Para combatir el narcotráfico, el
gobierno de Donald Trump regresa a la fallida estrategia del siglo pasado que
privilegiaba las medidas represivas y enfocaba el fenómeno como un problema
sólo policiaco y no de salud pública. Esta política de corte militarista, que
incrementó la violencia y las violaciones a los derechos humanos, ya ha sido
rebasada a tal punto que gobiernos de América Latina han aplicado acciones
integrales más inteligentes. Pero el nuevo jefe de la Casa Blanca no parece
entenderlas y quiere, como en el pasado, “narcotizar” las relaciones con la
región.
BOGOTÁ.-Colombia ya acusó
recibo de lo que se anticipaba desde hace semanas en círculos políticos de
América Latina: que la lucha contra el narcotráfico será el eje de la relación
del presidente Donald Trump con la región.
Y, además, que la nueva
estrategia para combatir ese fenómeno privilegiará, como en el pasado, las
medidas represivas y las operaciones de corte policiaco y militar.
Funcionarios del gobierno
colombiano consultados por Proceso dijeron que Washington ha hecho saber a
Colombia que el crecimiento de cultivos de hoja de coca en el país es un asunto
“demasiado serio” para Trump y que eso requiere “soluciones rápidas” y el
empleo de “acciones de fuerza”.
El sociólogo Ricardo Vargas,
un experto en cultivos ilícitos y políticas antidrogas, señala que “hay una
presión fuerte de Estados Unidos para que Colombia reduzca el área (de
plantaciones cocaleras) con un enfoque cortoplacista y represivo”.
Eso, indica, está
“deslegitimando” la estrategia de sustitución voluntaria de cultivos ilícitos
incluida en los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC.
En la práctica, ya hay
comunidades campesinas colombianas que comienzan a sentir la “mano dura” que
impulsa nuevamente Washington en el combate a las drogas.
Hay datos que así lo
corroboran: en los primeros tres meses de este año, el ejército y la policía
han erradicado por la fuerza 8 mil 100 hectáreas de cultivos de hoja de coca,
56% más que en el mismo periodo de 2016.
Sólo en marzo fueron
erradicadas 3 mil 452 hectáreas, la cifra más alta para un mes desde hace nueve
años, lo que ha provocado protestas y cierres de carreteras de campesinos
cocaleros que acusan al gobierno de incumplir el programa de sustitución
voluntaria de cultivos ilícitos.
Y fue a principios de marzo,
precisamente, cuando el secretario de Estado ajunto para Narcóticos y Asuntos
de Seguridad de Estados Unidos, William Brownfield, visitó Colombia para
advertir al gobierno del presidente Juan Manuel Santos que es necesario reducir
los plantíos de hoja de coca.
Brown Field, diplomático de
carrera que también defiende el uso del glifosato –un herbicida potencialmente
cancerígeno– para erradicar los cultivos de hoja de coca, llegó a Colombia
exhibiendo las cifras del Departamento de Estado que revelan que esos plantíos
crecieron 68% entre 2014 y 2016.
En las reuniones privadas con
funcionarios del Ministerio de Defensa, Brownfield advirtió que se necesita
“más erradicación” de plantaciones de hoja de coca, y no sólo voluntarias, como
lo hace hoy el gobierno colombiano en concertación con los campesinos
cocaleros, sino “disuasivas”; es decir, con el uso de la fuerza.
El problema para Colombia es
que los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC incluyen un ambicioso
programa de sustitución voluntaria de cultivos ilícitos, que requiere actuar en
consenso con las comunidades de campesinos cocaleros y no contra ellas.
“Esto implica definir con las
comunidades las alternativas de sustitución que sean sostenibles desde el punto
de vista económico y socioambiental, y adecuadas para fortalecer las economías
familiares, garantizando condiciones de vida digna”, indica el capítulo de
drogas ilícitas de los acuerdos de paz suscritos por el gobierno y las FARC el
pasado 24 de noviembre.
También precisa que la
erradicación forzosa de plantaciones cocaleras –que ha sido motivo de conflicto
social en este país desde hace dos décadas– se dejará como último recurso.
Pero Ricardo Vargas,
investigador sobre drogas del Transnational Institute, señala que el gobierno
colombiano está jugando a dos bandas: por un lado, todos los días firma con
campesinos acuerdos de sustitución voluntaria de cultivos ilícitos y por otro,
aplica la política del garrote que exige Washington.
