domingo, 23 de diciembre de 2012

OLINALÁ. lA TRADICIÓN QUE SE EXTINGUE



El 'narco' se suma a la desaparición del árbol de olináloe, los bajos precios y la migración que tienen en crisis a esta comunidad, célebre por su trabajo con la madera.

Erika Flores
No hay manera de llegar al municipio de Olinalá sin tener que recorrer las innumerables curvas que atraviesan la sierra guerrerense. No importa si la ruta elegida es desde Chilpancingo o de Puebla. Camino serpenteante por donde también pasaron los cientos de soldados que llegaron a esta localidad desde noviembre pasado, para acuartelarse y brindar seguridad a la población, tras varias denuncias locales de secuestro, extorsión, asesinato y lo que indicó ser el ingreso del narco a la región.

El camino implica un total de dos horas (a una velocidad de 40 km/h) y tener mucha paciencia para esquivar burros, vacas, pollos y chivos que hacen de algunos tramos de la carretera su mejor opción para caminar, descansar o tomar el sol. Por momentos la modesta ruta de dos carriles da miedo: en algunos tramos hay baches de un metro de largo; en otros, un carril está cerrado por el mediano deslave de algún cerro o, peor aún, la mitad del otro carril ha terminado por desgajarse hacia un barranco.

No obstante, el viaje vale la pena con todo y los minutos que implica detenerse en dos retenes del Ejército ubicados en la entrada principal del pueblo para responder preguntas de rigor: “¿Quién es usted, de dónde viene, a qué viene? Baje, por favor; haremos una revisión de rutina al vehículo. ¿Qué trae en esta mochila…”. Hay que sortear todo lo anterior para conocer a los artesanos que fabrican las mundialmente famosas cajas y baúles de Olinalá, pintadas a mano, hechas con madera de perfume natural.

BOOM DE LA MIGRACIÓN

A finales de octubre, antes de la llegada de los soldados, los artesanos dejaron su labor tradicional ante la prioridad de resguardar la seguridad en su lugar de origen. De común acuerdo, cubrieron sus caras con pañuelos y colocaron sus propios retenes en los únicos cuatro accesos que hay; y no regresaron a trabajar hasta que llegaron el Ejército y la Marina.

Un mes después, si bien la seguridad quedó bajo control, Olinalá vive en medio de otra crisis no menos grave: en la última década la elaboración de artesanía deterioró su calidad, la madera ya no es de olináloe, porque el árbol está en extinción. Ahora usan madera común perfumada con químicos, la pintura original fue sustituida por otra más comercial, el trabajo es mal pagado, algunos artesanos de edad murieron con sus secretos bien guardados, los jóvenes migraron a Estados Unidos y, por si fuera poco, los expertos que quedan no ven con buenos ojos la escuela que el gobierno de Guerrero instaló hace tres años para evitar que en el lapso de una sola generación esta tradición desapareciera.Oficialmente, el Instituto de Capacitación para el Trabajo (ICAT) de Olinalá, que pertenece a la Secretaría de Educación estatal, comenzó a funcionar hace dos años, tiempo en el que ha instalado parte de la infraestructura básica para enseñar a los niños y jóvenes de la localidad las técnicas de carpintería, aplicado de barniz, laca, rayado, pincel y decorado en oro, esenciales para el trabajo artesanal. La prioridad ha sido esa, pese a que ahí debieran enseñar otros oficios.

El lugar está a cargo de Bernardo Rosendo, descendiente de Juan Andreu Almazán, candidato presidencial en 1939. “Se trata de dignificar este trabajo en el que por 12 horas les pagan 100 pesos, por eso el boom de la migración. Hay quienes ganan menos y viven prácticamente en la miseria, lo que desestimula la producción. Por ahora solo tenemos 500 alumnos y ningún egresado, pues aún no tenemos planes de estudio”, dice. El predio fue donado por el ayuntamiento y cuenta con dos talleres, tres salones y seis maestros premiados a escala nacional por su trabajo artesanal. En un futuro se prevé contar con un criadero de venados y armadillos, cuyas colas y pelaje, respectivamente, son usados para la elaboración de cajas y máscaras.

