Distrito Federal—
Karina ya no se mueve. La pistola sobre el buró de la suite la tiene
petrificada. Antes había forcejeado con el hombre de traje fino, pero en cuanto
vio el arma comenzó a suplicar.
Aún se recuerda
acostada, en esa cama matrimonial donde rogó al cliente que no la lastimara,
pero no paraba. Le arrancaba la ropa con la misma prisa con que Karina resumía
su historia: “Tengo 29 años, soy centroamericana", "obtuve una
licenciatura en Gastronomía en Los Angeles”, “vine por trabajo a México, pero
me engañaron”. “Tengo cuatro años secuestrada”. “Me obligan a mantener
relaciones sexuales con políticos, hombres de negocios y extranjeros que pagan
cientos de dólares por mí”. El infierno puede caber en seis frases.
Cuando el hombre
está a punto de penetrarla, ella hace un último intento por ablandar su
corazón. Entre llanto, alcanza a decir que en febrero de 2009 salió de su casa
porque le ofrecieron un buen sueldo en un restaurante llamado Cadillac, que en
realidad era un prostíbulo con fachada de table dance, ubicado en la colonia
Anzures.
Cuenta cómo la
llevaron a la planta alta del local ubicado en Circuito Interior 351, donde
encontró a varias mujeres desnudas vigiladas por otros hombres. Trató de huir,
pero antes de bajar las escaleras un guardia de seguridad la golpeó, pese a que
estaba embarazada, y la llevó a la oficina del dueño, quien la violó junto con
personal de seguridad y meseros. Pero el diablo no tiene corazón, continúa con
su faena.
Cuando despertó
estaba desnuda, en el suelo. Sus “dueños” le habían asignado a una madrina
llamada Alma, quien le quitó el teléfono, identificaciones oficiales y no la
dejó salir del Cadillac. A partir de entonces, le avisaron, estaba atrapada en
una red de tratantes que trabajaba sólo para clientes VIP y si intentaba huir
la matarían, le aclararon.
No vio la calle
durante meses. Su jornada empezaba a la una de la tarde, justo a la hora del
bufé para los hombres adinerados de Polanco. Tenía que bailar, beber alcohol,
consumir drogas y acceder a todo lo que quisieran hacerle los clientes en los
salones privados de la planta alta, por lo cual pagaban hasta 5 mil pesos por
media hora. Si se negaba o dejaba de sonreír, clientes y personal de seguridad
estaban autorizados para someterla a golpes. Así hasta las nueve de la mañana
del día siguiente. Sólo le permitían dormir cuatro horas en una bodega del
antro.
NO LES IMPORTÓ QUE ESTABA EMBARAZADA
Por las violaciones,
el bebé de Karina nació prematuramente. El pequeño apenas libró la incubadora,
sus captores llevaron al niño a una casa de seguridad en la colonia CTM
Culhuacán, delegación Coyoacán, y amenazaron con matarlo si ella hablaba con
clientes, policías u otras chicas.
Sin el vientre
abultado, Karina empezó una nueva dinámica como secuestrada: pasar algunas
horas en “Cadillac” y luego en otros table dance donde el dueño de este antro
es socio, como Calígula, Tahití y Royal, donde quedaba a merced de los pactos
entre proxenetas y clientes, mayoritariamente servidores públicos y empresarios
que buscan noches con mujeres con apariencia de modelos de pasarela.
Lo peor ocurre en
noches como ésta, piensa Karina: cuando a algunas de las elegidas para esos
recorridos les vendan los ojos, las avientan al fondo de una camioneta y las
introducen, amordazadas, a suites de lujo en hoteles sobre Paseo de la Reforma,
donde las esperan sus clientes. En esos lugares –con champaña, sábanas de 400
hilos y jacuzzi a la vista– es donde realmente hay que rezar, porque significa que
el cliente tiene tanto dinero que se siente dueño de las personas. Una noche de
estas puede ser la última de una chica.
Por eso ruega
mientras “el diablo” la embiste con fuerza, con cara de placer. Ella piensa
que, como otras tantas ocasiones, lo peor ha terminado. Se equivoca. Aún faltan
dos amigos del cliente, quienes ya se bajan el cierre del pantalón.
“Les dije todo y no
les importó, que estaba ahí a la fuerza, pero me decían que me iban a tratar
como se trata a las mujeres”, relata la joven, quien cuenta esta historia en un
restaurante en Lomas de Chapultepec, que fue cerrado para que pueda hablar
anónimamente. “Así eran mis días”.
Quiere contar la
parte de su historia que más miedo le da, no puede. El llanto le ha provocado
un ataque de asma que la obliga a buscar su inhalador en la bolsa de mano.