“Estamos viendo un caos en el
que las comunidades firman acuerdos de sustitución de cultivos con el gobierno
y a los pocos días les llegan tropas del ejército erradicando sin dar ninguna
explicación. Eso se está repitiendo a lo largo y ancho del país”, sostiene el
experto.
Para Vargas, esta es una de
las consecuencias del nuevo enfoque antidrogas de Estados Unidos en la era
Trump.
Y ese enfoque, dice, “lo van
a padecer México, Centroamérica y Colombia, desde luego”, ya que
“históricamente las drogas han sido una problemática que ha alimentado otras
agendas, como la de seguridad, la del control de comportamiento de los Estados
y la de control de fronteras”.
Vargas considera que la
administración Trump ubicará el tema de drogas como un problema de seguridad “y
por esa vía va a presionar a Latinoamérica para que la política antidrogas se
vuelva a radicalizar. Yo no hablaría de una nueva política, sino de un volver
atrás en esa materia”.
Para el autor del libro
Narcotráfico, guerra y política antidrogas, es inevitable que la estrategia de
combate al narcotráfico de la Casa Blanca se cruce con otro tema que obsesiona
al presidente de Estados Unidos: la migración.
“El fenómeno migratorio
–explica– no tiene para Trump un origen económico o social, sino que lo mete en
una compleja trama en donde incluye también lo criminal, y lo criminal son
drogas, prostitución e inseguridad, y bajo esa narrativa el tema de las drogas
se va a instrumentalizar para poder fortalecer más una política regresiva en
materia de migraciones en Estados Unidos.”
COMO EN LOS OCHENTA…
La politóloga y especialista
en temas de seguridad, drogas y crimen organizado María Victoria Llorente dice:
“Es evidente que Estados Unidos está haciendo un replanteamiento de su política
antidrogas y esto significa un retorno a ‘narcotizar’ la relación con América
Latina, en general, y con Colombia, en particular”.
El gobierno de Trump, agrega
la directora ejecutiva de la Fundación Ideas para la Paz, se focaliza “mucho en
el tema de las drogas y es claro que se inclina por una respuesta policiaca,
punitiva, a ese problema; eso es lo que va a venir”.
Esto será “un fardo muy
grande para los acuerdos de paz con las FARC, que plantean exactamente lo
contrario a la represión: una sustitución voluntaria de cultivos”, dice
Llorente a este semanario.
Antes de visitar Colombia,
los pasados 7 y 8 de marzo, Brownfield presentó en Washington el informe anual
del Departamento de Estado sobre narcotráfico en el mundo, el cual asegura que
la oferta de cocaína colombiana ha alcanzado “niveles récord”; que por Guatemala
pasan más de mil toneladas al año de esa droga y que de México proviene entre
90% y 94% de la heroína que se consume en Estados Unidos.
El pasado 29 de marzo, Trump
anunció la creación de una comisión para buscar soluciones al aumento de
muertes por sobredosis de heroína y opiáceos, algo que catalogó como una
“epidemia total” y uno de los “mayores problemas” de Estados Unidos.
Según cifras del Centro para
el Control y Prevención de Enfermedades, en 2015 murieron en Estados Unidos 52
mil personas por sobredosis de drogas y al menos una cuarta parte de esos casos
fueron por consumo de heroína, el triple que cinco años antes. La mayoría de
los muertos por sobredosis, en 2015, fueron adultos de raza blanca.
El diario The Wall Street
Journal comentó que la política contra las drogas de Trump está en conflicto al
ofrecer al mismo tiempo rehabilitación y mano dura. Para ese diario, esa
política tiene una traducción: “los blancos tendrán rehabilitación y los negros
y los latinos obtendrán encarcelamiento”.
Y en el frente externo,
parece claro que la exigencia será “mano dura”.
El informe anual del
Departamento de Estado estadunidense sobre narcotráfico va en esa línea. Por
ejemplo, cataloga a Bolivia como un “fracaso” en la lucha contra el
narcotráfico y se queja de los “insuficientes esfuerzos gubernamentales para
desmantelar a los cárteles de la droga”.