DIBUJAR CON LA IMAGINACIÓN

Si alguien sabe poner la laca y el barniz en la madera, ésa es la joven profesora Rosalía García, cuyas uñas bien pintadas se pierden en el azul de la tierra con que pinta cada caja, un color que después se convierte en negro. Ella aprendió este oficio de sus padres, pero lo perfeccionó en el ICAT; por eso, con seguridad, mezcla el toctel (polvo de piedra) con aceite de chía y lo unta en la madera con las manos, sellándolo con la ayuda de un bruñidor (piedra) y retocándolo con una cola de venado. Sabe bien cuándo detenerse, pues las yemas de sus dedos le indican si debe parar o continuar con la aplicación de color. Pintar una caja puede llevarle, de menos, medio día.

Silvestre Flores abandonó Olinalá a sus 16 años para irse a Estados Unidos, donde durante siete años se desempeñó como jardinero por 100 dólares diarios. Actualmente tiene 31, es padre de dos bebés y alumno del ICAT, donde aprende a ser rayador, aunque su sueldo como jardinero del instituto es de 250 pesos al día. La primera encomienda de su maestro, Camilo Pérez, autoridad en el rayado artesanal, fue hacer planas de animales, pajaritos con alas abiertas, cerradas, venados, conejos, tigres, leones, guacamayas, búhos, garzas, palomas, rayas y círculos para que empezara a soltar la mano. El reto es dibujar sin calcar, solo con la imaginación. “Tienes que pensar qué animales vas a acomodar, que sean diferentes; hay que tener el pulso para hacerlos tan perfectos como se pueda. Tardé un año en conseguirlo”.

Dibujar sobre las cajas pintadas de negro, blanco, rojo o marfil como base tiene sus reglas, pues un error significa manchar el acabado y afectar la calidad. Por eso los animales y ramos de flores de una sola caja pueden tardar hasta un día, con todo y su relieve definido. Por ejemplo, Silvestre tarda tres minutos en dibujar un venado sin apoyar la muñeca en la caja, pero Camilo tarda menos de uno; quizás por eso puede decorar un biombo en un día.

La mamá de Silvestre trabaja por su cuenta y sabe lo que es invertir semanas para hacer una caja que será vendida entre 400 y 500 pesos, por el simple hecho de que un turista nacional o extranjero le dé por regatear el costo. Por eso su hijo sabe que lo mejor es encontrar buenos clientes, que paguen un precio justo, pues solo así evitará repetir el patrón de sus compañeros, que aunque son comerciantes o taxistas, regresan a Estados Unidos por temporadas para ganar más. “Son contados los que se quedan; a muchos no les interesa aprender por lo mal pagado. Pero yo sé que en el futuro nos pagarán mejor”, asegura.

El decorado de la artesanía es fundamental. Una parte destacada la realiza Edwin Ruiz, quien aplica oro de 24 kilates a cajas, baúles, platones y vasijas para dar un extra al trabajo manual y, por supuesto, al precio. El grosor de la hoja de oro que aplica con su pincel es menor a una micra, pero es importada de Francia o Alemania. “Quienes mejor pagan el precio real de esta artesanía son los extranjeros, canadienses, chilenos”, precisa.

Pincelero de profesión y proveniente de una generación de bisabuelos artesanos, Ramón Franco recuerda con claridad cuando su padre lo puso a pintar grecas para empezar a perder el miedo. Entonces tenía 10 años, hoy tiene 45 y decora sobre el oro un hermoso ramillete de flores en diversas tonalidades rosas. “De la mente me salen las ideas. Lo tradicional son flores. Mire: aquí voy a pintarle una luz hacia la hoja para que tenga una proporción y se vea la combinación, la forma y aclare el centro”, explica mientras colorea finamente. El resultado no tiene palabras para describirlo. Cuando no pinta, Ramón dice sentirse aburrido, triste, le da sueño. Y no le molesta enseñar a sus jóvenes alumnos con tal de legar esta tradición a nuevas generaciones.

—¿Por qué hay artesanos que no quieren enseñar como usted?

—Por envidiosos.

