sábado, 16 de febrero de 2013

ENTRE CALDERÓN Y PEÑA NIETO



Ismael Bojórquez
No hay, hasta ahora, ninguna diferencia entre lo que estuvo haciendo el ex  presidente Felipe Calderón y lo que hace ahora Enrique Peña Nieto en la lucha contra el narcotráfico, que no tenga que ver con el discurso. La estrategia se ha mantenido inalterada, igual que los resultados. Y no tendríamos que hacer ningún balance muerto por muerto para verlos. Ahí están los hechos en Jalisco, en Guerrero, en Nuevo León, en Sinaloa. Solo que en la administración anterior el presidente aprovechaba hasta la inauguración de una carretera para hablar de su empeño contra el narco. Obsesionado con el tema, exacerbaba él mismo la percepción de que nuestro país se estaba consumiendo en la violencia.

Parece que la primera medida de Peña Nieto fue bajarle decibeles al discurso anti narco y esto no sería condenable si la medida estuviera acompañada de otras, claras, distintas, de Estado, contra el flagelo del crimen organizado.

A Calderón se le criticó siempre haber iniciado su guerra sin un diagnóstico claro del problema y sería incongruente que, a dos meses de haber rendido protesta, se le exijan a Peña resultados de fondo.

Lo que no debe admitirse es la pasividad de los actores políticos, menos de la sociedad, frente a la magnitud del problema. La decisión de Calderón de militarizar la lucha anti narco, despojada esta medida de otras que eran también urgentes, fue unilateral y al Congreso, a los partidos, a los gobernadores, solo les tocó criticarla cuando se dieron cuenta que estaba siendo un fracaso. Una minúscula parte de la sociedad, “hasta la madre”, estalló cuando le mataron un hijo al poeta Javier Sicilia.

Pero ni la sociedad mexicana, ni los diputados, senadores, gobernadores tuvieron la capacidad para hacer al presidente reconsiderar su estrategia. Calderón se fue y dejó un país en llamas, con más cárteles de la droga de los que encontró, con más regiones en conflicto y con mutaciones del narcotráfico en vastas zonas del país que se han convertido en la peor amenaza social, poniendo en entredicho la capacidad del Estado para garantizar la seguridad de los ciudadanos, una de sus principales razones de ser.

No se sabe todavía hacia dónde apuntará la estrategia de Peña Nieto, pero el solo hecho de que no se esté convocando a actores tan importantes como el Congreso, a los gobernadores, a los partidos, a los sectores sociales y económicos para participar en la solución de un problema de esta magnitud, es andar de nuevo una ruta que, ya se supo, es errónea.

Hasta ahora el presidente ha estado encerrado en su burbuja de priista de nuevo cuño, pero estaría repitiendo el mismo error de Calderón si decide emprender su propia lucha contra el narcotráfico y no la lucha de la sociedad mexicana toda contra este flagelo.

No solo del Gobierno deben salir las medidas que habrán de tomarse. El Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad, signado en agosto de 2008, pudo haber sido un buen ensayo contra ese patrimonialismo del poder tan nocivo, pero nació de suyo viciado porque fue promovido, organizado, acotado, por el propio Felipe Calderón, quien buscaba avales a su estrategia anticrimen. Pronto se vería que era inoperante, pues muchos de los puntos ahí resueltos nunca fueron atendidos porque simplemente no había condiciones para ello.

La lucha contra el narcotráfico requiere de una amplia convocatoria donde participen todos los sectores, la clase política, los gobiernos, los empresarios, los intelectuales, los organismos de derechos humanos. Para que el Gobierno tenga espejos por todos lados, en los cuales verse cada mañana. No se deben permitir seis años más de errores. La guerra de Calderón fue un error. No es que no debía darse, es que no era así. Y si no se aprendió la lección —es posible que no se haya aprendido—, no habrá quién salve a este país.

Los gringos, en cambio, no pierden el tiempo. Si el Gobierno mexicano parece no cambiar nada el rumbo de la guerra, en los Estados Unidos ya se preparan para nuevas estrategias respecto a México. Se está proponiendo cambiar el acuerdo de cooperación antidrogas llamado Iniciativa Mérida por el de una intervención más directa en nuestras políticas de seguridad. Siempre lo han hecho, pero ahora quieren ser más directos, con capacitación más especializada de elementos de la Marina y del Ejército en escuelas del Pentágono y una participación más activa de este en la definición de las políticas antidrogas de nuestro país.

Bola y cadena

APENAS LA SEMANA PASADA reventó en los Estados Unidos, por medio de una nota del The New York Times, que el general Augusto Moisés García Ochoa posiblemente había sido vetado por los Estados Unidos para ocupar la titularidad de la Defensa, pues se sospechaba que estaba ligado al narcotráfico y a actos de corrupción.

¿Y quién se extraña de eso? Toda la estrategia de Calderón contra las drogas estuvo orientada y en última instancia acotada o avalada por el Gobierno norteamericano.

Sentido contrario

PROSPERE O NO EN ESTA LEGISLATURA, la iniciativa de reformas a la Ley Orgánica de la UAS para permitir la reelección del rector, solo tiene un destinatario: Héctor Melesio Cuen Ojeda. Por eso el ex rector no se ha jubilado —algo que presume como un “sacrificio”. Cuen no descarta regresar de nuevo a la rectoría aunque sea evidente que no ocupe estar ahí para hacer de ella una institución a sus pies.

Humo negro

EL HECHO DE QUE LOS HISTORIADORES digan que los restos de Julia Pastrana van a generar “turismo cultural”, significa que están pensando hacer lo mismo que hicieron con ella en vida: mostrarla por el mundo como un fenómeno de circo para sacar raja. Qué tristeza.


(RIODOCE.COM.MX/Columna Observatorio de Ismael Bojórquez/Febrero 10, 2013)

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