La cruzada mediática de las
dos últimas semanas de los abogados y la familia de Joaquín “El Chapo” Guzmán
dejó paralizado durante unas 80 horas al gobierno del presidente Enrique Peña
Nieto, cuyas voces quedaron en un lejano eco dentro el coro donde la voz
dominante en medios de comunicación y la opinión pública en general, fue la del
entorno del criminal.
En el pasmo tampoco vieron un
episodio alterno en el mismo camino de golpear de legitimidad del gobierno, y
el consecuente descrédito: el Grupo Independiente de Expertos Internacionales
que coadyuva en la investigación del Caso Ayotzinapa, denunció en el Parlamento
Europeo la “falta de voluntad política”, para encontrar a los culpables de la
desaparición de 43 normalistas. Víctimas y victimarios tuvieron un día de campo
frente a la impericia del aparato de propaganda de Los Pinos.
Cuando en abril de 2013 se
suspendió el Pacto por México y el Presidente canceló la presentación de la
reforma financiera ante la presión tras revelarse la presunta red de
funcionarios de Veracruz y la Secretaría de Desarrollo Social para utilizar
programas sociales en elecciones futuras –en presunción de un delito a futuro–,
la confusión que mostró Los Pinos sobre el manejo de la comunicación política
se habló en este espacio de la vulnerabilidad del equipo presidencial en su
manejo cuando las aguas no estaban tranquilas.
La misma conducta errática
llevó a que en este mismo espacio se publicara en dos ocasiones durante 2014 la
frase: “no entienden que no entienden nada” –retomada en 2015 por la revista
inglesa The Economist y convertida en un lugar común–. Ante las dos últimas
semanas de embestida mediática en contra del gobierno, como se apuntó aquí este
martes: ya entendimos que no entienden nada.
¿Qué es lo que no han
entendido?: El establecimiento y fijación de la agenda. La agenda “setting” es
la teoría de Maxwell McCombs y Donald Shaw que establece cómo la agenda de los
medios de comunicación influye en la opinión pública. La desarrollaron en 1972
con el estudio de la capacidad que tuvieron los medios de comunicación en las
elecciones presidenciales de Estados Unidos en 1968, donde analizaron cuánto de
lo que los votantes mencionaron como los temas de la campaña en una comunidad
específica, habían sido aquellos donde se enfocaron los medios de comunicación.
McCombs y Shaw ratificaron el axioma del politólogo estadunidense Bernard C.
Cohen en 1963, de que la prensa “quizás no siempre tiene éxito en decirle a la
gente qué pensar, pero es asombrosamente exitosa en decirle a sus lectores en
qué pensar”.
La influencia es determinada
por el grado de incertidumbre que experimenta el público en general sobre la
información, y por la necesidad que tienen de orientación. De esta manera,
quien lidera la construcción de la agenda –la capacidad para transferir la
importancia de los temas a una agenda de interés colectivo que lleve a la
agenda pública–, controla la mente de una sociedad y construye –como
describieron Noam Chomsky y Edward Herman– el consenso para gobernar.
En esta lucha por fijar la
agenda intervienen las fuentes de información y su grado de permeabilidad y
gestión mediante la prensa y la propaganda.
En el caso de la estrategia
de “El Chapo” Guzmán, el Gobierno no supo cómo reaccionar.
Las voces aisladas surgieron
reactivamente sólo para refutar, atrincherándose en un solo episodio sin
generar temas disruptivos que pudieran abrir los temas de la agenda de manera
eficaz.
Pero no es que no los
hubiera. El Presidente estuvo toda la semana en eventos públicos que, sin
embargo, no fueron trascendentes para la opinión pública.
Lo paradójico no es que
careciera de interés lo que abordó, sino que la forma como se maneja su
comunicación lo ha mediatizado. Un error vital es el uso del Presidente como
una marca y no como un sujeto político.
La estandarización de su
discurso y la presión sobre los medios para que permanentemente aparezca una
fotografía de Peña Nieto en las portadas o sus imágenes en los primeros 30
minutos de los noticieros de televisión, ha provocado que la palabra
presidencial carezca de fuerza.
Si el producto en el
aparador, como exhiben al Presidente, no es bien recibido por el consumidor
–casi 80% de los mexicanos desaprueba su gestión–, el resultado es que pasarán
de largo lo que haga y diga. En términos de opinión pública, se volvió
irrelevante.
El otro ejemplo es el de los
normalistas desaparecidos. Hasta ahora, el manejo del caso por parte del
Gobierno ha sido en el marco de la seguridad y la justicia –temas muy
cuestionados–, reduciéndolo al Ministerio Público.
La presencia de los expertos
independientes en Bruselas en una audiencia con eurodiputados la semana pasada
advierte que si el Gobierno no quiere ser arrasado otra vez ante la opinión
pública, tendrá que trabajar integralmente su estrategia de comunicación, con
un trabajo político y diplomático en las ciudades donde se toman decisiones y
que sólo están escuchando un lado de la historia del crimen en Iguala, con los
medios de comunicación, para que sepan la otra cara de la investigación, y con
los jesuitas, cuyo papel ha sido beligerante y protagónico en apoyo de las
víctimas de Ayotzinapa y sus familias.
No es esto descubrir el hilo
negro, sino todo lo contrario. Insistir que en Los Pinos, el hilo negro que
utilizan en la comunicación presidencial, está podrido.
(ZOCALO/ COLUMNA” ESTRICTAMENTE
PERSONAL” DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 10 DE MARZO 2016)
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