La
pareja Torres López tiene 12 años salvando perros vagabundos que se encuentran
heridos, enfermos y abandonados en las colonias de Saltillo. Día a día, se
enfrentan a historias de maltrato y crueldad, pero continúan su labor de
encontrarles un hogar
SEMANARIO'FUNDACIÓN LOUIGY
Foto:
Vanguardia/Luis Castrejón
“En esta vida venimos para algo, Dios te
pone aquí para algo. A nosotros nos tocó estar en este mundo por los animales”.
Patty
López, rescatista
Por
Jesús Peña
Fotos:
Luis Castrejón
Edición:
Nazul Aramayo
Diseño
en edición impresa: Édgar de la Garza
SALTILLO.- Patty
López jura que se sabe, al derecho y al revés, los nombres y las historias de
los 58 perros y 5 gatos que viven con ella, en su casa.
Es
más, Patty jura que se sabe las historias y los nombres de los casi 800 perros
que ha rescatado de las calles y les ha conseguido hogar, durante casi 12 años.
Y
Patty jura que se sabe los nombres y las historias de los más de 100 perros que
ha levantado casi muertos de las calles, atropellados, con moquillo,
parvovirus, desnutridos, ya sin posibilidades de vida, nomás para llevarlos a
dormir con el veterinario.
Darles
una muerte digna, dice.
Patty
se sabe las historias y los nombres de todos.
“De
todos”, repite Patty y se carcajea con esas carcajadas suyas que sonarán muchas
veces en los días que estaré con ella, su esposo Chuy Torres y sus perros, en
su domicilio –refugio para canes vagabundos– de la colonia Zaragoza.
58
perros y 5 gatos, “yo no puedo con dos”, pensé el día que la escuché hablar por
primera vez de su multitud de mascotas en un noticiario matutino de radio.
La
verdad es que Patty ha llegado a tener en su casa de la calle de Cedro 1371, en
la Zaragoza, que por cierto no es ninguna mansión, a 62 canes y 8 mininos.
62
canes y 8 mininos conviviendo en una casa de 10 metros por 20 metros y dos
plantas.
PARA VOLVERSE LOCOS
Conforme
pasen los días y aumente la confianza, Patty me contará que a lo largo de su
matrimonio ha tenido siete abortos y por eso Dios, que nomás le dio un hijo, la
recompensó con muchos perros.
Cuando
vinieron a vivir aquí hace 15 años, la morada de Patty, Chuy su marido y Jorge,
el hijo de ambos, no era ni siquiera eso, una vivienda en forma, sino un pie de
casa con una recámara pekinés, una sala-comedor chiquitita, un baño minitoy y
una cocina miniatura.
Patty,
dice miniatura, chiquitito, pequeño.
Foto: Vanguardia/Luis Castrejón
Cada
que veíamos a un perro en la calle decíamos ‘no es posible que exista gente tan
irresponsable. Los volteas a ver, cuando nunca los habías volteado a ver,
empiezas a ver tanto sufrimiento",
PATTY
LÓPEZ, RESCATISTA.
TANTO ANDAR ENTRE PERROS...
La
suya no era esta casa de dos niveles, con garaje y mirador.
Poco
a poco, Patty y Chuy la fueron ampliando. Todo para sus perros: un patio
trasero para sus perros, una terraza para sus perros, en fin.
Sobra
decir que la casa de Patty y Chuy huele a perro.
“Pues
sí, hay perros. Tiene que oler a perros”, revira ella con el gesto fruncido.
Ni
Chuy ni Patty saben bien a bien cómo empezó todo.
Sólo
que una vez iban en su carro, vieron a un perro maltratado caminando por la
calle y lo recogieron.
Al
rato su casa, de talla pequeña, se llenó de chuchos.
“Cada
que veíamos a un perro en la calle decíamos ‘no es posible que exista gente tan
irresponsable’. Los volteas a ver, cuando nunca los habías volteado a ver,
empiezas a ver tanto sufrimiento. La gente ni siquiera voltea a verlos, para
muchos todavía son invisibles”, dice Patty.
Estamos
en su oficina, que antes era su recámara, pero que ahora ni es oficina ni es
recámara, es un lugar, un espacio más de la casa para sus perros.
