“Como parte del
grupo de brigadistas de la maquiladora siempre creí estar entrenada para las
emergencias. Pero al ver a los compañeros quemados, unos sin piel, con la carne
deshecha, otros con huesos salidos y todo tan de prisa, me sentí impotente”, dice
Ana Luisa.
Ella está ilesa pues
se encontraba en el comedor de la planta y al interrumpirse el suministro de
luz, junto con sus compañeros, salió del edificio.
Ana Luisa, como pide
ser reconocida por miedo a quedarse desempleada, asegura que la sorpresa fue
grande cuando a gritos alguien dijo que la explosión era en el módulo ocho: el
área más nueva y segura de la fábrica.
Las llamas tenían la
misma altura que los muros, cuenta Ana Luisa mientras se lleva las manos a su
rostro moreno enmarcado por unas órbitas pequeñas y enrojecidas.
Nos dijeron que
había muchos heridos allá pa’l módulo ocho, y fuimos a ver en qué podíamos
ayudar. Estaban saliendo todos como podían, algunos quemados, heridos, nunca
había visto a una persona con quemaduras de esa magnitud y caminando”, expresa
antes de un respiro para impedir que fluyan las lágrimas.
Sin protección,
varios obreros entraron al área que se estaba quemando. En el marco de una
puerta, Ana Luisa recibió a dos de los quemados. “No tenían piel, la carne se
veía desecha. Ayudé a médicos, que venían de otras maquilas, a atenderlos
Después empezó a llegar la polecía (sic) y los bomberos”.
Hace diez años a Ana
Luisa le tocó vivir otro incendio en esa misma factoría, por eso los
trabajadores han sido entrenados para evacuar y dar primeros auxilios.
“Cuando hacemos los
simulacros la gente grita y ahora no, todo fue en silencio y pasó en el área
que cuenta con más cosas nuevas. Nunca, nunca pensamos que ahí podía pasar algo
ahí, de verdad nunca”, expresa como tratando de convencerse a sí misma.
Sentada en un sillón
desgastado y acomodado a la pared de su humilde casa, Ana Luisa se siente
impotente y confundida porque continúa pensando que se pudo hacer más por los
atrapados.
“Pudimos hacer
muchas, muchas cosas. Nos dicen están capacitados. Pero todo estaba quemándose,
todo estaba prendido, había mucho humo más que ayudar podíamos estorbar y
ponernos en riesgo adentro había lumbre no podíamos ayudar más se metió mucha
gente a sacar heridos”, dice.
La cosa tampoco
salió bien a los bomberos.
una de las dos
máquinas extinguidoras se descompuso, los bomberos apagaron el incendio sólo
con el agua de la otra unidad y a puro corazón, afirma el responsable de
rescatar el cadáver del obrero perecido en el siniestro de Blueberry.
“Es una zona de
guerra, y nunca he estado en una pero si las he visto en Youtube. Ahí hay puros
escombros, saqué el cuerpo totalmente quemado de entre los cascajos, no le
quedó piel, el rostro era irreconocible”, dice mientras observa a un grupo de
niños a quienes les permitió jugar con su uniforme de combate aunque
inicialmente lo había acomodado en la banqueta para que se secara.
La noche había
caído, pero el ese bombero y otros 15 seguían de pie. Pasadas las 11,
continuaba la búsqueda de restos humanos, las autoridades consiguieron una
planta de luz y con ello la esperanza de los elementos renació.
Algunos familiares
de los desaparecidos seguían esperando noticias. La madre de Miguel Ángel de la
Torre continuaba junto al cordón amarillo, deseosa de saber algo sobre su hijo
quien laboraba en el área donde se registro la explosión.
(Blanca
Carmona/El Diario)
(El Diario/
redacción/ 2013-10-25 | 00:16)
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