Desde luego ese reporte no
incluye al propio Estados Unidos, el país donde más circula y se consume droga
y donde cada vez se producen más estupefacientes, desde mariguana de uso legal
en varios estados, hasta metanfetaminas y analgésicos opioides que se venden en
las farmacias.
Para el director del Centro
de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad de los Andes de
Colombia, Hernando Zuleta, el reporte del Departamento de Estado “no dice nada
nuevo y lo único que tiene es un lenguaje y un discurso antidrogas de los años
ochenta que indican que Estados Unidos está volviendo a la época de la visión
criminal del problema”.
De acuerdo con el especialista
en mercados criminales, lo que en la práctica “ya está ocurriendo es un retorno
del gobierno de Estados Unidos a las políticas antidrogas de hace 10 o 15 años,
lo que es lamentable porque eso significa que vamos a tener una regresión a
políticas que han demostrado su ineficacia”.
En ese contexto se explican
la supuesta oferta o amenaza de Trump para enviar tropas a México a combatir a
los “bad hombres” –que en el lenguaje del mandatario pueden ser
narcotraficantes, migrantes o ambos– y la propuesta del secretario de Seguridad
Interior de Estados Unidos, John Kelly, de implementar en México un modelo de
cooperación antidrogas inspirado en el Plan Colombia.
La estrategia antidrogas
conocida como Plan Colombia se aplicó durante 16 años en este país sudamericano
y consistió en ayudas de Estados Unidos por unos 10 mil millones de dólares
para combatir el tráfico de estupefacientes, la producción y procesamiento de
hoja de coca y a la guerrilla de las FARC.
Las FARC fueron golpeadas con
fuerza –pasaron de 24 mil a 8 mil hombres en armas en la última década– y los
plantíos de hoja de coca pasaron de 165 mil hectáreas en 2000 a 112 mil
hectáreas en 2015, pero la cocaína colombiana siguió fluyendo en cientos de
toneladas al año hacia Estados Unidos porque los consumidores de ese país nunca
dejaron de demandarla.
UN PASO ADELANTE, DOS PASOS ATRÁS
Cuando los expertos en drogas
hablan del regreso de Estados Unidos a una estrategia antidrogas que ha tenido
nulos efectos en la reducción de la oferta y la demanda global de sustancias
ilícitas, parten de los avances que hubo en los últimos años en el diálogo
hemisférico sobre políticas para enfrentar este fenómeno.
Y no es que el énfasis
punitivo que impulsa Estados Unidos desde hace medio siglo, cuando declaró la
guerra a las drogas, hubiera terminado por ceder su lugar a una visión más
integral del problema del narcotráfico. Pero al menos durante los ocho años de
gobierno de Barack Obama (2009-2017) se abrió un diálogo más constructivo entre
ese país –el principal consumidor de drogas en el mundo– y las naciones
latinoamericanas, que han pagado un alto costo en muertes y violencia por
combatir al narcotráfico.
Incluso Obama llegó a
plantear en la VI Cumbre de las Américas, en Cartagena en 2012, que el pueblo
estadunidense debía entender “el costo que le cobra el narcotráfico a América
Latina y el Caribe, lo que socava la capacidad de esos países”.
Y ese cónclave terminó con un
mandato a la OEA para evaluar la efectividad de la estrategia antidrogas
impulsada por Washington desde hace medio siglo y “explorar nuevos enfoques”,
entre ellos el de abordar el fenómeno como un problema de salud pública, no
policiaco, y la posibilidad de que los Estados asuman la regulación de drogas
como la mariguana.
De hecho, por decisión de los
votantes el consumo recreativo de mariguana es legal en seis estados de Estados
Unidos, así como en el Distrito de Columbia, sede de los poderes públicos de
ese país. Y a partir del 1 de enero, tanto en California como en Nevada,
cualquier mayor de 21 años puede poseer legalmente hasta 28.3 gramos de esa
droga y fumarla en su casa o en espacios privados.
Además, en 38 de los 50
estados de ese país es legal el uso medicinal de la mariguana.
Este reportaje se publicó en la edición
2114 de la revista Proceso del 7 de mayo de 2017.
(DOSSIER POLÍTICO/ TOMADO DE: RAFAEL
CRODA / PROCESO/ 2017-05-15)
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