Por
toda la casa, hasta en la ducha y la
cocina, hay y ha habido perros, camadas completas de perros callejeros.
Hace
12 años que la sala de la familia Torres López ya no es sala, ni el lecho
conyugal es lecho conyugal, sino un albergue para canes sin dueño, ladridos
saliendo de todas partes, un concierto de ladridos, muchos ladridos, 58 a la
vez, una sinfonía de ladridos, una salva de ladridos guáu, guáu, guáu.
Ahora
mismo en la oficina de Patty nos acompaña “Mía”, la papillón blanca con manchas
negras que Patty y Chuy rescataron en la colonia Guerrero, hace ya dos años.
Alguien
subió al Feis el video de una perrita pinta arrastrándose por la calle.
Patty
y Chuy, que iban de camino a la veterinaria a ver a otro cachorro que estaba
internado, decidieron ir a buscarla.
Y
sí, la encontraron arrastrándose en el pavimento, la levantaron y enrumbaron
para el doctor.
Resultó
que “Mía” tenía la columna fracturada y sus piernas y patas completamente
quemadas por el arrastre.
Llevaba
ya tres meses de estarse arrastrando por las calles de la Guerrero, les dijo la
gente a Chuy y a Patty cuando llegaron a rescatarla.
Probablemente
le habían dado una patada, un golpe con un palo, una pedrada en la columna y se
la quebraron.
Hoy,
gracias a Patty y a Chuy, “Mía” está
viva y puede caminar con ayuda de un carrito, una como silla de ruedas, pero
para perros.
Patty
y Chuy no se explican cómo es que “Mía” vino a terminar en la calle.
El
papillón es una raza muy fina y cara, alrededor de 50 mil pesos.
“De
quién sería, quién sabe”, dice Chuy.
En
la oficina de Patty hay escritorio, un sofá, unas cuantas sillas, perros de
peluche, fotografías de los chuchos más queridos de la familia y una repisa con
nueve urnas que guardan las cenizas de canes inolvidables, por especiales.
Una
de esas urnas es la de “Regalo”, el maltés talla grande que Patty y Chuy encontraron vagando por el
puente Morelos, en medio del tráfico, con un catéter conectado a los
testículos.
Estaba
desnutrido y llevaba la rasta colgando.
Tenía
las carnes negras y la cabeza pelada.
“Fue
un animal de laboratorio, le estuvieron administrando, ¿qué?, no sabemos. Lo
llevamos al veterinario, lo sacó adelante, pero a los cuatro meses falleció de
cáncer. También tenía diabetes e insuficiencia renal”, dice Patty.
Labor.
Durante casi 12 años, la pareja ha rescatado de las calles a casi 800 perros.
Foto: Vanguardia/Luis Castrejón
Otro
día, de visita en la recámara de Patty y Chuy, donde además duermen sus cinco
gatos, Patty me platicará de una minina a la que sus dueños metieron en una
bolsa de plástico y aventaron al agua
del arroyo que cruza por la colonia Mirasierra, mientras llovía.
Tenía
un mes y medio de nacida.
Chuy,
que iba pasando, cosas del destino, la vio flotar entre la corriente y la
salvó.
Me
gustaría saber cómo hace Patty para lidiar emocionalmente con tantas historias
de crueldad. Yo no podría.
Ella
dice que ya necesita una terapia psicológica por tanto maltrato que ha visto.
“Hemos
llorado mucho, mucho”, dice.
Luego
me cuenta la historia con final feliz de “Gema”, otra perrita invadida de sarna
a la que rescató de la colonia Mirasierra.
A
“Gema” se le caían los pedazos de piel cuando se rascaba y en las llagas de la
cabeza traía pulgas y garrapatas incrustadas.
Estaba
tan deforme y fea que no se sabía si era perro, zombi o extraterrestre.
La
gente que la miraba caminando o echada en la calle le tenía miedo.
Al
cabo de cinco meses de tratamiento, “Gema” recobró su apariencia: era una
cocker spaniel negra de aproximadamente 10 años.
Luego
que se recuperó la adoptó una familia de Torreón y ahora vive dichosa.