Cuando lo encuentra, su mirada encuentra la de Elvira, del otro lado de la
mesa, quien llora al escucharla.
Esta joven, de 19
años, aprovecha la pausa para pedir turno y contar la historia de su violación
en los subterráneos de la trata VIP de la Ciudad de México, mientras Karina
toma aire para continuar.
CON 19 AÑOS, PARECE DE SECUNDARIA
A simple vista,
Elvira parece una estudiante de secundaria, aunque tenga credencial de elector.
Es delgada, bajita, con rasgos aniñados y voz susurrante. Llegó al Cadillac en
marzo de este año porque un hombre, que identifica como gerente del antro, se
enteró que la habían rechazado de un trabajo en la colonia Condesa y le ofreció
trabajar para él.
Al llegar al table
dance le pidieron esperar al encargado de contrataciones. Mientras, le
sirvieron dos whiskys y un tequila, que la marearon hasta que la vista se le
nubló. Sólo recuerda que varios la llevaron a un salón privado, donde la
violaron durante horas. Cuando todos terminaron, el mismo gerente la llevó a un
hotel, donde siguió el abuso.
“Sólo pregunté ¿por
cuánto me vendieron?”, recuerda Elvira y evoca su imagen desnuda y desorientada
sobre la cama. “Me dijo que por nada, que estaba probando la mercancía para los
clientes”.
Para amedrentarla,
el hombre la llevó en su auto hasta la puerta de su casa en el oriente de la
ciudad. Le dijo que la llamaría al día siguiente para que se presentara en el
antro o contaría a sus familiares lo que sucedió. Ella dijo que sí, pero en
lugar de callar denunció la violación en la agencia 50 de la Procuraduría
General de Justicia del Distrito Federal, donde la ignoraron.
“No hicieron nada,
fue en la Fiscalía para Prevenir la Trata de Personas donde me creyeron y
vieron que sí había sido violada”, acusa Elvira, cuya denuncia provocó un
operativo que el 29 de junio clausuró el Cadillac y rescató a 46 mujeres
presuntas víctimas de trata.
Elvira, sin saberlo,
frustró una lista de espera con nombres de varones adinerados que ofrecían más
de 4 mil pesos por unas horas con ella. Quisiera o no. Todo porque parece de 14
años.
COMÚN LA TRATA VIP
La trata de personas
VIP es tan común que se disemina en 44 antros de la Ciudad de México donde se
ejerce explotación sexual, según un análisis de la Coalición Regional y Contra
el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe.
Obedece a la demanda
de servicios sexuales por parte de altos mandos policiacos, jueces,
legisladores, hombres de negocios, empresarios y hasta ministros de culto que
pagan miles de pesos por fantasías con mujeres que parecen salidas de las
pasarelas de moda.
No se trata de las
usuales víctimas de trata, enamoradas o atraídas con joyería de fantasía por
hábiles proxenetas que se aprovechan de su vulnerabilidad. Las víctimas de esta
modalidad de trata son, en su mayoría, mujeres y hombres de clase media, de
edad indistinta, quienes suelen tener estudios profesionales. Muchas vienen de
otros países.
El rapto es
distinto: dado que en sus casas tienen un buen nivel de vida, se les engancha
con promesas de trabajos bien remunerados que terminan en negocios de giros
distintos. Principalmente, se esconden con la fachada bailes eróticos, pero la
mayoría de estos negocios cuentan con cuartos ocultos donde se puede tener
relaciones sexuales con las bailarinas. También hay casas, departamentos,
hoteles, falsas oficinas y negocios como el recién clausurado Club Douss, en
Tlalnepantla, Estado de México, donde se rentan limusinas con vidrios
polarizados que funcionan como hoteles rodantes a un precio de 6 mil pesos el
viaje.
Su red es amplia y
bien organizada, según María Ampudia, directora de la asociación ¿Y ahora quién
habla por mí?
Incluye hoteleros
con franquicias de cadenas internacionales que ignoran el ingreso de mujeres
amordazadas, empleados que encubren a sus jefes a cambio de sexo gratis,
policías que no atienden denuncias, funcionarios delegacionales que no
clausuran giros negros, vecinos que no reportan actividades sospechosas y una
larga lista de omisiones.
Todo para que
cientos de hombres con dinero elijan entre 786 mil anuncios en Internet de
masajes exclusivos, 3 millones 980 mil ofertas de “escorts” ó 44 antros
capitalinos, donde gastan hasta 10 mil pesos por pasar unos minutos con una
niña secuestrada.