VENTA DE CAJAS

Las cinco tiendas del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart) que hay en la Ciudad de México exhiben y venden las cajas y baúles hechos en Olinalá; también exporta una parte a Japón, España y Australia, entre otros países. “Es un producto muy comercial, su precio no es alto y es de lo que más se vende, porque con esto se inició Fonart en la artesanía. Hay piezas de niños que si las ves, son increíbles, no parecen hechas por ellos”, asegura Jorge Castañeda, encargado de la tienda de avenida Juárez, en el centro del Distrito Federal.

Fonart asegura que lejos de regatear el precio que ponen los artesanos, les enseña a valorar su piezas para no malbaratarlas. “Nosotros vamos de dos a tres veces al año a este lugar y compramos una cantidad muy fuerte, quizás entre 10 y 20 mil piezas en promedio”.

En Olinalá, sin embargo, existen familias artesanas que desde siempre han adaptado sus talleres dentro de sus casas. Son casi un centenar que, además de negarse a proporcionar sus nombres para evitar mayores fricciones, rechazan tajantemente el argumento de que por envidia no se integran al ICAT.

“Eso no es cierto, lo que pasa es que el instituto solo invitó a trabajar a los artesanos que están con su grupo político. Y nosotros no necesitamos del ICAT para vender nuestra mercancía, porque nos movemos de manera independiente en ferias, exposiciones y hasta en (el mercado de) La Ciudadela (en el DF). ¡Mentira que el Fonart nos haya enseñado a poner los precios! Lo que sí reconocemos es que nos regatea muy poco el precio que pedimos, ¿pero ya vio a cómo lo revenden ellos?”.

MAESTROS Y ALUMNOS

Bernardo Rosendo asegura que si el ICAT logra recuperar la calidad de manufactura de las artesanías olinaltecas, éstas podrán tener mejor mercado nacional y extranjero, lo que redituará en un precio justo. Y refiere que a este proyecto solo podrán integrarse aquellos artesanos que respeten la hechura original. “Más de la mitad del pueblo no está con nosotros, tiene resistencias, hay gente de 60, 70 años que siente que no tenemos nada que enseñarles. Y menos aquí, donde queremos mostrarles formas diferentes que se ajusten al mercado, como producir artesanía libre de tóxicos, porque no te lo van a comprar”.

Entre las irregularidades encontradas, enlista, hay lacas que se despintan dos años después en lugar de durar 20; madera fumigada con insecticida para matar la polilla, así como olináloe mal trabajado, pues para que la madera se perfume de manera natural con sus propios aceites, cada árbol debe ser herido con un hacha nueve meses antes. Lo preocupante es que la especie está por desaparecer en Guerrero.

“Aquí nunca hubo un programa de reforestación, por eso la madera nos llega de Puebla o Morelos. De hecho, es cortada de manera clandestina, sin reglamentación ni control, la mayoría llega sin olor y hay que perfumarla. Por eso queremos pactar con los campesinos, para que nos vendan madera ya tratada, controlada y que nos la vendan por metro cúbico. Una buena tabla vale mil pesos y un baúl se hace con ocho tablas” dice.

La artesanía del lugar cuenta con una “denominación de origen” avalada por el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial. Por eso, a escala mundial, ocupa el segundo lugar después del tradicional tequila. Sin embargo, explica Bernardo, dicha denominación, aunque importante, está mal planteada, porque no abarca aspectos sobre la calidad de producción de las cajas, por lo que propondrán los cambios respectivos. ¿Esto preocupa a la mayoría de los artesanos locales? En realidad no.

Lo que es un hecho es que la totalidad de los habitantes de Olinalá transita su crisis artesanal, despreocupado de la otra crisis, la de inseguridad. Por eso respetan sin chistar los horarios del toque de queda, pues saben que desde las 22:30 horas hasta las cinco de la mañana, nadie debe salir a las calles. Y sonríen cuando, a la mañana siguiente, se enteran de que alguien fue detenido por los elementos de la Marina. “Seguro era un borrachito, de los que andan buscando dónde armar la fiesta”, dicen.

Curiosamente, algunos soldados y marinos, además de ser clientela ocasional de estas familias artesanas, también se convierten en alumnos. “Luego, en sus horas de descanso, se meten a los talleres para ver cómo trabajamos y aquí pasan un buen rato viendo y preguntando cómo hacemos nuestras cajitas y baúles”.

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