“Me
mandan fotos desde allá y estoy llore y llore, ‘mira Gema’”, dice Patty.
Patty
dice que a diario llegan a la oficina entre 20 y 30 reportes de perros que son
abandonados por sus dueños en las calles.
“Y
siento una impotencia muy fuerte porque no puedo con todos”.
De
vez en vez los ladridos ensordecedores, desquiciantes, de la marabunta canina
interrumpen y opacan la conversación.
No
es para menos:
28
perros de razas pequeñas en lo que fue, ya no es, la sala-comedor de la casa;
13 de talla grande en el patio trasero de la planta baja; 10 en el traspatio de
la planta alta, 5 en la terraza y 2 en la cochera, dan un total de 58 chuchos.
Digno
adiós. En la oficina de Patty hay una repisa con nueve urnas que guardan las
cenizas de canes inolvidables, por especiales. Foto: Vanguardia/Luis Castrejón
PARA VOLVERSE LOCOS, LOCOS
A
esta casa, la casa de Patty y Chuy, nadie viene, solamente sus amigos
rescatistas, algún reportero, gente que tiene interés en adoptar, personas que
a veces donan alimento y animalistas que tienen perros y aman a los perros
igual que Patty y Chuy.
Y
en la casa de Patty y Chuy hace mucho que se acabaron las reuniones, las
fiestas de cumpleaños, las navidades, los años nuevos.
Con
58 canes y 5 mininos, ya no hay lugar ni tiempo para nada.
“Aquí
no hay Navidad de adornos, no hay Navidad de regalos, no hay Navidad de nada ni
hay árbol de Navidad, no hay nada, Hace cinco años que fue la última vez que
puse un pino de Navidad y arreglé con esferas, porque cada que llegábamos del trabajo encontrábamos las
esferas tiradas, los monitos todos llenos de pipi, dije ‘no, ¿para qué, para
qué?’”, dice Patty.
Ya
ni los familiares de Patty ni los Chuy se paran por aquí, dicen que están
chalados.
“Me
dicen ‘es que estás loco, cómo vas a andar en la calle’, ‘lo siento –les digo–,
pero me gustan (los perros) y no voy a dejar de Salir’”, dice Chuy, una de esas
mañanas que platicamos en su casa-refugio para perros callejeros.
Chuy
rescata perros de la calle hasta cuándo va por las tortillas, el pan, la leche,
“De repente llega y dice ‘mira, lo encontré tirado”, cuenta Patty.
Y
me cuenta de cuando ella y Chuy iban a la colonia Loma Linda para alimentar,
desparasitar y bañar a los perros con sarna o infestados de garrapatas que se
encontraban vagando por las calles.
'Nosotros
ya no tenemos casa'. Con 58 perros y 5 gatos, ya no hay lugar ni tiempo para
nada. En la recámara, además de Patty y Chuy, duermen los mininos. Foto: Vanguardia/Luis
Castrejón
No es una labor que se planee, nos fue
atrapando. Empezamos a ver perritos en la calle ‘mira, vamos a darles de comer,
vamos a darles agua’”.
CHUY TORRES, RESCATISTA.
Los
vecinos pesaban que estaban locos.
De
eso hace ya dos años y Loma Linda sigue siendo uno de los sectores de Saltillo
que hierben de chuchos callejeros.
“Duramos
tres meses yendo, poniendo de nuestra bolsa, hasta que dijimos ‘no, ya no se
puede, no vamos a terminar nunca’. Es ilógico que te vayas a traer 50 perros diarios,
¿dónde los metes? La gente es muy irresponsable y por eso tenemos infinidad de
perros en la calle”, dice Patty.
De
chica, Patty había soñado con ser oficinista y Chuy bombero, pero a ninguno le
pasó por la cabeza que sería rescatista de perros callejeros y menos que su
casa de muñecas, su pie de casa, se convertiría en un refugio para canes sin
dueño.
De
chica, Patty había tenido un perro cruza de collie amarillo, pelo largo, talla
grande, noble, cariñoso, que su padre llevó de cachorro a casa cuando ella
nació.
Le
duró 19 años.