LEY INSERVIBLE
La panista Rosi
Orozco como diputada presidenta de la Comisión Especial de Lucha contra la
Trata de Personas (de 2009 a 2012) invirtió más de mil 200 días de trabajo para
que sus compañeros legisladores aprobaran en el tercer trimestre del año pasado
una ley contra la esclavitud sexual.
“Fue un trabajo
arduo. Sí han existido casos de políticos, hasta diputados y senadores, que
contratan servicios sexuales relacionados con la trata. Gente que ha llegado al
Congreso ha sido cómplice de este delito. Las víctimas de esta modalidad de
trata hablan frecuentemente de que entre sus clientes están los diputados”,
contó Orozco, ahora presidenta de la ONG Unidos Contra la Trata.
A pesar de que la
ley se aprobó, en la práctica es como si no existiera. Los actuales diputados
tienen un retraso de diez meses en la publicación del reglamento para la ley.
Sin reglamento no hay presupuesto. Sin presupuesto no hay programas sociales. Y
sin programas sociales la ayuda no llega a las víctimas, quienes siguen
esperando.
TESTIGO DE HISTORIAS ATERRADORAS
Fernanda no quiere
hablar de sí misma. Dice que sus encuentros sexuales forzados fueron tan
terribles que sólo pensarlo le despiertan las ganas de suicidarse, así que sólo
hablará de lo que le sucedió a sus compañeras de un table dance que ya no
existe, pero que hasta 2008 era el consentido de la trata de personas VIP: el
Sutra, en la delegación Benito Juárez.
Con su acento de
porteña de Buenos Aires, Argentina, Fernanda recuerda entre lágrimas a Fabiola,
la venezolana a la que hacían comer su propio vómito si expulsaba el alcohol
que le invitaban los clientes; o a Janeth, la colombiana que recibía cintarazos
cuando se negaba a participar en tríos con mujeres.
A una mexicana que
la obligaban a introducirse tampones con vinagre para detener la menstruación,
a una licenciada en Ciencias de la Comunicación a quien le quemaban los lóbulos
de las orejas si no generaba 30 mil pesos por noche y una jovencita de 16 años
que era la preferida de un empresario del ramo automotriz, quien le gustaba
mordisquear los pechos hasta hacerlos sangrar.
“Todo porque podían
pagar, porque si le decían ‘son tantos miles de pesos’ ellos decían que sí, que
traían para eso y más”, recuerda Fernanda.
A la pregunta de por
qué en dos años no escapó ni pidió ayuda, su respuesta es contundente: sus
jefes la obligaron a vender droga a los clientes del Sutra y si los denunciaba,
el video de sus ventas llegaría hasta las autoridades y enfrentaría un juicio
por delitos contra la salud.
No tuvo que hacerlo:
el 1 de febrero de 2008 un operativo clausuró el lugar. Según Fernanda, el
verdadero dueño, Gery, escapó cuando la policía le avisó que irían por él. Lo
último que supo de él es que es propietario de varios table dance en el estado
de Puebla.
NO TEME DENUNCIAR A SUS ATACANTES
Karina toma aire y
confiesa que no tiene miedo. En sus planes está denunciar a ese subprocurador
de Nayarit que dice que la violó, a un diputado que la contrató sabiendo que
era víctima de trata y a muchos de sus clientes a quienes está dispuesta a
identificar, foto por foto, en los periódicos capitalinos.
Ha perdido el miedo
desde que supo que, como represalia por haber aceptado la ayuda de un cliente
para que escapara y recuperara a sus hijos, el mayor fue violado en presencia
del menor.
No le importa que en
el Cadillac la tatuaron contra su voluntad para reconocerla donde sea. O que
cumplan la amenaza de rebanarle los dedos.
“Hago esto porque
exijo justicia y no quiero que mis hijos estén en peligro, que mujeres –menores
y adultas– salgan de este infierno.
“Tengo mucho coraje,
estoy muy indignada, sé que no puedo destruirlos como quisiera, pero pido que
me ayuden porque no tuve la culpa”, dice Karina, quien después de acumular 5
años y medio como secuestrada en un table dance su único patrimonio son tres
pantalones y la ilusión de tener una visa humanitaria para huir de México
apenas logre justicia.
Lo dice con la
mirada llena de lágrimas, mientras se soba las muñecas, como si tratara de
confirmar que estar libre no es un sueño y que esos grilletes, junto con sus
vestidos cortos de brillantina, ya son parte de su pasado.
(Óscar
Balderas/El Universal)
(EL DIARIO,
EDICION JUAREZ/ El Universal | 2013-07-22 | 23:10)
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