
Ya retirado de la vida pública, el expresidente Miguel de la Madrid Hurtado
–muerto el domingo 1 de abril– reconoció lo que no quiso admitir cuando estuvo
al mando del país, de diciembre de 1982 a noviembre de 1988:
“Lo que más me
duele es que esos años de ajuste económico y de cambio estructural se
caracterizaron también por un deterioro en la distribución del ingreso, por un
abatimiento de los salarios reales y por la insuficiente generación de empleos;
en suma, por un deterioro de las condiciones sociales”.
Lo dijo ante las cámaras de Clío TV para el documental Miguel de la Madrid,
oportunidades perdidas, que la empresa de Enrique Krauze produjo en 1999.
La rectificación tardía es de quien fue protagonista de uno de los sexenios
más aciagos del país.
Ningún otro expresidente ni el presidente actual han
reconocido que el modelo económico que inició Miguel de la Madrid, y que sigue a
la fecha, si bien procura la estabilidad de las finanzas públicas, los
equilibrios macroeconómicos, poco hace por el bienestar de la gente.
El saldo social, sexenio tras sexenio desde 1982 es el mismo: Empleos
insuficientes, precarios y mal remunerados –desde entonces no ha habido gobierno
capaz de crear el millón, o poco más, de puestos de trabajo que se necesitan
cada año– y pagos insuficientes: a la fecha el salario real no ha podido
recuperarse de los desplomes de los sexenios de José López Portillo (diciembre
de 1976 a noviembre de 1982) y de Miguel de la Madrid. Con el primero el salario
perdió 31% de su valor; con el segundo, 40% según cifras del Banco de
México.
Durante el homenaje póstumo que se le rindió el martes 3 en Palacio Nacional
se rememoraron algunos de los momentos difíciles que le tocó vivir a De la
Madrid como presidente. También algunos de sus logros y aportaciones.
Su hijo Enrique recordó la erupción del volcán El Chichonal en 1982, cuyas
secuelas debió enfrentar De la Madrid apenas llegado al poder.
También la
explosión de una planta almacenadora de gas de Pemex en San Juanico en 1984; el
huracán Gilberto y el terremoto de 1985 que, diría minutos después Felipe
Calderón, “dejó tras de sí una estela de muerte, tristeza y dolor”.
Entre los logros del expresidente su hijo destacó el inicio de la
renegociación de la deuda externa, que López Portillo le dejó en más de 80 mil
millones de dólares, y la entrada de México al Acuerdo General sobre Aranceles y
Comercio, organismo sustituido por la Organización Mundial del Comercio, lo que
marcó el inicio de la apertura de la economía nacional.
Hiperinflación
A Miguel de la Madrid, dijo Calderón en el homenaje, le tocó encabezar al
país en “momentos sumamente desafiantes” y “tuvo que hacer frente a los efectos
de una profundísima crisis económica”.
Durante los primeros cinco años de su sexenio los precios de los alimentos y
de los bienes y servicios de consumo generalizado subían todos los días; a veces
varias veces en el mismo día.
La inflación se tornó incontrolable. Desde el año previo a la llegada de
Miguel de la Madrid al gobierno, México supo por primera vez lo que significaba
“hiperinflación”.
Después de rondar durante cinco años entre 20% y 30%, la
inflación en el último año de López Portillo pasó a 98.8%.
Con Miguel de la Madrid no fue un año de alta inflación. Fueron todos. El año
inicial, 1983, pero también 1986 y 1987 fueron el caos. En 1987 no hubo mes que
no estuviera por arriba de 100% anual. Ese penúltimo año cerró con una inflación
anual de 159.17%.
Con De la Madrid hubo gasolinazos que eran verdaderos golpes al bolsillo de
la gente: los aumentos, que llegaron a ser de 50% o más, llegaban sin aviso.
En
cifras oficiales: en 1983, en el primer año de su gobierno, el litro de gasolina
magna terminó en 41 pesos (de los de entonces), nueve pesos más que al término
de 1982. Para 1987 la magna ya costaba 573 pesos el litro.
En 1988 se mantuvo
ese precio, pero aun así el aumento en el sexenio fue de casi mil 300%.