Murió
de viejito.
Y
para Patty fue como si se le hubiera muerto un familiar.
De
chico, su marido había tenido un pinscher mediano, negro con café, que un día llegó a solo a la casa
(“Solovino”) y se quedó.
Vivió
14 años.
Manos
anónimas lo envenenaron.
En
ese tiempo no se acostumbraba alimentar a los perros con croquetas, llevarlos
con el veterinario, desparasitarlos, hacerles corte de pelo, limarles las uñas,
y si acaso, confiesa Patty, su mascota tuvo una vacuna, probablemente de rabia,
en toda su vida.
Pero
la gente cuidaba sus perros, eran perros de casa.
Le
digo a Patty que no entiendo cómo es que ella y Chuy lograron congeniar en eso
de los perros.
No
siempre los matrimonios tienen los mismos gustos.
Patty
dice que cuando eran novios jamás tocaron el tema. No es que hayan hablado de
si les gustaban o no los animales. Ya casados llegaron a tener dos o tres
chuchos que fallecieron a causa de le edad, pero nada más.
Hasta
que hace 14 años vino “Louigy”, el chihuahua pelo de alambre que un amigo de
Patty y Chuy les regaló chiquitito, de dos meses y medio.
Con
él, dice Patty, se enamoraron de todos los perros.
Tal
vez por eso “Louigy” es el can más consentido y respetado de todo el albergue,
aun entre sus congéneres de talla grande.
Y
la fundación en favor de los perros sin hogar, que hace un año y medio formaron
Patty y Chuy, debe su nombre a “Louigy”: Fundación “Louigy”.
“Ven,
‘Louigy’, venga, mijo, venga, mi niño, ven, córrele, papá, venga, mi niño”, lo
mima Patty cuando lo trae para presentármelo: “Él es Louigy”, dice.
Chuy
está tratando de recordar cómo fue que él y Patty se hicieron rescatistas:
Foto:
Vanguardia/Luis Castrejón
“No
es una labor que se planee, nos fue atrapando. Empezamos a ver perritos en la
calle ‘mira, vamos a darles de comer, vamos a darles agua, cómo hay gente
inconsciente, irresponsable que los deja salir’, y empezamos a acarrear agua y
croquetas en el carro. Todavía les damos de comer porque es imposible cargar
con todos los animales de la calle. Lo que hacemos es darles de comer y que
sigan su camino”.
A
“Louigy” le siguió “Camila”, una weimaraner gris a la que Patty y Chuy sacaron
de un domicilio en la colonia Provivienda, porque su familia tenía muchos
perros y no la podía mantener.
Hace
unos meses que “Camila” falleció, de viejita.
Dice
Patty y enseguida me cuenta una anécdota de “Camila”, realmente maternal.
“Fue
una perra muy noble. Cada que rescatábamos algún cachorro que fuera para
amamantar, ella, aunque no le saliera leche, se lo pegaba”.
Después
llegó otro y otro y otro y otro y otro chucho, hasta que la casa de Patty y
Chuy reventó de perros callejeros y aquello fue la locura.
Se
les salió de las manos.
“Empezamos
a ampliar la casa, no para nosotros, la empezamos a ampliar para los perros”,
dice Patty.
Se
amplió, reafirma Patty, para darles hogar a los perros que están abandonados,
maltratados, en la calle.
“Prácticamente
es la casa de ellos, nosotros ya no tenemos casa”
Mañana
calurosa en lo que fue, ya no es, la sala-comedor de los Torres López, donde
antes Patty atendía a los invitados a sus fiestas, cuando había fiestas.
Aquí
no hay sofás, juegos de entrenamiento, mesas de centro, lámparas ni floreros,
apenas un modular, una pantalla, una computadora y muchos, pero muchos perros,
28, la mayoría chihuahua, como pelotitas alteradas.
Patty,
hablándoles por su nombre: ésta se llama “Jenni”, porque el día que llegó al
refugio murió Jenni Rivera; aquél es “Grinch”, el perro más enojón de la casa;
la otra es “Denisse”, por “La Mapacha” de Big Brother, es que cuando nació
tenía los ojos negros como los mapaches; y éste es “Mercado”, porque lo
rescataron en un mercado.
