Después de la orden presidencial
se esperaba que la Fiscalía Especializada para la Atención de Agresiones contra
Periodistas (Feadle) fuera expedita en elaborar una teoría sobre el crimen del
periodista Javier Valdez Cárdenas e imputara responsabilidades contra los
autores materiales e intelectuales.
Dijimos, desde el mismo día
en que se cometió la infamia, que dejábamos en manos de las autoridades la
investigación de los hechos, aunque sin mucha esperanza. Pero también ésta
tiene sus tiempos y sus límites. Y creo que ya es hora de que las fiscalías, la
estatal y la federal, salgan a dar la cara y digan lo que tienen respecto a las
investigaciones –siempre y cuando no afecte las pesquisas— y cuál de ellas,
como se ha pedido desde hace dos meses de manera formal, está al frente del
caso.
Hubo el compromiso de hacerlo
y se hizo ante la familia, ante Ríodoce y ante el representante en México del
Comité para la Protección de Periodistas, Jean Albert, pero no se ha cumplido
hasta el momento, ahora bajo la “razón” de que se siguen nuevas líneas de
investigación y deben agotarlas. En realidad la Feadle no quiere hacerlo, a
pesar de que el impacto causado por el crimen y la dimensión del caso lo exige.
Y esto evidencia una sordera y un desdén por parte de la PGR que invita a
sospechar que en realidad no tienen cabos sólidos para culminar una
investigación y hacer imputaciones hacia los que cometieron el crimen y contra
quien lo ordenó.
Ricardo Sánchez Pérez del
Pozo, titular de la Feadle, apenas había llegado a esta dependencia cuando
asesinaron a Javier y tenía la oportunidad de reivindicarla después de que sus
niveles de eficiencia, si nos atenemos a las sentencias logradas, no alcanzan
ni el 1 por ciento. Sí, el 1 por ciento, de acuerdo a datos oficiales
publicados por el diario digital Animal Político.
El reto, entonces, era
descomunal. Pero la magnitud del crimen de Valdez Cárdenas era al mismo tiempo
una oportunidad de oro para sacudir ante la sociedad la imagen de la Fiscalía,
cosa que parece alejarse según la información que hasta ahora tenemos en
nuestras manos.
Según información reciente de
animalpolítico.com, que obtuvo datos de la propia Feadle, de julio de 2010 a
diciembre de 2016, esta dependencia registró 798 casos de agresiones contra
periodistas, de las cuales 47 fueron por asesinato. La misma Feadle aceptó que
de este universo, solo tiene registradas tres sentencias condenatorias. Es
decir, que prácticamente el cien por ciento de los casos permanece impune. Y si
no se abaten estos criminales niveles de impunidad, no habrá política ni
mecanismo que detenga la cacería de periodistas en nuestro país.
Por eso es urgente que casos
como el de Javier, como el de Miroslava Breach, asesinada en Chihuahua y tantos
otros donde queda claro que el origen se encuentra en su trabajo profesional, sean
esclarecidos y los responsables llevados a juicio.
No hemos perdido la esperanza
pero eso no significa que estaremos esperando a que las autoridades resuelvan
el caso. El caso Ayotzinapa fue metido en un hoyo y se intentó consumirlo en
una hoguera que nunca existió. Debieron existir poderosas razones de Estado
para que se inventara esa “mentira histórica, como parafrasea muy bien Témoris
Grecko a la vandálica expresión del ex procurador General de la República,
Jesús Murillo Karam, cuando “explicó” cómo habían muerto los 43 estudiantes
normalistas desaparecidos y sentenció lapidariamente que esa era la “verdad
histórica”.
Tuvo que venir a investigar
una comisión de expertos internacionales para demostrar que la teoría del
crimen sobre los muchachos de Iguala fue elaborada para ocultar la verdad,
manoseando evidencias, inventando testimonios, borrando huellas, todo con el
propósito vil de proteger a las instituciones del Estado.
BOLA Y CADENA
EN EL CASO DE JAVIER NO SABEMOS si se está manoseando información, si se están
borrando huellas o si están inventando protagonistas. De hecho, si solo se
pretendiera, no habría condiciones para ello. Las fiscalías lo saben. Ni la
familia, ni Ríodoce ni los periodistas del país y muchos extranjeros,
incluyendo organismos internacionales, permitirían tal cosa. Menos ahora que
Javier ha logrado, con su soledad asesinada —vaya paradoja—, unir a buena parte
de los periodistas del país.
SENTIDO CONTRARIO
Y PRECISAMENTE ESTA SEMANA QUE pasó se llevó a cabo en Ciudad de México el Coloquio
Internacional sobre Organizaciones de Periodistas, al que convocó la inusitada
y abrupta Agenda para Periodistas, que encabezan Guillermo Osorno y otros
periodistas y medios y organismos que están desarrollando iniciativas para que
los periodistas podamos por fin discutir en la diversidad los problemas que
afligen al gremio. Agenda nació cuando el cuerpo de Javier todavía estaba
tibio. Fue su trágica partida la inspiración para tres o cuatro periodistas que
dijeron “tenemos que hacer algo, ya, sin demora…”. Y a la vuelta de unas horas
se volvieron decenas de periodistas y medios, luego cientos. Se hizo un primer
evento en el que se inscribieron 600 participantes y asistieron casi 400, en
torno a seis mesas de debate. Hoy se propuso algo más reducido pero no menos
significativo. Estuvieron periodistas de Colombia, Brasil, Perú, Argentina, El
Salvador y México. Cómo organizarnos, fue el tema central, hacia dónde ir. Y no
tengo duda que habrá claridad hacia dónde ir. Aún en la diversidad y los
desencuentros y los encontronazos. Es urgente.
HUMO NEGRO
AHORA TODOS LEÍMOS A RIUS. Yo también, y también me influyó. Las primeras notas
que leí sobre marxismo fueron en su Marx para principiantes. Y fui vegetariano
un tiempo gracias a La panza es primero. Me creía muy chingón porque en mi
morral traía el libro, una zanahoria y una naranja. Eduardo del Río García
murió el martes pasado a los 83 años, amado por miles, leído por millones. Su
obra queda en América Latina, como una de las más portentosas en su género, de
monos y reflexiones.
(RIODOCE/ COLUMNA “ALTARES Y SOTANOS” DE ISMAEL
BOJORQUEZ/ 14 AGOSTO, 2017)
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