El tema de la energía será un
tema de debate en la próxima elección presidencial, pues se elegirá un nuevo
presidente y también la política económica que deseamos para el porvenir. Y con
más razón, con la pretensión que tiene el gobierno de EUA de incluirlo en la
próxima revisión del Tratado de Libre Comercio.
Desde 1979 no se construye
una refinería en el país. La última fue la de Salina Cruz, Oaxaca; las otras
cinco están instaladas en Minatitlán, Veracruz; Ciudad Madero, Tamaulipas;
Salamanca, Guanajuato; Tula, Hidalgo y Cadereyta, Nuevo León. La decisión de
vender petróleo crudo al extranjero en vez de procesarlo en el país es el
distintivo del periodo neoliberal.
Desde la llegada a la
presidencia de Miguel de la Madrid en 1982 se acentúo la tendencia a importar
combustibles y ello, aunado al crecimiento de la demanda interna, obliga al
país a comprar 635 mil barriles diarios de gasolina, 60 por ciento del consumo
nacional (AMLO, 2018. La Salida, Decadencia y renacimiento de México).
En realidad, la decisión de
no construir refinerías en México tiene como fondo mantener el negocio de la
compra de la gasolina en el extranjero, que desde la época de Carlos Salinas se
realizaba en las oficinas de PEMEX Internacional. Siempre fue un misterio la
forma en que llevaron a cabo estas operaciones comerciales de 25 mil millones
de dólares anuales, aproximadamente.
Si de por sí es un desastre
la política energética del país, más lo será si sale adelante la pretensión del
gobierno de EUA de incorporar el sector energético en el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte.
Son preocupantes las
recientes manifestaciones de actores políticos estadounidenses (y las
correspondientes de funcionaros políticos del gobierno mexicano) que hacen
prever la inclusión en el TLCAN de nuestro sector energético que se “reservó”
en el acuerdo vigente.
Mediante esta inclusión se
pretende proteger a través de compromisos internacionales el modelo de “mercado
energético único”, que trajo consigo la reforma energética de Enrique Peña
Nieto. Este “mercado energético único” no es otra cosa que un eufemismo para
referirse a la puesta a disposición del mercado estadounidense de nuestros
recursos energéticos en estado natural y en la importación desde dicho mercado
de productos energéticos procesados, de mayor valor agregado.
México no debe de entrar a
una renegociación del TLCAN que significará simplemente una mayor integración y
dependencia, sino que debería definir políticas agropecuarias e industriales
que permitan reconstruir nuestra economía y buscar en la renegociación del
TLCAN los espacios de mercado necesarios para implementarlas.
Nuestros recursos naturales y
particularmente nuestros energéticos, deberían estar en el corazón de esas
políticas industriales y ser utilizados como palanca del desarrollo nacional y
como garantes de la seguridad energética de nuestra nación. No se trata
simplemente de ponerlos a disposición de los Estados Unidos para cubrir sus
necesidades energéticas. Esto no debe ser aceptable.
En el período de vigencia del
TLCAN, la economía de México ha perdido terreno en el mundo y el continente, ha sufrido la desintegración
de su sector agropecuario y ha padecido un retroceso en su nivel de
industrialización. Durante este período el crecimiento de México ha sido 60 por
ciento inferior al de 1945-1982 y ha estado por debajo de los países
latinoamericanos con economías comparables.
En el sector agropecuario nos
hemos convertido en importadores de alimentos. En el sector industrial nos hemos transformados en
maquiladores; participamos en cadenas de producción en las que el valor
agregado está fuera del país, con la consecuente degradación salarial para los
trabajadores mexicanos.
E-mail: riosrojo@hotmail.com
Twitter: @riosrojo
(RIODOCE/ JOSÉ A. RÍOS ROJO/ 14 AGOSTO, 2017)
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