Soy por principio defensor de los derechos humanos,
pero también soy un convencido de que esos derechos no se pueden invocar tan a
la ligera para quienes juegan chueco
El debate nacional está
ubicado en Palmarito, Puebla. En el video que un presunto soldado del Ejército
mexicano aparece dándole un tiro de gracia a un presunto ladrón de combustible.
Las imágenes filtradas al
diario Cambio, pretenden ser enarboladas hoy como una muestra contundente de
que las fuerzas armadas mexicanas violan los derechos humanos.
Soy por principio defensor de
los derechos humanos, pero también soy un convencido de que esos derechos no se
pueden invocar tan a la ligera para quienes juegan chueco.
De origen, y de acuerdo al
mismo video que tiene por acreditar su autenticidad o su no edición, los
militares sorprenden a los presuntos huachicoleros y son recibidos con una
ráfaga de armas de alto calibre.
Más evidente aún, los
presuntos huachicoleros abatidos –incluído el que habría recibido el presunto
tiro de gracia- estaban provistos de chalecos anti-balas, lo que no significa
otra cosa que sabían que podían ser descubiertos cometiendo su ilícito criminal
y que podrían entrar en una batalla. ¿O los chalecos era para protegerse del
frío?
En la refriega de Palmarito
mueren cuatro soldados, pero no es
materia de derechos humanos. Tampoco sus viudas ni sus hijos.
El que cuatro integrantes de
las fuerzas armadas den su vida para el resguardo de los bienes y propiedades
de la nación, es simple cumplimiento del deber.
El que un delincuente sea
abatido por un militar que lo sorprende en el delito, pertrechado con sus armas
y chaleco antibalas, obliga a invocar sus derechos humanos.
¿Qué clase de sociedad y de
sistema de justicia tenemos, que le otorga todo el beneficio de la duda a los
delincuentes y todo el rigor de la condena a quienes nos defienden de ellos?
Insisto en que no se trata de
tolerar abusos ni de policías, ni de militares, ni de autoridad alguna.
Pero el debatir de la manera
en la que se hacen estos asuntos, repitiendo una y otra vez un fragmento de la
refriega en la que se ve al presunto militar matando al presunto delincuente,
solo viene a distorsionar la realidad y a enajenar el inconsciente colectivo de
toda una sociedad.
Porque no estamos hablando de
un policía o militar atacando a un manifestante o luchador político,
violentando sus derechos humanos.
Estamos frente a una
autoridad que en cumpliendo de su deber y en defensa de su vida se enfrenta a
delincuentes armados hasta los dientes. ¿Tiempo de revisar protocolos?
Hace unos meses ocupamos
páginas impresas, digitales y horas de
noticieros de radio y televisión para darle espacio al abogado de Joaquín “El
Chapo” Guzmán a fin de que defendiera los derechos humanos del capo más
peligroso del planeta.
Decíamos entonces que si
nadie iba a denunciar que el narcotraficante jamás se tentó el corazón para violentar
los derechos humanos de millones de niños y jóvenes que acabaron perdidos por
la droga que les suministraba.
Tampoco se invocarían los
derechos humanos de las familias cuyos padres o hijos acabaron muertos por
operar para su red criminal.
Se denunciaba que la
violación de los derechos humanos de El Chapo incluía el que no le dejaran
dormir porque la luz de su celda estaba permanente encendida. ¿Esperaba el capo
otra cosa después de sus dos escapatorias?
Yo me sostengo en lo dicho:
los chuecos no pueden invocar sus derechos.
(REPORTE INDIGO/ RAMÓN ALBERTO GARZA /
Lunes 15 de mayo de 2017)
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