Los muy frecuentes ajustes al precio de los combustibles y de los bienes y
servicios que producía el sector público fueron la fórmula escogida por el
gobierno delamadridista para incrementar los ingresos públicos: la economía
estancada no los generaba.
De hecho, en su gestión no hubo variable macroeconómica que no sufriera
alteraciones inéditas. En materia de salarios, en su expresión nominal, la
hiperinflación creó un espejismo que se convirtió en chiste: a los mexicanos los
volvió millonarios.
En 1983 el salario mínimo general era de 398.10 pesos
diarios. Al terminar el sexenio el mínimo general promedio era de 7 mil 253
pesos diarios.
Un aumento de mil 722% en el sexenio, que podría hacer feliz a cualquiera…
pero que la inflación se comió con creces.
Al final de 1988 el salario sólo
servía para adquirir 60% de lo que se podía comprar en 1983.
El tipo de cambio fue otro dolor de cabeza. Si López Portillo decidió parar
la extenuante fuga de capitales con la nacionalización de los bancos y con el
control de cambios, Miguel de la Madrid optó por devaluar permanentemente el
peso.
Para evitar el vaciamiento de las reservas internacionales del Banco de
México López Portillo devaluó la moneda 470.5% en su último año de gobierno: a
finales de 1981 el dólar costaba 26.16 pesos.
Se lo dejó a De la Madrid en
149.25 pesos. Y aun así las reservas llegaron a su punto mínimo: mil 593.2
millones de dólares, desde los 4 mil 778 millones que había un año antes.
De la Madrid sólo aguantó un año sin devaluar, pero a partir de 1984 se fue
con todo contra el peso.
Con el propósito de evitar la fuga y la dolarización
–el dólar era la mercancía más barata–, el presidente no tuvo empacho en
devaluar y devaluar.
En 1983 el tipo de cambio cerró en 148.35 pesos por dólar (de los viejos, o
0.14925 de los actuales) y en 1988 ya estaba en 2 mil 300 pesos (2.30 sin los
tres ceros).
Es decir, el precio del dólar aumento mil 450% en su sexenio. En
1988 el dólar costaba casi 16 veces lo que valía en 1983.
Las reservas internacionales se reconstituyeron paulatinamente, desde 4 mil
694 millones en 1983 hasta llegar a 13 mil millones en 1987, pero el
encarecimiento del dólar abonó en una mayor inflación por efecto del
encarecimiento de las importaciones que, a final de cuentas, se traducen en
mayores precios para los consumidores finales.
De paso, esas continuas devaluaciones dejaron colgados de la brocha a los
muchos empresarios que habían contratado préstamos en el exterior, que de la
noche a la mañana vieron crecer exponencialmente sus deudas en dólares.
En el
país el financiamiento era imposible: o no había créditos o los que había
estaban por las nubes.
En efecto, las tasas de interés, que además de servir para reducir el dinero
en circulación se usaron como mecanismo para atraer inversión extranjera, así
fuera golondrina, también tuvieron alzas nunca vistas.
Por dar una idea, la tasa de los cetes, que servía de referencia, llegó en
varios meses de 1986, 1987 y 1988 a rebasar 300%, aunque en el promedio anual
fueron de 100%, 160% y 220%, respectivamente.
La variable fundamental de toda economía, el Producto Interno Bruto, tuvo con
De la Madrid el peor desempeño desde los primeros años de la década de 1930: en
sus seis años la economía nacional sólo creció 0.23%. Es decir, nada.
Y una economía estancada no genera empleo ni bienestar social, como lo
reconoció el propio Miguel de la Madrid ya expresidente.
Además el pago de la deuda consumía prácticamente todos los ingresos
nacionales. Cuando Luis Echeverría inició su sexenio –en 1970– la deuda externa
era de 6 mil 100 millones de dólares.
Se la dejó a López Portillo en 25 mil 750
millones. Pero antes debió pagar por el servicio unos 10 mil 500 millones.
A la deuda que recibió de Echeverría, López Portillo le agregó otros 58 mil
millones de dólares, para dejársela a Miguel de la Madrid en casi 83 mil 600
millones de dólares.
