Francisco J. Covarrubias
Los conocimientos que necesita tener una persona que se
considere un verdadero “político de vocación”, así como la adecuada conducta y
características de personalidad que debe presentar, no son precisamente una
gracia que han recibido del cielo ni una especie botánica que florece abundante
en el jardín de muchos de los candidatos mexicanos, quienes obsesivos y afanosos
buscan ocupar los más altos puestos de elección popular, sea para diputados,
senadores, gobernadores o incluso presidente del país.
De aspirantes políticos desperfilados y suspirantes producto
de mala selección interna de organizaciones partidistas, existen no pocos
antecedentes: cantantes, boxeadores, locutores, beisbolistas, opacas estrellas
de cine, e incluso verduleras del mercado y managers de antros, han figurado
entre quienes se postularon en el pasado reciente como mejores “gallos”
dispuestos a gobernar el país y transformarlo. Sin contar a quienes juraron
ganar la elección o en realidad ganaron, gracias a poseer una peculiar o
atractiva anatomía, contar con influyentes lazos familiares o con una creciente
y abultada cuenta bancaria.
Y si bien en una democracia, es válido hasta apostar al mero
“carisma” puramente personal de un presunto “caudillo”, sin que acredite haber
leído siquiera el Memin Pingüin, por ejemplo, o sin haber culminado estudios
básicos, como lo fue el caso del honrado panadero que hoy cobra como diputado,
el tejido social ha mostrado ser cada vez más débil.
Asistimos a una crisis de legitimidad y credibilidad en la
capacidad de representación política y social de los “políticos” y sus partidos:
basta recordar que el 59% de los mexicanos no se sintió motivado por ninguno de
los que esperaban ser favorecidos por sus votos, en la pasada elección
federal.
Las distintas modalidades de selección interna que hacen las
organizaciones políticas de sus “mejores” hombres y mujeres no es de cualquier
modo la única explicación del retroceso cívico. Desmotivante por igual para las
masas de potenciales votantes, es la asombrosa y abusiva cantidad de basura
mental producto de estrategias de publicidad y propaganda empleadas de modo
inmisericorde y mediocre, que a todas luces significa dilapidar recursos que se
le niegan al presupuesto educativo y al gasto social.
La propaganda y publicidad política puede ser tan cínica como
una suástica fascista o tan sutil como una broma, para buscar influenciar el
comportamiento de los electores. Pero hablar de soluciones y propuestas más que
de descalificaciones y problemas, indica la actualización de estructuras
partidistas y estrategias electorales profesionales. Más dignas y congruentes
con una autentica profesionalización política.
Pero sin que se pueda o se deba generalizar, al grueso de
nuestros “políticos” les falta vocación y les sobra codicia, avaricia y
ambición. Lo que sobreabunda con frecuencia al colocar en la balanza y evaluar
aptitudes, habilidades y cualidades de los precandidatos o candidatos que
presentan los partidos, es un anhelo común y casi idéntico: exhiben una
aspiración intensa y compulsiva a llegar al poder.
Sea al poder como medio para
la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al “poder por el poder”,
para gozar del sentimiento de prestigio que este le confiere.
A este respecto, huelga decir que la lucha política por
acceder al poder en las elecciones que se encaminan al 2012, no es muy diferente
a las anteriores: como toda lucha entre partidos persigue no solo un propósito
objetivo, ante todo, es una lucha por el control y distribución de los cargos.
La diferencia quizá más importante es que se da hoy en un marco distintivo de
inequidad económica, y política, educativa y cultural.
Las autoridades no están todavía abiertas a una
participación real de la sociedad en el ámbito deliberativo, ampliamente
público.
Mientras que la sociedad no considera a los gobernantes bajo el imperio
de la ley y desconfía de los políticos y la política, aun mas que en la sucesión
presidencial previa.
Entre un número no escaso de los mismos políticos, que se
jactan de haber nacido para gobernar, o por lo menos de tener el “don” o el
“llamado” para hacerlo, en forma similar a la “plebe” botada del sistema
educativo nacional, sin haber logrado saltar la barrera de la educación
elemental, campea el desconocimiento de la Constitución de la República, como
ley fundamental y suprema.
Se carece de una corresponsabilidad entre
gobernantes/gobernados en los procesos de toma de decisiones en materia de
diseño, planificación, observación, monitoreo y/o evaluación, entre ciudadanos y
autoridades, de las políticas públicas impuestas inopinadamente en los
distintos ámbitos de gobierno.
Los ciudadanos, por otra parte, no hemos desarrollado a las
claras un perfil político nuevo que pase de las demandas a las propuestas. En el
peor de los casos, desde el gobierno tampoco existen ciudadanos sino solo
subordinados.
En la familia, la orientación que reciben los hijos es
convencional, tradicional y de corte autoritario. Por lo tocante al mercado,
tampoco existen ciudadanos sino consumidores.
Para los partidos hay solo
electores. Y para los medios de comunicación tampoco parece haber ciudadanos
pensantes y activos, únicamente receptores atolondrados y pasivos.
No obstante apostar a ganar una elección con candidatos de
bajo perfil, “semiprofesionales”, es un riesgo que se puede pagar muy caro. La
decisión del voto no es tan mudable como una veleta impulsada por el viento.
Ni
expresa solo una opinión coyuntural, la “víscera” o el ánimo del momento.
Responde a actitudes políticas profundas, cultivadas las más de las veces
durante un periodo de largo aliento.
Ignorar lo anterior y confundir los beneficios o pérdidas
obtenidas en un debate, encuesta o “periodicazo”, con la imagen fiel y
definitiva que proyectan las fuerzas y debilidades que posee un candidato, raya
en la ineptitud.
Un líder político infatuado, ensoberbecido, ofuscado, tiende a
convertirse en un demagogo que simplemente va hacia donde el viento de la
opinión pública le dicta y habla lo que cree que la gente quiere escuchar.
Prefiere menospreciar datos e información relevante que resultan de debates y
encuestas y se cierra a realizar ajustes a sus estrategias electorales:
semejante al dictadorzuelo que irresponsablemente dirige el timón de su barco
para ir lo más rápidamente posible, y zozobra.
Al respecto, Joseph Napolitan, uno de los padres “fundadores”
del asesoramiento político sostiene que una estrategia correcta puede sobrevivir
a una campaña política mediocre, pero hasta una campaña brillante puede fracasar
si la estrategia es equivocada. En realidad no hay estrategia de un partido o
candidato que valga si no se hace en función de las necesidades sociales.
En realidad, por ejemplo, los beneficios validos de realizar
sondeos de opinión y encuestas, dependen no únicamente de un aspecto
metodológico sino también de un factor ético.
Con profesionalismo suficiente,
son útiles para que los candidatos verifiquen la efectividad de sus estrategias
en segmentos claves de los votantes.
Mentir con cifras, por el contrario siempre
tendrá consecuencias graves. La justa electoral puede derivar en una pelea de
gallos, en un “corral” o palenque, que sustituya la civilidad.
En suma, no
será con las patas, sino con luz de la inteligencia que se genere el brillo de
quien legítimamente logre la predilección de los electores.
Que sean los
políticos profesionales y con real vocación los que sobresalgan. No políticos
“mercachifles” que en lugar de vivir para la política siempre pretenden vivir
de la política. Que no es lo mismo ni es igual. ¿Usted qué opina amable
lector?.
|
![]() |
jueves, 15 de diciembre de 2011
CANDIDATOS SIN VOCACION POLITICA
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario