
J. Jesús Esquivel
Chelito, como le dicen sus amigos, cuenta a Proceso las peripecias de su
viaje: “Para llegar a Estados Unidos tenía nada más 3 mil 500 lempiras (unos 150
dólares); un amigo que vive en Kansas me prestaría los mil 800 dólares que me
iba a cobrar el coyote en la tal Sonora”.
El trayecto hasta la frontera de Guatemala con México fue sencillo. Lo hizo
en menos de 24 horas. “Entré a México y me quedé tres días en Chiapas. Allí tomé
el tren para Coatzacoalcos y de allí otro para Tierra Blanca y luego otro para
Lechería”, explica.
–¿No lo detuvo la policía?
–¡Pues claro! En todas las estaciones del tren hay policías que te paran y te
dicen: ‘Móchate o te llevo con la gente de migración’.
Chelito se quedó ocho días en la capital mexicana. Cambió sus lempiras por
pesos y compró otro pasaje de tren. El viaje sería primero a Huehuetoca, en el
Estado de México, y luego a un lugar de Guanajuato. “Y otra vez los policías me
agarraron en la estación del tren”, narra. Le pedían dinero y él se los daba.
“Creo que por eso no me hicieron nada”.
En Guanajuato, Castrón y otros siete centroamericanos que lo acompañaban
tomaron un tren a Guadalajara. “Allí estuvimos como tres días. Luego nos fuimos
a un lugar que le llaman Las Palmas; ahí nos asaltaron más feo”.
–¿Quiénes los asaltaron?
–Los malosos, pues. Traían un animal en la punta de una maleta.
–¿Qué tipo de animal? –se le pregunta.
El joven suelta una ligera sonrisa y responde: “El animal es el cuerno de
chivo, pues”.
Con los pocos pesos que pudieron esconder, los ocho migrantes compraron
boletos para irse en camión a Sonora. Llegaron a la población fronteriza de
Altar, donde se quedaron 15 días.
El trato
En Altar ya habían establecido contacto con el coyote. “Como a los tres días
nos dijo que necesitaba que nuestros contactos le mandaran 900 dólares, que sin
ese dinero no nos movería. Llamé a mi amigo y me dijo que no me mandaba los
dólares porque el ‘coyote se iba a comer todo el dinero’ y me iba a dejar tirado
en el desierto”.
De los siete que lo acompañaban desde que salió de Chiapas, cinco recibieron
dinero de sus contactos y el coyote los llevó a la frontera. A las dos semanas
de estar en Altar y sin recibir ninguna noticia prometedora, el traficante de
migrantes le dio un ultimátum al ahora reducido grupo de Chelito:
“¡Ahora se
chingan! Si quieren cruzar van a tener que cargar una maleta”.
“Como no tenía dinero le dije que sí. Un guatemalteco también”, explica
Castrón. El coyote los llevó a los dos a una casa con “otra gente”, donde había
tres migrantes más.
“Dijeron que éramos cinco burros y que no necesitaban más”,
recuerda y narra que una mañana otro coyote los hizo cruzar la frontera sin
contratiempos.
“Como a las cuatro horas que teníamos escondidos los cinco en el desierto,
llegaron unos hombres en una Van con las maletas. Nos dieron un costal de lona y
dos paquitas de 25 kilos de mariguana a cada uno”, puntualiza.
Cada migrante se las arregló para hacerse una maleta con tirantes, dentro de
la cual acomodó la paca de mariguana y se la terció a la espalda:
“Antes de
echarnos a caminar los dos guardias que se quedaron con nosotros nos dieron
pedazos de carpeta (alfombra) para que nos las amarráramos en la suela de los
zapatos. Con alambre o con lazo, como quisiéramos”, relata.
–¿Para qué era la carpeta?
–Para no dejar rastro. Nos llevan caminando en fila; vamos en medio de los
dos guardias y el de atrás va borrando con ramas cualquier rastro.
–¿Los dos guardias iban armados?
–¡Claro! Traen un animal y dos pistolas de esas que tienen la bala grandota,
no sé cómo se les dice. También traen celular y radio porque se van comunicando
con los que van adelante o atrás.
–¿Se comunican con los que van adelante o atrás?, ¿cómo es eso?
–Nos dijeron que no podíamos hablar mientras camináramos y nos advirtieron
que delante de nosotros iban tres grupos de cinco y otro atrás de nosotros.
–¿Los guardias dijeron para quién trabajan?
–Pa’l mentado Cártel de Sinaloa, por eso nos dijeron que si hacíamos algo,
allí mismo nos mataban.
Con los 50 kilos a cuestas, Chelito y sus cuatro compañeros comenzaron la
caminata por el desierto de Arizona, siempre bajo la mirada de los guardias.
Dice que a los burros no los tratan mal los guardias, aunque sí los apuran a
caminar o a correr cuando es necesario. “Saben muy bien las rutas, porque
siempre pasamos por donde están los puestos de agua y comida”.
–¿Cómo son esos puestos?
–Son lugares escondidos entre ramitas (arbustos) o entre esas plantas que
parecen cruces con espinas (cactus). Hay garrafones con agua y comida enlatada
que está enterrada, pero ellos saben exactamente dónde.
–¿Qué tipo de comida les dan?
–Sardinas, atún y pan. Está buena. Nos dan buena comida porque tenemos que
aguantar el paso.
–¿Los guardias no los trataron mal?
–Nunca. Cuando por radio les avisan que está cerca la migra nos piden
enterrar la maleta y nos llevan a esconder como a unas cinco millas del lugar
donde la dejamos. Hasta que les vuelven a avisar que el camino está libre
regresamos por la maleta.
–¿No los golpearon?
–No. Al contrario, te cuidan. Ellos quieren que aguantes con la maleta, por
eso va pura gente como de mi edad. Pero si no aguantas, te dan mariguana para
que aguantes.
–¿Le ofrecieron mariguana?
–Sí, pero yo no fumé, nomás fumaron dos de mi grupo. Yo no estoy tan jodido
para no aguantar. Por eso les tienes que decir la verdad cuando estás en México.
Si no, me hubiera pasado lo que al mexicano de uno de los grupos que iba
adelante.
–¿Qué le pasó?
–Cuando teníamos como ocho días caminando por el desierto nos encontramos a
uno amarrado en una cruz de espinas. Tenía un trapo en la boca y estaba amarrado
de la cabeza, la cintura y los pies; ni se podía mover.
–¿Cómo supo que era mexicano?
–Los guardias nos dijeron que era mexicano y que nomás no aguantó la maleta y
por eso lo dejaron.
Tierra de narcos mexicanos
El hondureño se considera afortunado. Durante los 16 días de recorrido por el
desierto de Arizona cargando 50 kilos de mariguana no tuvo problemas. Luego de
caminar unos 378 kilómetros llegaron a las afueras de Phoenix.
–Al llegar, ¿qué hicieron?
–Ahí nos quedamos a dormir con las maletas, pero como a las cinco de la
mañana llegó una camioneta a recogerlas y a nosotros nos dejó.
–¿Qué pasó con ustedes?
–Por nosotros llegó hasta el otro día la misma camioneta. Ahí fue donde nos
agarraron y nos llevaron a la casa protegida. Pero ahí ya era otra gente la que
nos agarró, eran jóvenes como de 30 años o menos.
–¿Eran del mismo grupo de los guardias?
–Creo que sí. Uno de ellos nos dijo que nos dejarían libres pero nos subió a
una camioneta cerrada y nos llevó agachados todo el tiempo hasta que nos
metieron a una casa en Phoenix donde había tres tipos armados que nos
amenazaron.
–Nos dijeron que nuestras familias tenían que pagar 3 mil 500 dólares para
podernos soltar. Nos metieron a un cuartito de la casa; no había nada en el
cuarto, ni cama ni sillas, pero sí mucha sangre seca en la carpeta.
Los captores del grupo de migrantes, según Castrón, entraban con mucha
frecuencia al cuarto para exigirles los números de teléfono de sus familiares en
su país de origen o en Estados Unidos.
–¿Usted o alguien de su grupo llamó a su familia?
–Nadie. Como a los dos días de estar en la casa llegó un hombre que yo creo
era como gay. Y dijo: “Ya suelten a los muchachos porque ya hicieron lo que
tenían que hacer”.
–¿Qué pasó después?
–Para soltarnos nos volvieron a montar en el carro. Pero antes uno nos dijo
que si queríamos ir a cobrarle al patrón. Unos dijeron que sí querían ir a
cobrar, pero yo y otro dijimos que no.
Yo le dije: “No. Déjelo así. Así está
bien”. Yo lueguito pensé que eso de ir a cobrarle al patrón era para
matarnos.
“Nos sacaron acostados en el carro y después de avanzar un rato, como una
media hora, nos bajó frente a una tienda y luego luego arrancó. Ahí fue cuando
sentí un alivio”, concluye Chelito.
El día que lo sacaron de la casa de seguridad de Phoenix, Castrón llamó por
cobrar a su amigo.
Éste le mandó dinero para comprar un pasaje a Kansas y esa
misma noche Chelito dejó atrás Arizona, de la que dice:
“Parece tierra de puros
narcos mexicanos, parece que son dueños de todo”.
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