Pero en el sexenio pagó intereses por 65 mil 250 millones.
Es decir, pagó casi 7 mil 500 millones de dólares más de lo que fue el
endeudamiento neto.
Un pesado fardo que se puede entender mejor si se compara con el valor de la
economía: en 1971, primer año de gobierno de Echeverría, la deuda representaba
16.6% del PIB; en 1976, al término de su sexenio, era de 30.7% del PIB. En 1977,
en el inicio de López Portillo, era de 31.1% del PIB, y al final, en 1982, de
61.2%.
Esto era insostenible. Pero la dinámica propia del endeudamiento –intereses
que no se pueden pagar, se renegocian y pasan a formar parte del capital–, llevó
a la deuda en el sexenio de Miguel de la Madrid a niveles inéditos, de hasta
86.2% del PIB en 1987.
La crisis perfecta
Con esas presiones encima llega Miguel de la Madrid a la Presidencia. Pero
también con una economía derrumbada desde 1982, con sobreendeudamiento, sin
capacidad de generar ingresos propios; sin quinto en las arcas del Banco de
México; con petroprecios volátiles que no garantizaban nada y que se habían
desplomado en 1981; con una población lastimada por la espiral inflacionaria y
el desempleo; con un sector empresarial humillado y encolerizado por la
expropiación de los bancos…
De la Madrid aplicó una medicina amarga y lo hizo de la mano de un equipo
formado en las escuelas más “vanguardistas” de la economía –ultraliberales y
conservadoras, fanáticas del libre mercado y opuestas a la intervención del
Estado en la economía–, donde se encontraban personajes que luego tejerían su
propia historia: Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Pedro Aspe,
Guillermo Ortiz, Jaime Serra Puche… entre muchos otros.
También fue tutelado por el Fondo Monetario Internacional, que nunca tuvo
tanta presencia en México como en esa época, y quien dirigía prácticamente la
cirugía aplicada a la economía nacional en esos años.
En aras del equilibrio macroeconómico De la Madrid aplicó continuamente
recortes al gasto público; aumentó sin piedad los precios de las gasolinas, de
todos los energéticos y en general de los bienes y servicios del sector
público.
También eliminó gradualmente los subsidios a los alimentos básicos: pan,
tortilla y leche.
E inició la privatización y desaparición de empresas públicas:
de mil 150 que había dejó poco más de 400.
Del resto se encargarían Salinas y
Zedillo. Compactó el número de bancos de 62 a 18. Para ganarse la confianza de
los empresarios les regresó 34% de los activos de la banca que expropió López
Portillo y los apoyó, a través de un fideicomiso, para que resolvieran sus
problemas de deuda en dólares.
Se obsesionó tanto en bajar la inflación –que no cedió sino hasta su último
año– que el trastocamiento de todas las variables económicas, en función de ese
objetivo produjo un enorme desempleo y destruyó buena parte de la industria
nacional.
Las respuestas a todo ese actuar fueron muy visibles, aparatosas a veces, en
los ámbitos social y político. Fue una época de grandes protestas callejeras,
manifestaciones de cientos de miles de personas encabezadas por sindicatos de
todos los sectores económicos.
De la Madrid vivió experiencias de repudio que no se veían hacía mucho: la
rechifla generalizada en la inauguración del Mundial de Futbol en 1986; la
explosión de una bomba molotov en Palacio Nacional lanzada desde abajo por un
manifestante, cuando el presidente, su gabinete y sus invitados presenciaban el
desfile del Primero de Mayo, en 1984.
En lo político a De la Madrid le tocó vivir el más grande cisma en el PRI:
Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo encabezaron un grupo de priistas
inconformes con la conducción económica y política del gobierno, formaron la
Corriente Democrática y abandonaron el PRI para luego, junto con otras fuerzas
partidistas, formar el Frente Democrático Nacional que postuló a Cárdenas
candidato presidencial en 1988.
En la cuenta de De la Madrid también está la
famosa caída del sistema durante el cómputo de los votos ese año, que le dio el
triunfo a Salinas.
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