cuerpo de policías, encapuchado y
mejor equipado que los primeros. “Se estaban burlando de nosotros. En eso, se
suben a las patrullas y se retiran”.
De ahí, los sobrevivientes del ataque de Iguala
acudieron a la clínica, donde el Ejército los encontró. Alrededor de las 2:00
am encontraron alojo en una casa de la ciudad, donde esperaron a un grupo de
profesores, al secretario general de la Normal y a la Policía Ministerial para
que los trasladaran a rendir su declaración.
Eran las 5:00 am y la lluvia no se detenía. En su
camino a la Procuraduría Estatal, en Chilpancingo, Francisco recuerda haber
visto dos cuerpos tendidos en el pavimento, mojados por la lluvia. “Estaban
cubiertos con la sábana, nos agüitamos, pensamos quiénes son y ahí estaba el
Ejército resguardando la zona”.
En el informe que los ministeriales rindieron sobre
esa madrugada y anexo a la denuncia realizada por los normalistas, Francisco
Chalma aparece como el estudiante número 13.
“Yo tengo entendido que después de que se calme esto,
va a empezar la cacería. A varios de nosotros nos van a desaparecer, matar. Van
a decir que fue el crimen organizado, pero va a ser por parte del gobierno”,
dice en un tono casi indiferente.
Desde el 26 de septiembre del año pasado, “El Güero”
ha sufrido varias lesiones por parte de la Policía. El 14 de diciembre, en
Chilpancingo, mientras colocaba vallas para la realización de un concierto con
motivo de la desaparición de los normalistas, fue golpeado por un grupo de
agentes federales.
Después de la entrevista que sostuvo con ZETA,
Francisco Chalma resultó herido, el 25 de febrero, en el violento desalojo de
maestros de Acapulco a cargo de la Policía. El golpe que recibió en el ojo,
redujo su visión.
Sin embargo, continúa en la Normal de Ayotzinapa,
participando en actividades como protestas y marchas para exigir la aparición
con vida de sus 43 compañeros.
Desde que la PGR dio por resuelto el caso, la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, Comisiones Especiales de la Organización de
las Naciones Unidas (ONU) y organizaciones internacionales, han exigido una
mejor investigación de los hechos.
“Han llegado ocasiones en que (pienso) si los habrán
asesinado, pero sé que siguen vivos y no vamos a descansar”, finaliza
Francisco.
COMPLICIDAD
ENTRE ESTADO Y MILITARES: PADRES DE NORMALISTAS
Desde el domingo 22 de marzo se encuentran en Baja
California, y hoy viernes 27 tienen planeado reunirse con los jornaleros del
Valle de Mexicali para retribuir el apoyo que les han ofrecido. A seis meses de
la desaparición forzada de los 43
jóvenes normalistas, sus hermanos, padres, madres, compañeros, piden
boicotear las elecciones del próximo 7 de junio, ya que para ellos, “es nada
más escoger la cara del verdugo”.
Según Gabriel Acevedo Coronado, estudiante normalista
del cuarto año de la carrera en Ayotzinapa en Iguala, Guerrero, la agresión a
sus compañeros tiene un antecedente de violencia histórico, por ello sostiene
que tanto el gobierno del Estado como el Federal, están involucrados en la
desaparición forzada de 43 estudiantes del 26 de septiembre de 2014.
“A raíz de que la escuela se ha mantenido en la lucha
por el internado, por la gratuidad de la educación, las manifestaciones que
hemos hechos impulsan reformas que afectan la educación, producto de eso es que
en Ayotzinapa, el 12 de diciembre de 2011, nos asesinaron a dos compañeros:
Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús, del que acusamos de
autor intelectual al gobernador Ángel Aguirre”.
— ¿Ya se ha podido comprobar la participación del ejército en la agresión?
“Es una
información real, no solo se ha comprobado con los sobrevivientes, sino en los
medios de comunicación, donde se revelan fotografías que tomó el Ejército,
donde ellos tenían a grupos de estudiantes que se habían escapado de la
balacera”.
— A seis meses de la tragedia, ¿qué creen que fue lo
que ocurrió?
“A partir de que es una escuela que se ha involucrado
en los asuntos públicos con la sociedad, es lo que ha causado que el gobierno
tenga una impresión de que la escuela no debe existir”.
Carmen Cruz, madre de Jorge Aníbal Cruz, estudiante de
19 años de edad y uno de los 43
normalistas desaparecidos en Ayotzinapa, no puede dejar de llorar al recordar
los hechos del viernes 26 de septiembre.
Dijo que su hijo le mandó un mensaje de texto a la una
de la mañana que decía que ocupaba una recarga de urgencia, pero en ese momento
no entendió la gravedad de lo que pasaba, por lo que esperó hasta las ocho de
la mañana, pero él jamás contestó de nuevo.
— ¿Qué opina de la versión oficial del Gobierno
Federal en cuanto a lo que pasó con los cuerpos?
“El gobierno está mintiendo, le tiramos la mentira,
esa noche, toda la noche estuvo lloviendo, la lluvia se quitó hasta las cinco o
seis de la mañana, también dicen que los habían quemado con todo y pertenencias
y eso es mentira, porque uno de los papás, el teléfono de su hijo dio señal en
el 27 Batallón de Infantería de Iguala; entonces, por ese lado creemos que los
militares tuvieron participación de manera directa”, afirma Carmen Cruz.
“Esas personas que se quedan calladas, que vieron que
mataron a alguien y no hablan o no dicen, son cómplices, y ahorita estamos
luchando no nada más por los 43 hijos nuestros, sino también porque no vuelva a
ocurrir, porque otras familias no vuelvan a sentir este dolor tan grande que sentimos
nosotros”.
— ¿Hubo negativa de dejarlos entrar al cuartel?
“No nos dejaron entrar a ningún cuartel, no han
querido hasta ahorita, pero yo lo vuelvo a repetir: el que nada debe, nada
teme, si ellos en realidad no tuvieran culpa alguna o no tuvieran nada que
esconder, ¿por qué no nos han dejado entrar a revisar y ver qué hay?”.
Cristiana Bautista Salvador es madre de Benjamín
Ascencio Bautista, de 19 años, el segundo de tres hijos. Es madre soltera y
tiene seis meses sin regresar a su casa. Desde que se enteró de la
desaparición, se fue a la Normal de Ayotzinapa. Ahora vive en la escuela para
estar al pendiente de la nueva información que surja.
“No quiero regresar a mi pueblo, mi hijo no está, pero
vamos a seguir luchando hasta encontrar a nuestros hijos y castigo a los
culpables, nuestros hijos no estaban haciendo nada malo, él quiere ser maestro,
pasó el examen, tenía dos meses ahí”.
Joel Ortega Valerio comenta que su hermano mayor es
Mauricio Ortega Valerio, de 18 años, se fue de la casa familiar desde los 11
años porque quería conocer otros lugares, a esa edad empezó a trabajar de
carpintero y luego entró a la Normal de Ayotzinapa. Desapareció junto con otros
42 jóvenes y hasta el momento lo sigue buscando.
“Un chavo de la Costa me dijo que venía con mi carnal
cuando los agredieron, vio cómo mi hermano se iba a escapar, pero al momento de
bajar lo agarraron unos policías y lo tumbaron, ya en ese momento me sentí mal,
ya no tenía ganas de comer, casi no nos hemos visto. Nos distanciamos desde los
seis años, cada quien por su parte”, finaliza Joel.
(Cristian Torres/ZETA)
(SEMANARIO ZETA/ REPORTAJEZ/ Inés García Ramos / 30 de Marzo del 2015 a las 12:58:23)
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