Foto:
Vanguardia/Luis Castrejón
Sus
historias, las de los 58 que viven aquí, son muy parecidas:
Perros
con sarna, esqueléticos, llenos de pulgas, de garrapatas, enfermos de moquillo,
con la cadera hecha pedazos, invadidos de cáncer, algunos mutilados, otros que
andaban penando en las calles y fueron rescatados.
Un
domingo a mediodía que vi a Chuy en la Ruta Recreativa ofreciendo sus perros en
adopción, le pregunté si en los 12 años que lleva rescatando chuchos de la
calle ha pescado alguna infección o se ha contagiado de alguna enfermedad, dijo
que no, a pesar de las 20 mordidas de perros que ha recibido y los otros tantos
piquetes de garrapata que tenido que aguantar.
Otra
mañana en la cochera de la casa conozco a “Lana”, una pitbull que llegó al
alberge en los puros huesos.
La
rescataron una tarde que llovía muy fuerte y “Lana” estaba en medio de calle,
mojándose.
Ahora,
dice Patty, es una perra sana y pesa 20 kilos.
Nadie
se ha interesado en adoptarla, con todo y que “Lana” es una pitbull noble, que
le gustan los niños y convive con otros perros.
A
la perra, cruza de bóxer, que vive en la terraza, la recogieron a las afueras
de un centro comercial. Estaba preñada.
Sus
ocho cachorros se fueron en adopción y ella se quedó en el refugio a la espera
de un hogar.
El
que quiera saber cómo es vivir con 58 perros y cinco gatos en el albergue de la
Fundación “Louigy”, que le pregunte a Patty López.
"Mía"
tenía la columna rota y las patas quemadas por arrastrarse. Ahora puede caminar
con ayuda de un carrito, una silla de ruedas para perros. Foto: Vanguardia/Luis
Castrejón
Ella
responderá que aquí el día comienza a las 5:00 de la mañana y lo primero que
hay que hacer, después de levantarse, es limpiar con bastante agua, cloro y
jabón los orines y las eses de los perros, regados por todas partes. Entrada la
mañana, dar de comer a los perros más pequeños; a mediodía, limpiar otra vez
con bastante agua, cloro y jabón los desechos de los canes; almorzar, si es que
se puede, si no esperar hasta la hora de la comida. Ya por la tarde, alimentar
a los perros grandes; luego limpiar, otra vez, con bastante agua, cloro y jabón
las excrecencias los chuchos. En la noche cenar, si es que hay tiempo; y antes
de irse a dormir, volver a limpiar con bastante agua, cloro y jabón toda la
casa y, si todo sale bien y no hay imprevistos, acostarse a la 1:00 ó 2:00 de la mañana.
“Aquí
todo el día es lo mismo y es bien cansado, desgastante. Ya no tenemos tiempo
para nosotros, pero es la vida que escogimos vivir”, dice Patty.
Hay
gente a la que no le gustan los perros por simple hecho de que cagan.
Refugio.
Patty y Chuy empezaron a ampliar su casa no para ellos, sino para los perros
que iban rescatando. Foto: Vanguardia/Luis Castrejón
Y
gente que dura días y hasta semanas para recoger la mierda de sus mascotas.
Me
pregunto si Patty no está asqueada de tanta caca.
“No,
yo digo que el asco y todo eso se va. Me da más asco la reacción de muchas
personas que me dicen ‘es que cómo puedes estar limpiando todo el día la
suciedad de los perros’. En realidad ellos comen pura croqueta”.
Pero
parece que sus vecinos de la calle Cedro, en la colonia Zaragoza, no están muy
de acuerdo con ella.
Varias
veces la han denunciado ya a Ecología por los malos olores y los ladridos que
provienen de la casa.
“Agradecidos
deberían de estar con cada uno de los rescatistas.
Estamos
colaborando para que baje este problema de salud pública, le estamos quitando
trabajo al Municipio, rescatando los perros de la calle.
Ellos
los recogen para sacrificio y nosotros para darles hogar”, dice Patty.
