lunes, 11 de marzo de 2013

LA NALGA



Javier Valdez/Riodoce
Los músicos empezaron a tocarle piezas al joven. Sabían que era matón y que andaba drogado, y que en estas condiciones le daba, regularmente, por echar bala de manera indiscriminada. Está bien, patrón. Nomás no empiece a disparar porque nos vamos a poner nerviosos y así no vamos a tocar.

El hombre estaba sentado en un sillón de descanso. Parecía hundirse en ese mueble de espuma y cojines, de piel aterciopelada. Cruzó las piernas. Apoyó su barbilla en la mano derecha, en preparación para el despegue y la respuesta. A su lado, un montón de botes de cerveza, secos, tristes y funerarios.

Les dijo que ni pistola traía. Sabían que mentía. Pero sonrió travieso y juguetón, así que no discutieron más. Tocaron El sauce y la palma, El niño perdido, Tecateando y El puño de tierra. Él nomás cambiaba de pierna para volver a cruzarlas: se acostaba a lo largo, estiraba los brazos y los colocaba atrás, las palmas de las manos abrazando su nuca o siguiendo su ritmo en la superficie relajante del sillón.

En una de esas gritó de gusto, sacó el arma y disparó al aire, a nadie, al techo. Los músicos interrumpieron la canción y le dijeron, Qué pasó jefe, en qué quedamos. Él no dijo nada. Vio el arma y a los músicos. Abrió el bleiser y guardó de nuevo el fierro, todavía humeante. Ai muere pues, échense otra.

Los músicos se miraron uno a otro. El de la tuba, que lideraba la banda, asintió. Tocaron otra y otra y otra. Y de nuevo, emocionado y ya de pie, sacó la 9 milímetros y escupió tres plomazos. Epa epa. Se pusieron nerviosos. Patrón, jefe. Así no podemos tocar. Estuvieron a punto de guardar todo en los estuches, hacer cuentas y partir de ahí. Unos se alejaron más que otros. Yastuvo loco. Mejor vámonos.

El joven escuchó sus quejas y sonrió de nuevo. Ta’bien ta’bien. Ai muere con los balazos. Sigan tocando, por favor. Les dio un adelanto y les pidió El sinaloense y luego El toro manchado y El palo verde.

Se echó dos líneas y dos botes de cerveza casi de un tirón. Siguió el ritmo con los pies, esta vez separando las suelas del piso y golpeando a ratos con sus manos las rodillas. Estaba henchido y desbordante. Se inyectó energía en polvo y líquida a través de sus orificios superiores. Y gritó y gritó. Los músicos lo miraban con los ojos saltados y se lanzaban señas entre ellos.

Aquel sacó de nuevo el arma y pum pum pum pum. Los músicos callaron. Uno empezó a dolerse de la parte trasera. Se buscó. Palpó. Puso los dedos frente sus ojos: sangre. Sangre, gritó. Los otros se le acercaron, espantados. Ya ve patrón, le reclamaron. El hombre se levantó, miró la herida.

Ah, es en la nalga. No sea chillón, chingada madre. Y con la misma sonrisa, ordenó. Llamen a la Cruz Roja y sigan tocando.

8 de marzo de 2013.
(RIODOCE.COM.MX/ Javier Valdez/ marzo 10, 2013)

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