Otro
día en su oficina de la fundación, que es a la vez estancia para perros
callejeros, Patty se pone a hacer números:
20
litros de cloro por semana y una docena de trapeadores industriales, cada tres
meses, para la limpieza de este hogar. De trapeadores industriales, eh, porque
los de la tiendita no sirven para las rudas faenas de esta casa.
Un
día en el albergue consiste en levantarse temprano para limpiar, dar de comer,
limpiar otra vez. Foto: Vanguardia/Luis Castrejón
Se
calcula que los perros de Patty devoran unas cinco toneladas de croquetas al
año, que si las convertimos a moneda nacional equivalen a más de 100 mil pesos.
Cuando
Haydeé Otero y Édgar Córdoba, los chicos que le ayudan voluntariamente con la
logística de la fundación, se lo dijeron, ella se quedó con la boca abierta.
“Lo
único que se me ocurrió decir fue ‘ay, cuánta popo sale de ahí’”, dice Patty,
se carcajea y sola se contesta: más de 30 kilos de excremento, cada tercer día.
A
esos gastos faltaría sumarle lo de las vacunas, medicamentos, desparasitaciones, consultas al veterinario,
cirugías y esterilizaciones.
Todos
los perros de la Fundación “Louigy” están esterilizados y listos para irse en
adopción en cualquier momento.
Para
sacar dinero, Patty hace estéticas caninas (baños, cortes, desparasitaciones) y
Chuy vende casas para perro, comederos y rascaderos para gato, que fabrica con
las tablas que le dona alguna maderería.
Actualmente
hay 28 canes de razas pequeñas en lo que fue, ya no es, la sala-comedor; 13 de
talla grande en el patio trasero de la planta baja; 10 en el traspatio de la
planta alta, 5 en la terraza y 2 en la cochera. Foto: Vanguardia/Luis Castrejón
Con
frecuencia organizan rifas y subastas.
De
vez en cuando llega algún animalista a la puerta de la fundación para donar un
poco de alimento o artículos de limpieza.
Antes,
Patty y Chuy vendieron gorditas y
después elotes asados a la entrada de la colonia Mirasierra, para mantener el
albergue y mantenerse ellos.
Es
difícil conseguir recursos para una causa como ésta.
“A
veces no completamos, por eso nos quedamos ya sin muebles, todo se ha vendido.
Ya no tenemos comedor, ya no tenemos sala”, dice Patty.
Chuy
me cuenta que hace algunos días alguien que se dice rescatista los acusó, en
redes sociales, de vender perros y explotar la imagen de la fundación para su
provecho.
“No
cierto y yo a esa persona espero verla para que lo diga en mi cara. Da mucho
coraje que te tachen de que estás haciendo negocio, de que estás lucrando con
los animales”, advierte Chuy.
Una
mañana más en uno de los patios del refugio donde conviven 13 canes de talla
grande que fueron rescatados de las calles.
Chuy
señala a un perro que encontraron con el ojo reventado, colgándole.
Supone
que alguien le dio un golpe y lo dejó sin ojo.
Ahora
señala a otro cachorro con tres patas, al que encontraron atropellado.
Ellos,
junto con “Mía”, le papillón blanca con negro que anda en silla de ruedas, son
los canes más conocidos del albergue.
Patty
y Chuy acostumbran llevarlos cuando los invitan a dar pláticas en las escuelas.
No para exhibirlos como rarezas de circo, sino para despertar la conciencia en
los nenes sobre el respeto y el cuidado a los animales.
Si
hay algo que me apasiona en la vida es mi trabajo de reportero urbano, pero yo
tengo un sueldo, a mí me pagan por escribir, le digo a Patty y le pregunto qué
carajos gana ella de andar levantando perros callejeros.
Foto: Vanguardia/Luis Castrejón
5 toneladas de croquetas al año, lo que
equivale a más de 100 mil pesos.
20 litros de cloro por semana y una
docena de trapeadores industriales, cada tres meses.
30 kilos de excremento cada tercer día.
AYUDA
¿Deseas
apoyar la causa de Fundación “Louigy”? Llama al 8447644841
(VANGUARDIA / JESUS PEÑA/ SÁBADO, JULIO
8, 2017 - 22:09)
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